VI
Mientras deambulaba por el bosque esquivando cazadoras y tratando de encontrar un punto seguro, una idea súbita se abrió paso entre la marejada caótica de emociones que quedó tras mi último enfrentamiento con Nico.
Me había empeñado todo este tiempo en acercarme, pero nada había funcionado como deseaba; es más, mientras más me empeñaba en hacerlo bien, las cosas se tornaban más extrañas. Llegamos al punto donde redescubrí la existencia de una prima inmortal con deseos homicidas que influyó en cómo perdí esa oportunidad.
Eso pudo haber sido una señal. Tal vez podría intentar hacer algo por Marie esta vez, o al menos averiguar más sobre ella. No es algo que creyera que influiría en el destino de Nico, pero podría ser un paso antes de enfocarme en él. Tenía la sensación de que era importante.
¿Me daría la oportunidad de hablar si la encontraba? ¿Y qué podría decirle?
Fui acometido por un potente instinto que me decía que el papel de Marie dentro de mi vida no terminaba en el pasado que estoy viviendo. Ella podría encontrarme en el futuro e intentar matarme, después de todo. En la realidad original no había perdido su oportunidad. ¿Eso significaba que debía dejar que me viera y tratar de persuadirla? ¿Ella se detendría al menos a escucharme antes de atacar?
Terminé agazapado entre un tronco y unos matorrales para espiar. Para bien o para mal, dos cazadoras exploraban el perímetro y entre ellas reconocí a Marie. A su rostro no lo empañaba el fastidio, de hecho se veía feliz bromeando con su compañera. Eso me impulsó a hacerme notar, levantándome con las manos en señal de rendición. Ambas cazadoras se pusieron en alerta y me apuntaron con sus armas. El semblante de Marie se transformó por completo, sus ojos como si desearan ser balas y atravesarme el craneo.
—Me estoy rindiendo. Me rindo —farfullé.
La otra cazadora bajó su arco, pero Marie seguía apuntándome con su largo cuchillo, implacable.
—Eres Will Solace.
—Sí. —Traté de encontrar las palabras—. Quería hablar contigo, yo... —Enmudecí, abriendo mucho los ojos, cuando sentí el tajo en mi cuello. No tuve tiempo ni de reaccionar antes de recibir una puñalada al corazón.
Caí de rodillas, de nuevo al principio del captura la bandera. Tocaba mi cuello y mi pecho desesperadamente. Ya no estaban las heridas, pero aún podía sentir el dolor y la sangre manando a chorros. ¿Me había matado sin contemplaciones? ¿De verdad me había matado? ¿Perdí una oportunidad muriendo?
Jadeé entrecortadamente, mis miembros temblando. Sí. Morí. Ella me había matado en serio. Vi sus ojos cuando lo hizo. Esos eran los ojos de un frío asesino. Ella se convertía en un monstruo cuando me veía, tal como me había dicho Nico.
Así de fácil era morir. Eso pudo haberme pasado en mi realidad original y todavía podía pasarme en el futuro, si es que volvía a mi tiempo. No podía dejar de ver en bucle la hoja abriendo la piel de mi cuello, penetrando en mi pecho. El dolor tan intenso como el pasmo. Me invadieron arcadas, pero no tenía nada que regurgitar.
Gateé hasta un árbol, donde me encorvé sobre mí mismo, abrazando mis rodillas. Mi corazón latía frenéticamente, pero hacía poco había dejado de latir. ¿Cómo alguien supera que murió de improvisto y que de no ser por una misión en bucle se habría quedado muerto antes de siquiera comprender qué estaba pasando? Con un escalofrío recorriendo mi columna vertebral, me di cuenta de que así mueren muchas personas en sus propias realidades, sin ninguna oportunidad a dar vuelta atrás.
Entonces recordé que si me quedaba quieto, era probable que me topara con ella. Y me mataría de nuevo. Traté de deslizarme entre los árboles sin hacer ruido, pero estaba tan turbado que choqué contra alguien en algún momento.
Mi reacción inmediata fue dar un respingo. Luego intenté retroceder a toda prisa y tropecé con mis pies, cayéndome sobre mis posaderas. Apenas respiraba mientras miraba a la persona que tenía delante desde los pies hasta la cara, temiendo que tuviera el uniforme de una cazadora.
Allí sólo había un chico de cabello negro que conocía muy bien. Soltó su arma y se arrodilló con expresión consternada.
—Tranquilo. No te voy a hacer nada.
Intenté regular mi respiración, haciendo una mueca de vergüenza con el rostro rehuido.
