(11) Hablando del Diablo

Un ruido infernal despertó a Venecia. Era el sonido de un portal siendo abierto en su sala. Honestamente, sonaba como un pequeño tornado que perturbaba su descanso. Para trasladarse en un mismo plano, la gente se teletransportaba, y para viajar entre planos, se abrían portales. Ruidos portales.

Había apagado su conciencia después de esperar despierta a Jure con Darka haciéndole todo tipo de preguntas sobre él. Abrió los ojos de mala gana y efectivamente el demonio estaba caminando hacia su cocina, siendo seguido por el fantasma molesto que se negaba a abandonar su departamento. El reloj de pared marcaba las ocho de la mañana con algunos minutos. De seguro en el Averno nunca amanecía.

―Un desayuno que vino directo de Italia ―dijo Jure mientras ella se sentaba.

―¿Qué hiciste? ―consultó, desconfiada.

Él se deslizó por el sofá con su actitud relajada al vestir una camiseta azul ártico y unos pantalones claros. Siempre procuraba ser caballeroso igual que la mayoría de los miembros de la nobleza demoníaca, mas la última ocasión en la que le dio un tentempié de esa clase, su anterior edificio terminó quemándose a causa del fuego eterno.

―¿Te acuerdas que ayer me fui por una emergencia?

―Sí, ¿cómo olvidarlo? Me dejaste sola con el loro fantasmal que ya ni siquiera hace pausas para respirar al hablar.

―¡Es que ya no necesito oxígeno para vivir porque estoy muerta! ―exclamó Darka, ocupando el sillón individual―. Oye, creí que nos estábamos amigando, que teníamos algo en común.

―Lo único que compartimos es nuestro gusto por el sagrado K-pop. Luego de eso, nuestra relación es como el Vacío.

―¿Y qué hay de él?

Jure suspiró, contemplando a Venecia sin igual.

―Lo siento, soy el demonio de un ángel.

―Pero ayer la vi ser amorosa con el detective.

―Eso no tiene ningún sentido ―murmuró Venecia―. No soy buena en el amor

―A mí no me parece ―replicó Jure, torciendo la boca en una sonrisa.

Ella se sonrojó como no lo hacía en años ante la frase. El sexo y la seducción eran dos cosas distintas en su totalidad. Una se mejoraba con la práctica y la otra era un arte que dependía de la suerte. Jure calificaba como un experto natural en ambas materias. No existía un individuo con la capacidad de negarse a su atractivo nato.

―En cualquier caso, los datos de nuestra relación abierta no te conciernen ―indicó la rubia y el demonio concordó.

―Cuando se cierra una puerta, se abre una ventana ―murmuró Darka para variar.

―¿Por qué hablas de sexo anal? ―planteó Jure, extrañado.

―¿De dónde sacaste que me refería a eso?

―No es mi culpa ser un demonio sexual.

―Nadie te está culpando, demonio mío. Eres magnífico, tal como eres ―aseguró Venecia, riéndose con las inocentes y a la vez lujuriantes palabras.

―¿No sería oral? ―indagó Darka con el tema deambulando en su cabeza.

―No ―afirmó Jure con sabiduría.

―Así que, volvamos al hecho de que pude hacer que Claudia pulverizara a Kiki y me aguante porque no me enojo con la facilidad que piensas.

La rubia se arrepintió al instante de pronunciar el apodo «Kiki». Pues Darka curvó los labios hacia arriba en una sonrisa aterradora.

―Porque no eres una bengala de mecha corta, eres una granada militar ―enfatizó el príncipe infernal.

―Precisamente.

―Como decía, me marché porque hubo una reunión.

―¿Quién murió esta vez?

―Nadie.

―¡Eso significa que Mimin estaba en lo correcto! ¡Cause el apocalipsis! Esto es todo. No trabajaré por el bien de la humanidad ―exclamó Venecia con los aires falsos de un mediocre acto heroico y se dispuso a comer su desayuno.

