5. Corazón delator.
• Soda Stereo - Entre caníbales.
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El ambiente era caótico, la tensión, sorpresa y desesperación flotaba en el aire. Y los gritos de Estocolmo eran como misiles explotando contra mi cara, suplicándome que haga algo para salvar a ese hijo de puta que no tenía pulso. ¿Acaso se piensa que hago magia y lo voy a poder revivir con solo darle unas palmaditas en la frente? Yo solo me limito a mirarla y reír incrédula.
Manila y Denver son los únicos que le siguen la corriente, intentando reanimarlo varias veces con un desfibrilador. Entiendo que es el padre biológico de su hijo y, por ende, la última esperanza que tiene ese bebé para llevar una vida medianamente normal si terminamos contra las rejas, pero sacándolo del camino nos ahorrábamos unos cuantos problemas.
—Están friendo a un muerto, déjenlo —pide Palermo, sin dejar de apuntar hacia los rehenes ubicados frente a la excavadora.
Contra mi voluntad me acerco para preparar epinefrina, luego le clavo una aguja a la altura del corazón e inyecto el líquido. Una descarga más fue necesaria para que su pulso apareciera. La rubia vuelve a respirar con tranquilidad y yo solo me alejo hasta quedar al lado de Martín.
La idea principal era dejarlo morir, pero ante esta resurrección podíamos conseguir que el ejército retrasara el ataque hasta mañana, casi veinticuatro horas para prepararnos no venían mal.
—No te hagas muchas ilusiones porque tiene una bala en el corazón, le doy menos de una o dos horas. Después podrías ir eligiendo en qué cementerio lo querés enterrar —le advierto, deshaciéndome del chaleco antibalas que portaba.
—Hay que llevarlo a un hospital —insiste la rizada, ignorándome, y rogando que la persona ubicada a mi izquierda sea más compasiva.
Es la culpa de haber, casi, matado a alguien por primera vez y el miedo de acumular más cadáveres en el armario. Puedo verme reflejada en ella, las pupilas dilatadas, respiración acelerada, sudor y lágrimas amenazando con convertirse en cascadas.
Recuerdo mi primer asesinato cada vez que tiro del gatillo, no sale de ahí y ya he aprendido a vivir con ello. Como también cuando presencié la muerte de otros. Salía de un kiosco en Capital Federal, unas compañeras estaban a mi lado y, antes de poder huir, un policía les disparó por la espalda. Desde ese momento no volví a ser la misma, a mis 21 años el odio hacia todo aquel que ejercía su privilegio de más se instaló en cada fibra de mi cuerpo, eliminando todo lo que antes defendía erróneamente. Por eso siempre busco matar a los hijos de puta.
—Este hijo de re mil putas loco desquiciado de mierda se lo buscó. Quédate con la conciencia tranquila, yo ya la tengo muy sucia, lo ejecuto —suelta e intenta acercarse al cuerpo que yace en el piso y lo detengo, empujándolo contra la pared.
—Escúchame una cosa, ¿te calmas? —siento como su pesada respiración se mezcla con la mía, y asiente— Lo tenemos que sacar, necesitamos un motivo que permita retrasar la entrada de los militares.
Dos rehenes empujando una camilla —el gobernador a la cabeza, el más valioso—, los rostros confundidos de la multitud junto con policías y una ambulancia acercándose era todo el panorama que se podía observar desde la ventana ubicada en el despacho. Parecía un acto de humanidad entregar a Arturo para "salvarle la vida", y no era así.
Ante todo lo ocurrido no vi mayor oportunidad que esta para utilizar a nuestro favor la fuerza del enemigo, en otras palabras: aikido. Dentro de las esposas que adornaban las manos de Don Mario se encontraba un pequeño micrófono, indetectable; la policía volvió a ser corrompida y no tenían ni la menor idea. Desearía hablar con Sergio sobre esto, lamentablemente por ahora seguía sin establecer comunicación.
Tamayo estaba harto de nuestros juegos y escuchar todo lo que quería inventar para tacharnos de asesinos me daban ganas de ir y volar a pedazos esa tan privilegiada carpa.
—¿Quién es la persona que ingresó al banco? ¿Se trata de un loco? ¿Una loca? ¿Un fanático? —la voz del coronel se hace presente en esa habitación donde solo Palermo y yo permanecíamos. El interrogatorio comenzaba.
—Es una chica con pelo castaño, bueno, aunque algo rubio también. Ellos no parecían estar enterados de su llegada, solo la inspectora Murillo y Bogotá la reconocieron con el nombre de Doncaster —ahí se terminaba mi anonimato, en un máximo de dos horas tendrían un retrato hecho por computadora y pasaría a ser el blanco principal.
