Mary


Aunque cueste creerlo, mamá y papá se llevaron bien en algún momento.

Recuerdo ir con ellos al parque, a museos, a visitar monumentos de la ciudad, ir de aquí para allá y pasármelo en grande. Lo cual es curioso, porque a mí nunca me gustó jugar con otros niños, mirar piedras en vidrieras o subir a balcones de edificios viejos.

Haciendo la vista atrás, creo que lo que me gustaban no eran los lugares, sino ir con mis padres.

Verlos caminando a mi lado, tomándome cada uno de una mano, riendo, jugando a la pelota, con la cara manchada de helado. Son esos momentos que no te parecen nada especial cuando suceden, pero cuando te haces mayor, recuerdas aleatoriamente y deseas con todas tus fuerzas volver ahí.

Recuerdo cuando mamá aún no trabajaba en el gobierno, solo hacía cualquier cosa en el ayuntamiento, yo no lo entendía y no pensaba en ello. Pero un día llegó y nos dijo a papá y a mí "¡voy a trabajar con el presidente!". Y así fue.

Se volvió bastante ocupada a partir de ahí, apenas salíamos. El cambio en casa se notó, compramos una vivienda en España, pero continuamos viviendo en Francia. También me metieron a un colegio privado, donde me mantenían más horas, casi terminé por olvidar que mamá no ponía un pie en casa.

Papá aún estaba ahí, era informático. Trabajaba desde casa, así que no teníamos excusa para salir los dos.

El tiempo pasó, crecí. Decidí centrarme en mis estudios, para así "poder trabajar en algo guay" como mis padres. Sobresalientes, felicitaciones, papá me abrazaba feliz, mamá me mandaba un mensaje de vez en cuando.

En las vacaciones de verano previas a mi entrada al instituto, papá decidió hablarme de los ordenadores. Lo desmontó delante de mí, me enseñó las partes dentro de este, como volver a montarlo, me dejó fascinada, lo suficiente como para hacerle preguntas por el resto de la tarde.

Otro día me enseñó a hacer programas simples, hacer pequeños juegos, y la cosa fue escalando, me interesó tanto que terminé investigando y aprendiendo informática por mi cuenta.

Durante mi tiempo en el instituto, dediqué mis tardes a ello: Ayudaba a mi padre y luego investigaba, todo ello sin dejar de estudiar para mis asignaturas, aprendí tanto como pude en esos seis años.

También quería dedicar algún tiempo a socializar, pero no eran los mismos compañeros que en el colegio, ni tampoco tan amables, así que se me complicó acercarme a la gente. Si tenía suerte, alguno era agradable conmigo, pero por muy dulce que yo fuese, nunca llegaba a una amistad.

Es una de esas cosas que nunca pude aprender por más que estudiase. O quizás estudiar tanto fue lo que me hacía "rara" para ellos.

De todas formas, yo ya tenía mis propios intereses, y cuando terminé la secundaria, no dudé en irme directa a la carrera de informática. Recuerdo que papá me regaló un ordenador nuevo, modificado por él mismo, del que estaba muy orgulloso. "Mi segundo mayor logro", lo llamó.

Comencé el primer año de la carrera, pero me aburrió rápidamente, no enseñaban nada que yo no supiera hacer ya. Se lo dije a papá, pero pidió que al menos terminase el año, y yo me limité a entretenerme con otras cosas, como videojuegos, anime, y por supuesto, seguir investigando sobre la electrónica.

Mamá ya no aparecía por casa, la última llamada que recuerdo con ella fue para decirme que no abandonase la carrera. Que yo no podía saber tanto, que papá no podía haberme enseñado tanto. 

Esa fue la última vez que supe de ella, antes de que se divorciase de él.

No sé qué fue lo que pasó, pero un día llamó al teléfono de casa y dijo que teníamos 24 horas para hacer las maletas e irnos. Dijo que había encontrado a alguien más, a alguien "que no estaba gordo, calvo y arruinado", y esa ya no era nuestra casa.

Papá se quedó helado. Lloró durante días, la maldijo durante meses, y no volvió a tener pareja en la vida. Yo no supe bien cómo procesarlo, y aunque fuese un gran cambio para mí, me dolió más ver a papá deteriorarse mentalmente.

