Capítulo 5: Expectativas (LIO)

El aroma de café recién hecho me despertó ese día en vez de mi estruendosa alarma, lo que solo podía significar una cosa: por fin era domingo. Me quedé en la cama unos minutos más, disfrutando de la sensación de estar envuelta en mis sábanas de lino, mi lugar feliz estaba con ellas, y la luz del sol colándose entre las cortinas. Nada más me faltaban los pajaritos.

Cómo fuera, esos momentos de tranquilidad eran raros, casi un lujo para alguien con mi cerebro hiperactivo, cerebro que no había parado un segundo ahora que había decidido que estaba lista para seguir con la vida.

Sí, yo y mi nueva faceta de mamita.

No era como si no lo hubiera pensado antes, pero había algo completamente diferente en tener una idea loca y luego realmente hacer algo al respecto. No era de las que se detenían a esperar el "momento perfecto", buscarlo por mucho tiempo era para los indecisos. Por eso cuando supe que quería un bebé, no vi razón para esperar a que el universo me dijera lo contrario, construí mi momento ideal.

En fin, todos los que ya sabían que tendría un bebé se les hacía raro, porque la maternidad no era precisamente lo primero que les venía a la mente cuando pensaban en Liora Voss, reina del "lo haré yo misma, gracias".

Me levanté, finalmente con un suspiro dramático, y me dirigí a la cocina, donde mi cafetera automática había hecho lo que mejor sabe hacer: salvarme de mi propia existencia.

Me serví una taza, inhalé el aroma como si fuera oxígeno puro y me dirigí al balcón, observando la vista desde mi apartamento en el piso 20. El bullicio de la ciudad a mis pies me hacía sentir en casa. Todo el desastre allá abajo me recordaba que el mundo seguía girando y sin importarles un carajo mi vida.

Bebí un sorbo de café y dejé que el calor me envolviera como un abrazo de pie grande. Había mucho en lo que pensar todavía, pero en sí ya todo estaba hecho. No había vuelta atrás. El proceso de inseminación había sido mucho menos complicado de lo que imaginé. Solo había que elegir al donante, abrir las piernas y dejar que la magia pasara. Ni siquiera hubo drama con los doctores o las miles de preguntas incómodas que esperaba tener que contestar.

Parecía que tener un bebé era casi tan sencillo como ordenar comida china.

Todavía no había tenido la primera cita de seguimiento, pero me sentía tranquila. No porque estuviera completamente preparada para ver un resultado de confirmación o negativa, sino porque sabía que no estaba sola en esto. Sera y yo estábamos prácticamente a la par en los procedimientos, teníamos el mismo médico, en la misma clínica, íbamos juntas y eso hacía todo más facil.

Mientras me tomaba el café pensé: ¿cómo sería tener un bebé de verdad? De esos que lloran y no te dejan dormir, no los que salen en las películas, perfectos y acurrucados cada que los padres quieren irse de fiesta. ¿Cambiaría mi vida por completo o simplemente sería como agregar una nueva tarea a mi lista interminable de "cosas que hacer antes de que acabe el día"?

Preguntas muy tontas para un domingo por la mañana, lo sé, pero el café era poderoso para eso de filosofar.

De repente, sentí una punzada de nervios. ¿Qué tal si fallaba? ¿Qué tal si no era suficiente? ¿Qué tal si era tan buena en esto como mi padre que no sabía ni donde vivía actualmente? ¿O como mi madre que como regalo de cumpleaños para mí decidió morirse el mismo día? No, eso no pasaría.

Decidí salir a caminar. Bajé al parque que quedaba a un palmo del edificio. Necesitaba despejarme y quizás fingir por última vez que mí vida es el máximo ideal a tener, ser vista por la gente a la que le iba peor también contaba como terapia.

Mientras caminaba, vi a familias disfrutando de un raro domingo soleado, corriendo detrás de niños que parecían tener más energía que un adolescente con cinco Red Bulls. Era la típica escena que te hace pensar: "Esto parece divertido, ¿por qué no conseguir uno de esos?". Una trampa que ni mis entrañas resistieron como era claro.

Observé a una niña corría unos metros por delante de mí con los brazos extendidos como si fuera a despegar en cualquier momento, mientras su pobre mamá la seguía, probablemente más llena de agotamiento que de amor.