—EX inspectora Murillo, ex —corrige a los gritos— Y no me importa, gobernador, le diremos a la prensa que eso fue planeado, al igual que los disparos a los rehenes heridos por Román. Hay que destruirlos —habla tan rápido que parece estar a punto de quedarse sin aire. Es más ira que persona, ya no había lugar para treguas o tratados de paz, esto era una zona de guerra y con el correr de las horas el ambiente se transformaría en algo bélico— Antoñanzas, que haga un reconocimiento facial, estoy ansioso por conocer a esa nueva hija de puta.
Apago el artefacto y me siento en el sillón, intentando calmarme para no contraer una migraña. Estaba tapada de problemas, sin saber siquiera cómo empezar a deshacerlos.
Huir no era algo desconocido, es más, era una filosofía de vida que me sabía al derecho y al revés. Pero distinto es meterse a la boca del lobo a pegar tiros y saquear la reserva nacional de un país europeo poderoso. La idea de cometer un suicidio era bastante tentadora en estos momentos, si no fuera porque juré proteger a la banda por el amor que le tengo a mi tío, quien los consideraba parte de su familia.
—Tenías que haberte quedado en donde estabas, acá te van a acribillar —dejando su M-16 a un costado toma asiento en el piso, quedando frente a mi.
—En Argentina me quieren muerta y la Interpol tiene mi nombre cargado en su base de datos, ¿en qué cambia? —respondo y comienzo a mover mi pierna izquierda de arriba hacia abajo, un tic nervioso que me acompañaba siempre.
—En que ahora voy a tener que arriesgarme la vida para matar al primero que ose ponerte un dedo encima.
Ahí estaba el hombre del que me enamoré, aunque la mayor parte del tiempo me quejaba por su protección. Me refiero a que sé cuidarme sola, aunque no voy a negar que siempre se aprecia una pequeña preocupación. Le regalo una sonrisa y acaricio las cicatrices que adornan su rostro, sigue siendo la persona más hermosa que haya visto en mucho tiempo, sin importan cuanto cambie.
—¿Querés recorrer las instalaciones conmigo? —pregunta después de unos minutos en los que permanecimos en silencio y acepto.
Mientras caminábamos me contaba la historia de los lugares que íbamos contemplando, la paleta de colores del edificio cada vez me gustaba más. El museo del oro siempre fue mi mayor interés cuando Andrés repasaba los planos una y otra vez; ahí dentro guardaban piezas que ya fueron robadas y sería un pecado agregarlas al motín.
Observo el perfil de Martín, traía un semblante sereno y feliz, como si nada malo hubiera pasado entre nosotros, logrando contagiarme y dejando los rencores de lado, aunque sea por hoy. Igualmente quería bombardearlo de preguntas, las que me arrepentí de hacerle en Florencia. Aún no olvidaba que parecía ser amigo de mi padre y no encuentro una manera lógica de plantear eso sin que tenga que confesárselo todo. Nunca sentí vergüenza de quien soy, ese está lejos de ser el motivo por el que oculto mi identidad, más bien, ahora, es el miedo a su reacción. Algo me dice que las cosas no terminaron de forma positiva entre ellos, ¿y si termina odiándome?
—Había un amigo que desearía que esté presente en este robo —ya estábamos regresando para preparar los explosivos que usaríamos por la mañana, Denver había llamado por la radio.
Se me hiela la sangre al escucharlo, es como si leyera mis pensamientos.
—¿El hombre que te acompañaba en el restaurante? —formulo esa pregunta, haciendo un gran esfuerzo para que no me tiemble la voz y miro mis pies al avanzar.
—Sí, él era hermano de Sergio. Ah, y hablando de eso, ¿cómo se conocieron ustedes dos?
—Podría hacerte la misma pregunta. Deberíamos apurarnos, hay gente esperando.
Tras lanzar esa excusa, adelanto el paso, dejándolo a mis espaldas.
Al llegar al salón observo como todos están inmersos en sus tareas, la prioridad era trasladar el arsenal a un lugar seguro. Ya habíamos tenido suficiente con esos rehenes utilizando lo que nos pertenecía. Granadas, C4, tanques, todo parecía ser un bunker de guerra.
Pasamos un buen rato separando y colocando balas en diferentes tipos de armas. Bogotá, a la derecha, me sonreía; lo vi muy pocas veces en mi vida pero se había ganado un lugar en mi corazón, es como ese padre que Berlín jamás fue. A pesar de eso, mi amor u odio hacia él dependía del día, pero al verlo pelear contra Gandía quizá haya ayudado a que nuestra relación comience a mejorar.
Recuerdo haber escuchado como le prometía a su amigo que cuidaría de mí bajo cualquier circunstancia, creí que eso solo era válido para el robo que íbamos a cometer en ese entonces pero sigue vigente el compromiso y es por eso que no me saca los ojos de encima.
Andrés fingía no preocuparse por mí frente a los demás y luego, cuando nadie miraba, juraba matar si alguien me hacia daño. Añadiría la bipolaridad a la lista de sus trastornos.