Es por eso que papá y yo nos venimos a España, a esa casa que compró mamá en algún momento y olvidó, como la mayoría de cosas que compraba. No era la mejor o la más grande, pero era nuestra.

El cambio de país fue notable, papá aún pudo realizar su trabajo desde España, pero su sueldo no era tan alto como para mantenerse a sí mismo, a mí y a la casa. Yo no pude continuar con la carrera, quise buscar un trabajo, pero, por supuesto, nadio contrató a una chica sin experiencia que apenas hablaba el idioma. 

Me costó unos seis meses, quizás, aprender español a la perfección. Papá no le puso tanto empeño, pero le bastó para entenderse.

También me dijo que no sería necesario que buscase un trabajo, que me dedicase a hacer lo que más me guste. Dijo que encontró una nueva fuente de ingresos, pero que no podía contárselo a nadie.

Se puso a comprar y vender — más caras — piezas de ordenadores ilegalmente, sin licencias ni permisos internacionales, a menudo eran cosas muy exclusivas o fuera de mercado. Se volvió, básicamente, un estafador y un traficante.

Me dio escalofríos verlo en una notica online, tenían su nacionalidad y su nombre, pero confié en que no sería nada y que nunca lo atraparían. Habían tantos Étienne en Francia, y ellos ni siquiera estaban ya en el país, sería imposible.

Pero al final no fue tan imposible, lo sabes mejor que nadie. 

No sé cuánto tiempo pasará en la cárcel, pero agradezco que esté vivo. Sé que muchas otras autoridades no hubieran dudado en matar a un criminal viejo, ni tampoco en matarme a mí, cómplice de todo.

Asi que eso te lo agradezco, Miriam. Sé que hay una buena persona ahí dentro.



Miriam no sabía que decir tras escuchar la vida entera de aquella chica que había conocido hace solo unos días.

Ambas se encontraban en lo que se asemejaba a una sala de espera, con unas pocas personas y otros tantos seguratas. 

Mary vestía un jersey violeta pálido, del cual arrugaba las mangas con nerviosismo, y Miriam estaba fuera de su horario de trabajo, por lo que vestía de una manera más casual: Una sudadera y mallas oscuras, una camiseta blanca y una bufanda azul, que imitaban la paleta de colores de su uniforme.

—No tienes por qué agradecérmelo tanto —le dijo la castaña en tono serio, aunque no desagradable como de costumbre 

—Entonces te agradeceré por acompañarme aquí —sonrió la rubia— A diferencia de lo otro, sé que esto está fuera de tu horario de trabajo 

La agente evitó mirarla de nuevo, con algo lejanamente similar a la vergüenza, haciéndose la dura. Es cierto, estaba ahí porque quería, pero no eran amigas ni muchísimo menos. Solo le pareció incorrecto dejarla sola en un momento así. 

"Mary Fournier, acuda al cubículo 3" 

—¡Voy! —la rubia se levantó rápidamente y fue al lugar indicado, seguida de cerca por Miriam, como si de su guardaespaldas se tratase 

Ambas se sentaron frente a un cristal, reconociendo a quien les devolvía la mirada al otro lado de este: Étienne Fournier, vestido con un mono naranja, les sonreía con cansancio.

—¡Salut, papa! —le habló la rubia al hombre alegremente 

—No te oye —le dijo la castaña, sin mirarla siquiera— Tienes un teléfono ahí 

Mary se giró hacia el aparato a su derecha, lo descolgó y repitió el mismo saludo entusiasmado.

—¡Salut, papa!

Étienne habló al teléfono y solo su hija lo escuchó. Miriam no podía oírlo, aunque tampoco lo intentó, quería respetar la privacidad entre el padre y su hija. 

—Oh, vale —la cara de Mary cambió un poco, y se dirigió a su compañera— Dice que los guardias mandaron que hablemos en español, para asegurarse de que no decimos información secreta y eso

—Tiene sentido —respondió Miriam sin más 

Padre e hija siguieron hablando un poco más, la agente solo podía escuchar lo que decía la segunda.

—Si, ya tengo el ordenador, los mangas, el peluche... encontré una tarjeta RAM de 32, debe ser tuya, pero me la he guardado 

No parecían hablar de nada interesante, de todas maneras.