—Lo sé, lo sé. —Mi garganta estaba tan reseca que me pregunté si era posible que el susto le hubiera robado la humedad—. Pensé que eras alguien más.
—Te ves muy asustado de esa persona. —La voz de Nico adquirió un resignado matiz de decepción—. Creí que este era un lugar seguro para los semidioses.
No podía pensar con claridad aún. Ni siquiera era consciente por completo del panorama, mi visión de había estrechado hasta ser casi nula, desplazada por mis emociones alborotadas.
—Lo es. N-no hablaba de una campista.
—¿Una? —Frunció el ceño—. No será... —Enarcó las cejas—. ¿Una cazadora? ¿Le temes a una cazadora?
No respondí, pero a Nico no le importó. Se levantó, se sacudió el pantalón en la sección de las rodillas y me tendió la mano para ayudarme a levantarme. Yo lo miraba sin entender. Obedecí por reflejo.
—Mi hermana se unió a las cazadoras —me explicó, sosteniéndome la mano firmemente—. Desde que las conocí sentí que había algo raro en ellas.
Sacudió la cabeza. Me encontraba de pie, cerca de él, obligado a desprenderme de la seguridad de su agarre. Como mi mano ya estaba temblando antes, Nico no notó que el motivo del temblor cambió. Tocarlo seguía siendo difícil y ahora que ambos habíamos muerto en alguna realidad me sentía frustrantemente más cerca y a la vez más lejos de él.
—Creí que estaba siendo injusto por mis celos o lo que me sentía traicionado. Pero creo que en el fondo estaba esperando poder aferrarme a algo más, algo que compruebe mis sospechas.
—Pero yo... —balbuceé, sin saber qué decirle con exactitud. No entendía cuál era el punto de Nico. No creía que había interpretado bien la situación. Y no sabía si era prudente intentar explicársela. Formulé y rechacé la idea de volver a tomar su mano—. Esto no es...
Nico miró preocupado cómo yo me vi incapaz de decir otra frase coherente y completa. Gruñí y sentí que por mis mejillas se derramaban un par de lágrimas. Ya no podía controlarlas ni tampoco me importaba hacerlo; sabía que debía dejar que las lágrimas hicieran su trabajo en el momento en que lo necesitaran si quería preservar parte de mi cordura. Mientras Nico me daba mi espacio traté de despejar mi mente y recuperar el enfoque en la misión.
«¿Qué hago ahora? ¿Qué hago?»
En eso escuchamos ruidos de pelea lejanos y vimos cómo una luz azulada resplandecía unos segundos sobre los árboles, antes de que un zigzag deslumbrante apuñalara el cielo. Eso significaba que el partido había llegado a su fin. Por primera vez en mis intentos, lo sentí como un «salvado por la campana» y no como un «se acabó el tiempo».
El resto de la noche traté de no volver a coincidir con Nico ni con las cazadoras. Me las arreglé para despistarlo a él, pues ya imaginaba que querría volver a hablar conmigo, y también para mantenerme fuera del alcance de ellas. Necesitaba pensar y me aterrorizaba la idea de volver al comienzo, pero tampoco tenía idea de cómo seguir adelante a partir de donde estaba. Sabía que estaba perdiendo el tiempo, pero no me sentía preparado para enfrentar a Nico todavía. Si seguía así, iba a regresar. Pensar que regresaría me hacía dar ganas de llorar otra vez.
Así que me acosté a dormir temprano, rogando que algunas horas de sueño reparador le ayudaran en algo a mi cerebro sobresaturado.
Me sumí de inmediato en un sueño profundo donde fui recibido por el mismísimo Aión. Por un terrorífico instante, creí que me diría que había desperdiciado mi última oportunidad, pero con tan solo verlo supe que ese no era el motivo de su visita onírica.
—Has llegado más allá de tu propósito y has descubierto la base del problema.
—Te refieres a...
El dios asintió. O quizá solo lo sentí. También supe que debía dejarlo hablar.
—Ahora estás en una nueva disyuntiva. Sabes cuál es tu propósito pero sientes que no puedes dejar el otro problema sin atención. Y haces bien. —Aión cerró los ojos y un conjunto de imágenes se desplegaron de su cuerpo para cubrir todo el espacio y girar a mi alrededor—. Si Nico y Marie llegaran a conocerse, el futuro se torcería para mal. Y con cada nuevo intento a partir de ahora eso se volverá más inevitable.