―¿Sabes de lo que trata de decir?

―No tengo ni la menor idea ―respondió Jure a los susurros de Darka―. No es el apocalipsis, aunque lo parece. Me crucé casualmente con Lucifer y...

―¿Te topaste por accidente con el Diablo? ―La chica gris mostró un rostro de espanto tan grande, como si hubiera visto un fantasma, pese a que solo requería un espejo para ello.

―¿Lo recuerdas?

―¿El psicópata sexy con severos problemas de posesividad que gobierna la Ciudad Infernal? ―se burló Venecia, despreciando al sujeto en cuestión―. Sí, me suena conocido. ¿Por qué?

―Resulta que abandonó su puesto ayer en la madrugada ―soltó Jure, levantándose de su asiento para evitar que el ángel explotara.

―¿Para qué? ¿Hacerse la pedicura o convertir las Cuatro Ciudades en un campo de batalla?

―La segunda opción es más factible. Aunque la primera también es posible.

―¿Por qué haría eso? Es la milésima vez que lo intenta. Literalmente.

―Él opina que la vez número mil es la vencida. Eso y que ha estado buscando una excusa para irrumpir en la Ciudad Celestial. Los asesinatos angelicales le dan su boleto de entrada a esta dimensión.

―Miren, no pretendo meterme a su charla, aun así, ¿Satanás va a causar el fin del mundo? ―interrogó Darka, entrecerrando los ojos.

―No, esa es otra. El Cuarto Pecado Capital.

―Dios, ustedes me van a enloquecer.

―¡Entonces vete a tu casa! ―vociferó Venecia, exasperada.

―¡No puedo! ¡Vivo con mi ex! ―chilló el espíritu en un tono más alto.

―Él no puede verte. ¿Cuál es el problema?

―Yo lo puedo ver ―inquirió Darka, haciendo pucheros―. ¿Saben que es lo peor del amor?

―¿Que está muy sobrevalorado?

―¿Que ella cree que está muy sobrevalorado?

―No, la parte más dolorosa de enamorarte es que sigues amando a pesar de que te rompan el corazón.

―¿A quién le rompieron el corazón? ―preguntó Amaranta, apareciendo sonriente en la habitación sin haber anticipado su llegada con ningún ruido―. ¿Quién es?

Darka la miró enfurecida.

―Esta tiene nombre y apellido.

Amaranta se encogió de hombros, tranquila.

―¿Y por qué no lo dices?

―Amaranta, esa es Darka, una de las víctimas de Geliel. La mataron por la noche ―informó Jure, neutral.

―Ah ―farfulló esta. Luego dirigió su mirada hacia su mejor amiga, quien disfrutaba de su comida―. ¡Te he dicho cientos de veces que no recojas fantasmas de la calle! ¡Pueden ser peligrosos!

―Yo no la traje, ella me siguió.

―¿Por qué hablan de mí como si fuera un perrito callejero? ―intervino Darka con tristeza.

―¿No tienes a alguien a quien recurrir?

―En realidad, la tiene. Su tía. Aunque hay una probabilidad de que ella sea el recipiente de Geliel, la asesina en serie.

―¿Y todavía no la echaste? ―retó Amaranta.

―¿Quién carajos eres para echarme?

―Vivo aquí, trasgo.

―¿Venecia puedo sugerirte un cambio de compañera de casa? ―propuso Darka, hastiada.

―¿Acaso pretendes mudarte? ―interrogó Amaranta con agresividad.

―¿Por qué no? Vee y yo estamos forjando una nueva amistad.

―Tú la viste ayer, nosotras convivimos hace siglos. Supera eso.

―Chicas, me halagan. Pero no se peleen por mí. Hay mucha Ve-Ve para repartir ―enunció Venecia, extasiada por la pelea de fantasmas.

―Pensándolo bien, me vendrían bien unas vacaciones ―resopló Amaranta.

