V
Llevábamos diez minutos allí, escuchando cómo Zoe y Marie discutían en voz baja en una esquina de la tienda, tratando de llegar a algún acuerdo del cual procuraban excluirnos a todos los demás presentes.
En medio de nosotros descansaba una mesa circular con cinco sillas y sobre su superficie se desplegaba un mapa que me recordó a los que usan los reyes y su corte en las películas de fantasía para planear la estrategia de una batalla. Solo que en este mapa se marcaban arboledas, cuevas y promontorios, y se dibujaban varias opciones de recorridos que evitaban la civilización. Bianca, Nico y yo estábamos sentados allí, esperando con la cabeza gacha y los nervios de punta.
Finalmente, la lugarteniente y la cazadora acusada se sentaron con nosotros. Zoe sacó una pequeña bolsa de tela del bolsillo de su chaqueta y Bianca contuvo el aliento.
—Eso es...
—Os adelantareis a presenciar lo que hacen las bayas de Alétheia.
Marie se cruzó de brazos, rodando los ojos y reclinándose hacia atrás en su silla.
—Un desperdicio de recursos. Ya te dije que no tengo por qué mentir.
—No sois confiable y lo sabéis.
Marie bufó, aunque noté en sus facciones que esas palabras le dolieron. Zoe le entregó tres bayas, sin quitar su mirada apremiante hasta que la chica las engulló.
—Eso bastará para una hora y media de confesiones verídicas.
—Mi primera confesión es que esto me sigue pareciendo estúpido. —Luego la mirada de Marie se clavó en mí, inclemente como un desastre natural. Hizo una pausa antes de ratificar en voz clara y categórica—. Te odio. Quise matarte y el hermano de Bianca se interpuso como un gran tonto.
Bianca carraspeó, azorada. Pero no dijo nada para defender a su hermano. Para mi propia sorpresa, yo me hice cargo de esa tarea.
—Él se llama Nico y no es ningún tonto.
Marie apenas me dedicó una mueca de soslayo antes de volverse hacia su líder.
—Uhmmm, ¿sabes, Zoe? Esto me parece tan injusto. Esta basura me está mintiendo en la cara, mirándome con esos ojos inocentes de corderito y yo aquí condenada a decirle la verdad que ya conoce.
—Solo las cazadoras pueden comer las bayas y someterse a su efecto.
—Ajá. Debe haber una manera de hacer que la basura también diga la verdad. A lo mejor lo cuelgo de cabeza en un pino.
—Basta de perder tiempo, Marie. Haced vuestra declaración.
—Bien. Mi madre se llamó Tara Solace.
Esas palabras pescaron algo empolvado en mi cerebro; unas fotos viejas, ese nombre mencionándose cuando creían que yo no escuchaba. La descarriada hermana mayor de mi madre, una mancha que se empeñaron tanto en borrar que yo había olvidado que había existido hasta que oí ese nombre de nuevo. Con un escalofrío, fui atenazado por la inminencia de que iba a hacer un descubrimiento que cambiaría mi visión de mi familia, y tal vez de mí mismo, para siempre.
—Siempre fue difícil, el polo opuesto a su perfecta hermana menor. La gentil, risueña y humilde Naomi. La madre de este. —Me señaló con la barbilla con desprecio—. Todo el mundo se hechizaba con ella y mi madre no fue la excepción. Naomi se convirtió en su soporte, la única aliada que le hacía falta en el mundo. Cuando mi madre me tuvo, Naomi la ayudaba a cuidarme. Pero cuando mi madre más lo necesitó, su hermana, su única aliada y amiga, le dio la espalda y la hizo quedar en ridículo. Mi madre no aguantó aquella traición. Se ahorcó cuando yo tenía seis años. Meses después Naomi se quedó encinta. ¿Y saben lo que hizo? Se olvidó de mí. Y cuando la basura cumplió un año me abandonó en un orfanato. Me dijo que no podría sostenernos económicamente a los tres y que aquella era la mejor salida, que me iría bien. Como estúpida le creí. Al principio me visitaba con la compañía de la basura pero poco a poco se fue olvidando de ir. La última vez que lo vi tenía cinco años. —Me lanzó una mirada fugaz de ojos entrecerrados brillantes de odio—. Los suficientes para recordar.
Nico me miraba pálido, como si no me reconociera. Yo quería pedir tiempo fuera y desaparecer, cada centímetro de la piel de mi cara quemaba. Bianca posaba los ojos en sus muslos, apretando los labios y el agarre de sus dedos sobre sus rodillas. No sé si Marie se detuvo para contemplar nuestras reacciones o sólo como pausa narrativa, pero continuó, adoptando un tono de voz desdeñoso.
—Para resumir el drama de la vida infernal que tuve después, me limitaré a decir que fui adoptada por personas que asesiné gustosamente y volvería a hacerlo de tener que elegir. Tranquila, Bianca, que no mato a personas sin una razón válida.
