Prólogo.

Lana del Rey - Pretty when you cry.


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Cuando esta historia de Romeo y Julieta —o Bonnie y Clayde en su defecto— empezó, jamás pensé que terminaría destrozada y llorando en la cama por una semana. En fin, nunca confíen en nadie y se los digo porque no tuve a alguien para que me lo advirtiera.
El amor es un ensueño, algo que, en un principio, parece un cuento de hadas donde levitás entre flores y corazones con esa persona, pero todo eso se puede desvanecer en un segundo. Aunque, no nos adelantemos, todavía falta para llegar al punto.

Conocí a Martín Berrote en uno de los boliches más rasposos de Buenos Aires, ambos nos robamos los celulares creyendo que lo pasaríamos por alto y esa fue la primera conexión, el instante en el que volteamos a vernos con una sonrisa irónica en el rostro al descubrir lo que hicimos. Ese mismo día pasamos la noche en su casa, hablando, teniendo sexo, fumando como si no nos importara el hecho de ser ladrones de poca monta y extraños a la vez. Y los encuentros siguieron, incluso planeamos y llevamos a cabo unos cuantos robos menores.
Un día tuvo la loca idea de irnos a vivir a Italia juntos, había pasado tan solo un mes desde que nos conocimos y el enamoramiento nos cegaba, nada importaba excepto nosotros y la obsesión por obtener dinero y todo lo que estaba a nuestro alcance. Almas gemelas, eso parecíamos ser. No dudé en aceptar y a la mañana siguiente concretamos un último atraco limpio en una joyería de Capital Federal para luego vender el motín en el mercado negro y así pagar los pasajes y la estadía. Palermo era el destino elegido y veinticuatro horas después ya estábamos en un departamento con una vista envidiable para cualquier simple mortal.

Sobrevivimos asaltando en las calles más transcurridas de la ciudad, sin levantar sospechas. Seguíamos enamorados y conectados como la primera vez, y perdón que sea insistente con este tema pero es que no encuentro el motivo por el cual todo acabó.
Un año permanecimos unidos entre esas cuatro paredes. Todo iba bien, hasta habíamos fantaseado con la loca idea de casarnos, hasta que de un momento a otro decidió dejarme. Una carta nos separó, en ella un viejo amigo explicaba que necesitaba ayuda y él prometió volver en una semana. Le creí y los días pasaban; esperé el tiempo que dijo, luego tres semanas, los días ya se acumulaban y formaban un mes, por último tres... hasta que supe que no iba a regresar.

No contestaba mis llamadas, mucho menos los mensajes de texto, parecía que la tierra se lo hubiera tragado. Y yo me dormía todas las noches llorando, ahogándome en la tristeza, y preguntándome un millón de veces lo mismo: ¿qué error cometí para terminar así?
Tuve que sacar fuerzas y abandonar Palermo para mudarme a Florencia, una vez que llegara a ese nuevo destino, juré iniciar desde cero. Se acababa mi vida como ladrona, una desintoxicación no le venía mal a nadie. Comencé a trabajar de moza en uno de los restaurantes más conocidos del centro de la ciudad, no era mi oficio soñado pero pagaba las cuentas. Poco a poco logré dejar atrás todo lo malo que había pasado hace más de un año.

Aunque esta noche todos esos sentimientos que creí enterrados volvieron a renacer cuando vi entrar al mismísimo Martín Berrote a mi lugar de trabajo, acompañado de un hombre bastante elegante. Como verán, la suerte nunca está de mi lado.

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