Capítulo 6: Menú (SERA)

Los sonidos de la cocina me rodeaban como un mantra en plena sesión de meditación. El suave chisporroteo del aceite en la sartén, el aroma del ajo bien salteado, y el murmullo de mis ayudantes charlando en voz baja mientras se ocupaban de sus tareas. Ese era un sábado tranquilo, justo antes del frenesí que empezaba a la hora de la cena, y ahí estaba yo, en mi territorio. Al menos, físicamente. Porque mi mente… bueno, mi mente estaba a navegando por los rápidos.

Había tenido la cita esa mañana, y aunque el doctor me dijo que todo parecía ir bien, yo solo podía pensar en una cosa: "¿Y si no funciona?" Claro, el tipo intentó darme ánimos con su típica sonrisa de "No te preocupes, lo tengo todo bajo control", pero yo no podía evitar imaginarme los peores escenarios. Porque, con mi suerte, si algo podía salir mal, probablemente me saldría peor. Ya lo viví con Kevin, mi exnovio, el genio que creía que gritarme, empujarme y acosarme era una expresión de amor. Así que, digamos que mis expectativas sobre cómo funcionan las cosas no están precisamente en lo más alto.

Mientras revolvía una sopa de zanahoria y jengibre, mi cabeza todavía estaba atrapada en el mismo bucle de pensamientos. Ese plato siempre me reconfortaba, era el primero que aprendí a cocinar cuando decidí que la cocina sería mi vida. Pero hoy, ni la zanahoria, ni el jengibre, ni el ajo lograban darme esa sensación de control. Todo lo contrario, parecían burlarse de mí con su burbujeo, como si la sopa me estuviera diciendo: “Mírame, soy una maldita sopa y yo sí sé qué hacer con mi vida, Seraphina. ¿Y tu para cuando?”

—Chef, ¿todo bien? —La voz de uno de mis sous chefs me sacó del patético trance de autocompasión.

—Sí, ¿qué pasa? —respondí, con esa autoridad fingida de "yo controlo", que solo engaña a los que no me conocían a nivel personal.

—El señor Donovan está aquí otra vez y pide que solo usted le prepare la cena.

Por supuesto, porque eso era justo lo que necesitaba, ¿no? Un cliente fiel que confía ciegamente en mí cuando yo no podía ni confiar en sí me acordé de apagar la plancha esa mañana. Pero en fin, me sequé las manos en un paño y salí al comedor.

Ahí estaba el señor Donovan, en su mesa de siempre, un anciano adorable con más energía que yo después de tres cafés. Me sonrió con esa picardía de “sé más de lo que aparento”, mientras le deba algunas opciones.

—Sorpréndeme, Seraphina —dijo, como si tuviera todo el tiempo del mundo para filosofar sobre el menú. O tal vez simplemente disfrutaba viéndome volar por la cocina como si fuera un episodio de MasterChef con menos dramatismo.

—Por supuesto, señor Donovan. ¡Se va a chupar los dedos! —respondí, y regresé a mi lugar. Aunque, honestamente, si me hubiera dicho "hazme una ensalada", lo habría abrazado.

Mientras cortaba los ingredientes, mi mente volvió a Liora, la Elsa de mi Frozen. Ella era la que siempre sabía lo que quería, con su cabello negro perfecto y su expresión de "si dudas, ya estás perdido". A diferencia de ella, que podía tomar una decisión de vida o muerte como si estuviera eligiendo el color de sus uñas, yo siempre necesitaba un plan de respaldo. ¿Plan B? ¡Yo tenía planes hasta la Z! Pero aquí no había una receta correcta para lo que estaba haciendo, y eso me daba pavor.

La puerta de la cocina se abrió, y uno de los camareros me entregó un par de órdenes más. Ni siquiera le presté atención, mi cuerpo seguía funcionando en automático, como uno de esos nuevos chefs robot que aparecían en las ferias de tecnología. Todo fluía, pero mi cabeza no podía dejar de pensar en negativo. Así que mientras terminaba de preparar el plato especial de Donovan, me dije a mí misma: "Si esto sale mal, me convierto en monja. Fin del drama."