―Y yo la conozco desde hace un par de horas. No viviré con ella ―apoyó Darka.

La rubia se quejó, desilusionada.

―Yo no te abandonaré ―consoló Jure con dulzura.

Ay, ¿cómo podía ese demonio matarla de alegría con unas oraciones?, opinó en su interior y volvió a sonreír.

Venecia y se puso de pie para tirar los restos de su desayuno. Las palabras que le dijo Aleksandar retumbaron en su mente de sopetón. Entonces, como si tuviera el poder de llamarlo con la mente, el teléfono que guardaba en el bolsillo de su falda vibró al recibir una videollamada. Atendió de inmediato. La imagen del hombre caminando en una avenida que le resultaba familiar acaparó la pantalla del celular.

―¿Me extrañabas? ―dijo Venecia, antes que nada.

―Te llamé porque estoy yendo al convento, ¿quieres venir? ―invitó él, frunciendo el ceño. Imaginó que quizá ese era un gesto nervioso.

―¿Es una cita?

―No, es la investigación de un crimen.

―Puede ser ambas.

―¿Darka aún está contigo? ―curioseó, escudriñando el fondo del panorama que la cámara capturaba.

―Sí. Es más terrible que los parásitos, a esos al menos puedes exterminarlos.

―¡Escuché mi nombre! ―expresó la chica fantasmal, apareciendo detrás de Venecia―. ¿Cómo te encuentras? ¿Te dejo alguna secuela que te poseyera?

―Nada más que un trauma de por vida. Por el resto, estoy impecable ―se encogió de hombros Aleksandar, sardónico.

―Si me disculpas, estamos teniendo una conversación ―interrumpió Venecia.

―¿Viste a Pavel? No ha respondido a mis esquelas ―expuso Amaranta, uniéndose al circo.

―Cuando salí de mi departamento no estaba, no sabría decirte. Tal vez está en lo de sus padres.

―Buenos días, Alek ―saludó Jure, llenando el puesto faltante.

―Hola, Juriel ―asintió el detective―. Al parecer están todos.

―Ni me digas. Esto luce como un hotel.

―Yo hubiera optado por la Mansión de los Locos Addams. Nos vemos. Adiós.

―Aguarda ―soltó Venecia. Aleksandar ya había cortado la comunicación―. Es la segunda vez que me corta así. La próxima no tendré piedad.

―¿Iremos al convento? ―formuló Jure, intrigado.

―¿Por qué irían allí? ―quiso averiguar Amaranta.

―Te contamos en el camino, Mimin. Primero acompáñame a buscar un cambio de ropa adecuado para la ocasión.

Las dos amigas se apartaron del grupo para calmar el paso en el corredor.

―Perdón ―dijeron en simultáneo.

―No debí irme como me fui y hacer lo que hice ―afirmó Venecia.

―Jamás voy a entender por lo que pasaste o qué se siente tener un hilo negro, pero sé que no debe ser fácil. Estabas en tu derecho a alterarte.

―Todavía no lo proceso. El helado de Atliel que me trajiste me levantó los ánimos.

―Bueno, para eso lo fabricaron.

―No debí irme sin decirte nada y dejarte preocupada.

―No, yo no debí presionarte para ir a la Oficina Paranormal ―manifestó Amaranta―. No necesitabas una salvadora, necesitabas una amiga.

―Pero tenías razón acerca de ello. Si lo de las monjas no funciona, iremos.

―¿Cómo crees que reaccionará Claudia al verte?

―Mal. Es posible que me mandé al Infierno, o peor, que me obligué a ir al grupo de ayuda.

―No es tan malo.

―Es terrible. Ni siquiera sé por qué lo fundé.

―Intentaste entrar al Paraíso sin autorización. Me sorprende que no te obligaran a hacer una especie de servicio comunitario universal.

―Estoy considerando asear por tres décadas sus instalaciones.

―Yo te acompañaría.

