9. Amar a un Fonollosa.

• Adele - Skyfall.

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Florencia, Italia, 2014.

Cinco llamadas perdidas son las que van a parar al buzón de voz de mi mejor amiga. Creo que es una clara señal del destino y debo dejar de huir de mis problemas porque, por el momento, no hay otra opción a la vista.
Me encuentro en la terraza del restaurante, observando desde la barra como Andrés y Tatiana ocupan una mesa, tomando el menú. Estoy lejos de encontrarme sorprendida, ya había visto la base de datos hace dos días y Alfredo Kesman encabezaba la lista.

Habían pasado varias semanas desde que abandoné el monasterio y no volví a establecer contacto con mi familia; me sumergí tanto en mi propio mundo que ahora asusta el tener que enfrentar a los fantasmas del pasado. Un escalofrío recorre mi espina dorsal, ignorándolo —y echándole la culpa al frío—, tomo un vino y camino hacia ellos a paso lento, aguzando mis oídos para escuchar la tensa conversación que mantienen. No siempre es necesario gritar para que se lo catalogue como una pelea.

—¿Así que quieres el divorcio? —pregunta mi padre, con más calma de lo que esperaba. Parece que este será su quinto fracaso en el amor— ¿Hay otro?

Finjo toser mientras destapo la botella con las manos temblorosas, vertiendo el líquido en la copa del masculino, quien dedica unos minutos a observarme pero luego fulmina con la mirada a su pareja cuando abandona su asiento.

—No te preocupes en llenarle la copa, parece que este vino me lo tomaré solo.

La pelirroja tiene los ojos brillosos por las lágrimas, al contrario de Andrés, quien se mantiene con una sonrisa incrédula y después coloca un semblante serio. En cuanto a mi persona, solo sostengo contra mi pecho la botella de vidrio, la cual tengo que dejar caer sobre la mesa en el instante que observo a mi padre levantarse e intentar seguir los pasos de su- ahora- ex mujer.

Poco importa que mi jefa me vea abandonar mi puesto de trabajo. Bajar las escaleras, casi pisándole los talones a mi padre, es la prioridad. Al llegar a la entrada vemos como Tatiana se toma un taxi, alejándose lentamente.

—Andrés, mírame y prométeme que no la vas a seguir —digo y coloco mis manos en sus mejillas, aunque su vista está perdida en alguna parte.

Se abre paso y corre hasta otro auto. Suelto un suspiro y lo sigo, llegando justo para subirme antes de que se ponga en marcha.

—¿Qué crees que haces? Vete —su tono demandante me hiela la sangre pero le quito importancia. Abre la puerta a mi izquierda y aparto su mano para volver a cerrarla.

—Evitar que cometas una locura, no me quiero imaginar qué es lo que se te pasa por la cabeza ahora. Señor, siga al coche que va adelante, por favor.

Durante el trayecto nos gritamos a los cuatro vientos, sin importar que el extraño frente al volante se entere de nuestras intimidades. Las voces se mezclan con los truenos que amenazan en el exterior, dando paso a la formación de una tormenta en cuestión de segundos.
Finalmente el vehículo estaciona frente a un hotel y ambos observamos por la ventana. La imagen de Rafael y Tatiana compartiendo un apasionado beso no me genera sorpresa, hace varias semanas los había visto recorrer la ciudad a plena luz del día, sin preocuparse por que alguien los descubra. Incluso les tomé fotos para adjuntarlas a mi última carta para Sergio, pero jamás llegaron a las manos de mi padre, de eso estoy segura porque cierra los ojos e intenta serenarse y no llorar.

Me tienta el hecho de tomar su mano, decirle que todo estará bien a medida que el tiempo avance, porque yo sabía muy bien lo que significa que te rompan el corazón de la forma más cruel. Abandono esa idea cuando baja y comienza a caminar hasta el hall del lugar, así que le pago al desconocido e imito su recorrido.

Andrés deja caer su saco sobre el respaldo del sillón mientras se sienta frente a mi medio hermano. Sin saber muy bien qué hacer, ocupo un lugar en el medio y escucho atenta toda la charla, paseando mi mirada por ambos hombres. No sé qué es peor, que te suelten la verdad a los gritos o que lo hagan de forma pacífica, casi quitándole importancia al asunto cuando sabes perfectamente que no es así.

—Hoy he perdido a un hijo y también entiendo la magnitud de mis errores. Siempre dejé de lado a tu hermana porque creía que tú eras un fiel compañero —pronuncia casi riendo y trago saliva cuando enfoca su vista en mí. Claramente estoy incómoda— Espero que sepas perdonarme, Lía.

—No he podido evitarlo, papá, lo siento —la voz del rizado interrumpe mi posible respuesta y se quiebra, su cara enrojece. Hasta podría creer que está siendo sincero.