Sentí otra vez ese nudo en el pecho. Quería eso. Lo quería con todas mis fuerzas. Pero esa voz molesta en mi interior me recordaba que no sería exactamente igual. Sí, Sera y Cali estaban conmigo, pero al final del día, cuando todo el mundo se fuera, cuando los gritos del bebé llenaran la habitación, sería yo la única que estaría ahí, sola, preguntándome por qué decidí hacer eso en primer lugar.

Me dejé caer en una banca junto al un estanque de patos, porque, sinceramente, ya me estaba cansando de tanta reflexión para un solo día. Saqué mi teléfono, dudando un momento antes de abrir el chat grupal con mis amigas.

“¿Café en mi apartamento esta tarde?”, escribí, lanzando un claro SOS.

Casi al instante, Cali, reina de las redes sociales, respondió: “¡Claro! ¿Llevamos algo?”

Un minuto después, apareció la respuesta de Sera: “Yo llevo postres. ¿Alguien dijo sobras de pastel de chocolate?”

Esa era la cosa con ellas, no importa de que se tratara, Sera y Cali siempre estarían con una copa en la mano y una mirada que decía "sabemos que eres una loca con graves conflictos de abandono, pero te queremos igual". Y ese es el tipo de amistad que realmente contaba.

La tarde se llenó de chismes más que nada, porque ¿cómo no? Cali nos contó sobre su última sesión de fotos, que involucraba algún cliente con más tendencias fetichistas que sentido común, y Sera nos habló del nuevo menú que estaba probando en el restaurante, como si estuviera a punto de descubrir la próxima gran cosa en la gastronomía mundial. Ni siquiera sabía si había tal cosa, pero esperaba que fuera así.

Me reí tanto que casi olvidé por qué las había llamado.

—Bueno, basta de hablar de mí —dijo Calista, sirviéndose más pastel—. ¡Liora, cuéntanos! ¿Cómo va todo? ¿Alguna noticia emocionante, ya está confirmado el bollo en tu horno?

Me encogí de hombros, tomando un sorbo de té antes de responder. Mantener la calma siempre era parte del show.

—Todavía nada —dije, como si no fuera gran cosa—. La próxima semana tengo la primera cita de seguimiento, así que ya veremos cómo va todo.

—Debe ser tan emocionante —dijo Sera, con esos ojos que brillaban cada vez que algo nuevo estaba por suceder, ella era demasiado adorable para el cuerpo tan femenino que se cargaba—. No puedo esperar a que ambas tengamos nuestros bebés. ¡Serán preciosos nuestros hermanitos!

—Hermanos en espíritu —intervino Cali, guiñándome un ojo.

—Hermanos en sangre —repitió Seraphina, haciendo referencia a nuestro pequeño acuerdo de compartir al mismo donante anónimo, porque sí, preferimos ser prácticas y además, a las dos nos pareció mona la descripción del futuro padre biológico—. ¡Serán preciosos, castaños, con ojos azules y muy altos!

Asentí riendo de la descripción del donante, aunque el comentario resonó más en mi mente de lo que quería admitir. No lo había pensado de esa manera antes, pero sí, nuestros hijos no solo serían amigos, sino también compartirían algo más… un lazo de sangre. De repente, la maternidad empezó a sentirse como un proyecto compartido.

—¿Y tú, Cali? —pregunté, cambiando de tema para evitar ponerme más emocional—. ¿Cómo va todo con el numerólogo?

La sonrisa de Calista vaciló por un momento, lo que, para alguien que la conoce medianamente bien, es básicamente una sirena de alarma. Algo pasaba.

—Bien... —dijo, jugueteando con su tenedor—. Digo, no sé. Es complicado.

Sera y yo intercambiamos una mirada. La última vez que Cali dijo "es complicado", terminamos rescatándola de una cita con un hombre que creía que las estrellas guiaban su cuenta bancaria y por eso ella tenía que pagar cada salida. No necesitábamos saber más para entender que había problemas.

—A veces siento que lo estoy presionando demasiado —confesó en medio del drama emocional.

—No estás presionando a nadie, Calista Elarian —dije, tomando su mano con algo de dramatismo—. Estás siendo honesta, y si él no puede con eso... bueno, ya sabes lo que pienso. Que se joda. Hay muchos iguales allá afuera.

Sabía que lo que la pelirroja necesitaba en ese momento para que la apoyaramos, oír que no estaba sola, y aunque Sera y yo teníamos nuestros propios planes muy a parte de los suyos, estaríamos ahí para ella si las cosas acababan mal.

Era la tercera rueda de nuestra carretilla.

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