―Oh, ¿limpiarías conmigo? ―consultó Venecia, conmovida.

―No, iría a darte apoyo moral.

―Repito: en serio eres un espíritu maligno.

―Al menos yo tendré las manos limpias ―rio Amaranta―. ¿Estamos bien?

―¿Cuándo hemos estado mal?

Y así se arreglaron una vez más.

***

Aleksandar estaba trabajando a contra reloj.

La iglesia construida a base de granito y cemento poseía un opaco color crema y una estructura similar a la de San Marcos. Él entró sin dar vueltas. Un aire frío le traspasó el cuerpo ante el silencioso ambiente del interior. No había muchas personas sentadas en los asientos de madera, pero sí fantasmas por doquier. La vista no le alcanzaba para contar la innumerable cantidad de muertos que rondaban por allí.

Algunos charlaban entre ellos, otros deambulaban sin rumbo y los peligrosos gritaban o lloraban desconsolados en busca de alguien a quien asustar o poseer. Detestaba los sitios infestados de espectros. No sabía a dónde mirar u ocultarse.

Había una hilera de espíritus aguardando su turno en el confesionario. Sollozos fantasmagóricos brotaban de allí. Incluso pudo oír a Darka hablando con el cura a pesar de que ni estaba al tanto de su existencia.

―Padre, he pecado. He cometido un acto terrible por el que no merezco perdón. La verdad es que morí sin ir a ningún concierto ―musitó Darka en privado.

Evitó la zona con tal de ir hacia la pareja que reconoció en una de las filas del frente.

La rubia yacía arrodillada, con las manos pegadas una con la otra y los párpados cerrados.

―Sé que no he venido aquí en, bueno, siglos. Aun así, ruego por tu misericordia porque sé que eres paciente. Así que, estoy aquí en paz para pedirte un favor. ¿Puedes fulminar a Geliel? Vamos, sé que portas las habilidades para liquidarla. No te conozco, sin embargo, creo fielmente que nos entenderemos ―rezó Venecia con la voz tersa.

―Es Dios, no Chernabog ―señaló Jure con la voz de alguien que estaba resfriado.

―¿Qué te pasa? ―le preguntó Aleksandar.

―En la entrada nos cruzamos con un gato y comenzó a seguirme sin motivo aparente. Soy alérgico a los ácaros que tienen, por lo que estoy así. Se me pasará en un ratito ―declaró a medida que recuperaba la compostura y su voz normal.

―¿No se supone que eres un demonio poderoso? ¿Cómo es que tienes alergias tan humanas?

―Mi madre era mortal. Nació hace milenios en lo que ahora es Corea del Sur. A pesar de que adopté una forma demoníaca, poseo algunas de sus características.

Por cómo lo contó sonaba que era importante para él y que no le decía a cualquiera, por lo tanto, el detective lo apreció.

―¿Pueden callarse? Trato de conseguir un sicario ―se quejó Venecia, alisando la falda de su vestido níveo de lana al enderezarse.

―Hola, Aleksandar ―saludó Amaranta, presentándose un chasqueo de dedos.

―Oh, por Amaranta ―soltó este, sorprendido.

―No te preocupes. A mí me asustó también. Hay días en los que se dedica a eso.

―Estuve conversando con los que rondan por aquí y vieron a un ángel ayer ―informó Amaranta, imparcial―. Usaba el cuerpo de un hombre.

―Gracias, eso es de utilidad. Ahora necesitamos hallar a la hermana de Darka ―felicitó el detective.

El grupo se condujo hacia el convento que estaba pegado a la edificación que visitaban. Las bajas temperaturas del naciente invierno congelaban los miembros de Aleksandar, empero el calorcito que el sol liberaba calmaba la sensación. Lo que no esperaban era encontrarse con la siguiente situación.

