Mireia
Hay innumerables cosas que se me dan bien.
Aunque hay que decir que eso de hablar de mi pasado no es la que mejor se me da. Siempre he sido más de vivir el momento en el que estoy, y al día siguiente, haberme olvidado de todo y volver a empezar.
Así que bueno, empecemos por todo lo atrás que se me ocurre, que es mi familia y nacimiento.
A ver, mis padres vivían en Little Havana, que está en Florida — si, tristemente soy gringa, por eso el apellido, Cleveland.
Una zona de gente con antepasados cubanos y tirando a pobre — eso me lo han contado, yo aún no había nacido — en la que estábamos porque a no sé qué bisabuelos míos se les ocurrió plantarse allí con lo puesto.
Era común que los inmigrantes viniesen o saliesen de allí, ya que Florida está en la costa, si no lo sabíais. En el caso de nuestra zona, solían irse más que venir. Cada cierto tiempo, un puñado de gente se tiraba al agua en una balsa, ¡y pum!, a ver donde les llevaba la corriente.
La idea era llegar a alguna isla cercana, aunque, los que sobrevivían, a veces llegaban a otra costa de los Estados Unidos o a Canadá.
Y eso escuchó mi querida madre, que en ese momento no sabía que sería mi madre, toda ilusionada; no dudó ni un momento en unirse a esa pandilla de locos para salir de aquel barrio de mierda. Y más aun cuando escuchó el destino al que pretendían llegar esta vez... ¡España!
Sé lo que estáis pensando. "Mireia, España está a tomar por saco de Estados Unidos, no pueden llegar vivos de ninguna manera". Y estáis en lo cierto, pero eso no se sabe en un pueblo de gente que no tiene dinero para estudios, ellos solo sabían que al otro lado de aquel océano de distancia indefinida estaba su salvación.
Además, escucharon que a mitad del océano hay unas islas, las Canarias, que técnicamente son España, lo que les motivó aún más. Y también motivó a mi madre.
Pero la mujer no quería irse ella sola, por supuesto, quería continuar su vida actual, con sus hijos y marido, en un país nuevo y mejor. Y fue este último, mi padre, quien se negó en redondo a que ninguno subiese a aquella barca.
El hombre dijo que sus hijos — un preadolescente y un niño pequeño, en ese momento — no sobrevivirían en el mar de ninguna manera, que él ya tenía su vida y trabajo, y que mi madre era una egoísta irresponsable por siquiera pensar en embarcarlos en aquella misión suicida.
Pero mi madre quería huir de Little Havana a cualquier precio, sin importarle los riesgos, sin importarle dejar atrás a quien no quisiera ir. ¿Egoísta irresponsable? Tanto como quieras, pero también era decidida a seguir sus sueños.
Y lo hizo, mandó a la mierda a mi padre, se subió a la barca con otras diez personas, y partieron rumbo a un nuevo continente.
Si una travesía así ya es complicada de normal, imagínate como lo fue para mi madre, que se enteró de su embarazo mientras estaba en medio del Atlántico. Los dolores, cansancio, y especialmente, el crecimiento de la tripa, lo delataron.
Pero el resto de gente en la barca cuidaron bien de ella, alimentándola —dentro de lo que permitían las provisiones —, dejándole descansar y ofreciendo todo su apoyo. A todos les preocupó la nueva e inesperada integrante, que aún no nacía, y era yo.
Dentro de lo que cabe, tuvieron su suerte, pues al cabo de un par de meses fueron recogidos por un barco fronterizo que patrullaba por ahí de casualidad. Se encargaron de darles alimento, atención médica, y llevarlos a la tierra más cercana... lo has adivinado, ¡las islas Canarias!
Una vez allí, los ingresaron en un centro para inmigrantes por unos días, y luego los repartieron entre distintas provincias de España. Es lo que solían hacer para que ningún sitio se sobrecargue... en los tiempos en los que los dejaban pasar, claro.
Pero bueno, que a mi madre le tocó Castellón, en una fase bastante avanzada de su embarazo. La dejaron en otro centro de inmigración allí, al principio sería temporal, pero le agarraron cariño en cuanto me tuvo a mí, el primer bebé en nacer en aquel centro.
Me puso el nombre de Mireia, sugerido por una trabajadora de aquel lugar. Un nombre común en la provincia, pero que sonó precioso y único para mi madre, para su preciosa y única hija.
Los años pasaron y mi madre siguió viviendo en el centro, el hecho de tener una niña les ablandó el corazón a todos lo suficiente como para dejarla estar. Se llevaba bien con todo el mundo, y yo también lo hacía, jugaba y aprendía allí, me lo pasaba bien incluso con gente que no estaba cerca de mi edad. Crecí en un lugar en el que todos éramos iguales y nos llevábamos bien.
Eso fue hasta que cumplí los once o doce, que fue donde se terminó la tontería.
Tras una inspección, se determinó que ella llevaba demasiado tiempo viviendo ahí. Los trabajadores no intentaron detenerlo, mi madre les pareció muy mayor como para servir de algo, y yo era una adolescente en vez de una niña adorable, la gente de mi edad perdía todo el encanto.
Nos echaron y tuvimos que alquilar un piso, el más barato y pequeño que encontramos. Las ayudas del gobierno bastaron para pagar unos pocos meses mientras mi madre intentaba encontrar cualquier clase de trabajo, lo cual no era fácil para una mujer mayor, sin estudios y sin papeles.
Todos los trabajos que hizo eran pagados en negro, y solían ser cosas de un solo día, como limpiar una casa, hacer de chofer, realizar entregas de cosas que no sabía lo que eran, no era algo fiable ni estable, y yo lo supe desde siempre.
