Capítulo 1: Decisiones (LIO)

Cuando me miré en el espejo esa mañana, supe que algo había cambiado. Y no, no era el nuevo corte de cabello, aunque mi estilista, Mark, insistió en que ese estilo corto me haría sentir como otra persona. Y si lo hizo, como una persona muy imprudente con su cabello. Tampoco se trataba de la blusa de seda carísima que había comprado en esa boutique, boutique en la que siempre que entraba juraba que era la última vez. Pero siendo sinceras, nunca lo era. No, ahora era algo más profundo que eso, una especie de cambio a un nivel interno que me picaba la nuca desde hacía meses… o quizás años.

Con treinta y tres años, prácticamente treinta y cuatro, todos parecían tener la opinión que dar sobre que tenía una vida perfecta. Directora en una de las empresas tecnológicas más importantes de Chicago, viviendo en un apartamento con vistas al río en el West Loop, y con dos chicas a mi lado que eran más familia que amigas. Y, sin embargo, esa mañana, mientras me miraba en el espejo, todo lo que veía era justamente lo que no tenía. Era un vacío que no se llenaba ni con las largas noches en la oficina ni con las relaciones que nunca llegaban a convertirse en algo que valiera la pena. Se trataba de esta cosa que sin más te tiene despierta en medio de la noche pensando en qué demonios has estado haciendo con tu vida.

Lo había pensado antes, muchas veces. ¿Por qué? Porque es lo que hacemos la mayoría cuando las cosas no salen según "el plan". Eso que todo el mundo espera que sigas: estudio, carrera, novio, matrimonio, hijos. Listo, listo, listo… Oh, espera. Aquí no hay marido. No hay novio. Mucho menos hijos. Solo estaba Liora y sus mejores amigas… Y esa vocecita en mi cabeza que me decía: "Quizás no necesitas esperar más". Esa vocecita se encendió cuando mi prima Melissa vino a visitarme con su recién nacido. Lo sostuve en mis brazos durante media hora y sentí algo que me dejó paralizada. Era como si alguien me hubiera mostrado una foto de una vida que ni siquiera sabía que quería, pero que, de pronto, parecía ser todo lo que deseaba.

Así que me puse manos a la obra. Y cuando digo "manos a la obra", no me refería a meterme de cabeza en Tinder buscando a un tipo decente con el que pudiera comprar una bolsa de pañales. No. Me refería a investigar clínicas de fertilidad como si se tratara del próximo gran proyecto de la empresa. Hice listas, comparaciones, y leí cada artículo disponible sobre inseminación artificial. Así que, después de semanas de empaparme de información sacada de blogs de mujeres que tomaron la misma decisión y de convencerme a mí misma de que no estaba loca, hice la llamada.

—Clínica de Fertilidad Aurora, buenos días. ¿En qué podemos ayudarla? —preguntó una recepcionista con una voz tan alegre que casi me hizo sentir que estaba llamando para reservar un día de spa.

—Eh… hola. Quiero… agendar una cita para discutir el proceso de inseminación artificial.

Sí, lo dije. No me lo tragué, ni me arrepentí en el último segundo. Las palabras salieron, aunque con ese tonito agudo y nervioso que da cuando sabes que acabas de desbloquear un nuevo nivel en la vida adulta. Finalmente colgué el teléfono y me quedé mirando fijamente la pantalla.

¿Lo había hecho? Sí. ¿Podía echarme atrás? No, y esta vez no era solo un arrebato en medio de un hiperfoco.

Igual la recepcionista fue profesional, demasiado profesional, como si millones de mujeres hicieran eso de llamar todos los días y al final quedaba en nada. Y quizás lo hacían, pero no yo. No Liora Voss, la que planeaba y siempre triunfaba. Sentí pura euforia después de eso, tipo no sabía si reír, gritar o vomitar. Tenía mi cita en la clínica y, con eso, el inicio de mi plan hacia la maternidad… sola.