En el patio que dividía los dos sectores había una fuente de agua con el líquido teñido de rojo. La imagen le heló el torrente sanguíneo. A un lado descansaba el recipiente de Geliel vestida con el hábito usual de su religión, manchado con su propia sangre. Un charco oscuro la rodeaba. Todavía respiraba, pues su pecho se elevaba y bajaba. Apestaba a un aroma metálico y a lo que reconoció como polvo de ángel. Alguien había ido a por ella antes que ellos.

Un hombre de un metro noventa y cuerpo musculoso apareció en la escena tras soltar una pequeña risa horripilante y a la vez satírica. Sus cejas salvajes resaltaban sus ojos que resplandecían pese a ser totalmente de un diabólico y azulado gris. Tenía el pelo castaño y corto con algunos reflejos negros y una barba al ras. Portaba una chaqueta de cuero sobre su camisa oscura, pantalones de color carbón y zapatos bien lustrados. Si no fuera por sus manos salpicadas de sangre, no se notaría que acababa de herir a alguien. Caminaba con toda la seguridad del mundo, incluso con más confianza que los demás presentes, igual que un rey en medio de una muchedumbre de plebeyos.

―Hablando del Diablo ―maldijo Venecia. Nunca la había visto tan nerviosa ni a Jure con la expresión cargada de tanto desprecio.

Comprendió la preocupación en cuanto el desconocido enseñó su forma completa. Un par de inmensas e intimidantes alas oscuras brotaron de su espalda igual que una extremidad más. Las plumas tocaban el suelo con cada paso amenazador. Él volvió a esconder sus alas y detuvo su andar con una formidable sonrisa. Aleksandar no había visto a nadie parecido en su existencia.

―No creo que hayamos sido presentados apropiadamente, soy Lucifer, el esposo ―saludó el Diablo.

***

El Diablo, el regente del Infierno, el Rey de los Pecados, el Dios Oscuro, el Señor del Averno, el creador de la maldad, comandante de la perversidad, el monstruo al que le temían los monstruos, y su esposo estaba ahí.

Venecia y su corazón no lo podían procesar.

Los recuerdos pasaron por sus ojos como dagas. Recordó la historia de cómo convirtió en un ángel caído y estuvo sola por mucho tiempo. También se acordó de que terminó en el Infierno y Lucifer le dio la bienvenida. Ahí lo conoció, hizo un pacto con él para quedarse y convertirse en su esposa, y cayó en sus encantos perversos. Al final, ambos se traicionaron de distintas formas, ella lo dejó y ahora estaba en donde estaba.

Pero, mientras lo veía, perfecto, poderoso y perverso, y sentía ese cosquilleo retorcido que le generaba, no quería pensar en la historia completa.

Lucifer se había aburrido de Aleksandar, puesto que el hombre parecía tener un cortocircuito mental al no pronunciar ni una palabra, así que su guía hacia la perversión yacía frente a ella con la amenaza de hacerla reincidir en la crueldad.

Había orado por un sicario divino, en cambio, obtuvo uno diabólico. Qué raro era el sistema de justicia paranormal.

―No me mires con esa expresión de sorpresa. Me hace sentir que crees que te he olvidado. Para tu suerte tengo una excelente memoria. Con ese atuendo pareces un ángel. Buen disfraz. ―dijo él con autosuficiencia y la recorrió con los ojos sin vergüenza alguna, estando a cinco centímetros de distancia.

―No eres mi esposo, Lucifer ―refutó ella, enfatizando el ligero odio que le tenía.

―Legalmente, sí.

―Bueno, legalmente, te detesto.

El Diablo dibujó una sonrisa sutil.

―Yo no, esposa.

―Por última vez, no soy tu esposa.

―¿Estás diciendo que no estamos casados? ― inquirió Lucifer, ofendido―. ¿Y qué hay del pacto que hicimos?

―Se terminó hace siglos igual que nosotros ―sentenció Venecia, poniéndole fin al tema.

En teoría, nunca se divorciaron, sino que simplemente se distanciaron y no se volvieron a buscar hasta ahora. Pero no se aburriría con los tecnicismos.