Lo único que nos motivaba para no cagarnos de miedo era que Alicia Sierra actuaba por cuenta propia, Tamayo le soltó la mano y, con un hijo a punto de nacer, no sería capaz de entregar a Sergio. Su estado era sumamente vulnerable y veíamos un atisbo de esperanza, aunque fuera mínimo.
—Chicas y chicos de rojo —la voz del ex-líder resuena en las paredes, obligándonos a formar una fila y escuchar qué tiene para comunicar— Nosotros... que somos un puto descarte social, que somos los grandes marginados de la historia: trans, delincuentes, arrabaleros, gays, balcánicos, latinoamericanos. ¿Qué carajo nos van a decir a nosotros lo que es perder? —su idea era darnos ánimos mientras nos instruía sobre un nuevo plan.
Llegaba la hora de dividirnos, organizarnos para cubrir todas las habitaciones posibles y combatir los dos frentes. Once contra más de veinte militares, una clara desventaja; algunos estarán más expuestos que otros, lo más probable es que se lleven a varios por delante y, por ese motivo, esta noche los discursos de despedida encabezaban el menú.
Una vez que termino con mis tareas me dirijo al baño para lavarme la cara y posteriormente intentar dormir un par horas. Mirarme al espejo era lo más difícil, había días en los que no me gustaba la persona reflejada.
Mi vida podía haber sido mejor si no hubiera tomado tantas malas decisiones, quizás estaría con Martín en ese departamento de Palermo si le hubiera dado la oportunidad de explicarse y nada de esto pasaría. Ya no quería romperme la cabeza intentando descifrar el motivo de su huida, tal vez sea la última vez que lo vea y la idea de correr a discutir en el medio de algún pasillo del banco queda descartada. Tocaba aceptar que las cosas siempre pasan por algo, siendo el destino el único culpable de nuestras acciones día a día.
—Deja de pensar tanto, se te van a quemar las neuronas.
—¿Nunca te dijeron que si seguís siendo un machista nadie te va a dar bola?
—Una chica me lo recordaba siempre hace varios años, si me lo dice una vez más puede que cambie de parecer.
Allí parado junto a la puerta, con esa seguridad que jamás lo abandona, se atreve a soltar ese comentario tan estúpido que se le viene a la cabeza. Giro y lo observo, recargando mi cuerpo contra el lavamanos y cruzándome de brazos.
Parece meditar si es correcto acercarse, segundos después lo hace y coloca sus manos a cada costado de mi cadera. Bajo la guardia y envuelvo mis brazos en su nuca, acariciando su piel levemente.
—Hay tantas cosas por decir y al mismo tiempo no sé si quiero hablar —confiesa en un susurro contra mis labios, todos mis sentidos se despiertan y no hay forma de frenarlos.
—Entonces no hables —digo y corto la poca distancia que nos quedaba para consumar ese tan ansiado beso.
Apago todo pensamiento que no esté relacionado con el aquí y ahora mientras lo dejo tomar el control, como siempre fue. Lo que antes era un gesto tierno se transforma en algo apasionado, tomando dimensión a cada segundo que pasaba, consumiéndonos por completo. Una de mis manos abandona su posición para comenzar a bajar el cierre de su mono y él imita mi acción, desatando el nudo que había hecho con las mangas a la altura de la cintura.
Las prendas rojas y negras desaparecen, quedando tiradas en el piso, y rompemos el contacto para tomar aire, sin quitarnos los ojos de encima. Sus labios se hincharon, tenía las pupilas dilatadas y el corazón le iba a mil, nada que yo no estuviese experimentando.
Cuando ninguna tela nos separaba, me agarra por las piernas de manera posesiva, sentándome sobre el lavamanos y pegando nuestros cuerpos. Al sentir nuestras pieles rozando soltamos un gemido al unísono, había pasado tanto tiempo desde la última vez que tuvimos sexo que esto se me hace irreal. Y se trataba de un sueño no quería despertar.
Los recuerdos del pasado arrasaban igual que sus embestidas que, en un principio, eran lentas por intentar contenerse y con el correr de los minutos todo aumentaba. Nos importaba poco que la habitación se haya inundado de gemidos y jadeos, si alguien pasaba por ahí y adivinara lo que ocurría era algo secundario.
Cada beso, cada noche que permanecíamos despiertos bailando alguna canción de Soda Stereo, todo momento a su lado se hacía realidad al cerrar los ojos.
Una oleada de placer me recorrió de pies a cabeza en el mismo momento en que Martín atrapó mi labio inferior entre sus dientes, finalmente liberándose. Recargo mi frente en la suya mientras intentamos calmar nuestras respiraciones.
—De acá salimos juntos, aunque tenga que volar el edificio a la mierda.
Sonrío ante su promesa y lo abrazo una vez más. Si mañana las cosas salen mal, espero que este sea el último pensamiento que tenga antes de morir.
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