Después de cerrar el restaurante, volví a mi hogar totalmente agotada. Mi edificio estaba en silencio, con los vecinos posiblemente ya metidos en la cama, mientras yo seguía echando humo. Pasé frente a la puerta de Lio, tentada de tocar y contarle sobre la cita, pero algo me detuvo. Si tocaba, significaba abrir otro capítulo de “Sera la emocional”, y no estaba segura de poder manejarlo a esas horas.

En mi apartamento, el único consuelo que me esperaba era una botella de jugo espumoso de uva. Brindar con jugo en lugar de vino debería haber sido ilegal, pero estaba a mitad del tratamiento, así que... a aguantarse al menos por un año mas. Me serví una copa, me dejé caer en el sofá y miré por la ventana. Ahí afuera toda la ciudad estaba metida en lo suyo, y yo... Averiguando si tenía suficiente helado en la nevera para la crisis que se avecinaba.

Me rendí, así que saqué mi teléfono y abrí el chat con mis chicas. Llevábamos días hablando por encimita, pero hoy... hoy necesitaba desahogarme de verdad.

“¿Están despiertas, nenas?” escribí, mientras fantaseaba con cambiar el jugo por una copa de Merlot.

Lio contestó casi al instante. Seguro que estaba anclada a su computadora como siempre: “Sí, ¿qué pasa?”

“Solo necesito desahogarme un poco, ¿puedo ir?” Ugh, sonaba patética incluso para mí.

“Por supuesto, ven” respondió Lio, y dos segundos después, Cali también respondió: “¡Ya voy subiendo!”.

Tomé un último trago de mi falso vino y salí de mi apartamento. Al llegar al de Lio, me abrió con su sonrisa de “no se llora sobre la leche derramada”, y me abrazó sin decir una palabra. Ya eso me hizo sentir mejor, aunque sabía que iba a necesitar más que un rico abrazo para calmarme hoy.

La pelirroja de 1.60 llegó poco después ya que vivía en un piso diferente, traía galletas de su tienda favorita. No era como si realmente las necesitáramos considerando la despensa tipo supermercado de Liora, pero ¿quién le dice que no a la comida gratis?

—Bien, ¿quién quiere? —preguntó Cali, tirándose en el sofá como si acabara de correr una maratón. Ese mueble ya debía tener su silueta pintada. 

Nos quedamos en silencio por unos segundos, cada una esperando que la otra hablara. Finalmente, respiré hondo y di el resumen de mi día.

—Hoy tuve la cita de seguimiento. Y todo parece estar bien, pero no puedo dejar de pensar en lo que pasará si esto no funciona —dije, mirando el suelo mientras hablaba mil palabras por segundo—. No quiero decepcionar a nadie, y menos a mí misma. No quiero cagarla, ya saben, como siempre.

Calista, tan dulce, se estiró y me tomó la mano. Sus uñas era un borrón de colores.

—Eres muy valiente por haber dado este paso sola, Seraphina. Pase lo que pase, estamos aquí.

Asentí, sintiendo que las lágrimas amenazaban con salir, pero no. No en frente de las galletas. Yo ya sabía que no estaba sola, pero el miedo era muy real.

—Gracias —susurré, secándome las lágrimas rápidamente antes de que lo vieran.

Lio, siempre tan práctica, se inclinó hacia adelante y me miró con esa expresión de “te tengo” y “no seas dramática”.

—Mira, sea lo que sea que pase, nos mantendremos al pie del cañon. Así es como funciona esto, ¿recuerdas? Siempre juntas.

Sonreí, sintiendo que mi angustia disminuía poco a poco. Nos abrazamos, y por un segundo, todo estuvo en su lugar. En ese momento podía enfrentar lo que fuera... incluso pelear con mi toro hormonal.

Nos quedamos un rato más disfrutando de las galletas de Calista. Al final, cuando la noche empezó a transformarse en madrugada, nos despedimos, y volví a mi apartamento. Me acosté en la cama, mirando el techo, pensando en lo rápido que todo estaba cambiando por un simple puñado de decisiones.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top