―Siempre podemos volver a empezar.

La rubia iba a mandarlo al infierno cuando Lucifer dio un paso al costado para saludar a Jure. El demonio siempre odió al Diablo, incluso antes de que Venecia lo conociera, sin embargo, aquello no modificaba el hecho de que ambos gobernaban el Infierno y mentían para convivir.

―Juriel, mi más estimado íncubo, ¿cómo van las orgías y las Pesadillas del Placer? ¿Los suministros que envié son suficientes?

―Eh, pudieron ser más.

―Pondré una nota mental ―agregó él realizando una tilde con su mano en el aire.

Su tono juguetón se apagó en cuanto posó sus ojos en Amaranta, quien le devolvió la mirada con el desprecio más profundo que podía socavar. Sí, ella lo detestaba igual que el resto.

―Veo que sigues con la muerta.

―Y yo que tú deberías ser el que esté muerto ―contestó ella ante su comentario despectivo y se alejó.

―Cuidado, no querrás hacerme enojar y que te arrastre al purgatorio del que te escapaste.

El gorgoteo de la sangre atorada en la garganta de la monja interrumpió la conversación más amistosa del mundo. El acelerado ritmo de sus latidos parecía un zumbido en los oídos de los paranormales. Venecia comunicó que el cuerpo se convertiría en cadáver en los próximos minutos a menos de que alguien llamara a la ambulancia.

Aleksandar ya estaba al teléfono junto a la víctima. Claramente, no había forma de interrogarla en esas condiciones. Por suerte, Jure cortó la llamada antes de que le dijera la dirección con tal de evitar la interferencia de los mortales en un asunto del Otro Lado.

―¿Qué haces aquí? ―quiso averiguar Venecia con la expresión vacía al quedar a solas con Lucifer.

―Adivina ―solicitó él, ávido.

―No tengo ganas ―se encogió de hombros.

―Lo dice la ninfómana.

―Y lo escucha el que es incapaz de complacer a alguien.

―No pensabas eso cuando estabas tan mojada que dejabas que te amarrara a mi cama para azotarte y tenía que silenciar tus gemidos para que el edificio no se derrumbara de lo fuertes que eran ―recordó Lucifer.

―Sí, me acuerdo ―argumentó ella sin darle importancia―. Ahora dime por qué viniste aquí.

―Bien, te lo diré porque tengo en consideración nuestros buenos momentos. Hablando de ángel rebelde a ángel rebelde, sabrás que el crear caos en el perfecto orden es lo más divertido de todos los tiempos ―explicó en un susurro―. Eso y que se puso una recompensa a quien encontrase a Geliel. Es un lío allá arriba y no de los gratificantes.

La intriga se prendió en su interior.

―¿Qué ocurrió esta vez?

―¿Piensas que te daré tan fácil los detalles?

Fue una decepción.

―No, pero no costaba nada intentarlo.

―Verte ha sido orgásmico ―se despidió Lucifer, agarrándole el dorso de la mano para darle un beso en un movimiento veloz.

Y así como así, se alejó de allí con el batir de sus alas. Para cuando Venecia recobró el sentido de la realidad, el príncipe infernal curaba a la mujer herida con sus poderes, Amaranta maldecía en una esquina y Darka recién se unía a la escena.

Sus alrededores se sentían etéreos, ajenos a su existencia, como si ella fuera un fantasma que los demás podían atravesar sin darse cuenta de su estancia. Las caras de antaño y las sensaciones de lo acaecido envolvían su piel erizada por un invierno que no la afectaba. Por más que no quería, sabía que iba a hundirse en lo marchito, sabía que su báratro la arrastraría a las tinieblas del pasado, sabía que caería a pesar de estar en tierra firme.