Pero a mi padre poco le importa la sinceridad ante un momento como este porque lo hecho, hecho está. Por eso dudo de su palabra cuando deja que su hijo preferido se marche sin más para luego caminar en dirección a la barra con una copa de Negroni en mano. Esta vez confío en mis instintos y dejo caer una mano en su hombro, aunque poco dura en esa posición porque él acerca una cubeta y la estrella contra el vidrio frente a nosotros. Me alejo y cubro mi cara con las manos, asustada ante su comportamiento, sin poder reaccionar o detenerlo cuando sigue destrozando todo a su paso. Un mozo le habla a dos policías de la entrada y es ahí cuando me desespero, lo que hizo Andrés es un claro acto de vandalismo.

Sin pensármelo dos veces, agarro una silla y lo ayudo a seguir arruinando la cristalería del lugar.

—¡¿Qué haces?! —grita a pocos centímetros de mi cara.

—Ayudarte, si caemos los dos seguro la condena sea menor —intento encontrar la lógica en mis palabras pero ambos sabemos que es nula y me toma por los hombros para que me detenga.

—Escúchame, tienes que seguir buscando al amor de tu vida y no desperdiciar años en la cárcel como yo. Tira de aquí, busca la salida de emergencia, yo estoy bien —responde en un tono calmo, contrarrestando el ambiente.

Paso una mano por mi mejilla para retirar la lágrima que se desliza sobre ella, asiento levemente, tratando de regular la respiración, y camino hacia donde indica. Antes marcharme doy media vuelta.

—Papá, cuídate por favor —pronuncio con la voz rota y él jura cumplir esa promesa.

Era la primera vez que decía esas palabras en voz alta, como también era la primera vez que mi padre pisaría un penal, y todo se lo debía al desamor.
Camino esquivando a las personas, fingiendo que no pasa nada, y la lluvia se mezcla con mi llanto. La conversación más sincera que tuve con él fue en esas circunstancias y memorizo lo que dijo, en especial lo de encontrar al amor de mi vida. En mi mente se forma el rostro de Martín y, aunque sé que es imposible, prometo intentar encontrarlo para vivir ese amor tan único que ninguno de los Fonollosa logró conseguir hasta ahora.

Madrid, Banco de España, 2019.

—¡Bogotá, al agua!

Con ese grito Palermo y yo nos adentramos en la fundición, siendo golpeados por el calor infernal que expulsan los hornos.
Es la primera vez que visito esta parte del banco y no puedo evitar quedar fascinada con todo lo que se encuentra a mi alrededor, parecía algo tan irreal que tengo que pellizcarme para comprobar que no sea un sueño. Al cabo de unos segundos tomo un balde para ayudar a Denver y Río a depositar las pepitas de oro dentro de la bomba, por fin estaba llevándose a cabo la extracción. Por otro lado, Matías se pasea de un lado a otro con su teléfono en mano, grabando todo como si se tratara de un blog de nuestras vacaciones y sonrío al verlo feliz mientras enfoca a Bogotá realizando su trabajo.

—¡Vamos, muchachos! ¡Hagamos historia juntos, carajo! —exclama mi novio, con la alegría brotando por sus poros a la vez que controla las máquinas.

Lo que una vez fueron dibujos plasmados en un pizarrón ahora se volvía tamaño real, es un privilegio presenciar esta secuencia maestra. Al terminar, pasamos a la siguiente fase: conectar otra bomba más potente, abrir la válvula y esperar a que la magia suceda.
El resto de los atracadores pasaban a un segundo plano, siendo Bogotá y Palermo los protagonistas de la escena, hombres que conocían este plan al derecho y al revés. Una lluvia de gritos inunda el lugar, generando tensión y preocupación, como también expectativa.

Todo lo que sucede después llega de forma muy rápida, el oro no viaja a su destino luego de que Palermo finalizara el conteo y observamos el minuto exacto en que sus sueños se derrumban delante de sus ojos. No hay peor sensación que ver fracasar a alguien que querés tanto.
Pongo una mano sobre el teléfono del atracador a mi izquierda y lo bajo, esto no es digno de ser inmortalizado.

—Vamos, no es solo el oro, ¿eh? —él parece estar inmerso en su mundo, recargando la cabeza sobre la máquina, probablemente rogando para que ocurra un milagro— Son las noches que lo pasé planeando, los momentos más bonitos de mi vida. Que esto no sea un error, por favor.

Su discurso entristece a quien lo escuche, incluso a mí que no logro descifrar si sus últimas palabras van dirigidas a mi padre o se refiere a nuestras noches en Italia. Nada importa excepto que esto no falle por unos números de mierda mal ubicados en alguna ecuación matemática.
Golpe tras golpe, Martín se desarma de tristeza.