Tragué saliva. En las imágenes Nico encontraba amparo en Marie, quien luego aparecía sin el uniforme de las cazadoras, con la compañía de un Nico más grande. Su cara había cambiado, líneas endurecidas y un porte que alertaba peligro. Básicamente una versión en masculino de Marie. Y luego vino la sangre, aumentaron las víctimas. Eran un equipo sintonizado, igual de trastornados.
No sé qué pasó con la saliva que tragué, porque la sensación de resequedad evolucionó a una certeza de que mi garganta se agrietaría en cualquier momento.
Las imágenes cambiaron de perspectiva. El yo de diez años seguía con su vida sin conocer a Nico, o al menos sin hacerle un seguimiento luego de ser rechazado. Encontraba otro novio y eran felices, pero tarde o temprano, a Nico y a Marie los atrapaban y eliminaban las cazadoras, además de que por medio mataron muchas personas.
—¡Nico nunca haría esas cosas! —grité, estallando.
Para mi alivio, Aión no se lo tomó como una ofensa.
—Por muy noble que sea un corazón, con las influencias adecuadas puede corromperse.
Yo negaba con la cabeza.
—¿Qué se supone que yo debo hacer entonces?
—He venido a ayudarte a despejar tu mente y a dejar que decidas por ti mismo. Puedo modificar los términos, darte espacio de seguir regresando hasta que te encamines a un futuro positivo, siempre y cuando abogues por el propósito y estés dispuesto a llegar y a creer en el destino que es mejor para todos.
Descubrí que incluso en un sueño con un dios del tiempo es posible tropezar hacia atrás. Aión creía que podía salvar todas las vidas que se perderían a manos de Marie si continuaba por su camino; y por eso también me dio la oportunidad de cambiar el pasado. El trato era sumar otro objetivo al anterior trato. Esperó eso desde el principio.
—Debo advertirte que sería el doble de difícil y que tu mente saldrá seriamente perjudicada por la presión de los viajes y las experiencias que sufrirás con cada uno de ellos.
—Lo sé —dije en voz baja mientras mis labios sufrían un espasmo en forma de sonrisa—, eso ya está pasando.
Aión agitó una mano que cambió de humana a cientos de zarpas animales en segundos y me empujó dentro de una escena que supe que pertenecía a la realidad original, pero no giraba entorno a mí.
Era de noche, en el linde del bosque de la Colina Mestiza. Nico emergía de la sombra del pino de Thalia y se agachaba para recuperar el aliento. De inmediato supe que se trataba de la noche en la que perdió la vida, y a pesar de que sentí que no podría soportar lo que sucedería a continuación, seguí observando.
Nico se recuperó y utilizó su impecable sigilo para movilizarse entre los árboles. A medida que se adentraba, unos sonidos ajenos de pisadas sobre hojas y ramas se fueron haciendo más notorios. Nico acechó hasta que consiguió ver su objetivo. Era Marie, quien se dirigía al campamento utilizando ropa de camuflaje.
Poco a poco las conexiones fueron cobrando sentido en mi cabeza. Marie había intentado colarse sin ser vista, pero Nico la había descubierto por alguna razón. Se comportó como si supiera que ella estaría allí, lo cual significaba que la había estado cazando. Probablemente un asunto del Inframundo. ¿Acaso ella había escapado de la muerte?
—¿Qué haces aquí? —la interrogó.
Marie le sonrió a la espada negra que le estaba apuntando al pecho.
—¿Te conozco?
—No.
—Pero tú viniste por mí, ¿no es así?
No se veía asustada, parecía más bien divertida. Nico no respondió, pero ella entendió. Suspiró teatralmente.
—Mira, no quiero tener que matarte. Voy a cumplir mi misión y luego me iré. Así que apártate.
—No puedo dejar que causes más muertes fuera del orden. No eres hija del dios de la muerte para matar sin responsabilidad.
Marie se cruzó de brazos, rodando los ojos.
—Insisto. Solo queda una persona en mi lista. Acabo con ella y si quieres luego iré contigo a rendirle cuentas a tu padre. —Nico se tensó—. Porque eres hijo de Hades, ¿no es cierto? Solo un hijo de Hades se comporta tan recto con estas cosas.
Nico no bajó su arma ni se movió.
—Vete.
Allí terminó la conversación pasiva. Marie desenvainó sus dos cuchillos y atacó a una velocidad de vértigo. Nico la contuvo, pero noté que estaba agotado. Si vino desde afuera significaba que aún no descansaba ni recuperaba energías. Aún no llegaba a mí.