Permaneció de pie con su pecho subiendo y bajando. Durante un breve instante, miró a Aleksandar con el corazón roto tatuado en su mirada. Él dio un paso en dirección a ella, mas eso fue lo único que avanzó. Jure ya rodeaba al ángel con sus brazos. La rubia se sumergió en el calor seguro del príncipe infernal que conocía su historia, entendía sus sentimientos y la amaba como nadie la amó.

Aleksandar fue a ver a la presunta tía de Darka.

―¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes? ―preguntó ella, sudando miedo por cada poro.

Darka yacía en un estado de coma porque no se movía en absoluto. Estaba petrificada, con sus orbes saltones bien abiertos y los labios fruncidos.

―Que no cunda el pánico. Soy de la policía y usted está en el convento ―habló Aleksandar con su voz de calmante natural.

Con la suavidad de la seda, la pareja abrazada se distanció con la intención de controlar la escena. Amaranta susurraba insultos hasta que le empezaron a llegar esquelas, una tras otra. Apostaba que eran de Pavel. La humana parecía que iba a tranquilizarse, sin embargo, el drama regresó con una temporada sorpresa en cuanto vislumbró la sangre que la cubría. Susceptible al caos y saturada del griterío, le subió el sosiego con sus habilidades.

―Cálmate, mujer ―ordenó y le obedeció involuntariamente―. Cuéntame lo que recuerdas.

―Realizaba mis plegarias matutinas ―se interrumpió a sí misma―, y mi mente está en blanco después de eso.

―Esa es una información de tanta utilidad ―bramó sin humor―. No puedo con esto. Tú hazle las preguntas, Super Sherlock.

―Vi alas. Dios mío, ¿he sido poseída por el Diablo? ―pensó en voz alta la monja.

―No, casi te mata―comentó Amaranta con desagrado.

―Oye, no seas tan insensible ―solicitó Darka, despertando de su entumecimiento para aproximarse a su tía igual que el detective lo hacía en ese momento.

―Señora, ¿cómo se llama?

―Mirna.

―Bueno, Mirna, necesito que te enfoques y me contestes algunas preguntas. Las vidas de varias personas dependen de eso y tus respuestas serán de mucha ayuda. Quiero que me digas cada detalle de tu último recuerdo. Cada sonido, olor, ruido o imagen es importante.

―Yo acababa de terminar mis oraciones, me estaba levantando y las puertas se abrieron de golpe, por lo que miré un segundo. Por un breve segundo vi una silueta. La luz del sol tapaba su rostro, sin embargo, estoy segura de que era alta y tenía ojos claros.

―Mihael ―dijeron Jure y Venecia en simultáneo.

―Vaya, ustedes tienen una gran conexión ―vociferó Darka un poco asidua.

―Lo sabemos ―masculló la rubia, mirándola de reojo.

Aleksandar carraspeó la garganta.

―¿A quién le hablas? ―consultó Mirna, confundida.

―A las voces en mi cabeza ―bromeó Venecia con la voz apagada―. Sus opiniones tan diversas me han salvado en múltiples ocasiones. ¿Deseas saber que opinan de ti?

Amaranta se golpeó la frente con su palma.

―¡El infarto, Vee! ¡El infarto!

―De acuerdo. Cerraré la boca.

―Pobre, ¿está bien? ―cuestionó Mirna, genuinamente preocupada.

Darka se paró al lado de ella pese a que su tía ni percibía su presencia.

―Creo que hoy no está siendo ella misma ―mintió Aleksandar con el destello de una broma en su ceño hundido.

―Esto pasa cuando no tengo mi helado ―articuló Venecia en defensa propia.

―Oigan, ¿puedo pedirles un favor? ―manifestó Darka, más gris que nunca―. ¿Le dirían sobre mi muerte? Además, díganle que morí sin dolor, aunque sea una mentira, que planeaba visitarla pronto, y que la extrañaba. ¿Lo harían?

Entonces, con la cualidad innata de conquistar con las palabras y pulimentar los impactos, Jure le contó la noticia.

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