—Oh si, ya he ido a la agencia, les gustaron mucho mis ideas —la rubia sonrió al contarle eso a su padre— Quizás me dejen hacer unas pruebas y entrar a trabajar... ¡mi primer trabajo!

Miriam no pudo oír que respondía Étienne a eso, pero si lo vio sonreír al otro lado del cristal.

—No, la casa está cerrada de momento, vi que tiraron una pared en busca de algo —siguió contando Mary— De momento... Bueno, pensaba quedarme a vivir con Miriam, tiene espacio en su apartamento 

El hombre pareció preguntar algo, y la chica se sorprendió.

—¡Oh, Miriam es la chica que te trajo aquí, papá! Es esta, ¿te acuerdas? —dijo la rubia, señalando a la agente, y luego le dijo a ella— Se me olvidó decirle tu nombre, ¿le puedes saludar?

En total silencio, la castaña miró al cristal y saludó con la mano, completamente seria. Étienne devolvió el saludo, algo más animado que ella, lo cual tampoco era difícil.

—Si, así que me quedaré a vivir con ella... si me dan el trabajo, claro, los apartamentos son de la agencia... digo, empresa... bueno, y si no cambia de opinión...

En realidad Miriam no había accedido a que viviese con ella, pero si a contarle esa mentira al hombre, para que se quedase tranquilo.

—Sabré cuidarme de mi misma, papá—dijo Mary al teléfono, y después de oír la respuesta de su padre, su cara enrojeció y añadió, mirando de reojo a la castaña— ¡No voy a decirle eso!

El padre habló un poco más al teléfono, ahora mirando a Miriam por el cristal, lo cual le inquietó un poco, a pesar de que no podía oír lo que decía.

Étienne fue interrumpido por un guardia de seguridad dándole un golpe en el hombro, indicándole que el tiempo de visita había finalizado. El hombre asintió y colgó el teléfono, despidiéndose de las otras dos con la mano.

Hecho esto, ambas abandonaron el lugar, viendo que ya estaba anocheciendo afuera. 

Miriam caminaba con su actitud habitual, como si no acabase de pasar nada, pero no pudo evitar ver a Mary con la vista fija en el suelo, algo más desanimada.

La castaña quiso decirle algo, pero no la pregunta obvia de "¿qué te ocurre?", no quería que su compañera rompiese en llanto en medio de la calle. Y no sabía mucho más que eso. Interactuar con la gente era complicado.

Se limitó a darle unas palmaditas en la espalda, junto con las palabras más amables que fue capaz de decir.

—Sé que esto es complicado, y no te diré que no estés triste, pero mira el lado bueno. Tu padre está vivo, puedes verlo y hablar con él de vez en cuando, y saldrá en algún momento —le dijo— Está ahí, esperándote, solo es cuestión de esperar 

Por primera vez, las palabras de Miriam no fueron una actuación o un intento de animar a la chica por pura conveniencia, sino que fueron genuinas. Quizás porque se vio algo reflejada en Mary, porque estaba fuera del trabajo, o por cualquier otra razón, fue capaz de sentir una pizca de lástima.

Incluso expresado con sus pobres habilidades de comunicación, las palabras fueron suficientes para que Mary la mirase con una gran sonrisa. 

—Muchas gracias — le dijo la rubia, con los ojos algo empañados— Cuando quieres, dices cosas muy bonitas, Miriam

Como cada vez que le destacaban una buena acción, la cara de la castaña se torció. No le gustaba ablandarse, y daba las palabras lindas tan rápido como las quitaba. 

—No te emociones, solo evito que caigas en algún tipo de depresión, no puedes permitirte ayuda psicológica ahora mismo —dijo rápidamente la agente, cruzada de brazos. Mary aún sonreía, así que puso un tono más serio— Y, como le cuentes esto a alguien, te mato 

—Está bien, está bien —a la rubia le causó algo de gracia ver lo rápido que su compañera se ponía a la defensiva 

No le importaba tanto que Miriam retirase sus palabras, porque eso no le impedía recordarlas. Sabía que había una buena persona, con un buen corazón, ahí dentro, incluso si estaba protegido por mil capas que no dejaban verlo.


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