Y cuando todo parecía perdido, la voz de Benjamín aparece, contando con alegría que todo salió bien; el oro había llegado al estanque de tormentas y estaba listo para convertirse en lingotes nuevamente.
Denver tira de mi para abrazarnos y gritar con euforia al igual que los demás, luego sigue Palermo que me carga en sus brazos y me hace girar un par de veces mientras nos reímos sin poder creer nada de lo que acontece.

—Palermo, lo han hecho. Hay una fundición en el estanque de tormentas —dice Sergio del otro lado, confirmando la situación actual del exterior.

Al mismo tiempo que Alicia Sierra comprendía su situación y dejaba de ser el enemigo principal —convirtiéndose en una aliada—, nosotros nos reuníamos para cantar una vez más el "Bella Ciao". Ese himno de resistencia para todo aquel que está del otro lado, porque los civiles entendían mejor que la policía lo que representábamos; las caretas de Dalí y el mono rojo son un símbolo de lucha en tiempos turbulentos. No importan las adversidades, ni lo que suceda en un futuro, nadie nos podrá arrebatar lo que somos.

Luego, cuando siguen los abrazos, sonrisas y pasos de bailes compartidos, Palermo toma mi mano, alejándonos del resto e invitando a Bogotá también. Ambos parecen estar al corriente de algo que yo no, así que opto por quedarme en silencio y frunzo el ceño hasta que se dignen a develar dicho misterio.

—Esto lo tenía que haber hecho antes, pero pensaba que nuestra relación era muy obvia —habla y mete una mano en su bolsillo, dos anillos de oro descansan sobre su palma.

—¿Te parece un buen momento para darme lecciones sobre el amor? —pregunto en broma porque no sé muy bien cómo reaccionar. El compromiso me asusta un poco, así que intento no reflejarlo en mis expresiones.

En las situaciones más inesperadas es en donde se aprenden las cosas más importantes —respondemos al unísono y reímos, un viejo chiste privado.

—Lía, sos la mujer de mi vida y quiero pasar el resto de mi vida con vos. ¿Te querés casar conmigo?

Siendo completamente sincera, nunca creí en el matrimonio —y menos teniendo ejemplos fallidos en la familia— pero por ese hombre de ojos claros parado frente a mi renunciaría a todas mis creencias. Acepto, recordando aquella noche en la que Andrés me hizo prometer que encontraría al amor de mi vida, o al menos que lucharía por experimentar el enamoramiento más puro que pueda. En estos momentos realmente siento su ausencia, hasta desearía que estuviera vivo para poder hablar sobre esto.

Bogotá interrumpe mis pensamientos, comenzando a pronunciar las típicas palabras que utilizan los sacerdotes en una boda. Coloco el anillo, hecho con ese oro robado, en el dedo de Martín y él me imita, jurando conservar este amor hasta que la muerte nos separe. Con un beso sellamos esa promesa, por ahora algo informal, pero no por eso carente de importancia.

—Es difícil amar a un Fonollosa, deberías aprender de tus errores —dice nuestro amigo para que nos separemos.

Si su idea era bromear, lo único que logró es tensar el ambiente por unos cuantos segundos, y al notarlo se retira lentamente, así que aprovecho para tomar la mano de Martín mientras sonrío. Éramos conscientes de que nuestro pasado y presente se conectaba con una persona, aunque ninguno está dispuesto a hablar de eso por ahora. Tal vez se deba al no saber cómo verbalizar esas emociones o simplemente queremos borrar esa parte de nuestras vidas e iniciar desde cero.

—¿Y ahora qué?

—Ahora esperamos que tu tío termine el truco de magia y nos aseamos un poco... ¿qué te parece?

—Una luna de miel en el baño del Banco de España, bastante romántico.

Una hora después me encuentro recostada en el piso de otra de las cámaras acorazadas que poseía el lugar, descansando mi cabeza sobre el pecho de mi chico mientras este pasa su mano por mi pelo. El escenario me sabe a gloria, realmente no importaba si tenía una playa frente a mis ojos o nos rodeaban cuatro lúgubres paredes, todo a su lado era un paraíso.

Las próximas horas serían claves para que el plan vaya como un tiro, por lo tanto, puede que sea la última oportunidad para dormir de corrido y no hay que desaprovecharlo. Dicen que el cuerpo humano solo puede aguantar veinticuatro horas sin dormir, o cuarenta y ocho horas con suerte, de ahí en adelante comienzan las alucinaciones, irritación e ira; no me gustaría tener que comprobarlo con mis propios ojos o sentirlo en carne propia.
Mis ojos se abren y vuelven a cerrarse repetidas veces, relajándome cuando mi acompañante comienza a tararear una canción de rock nacional. Me abrazo más a su cuerpo, en busca de calor, besándolo una vez más y finalmente dejándome sumergir en un sueño reparador.

Si en ese instante me dijeran que las cosas estaban a punto de torcerse, no les creería. Pero así fue, porque el amor es una buena razón para que todas las cosas fallen.

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