Abandoné el instituto tan pronto como pude, en cuanto cumplí los 16, y me puse a buscar trabajo tan rápido como pude. Pero claro, tenía dos de los tres problemas que tuvo mi madre, que eran la falta de documentación y de estudios, e ignoraron mi currículum — prácticamente vacío — en todo sitio en el que fue entregado.
Lo entendía, pero al mismo tiempo, me devastó no poder contribuir a la mala situación en la que vivía con mi madre.
En el fondo, siempre tuve un as bajo la manga, una opción de trabajo en caso de que todas las demás fallaran. Se me ocurrió por el instituto, pues era el sitio con el que bromeaban las chicas con ir si suspendían el curso.
Una profesión en la que no importaría mi falta de papeles o de estudios, siempre que fuese una mujer, joven y de cuerpo decente.
Mi última opción no tardó en convertirse en la primera, y decidí irme a trabajar a aquel lugar de luces y música en las afueras de la ciudad. A hacerme prostituta.
Me aceptaron el mismo día que me presenté, no les importó todo lo que me faltaba, ni el DNI, ni la secundaria, ni mucho menos, los dos años para la mayoría de edad.
"Pareces lo suficientemente adulta, ponte esto, maquíllate así, y ya estás preparada"
No voy a mentir, pensé por un momento que aquel trabajo podría ser divertido, una idea que se desvaneció el mismo día que comencé.
Mis compañeras de oficio tuvieron la cortesía de dejarme a los clientes más jóvenes — que igualmente me sacaban diez años — al ser la menor del lugar. De todos modos, rara vez habían niñatos de esos, y abundaban más los divorciados gilipollas de 40 para arriba.
No creo que quieras oír más sobre eso, es un negocio asqueroso como la mierda. Aunque, eso sí, logré llevar el dinero a casa, y vaya que fue rápido, los ingresos subieron como la espuma.
Nunca le dije directamente a mi madre a que me dedicaba, pero creo que fue capaz de deducirlo por sí misma. Y solo lo aceptó, acepto mi decisión de hacer trabajos tan poco legales como los suyos, yo que tenía la oportunidad.
Me preguntaba qué tal me iba trabajando, y yo le decía que bien, sin dar más detalles. Con el tiempo, dejó de preguntarme, viendo que yo no quería hablar al respecto.
¿Te soy sincera? En el fondo, me gustaba que me preguntase. Aunque yo no respondiera, demostraba esa preocupación por mi. Y sé que nunca dejó de preocuparse, pero quizás pensó que sería mejor ignorar que su hija era, literalmente, una puta.
Pero volviendo al tema.
Más de dos años me pasé en ese sitio, queriendo que terminase de una vez, y, al mismo tiempo, deseando que no lo hiciera nunca, pues eso supondría estar sin dinero de nuevo.
Me afectó mucho, en el fondo lo sé. Me volví una desesperada por cualquier tipo de afecto que no fuese el sexual. Me emocionaba cuando alguno de mis clientes me sacaba a dar un paseo o a beber algo, aunque, claro, siempre terminaba en segundas intenciones y mi ilusión se iba a la mierda.
En el fondo, sabía que no sería capaz de conseguir un amor real ni aunque quisiera. Me he sentido tantas veces como un trozo de carne, con buen aspecto, pero sin nada dentro que nadie pudiera querer a largo plazo.
Al mismo tiempo, era muy cobarde como para salir de esa situación horrible, solo convenciéndome de que no era tan mala. Pero yo solo quería que alguien, cualquiera, me sacase de ahí y me llevase a cualquier otro sitio.
Y el resto de la historia ya la conoces, porque, en el momento más indicado, llegaste tú y le diste un giro a mi vida.
—¿Estás llorando?
El pelirrojo le ofreció un pañuelo a su compañera, sentada a su lado, en la parte posterior del camión.
—Estoy bien —respondió Mireia, cubriéndose con las manos los ojos enrojecidos, a pesar de que el contrario no podía verlos
Chester suspiró.
—Entiendo que esto sea difícil para ti —dijo el chico, comprensivo, al sentir como su amiga tomaba el pañuelo de su mano— Y quiero que sepas que no eres tan cobarde como decías. Eres valiente solo por poder abrirte en este tema
—Claro, solo hablaba de la yo del pasado —la chica puso el tono más animado que pudo— Ahora soy súper valiente
Tras sonarse los mocos, siguió hablando.
—Eres tú quien me ha pedido que hable de esto, de todas formas
—Bueno, no podía evitar preguntarme como pudiste terminar en un sitio así —Chester sonaba curioso, pero calmado al mismo tiempo— Es posible que necesites algún tipo de terapia después de eso. Podría pasarte el contacto de...
—¡Nah! Aquí y ahora estoy perfecta —la sola mención de un psicólogo hizo que Mireia se pusiera en pie— Trabajo en un sitio supersecreto, con un buen sueldo, sin mucha dificultad...
La chica dio un par de pasos, y después se giró hacia el chico y lo señaló con ambas manos.
—¡Y con mi amigo! —añadió alegremente
Chester no pudo ver como lo señalaban, pero sonrió al escucharlo.
—Me alegra que seas feliz aquí —dijo el pelirrojo, manteniendo su sonrisa relajada
—El pasado es el pasado —la chica sonrió y se encogió de hombros— Si ahora estoy bien, lo demás no importa, ¿eh?
El chico soltó una risa.
—Ojalá tener esa capacidad de dejar atrás las cosas —añadió este
—A ver si algún día me cuentas cómo llegaste tú —respondió Mireia— Llevabas aquí un tiempo, ¿no? Casi parece que construyeron la central encima de ti
Chester se quedó en silencio unos segundos, se aclaró la garganta, y soltó una risa incómoda antes de levantarse de su asiento.
—Quizás otro día
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top