Volvieron a hablarse a la par que luchaban. Marie trató de convencer a Nico de que las personas de su lista merecían morir y que él debía ser capaz de entender aquello mejor que nadie. Nico replicó que nadie debía interferir en los asuntos de Thanatos aunque sea uno de sus hijos semidioses. Hizo énfasis en que su posición no le daba el derecho de elegir quién morirá. Marie insistía en que no se preocupara, la persona que mataría sería la última de la lista y luego de eso ella no causaría más muertes, pero tampoco moriría hasta cumplir su misión. Nico insistía en que no podía permitir que lo hiciera. La conversación era circular, ninguno de los dos cedía una micra ante un consenso.
—¿Y qué harás para detenerme? —Marie utilizó un tono de voz burlón, haciéndolo tambalearse al empujarlo tras un choque entre sus cuchillas cruzadas y la espada de Nico—. ¿Me matarás y violarás tu propio principio de no forzar la muerte? —Su tono se volvió fiero, al igual que sus movimientos. Agarró a Nico desprevenido al intentar fintarlo con los cuchillos y luego agacharse y darle una patada desde la pantorrilla hacia adelante. Nico se tambaleó y se salvó por un pelo de una herida fatal—. Porque lo único que me detendrá es la muerte.
Nico no respondió, pero capté lo que pensaba y sentí su desesperación como un torbellino comprimido en el pecho. Tanteó un puñado de opciones sopesándolas y descartándolas a toda velocidad. Ir a pedir ayuda; no, no podría sin dejarla sola. Mandar un mensajero; podría tener un efecto negativo hacer despertar a alguien con un esqueleto e invocar algo más grande le tomaría demasiada energía. Desarmarla; lo estaba intentando pero ella predecía sus movimientos. Su único as bajo la manga era que estaba moviendo la pelea hasta la mejor sombra que había cerca.
Cada vez se sentía más cansado y decaído; Marie estaba influyendo en su aura de vida. Claro, a diferencia de él, ella lo mataría para apartarlo del camino si consideraba que tenía que hacerlo.
Nico ya no podía darse el lujo de vacilar. Dividió su concentración para provocar un temblor y expulsar un grito de alarma con toda la fuerza de sus pulmones. Luego hizo que las sombras los engulleran a ambos, la llevó al palacio de su padre y de allí él volvió al campamento para contar todo.
Sin embargo, había cruzado el límite para un cuerpo exhausto y afectado por el poder de una hija de la muerte. Mientras comenzaba a desdibujarse y volverse incorpóreo corrió hacia Will —hacia mí—, quien también corría a su encuentro junto a un grupo de campistas somnolientos. Las piernas de Nico fallaron y el yo del recuerdo trató de sujetarlo pero ya casi no había nada que sujetar, se estaba disolviendo.
Me dirigió una mirada que contenía tantas emociones distintas que yo la interpreté como miedo cuando lo viví, exclamando Will. No pudo decir nada más que eso, cuando quería hablarme sobre una cazadora fugitiva, un campista en peligro —él no sabía que ese campista era yo— y la necesidad de que alguien se ocupe de ella.
Cuatro penosas letras tratando de encerrar inútilmente todo aquel mensaje.
Las imágenes se desvanecieron y me quedé sollozando en silencio. Lo había entendido todo mal desde el comienzo. Había culpado injustamente a Nico por ser tan irresponsable con sus poderes que terminó muerto. Había creído que su última voluntad era pedirme disculpas por esa irresponsabilidad deliberada. Debí imaginar que eso no era propio de mi novio. Nico no se habría arriesgado a morir por nada, ni pensaría en otra cosa que no sea rescatar vidas en peligro así la suya estuviese terminando.
Vacilé. Podría librarme del dolor y la responsabilidad autoimpuesta dejando a Nico a su suerte. Todo cambiaría para mí. Olvidaría todos los viajes al pasado, encontraría a alguien más y sería feliz. Mi camino y el de Nico nunca se cruzarían. Yo no tenía el deber de salvarlo, nunca lo tuve. No debería pesarme la conciencia.
Pero no pude soportar la idea. No podía tolerar saber que Nico se volvería un asesino y quedarme de brazos cruzados, no cuando conocía el valor de su bondad y la luminosidad de su alma. No podía permitir que Nico fuera infeliz y estuviera lleno lleno de odio y resentimiento hasta su muerte. Tampoco podía permitir que las otras vidas de esa lista se perdieran si aún estaba a tiempo de que no sean arrebatadas.
—¿Y qué debo hacer? —le pregunté a Aión con la voz quebrada— ¿matarla antes de que haga daño a alguien?
Aión no me respondió. Me desperté otra vez en el captura la bandera, sintiéndome extrañamente descansado.
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