Tragué saliva, mi garganta había perdido toda sensación de humedad.
—¿Y te parece válido matarme a mí?
Marie me miró por tendido. Por primera vez, no percibí el odio ciego en sus ojos, sino un soporte racional.
—Por algo te evitaba, basura hedionda. Pero si aparecías indefenso ante mí, me estabas regalando la oportunidad que intentaba evitar. En este caso, dependía de las circunstancias. Ya no te voy a matar. Lo intenté y no funcionó. ¿Contento?
—¿Y mi madre?
Zoe se adelantó.
—Marie tiene prohibido volver a hacerle daño a esa mujer.
Mi corazón se aceleró tanto que temí que me diera un ataque.
—¿Volver?
—Digamos que Naomi está lidiando con unos problemillas menores —dijo Marie con una sonrisa de suficiencia, regocijándose cuando yo me puse lívido.
Apenas terminó la reunión me apresuré a ir a la Casa Grande para pedir un teléfono y llamar a mi mamá.
Suspiré mi preocupación al escuchar su voz sana. Me dijo que alguien había quemado la casa una semana atrás y que no me avisó porque no quería preocuparme. Una amiga la había acogido momentáneamente y trataba de trabajar el doble para conseguir pagar una renta o alquiler.
¿Eso había pasado antes? Traté de hacer memoria. Recordé que cuando volví al final de ese verano, mi madre me había conducido a un departamento estrecho y desconocido, hablándome de la necesidad de mudarnos. Ella me había pedido que me quedara por más tiempo en el campamento para «no tener que estresarme de más» y yo acepté su explicación, regresando al campamento el día siguiente.
Sentí náuseas y por un momento creí que Marie tenía razón en odiarme.
—Mamá, ¿qué sabes de la vida de Marie?
La pregunta la tomó desprevenida y la dejó pasmada, pero no tardó en comprenderla. Escuché un suspiro lastimero. Ni siquiera me interrogó sobre cómo recordaba ese nombre y por qué había sacado el tema a colación.
—Dejé de seguirla, cariño. Cuando la recordé, había desaparecido. Alguien la había adoptado y yo di por hecho que estaría bien. Es de lo que más me arrepiento en la vida, ¿sabes?
Dejar de seguir.
Muy tarde.
¿Por qué eso se sentía tan dolorosamente familiar? ¿Había un futuro en el que Nico se convertía en su propia versión de Marie?
Intenté acercarme a Nico más tarde en la cena, pero algo había cambiado en su actitud para conmigo. Se negó a hablar y no me dirigió ninguna mirada mientras comíamos.
¿Había tomado la declaración de Marie como algo personal? ¿Sintió ese mismo miedo que yo sentí de volverse como ella? ¿Y el miedo a que yo pudiera abandonarlo cuando más lo necesitara?
Acabábamos de conocernos, pero ya habíamos tenido intimidad. Momentos todavía tiernos que constituían vulnerabilidades para Nico. Tal vez estaba arrepintiéndose de haber confiado en mí.
Si eso era cierto, ya la sexta oportunidad debería haber terminado, pero seguí allí. Me pregunté si conseguiría pasar el bache dándole tiempo, si todavía tenía oportunidad para enmendarme. Sin embargo, esa misma noche la profecía llegó, Bianca se apuntó y Nico vino a buscarme con lágrimas en los ojos.
—Son iguales, ¿verdad? Ella me abandonó y ahora se está poniendo a sí misma en peligro. Tengo un mal presentimiento sobre eso. —Inspiró hondo y la voz se le quebró—. A la larga me va a olvidar mientras yo aún no sé cómo se supone que debo vivir sin ella. —Me dirigió una mirada cargada de amargura que me recordó a su yo del futuro—. Así serán las cosas contigo también, ¿verdad? ¡Claro! Eras demasiado bueno para ser verdad. ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué creías que yo podía darte? ¿Por qué tu interés y por qué siento que te debo algo cuando apenas te conozco?
No dije nada. Solo quería que se acabara ya, dejar de escucharlo decirme esas cosas que se sentían tan dolorosamente plausibles. No podía responder sus preguntas sin quedar en evidencia y francamente ni yo mismo sabía cuáles eran las respuestas.
—¿No vas a decir nada? —Sus ojos parecían desesperados por oír algo, una réplica amortiguadora, una contradicción razonable. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas como las gotas de lluvia en los pétalos de los jacintos cuando se acerca el otoño.
Mis labios temblaron intentando encontrar las palabras en vano y solo entonces regresé al captura la bandera, ya no estando tan seguro de poder ser lo que Nico necesitaba en su vida.
Bianca y yo podíamos ser iguales. Pero ella había elegido renacer para olvidar, y yo seguía vivo, tratando de arreglar mis errores.
Me sequé los ojos y entré en movimiento. No quería que Marie me agarrara indefenso otra vez.
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