El siguiente paso era mucho más aterrador: contárselo a Sera y Cali. No era que no confiara en ellas, pero sabía que la noticia les caería pesada de cualquier forma. Durante años habíamos hablado de hijos como algo lejano, de "algún día" que estaba tan apartado del presente que ni siquiera merecía la pena discutirlo. Pero ahora, ese "algún día" era un "la próxima semana tengo una cita". Y, aunque sabía que me apoyarían, no podía evitar pensar que había una gran posibilidad de que primero me crucificaran.

Esa noche las invité a cenar en mi apartamento. Cociné una lasaña de espinacas y queso de cabra, porque sabía que Cali la adoraba, y abrí una botella de Sauvignon Blanc para Sera, porque si alguien necesitaba desestresarse además de mí, esa era la chef principal de un restaurante. Ambas llegaron a la hora precisa, fácil viviendo en el mismo edificio, pero yo ya estaba nerviosa desde mucho antes. La verdad es que no estaba segura de cómo iban a reaccionar. Seguramente estarían conmigo… pero una cosa era estar y otra era aceptar eso sin hacer miles de preguntas antes.

—Estás rara —dijo Sera, quitándose el abrigo y colgándolo en el perchero. Venía directo de su trabajo al parecer.

—¿Qué? No, no estoy rara —mentí, porque, evidentemente, tenía la mejor cara de póker cuando se trataba de altos ejecutivos, pero no con ellas. Ambas me observaron al unísono, con esas expresiones que decían "sí, claro, escúpelo de una vez".

—Vamos, Liora. Suéltalo ya —dijo Cali, lanzándose en mi costoso sofá de diseño exclusivo como si fuera su propio apartamento. Alguien tenía que decirle que no hiciera eso, pero no sería yo.

Suspiré. Lo había ensayado mil veces en mi cabeza, pero, de repente, las palabras se me enredaron en la lengua. No me iban a morder, pero esa ansiedad de "¿qué van a decir?" no se iba. Así que, al diablo.

—Voy a ser mamá —dije, lanzando la noticia como quien arroja una piedra a una ventana. Ambas se quedaron en silencio. Sus caras por otro lado, me lo decían todo, y tuve que hacer un esfuerzo por no reír—. Voy a hacerme una inseminación artificial.

El silencio fue, si era posible, aún más pesado que antes. La pelirroja tendida en el sofá, Calista, fue la primera en reaccionar, parpadeando lentamente.

—¿Dijiste mamí o mamá? ¿Cuándo jodidos decidiste esto?

—Hace unos meses… Lo he estado pensando mucho. Ya tengo la primera cita en la clínica la próxima semana. —Intenté sonar casual, como si estuviera hablando de un corte de pelo o el dentista, pero eso no iba a funcionar.

Sera dejó su copa de vino en la mesa de café y me miró fijamente. Sabía lo que venía. La parte en la que se ponían serias y me hacían preguntas complicadas.

—¿Estás segura de esto, Li? Ser madre soltera no es algo fácil.

Las preguntas llegaron, claro. “¿Por qué ahora?” “¿Por qué sola?” “¿Sabes lo que estás haciendo?” Pero, sorprendentemente, me sentí más tranquila mientras hablábamos. Les expliqué todo. Sobre el como me sentía, sobre cómo ya no quería esperar a "la persona indicada", sobre cómo estaba lista para hacerlo por mi cuenta. Sera se mostró cautelosa y comprensiva, como siempre. Pero Cali fue directa.

—Bueno, si tú lo tienes claro, estamos contigo. No importa qué tan loca sea la idea —me dijo con una sonrisa, levantando su copa—. Vamos a ser las mejores tías del mundo.

Hablamos durante horas, pero al final, nos despedimos en la puerta, fue ahí que pensé en algo diferente. En realidad no estaba haciendo esto totalmente sola. Mis amigas estaban conmigo, y aunque en el fondo me daba miedo lo que venía, saber que me apoyaban lo hacía un poco más llevadero.

Cerca de las once, después de ponerme el pijama y sentarme al borde de la cama, miré las luces de la ciudad a través de la ventana. La idea de tener un bebé yo sola estaba dejando de ser solo una fantasía, un simple plan B. Era una realidad que estaba a nasa de comenzar, y aunque no tenía todas las respuestas ni de cerca, el corazón me decía que estaba tomando la decisión correcta.

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