Las hijas pródigas

Diciembre 2007

Para Renée, Diciembre era uno de los mejores meses que podía existir: no solo porque la navidad estaba cada vez más cerca, sino porque todos los años visitaba, junto a sus padres y hermana mayor, el Instituto de Los Ángeles para celebrar su cumpleaños junto a los Blackthorn —quienes eran, en su opinión, la mejor familia de Cazadores de Sombras luego de la suya— y Ruby Ravenway. Ese año en especial, planeaba escaparse a la playa en la noche; Jules, Emma y ella habían planificado todo y estaban emocionados porque llegara el momento —creyeron que sería difícil convencer a Mark de que no le dijera nada a sus padres, pero había resultado bastante sencillo: Renée no había hecho más que pedírselo de regalo de cumpleaños y, sorprendentemente, este había aceptado—.

La castaña recordó que, esa mañana, fue corriendo emocionada a la sala de entrenamientos del Instituto, donde sabía se encontrarían todos —excepto Drusilla y Octavian, que aún eran muy pequeños para entrenarse; sus padres y hermana mayor, que se quedaron con el padre de los hermanos Blackthorn; Helen, que se encontraba con Aline; y Ruby, quien tuvo que quedarse por más tiempo en Idris con la familia de su madre—. La escena le provocó una ternura y felicidad inmensa e inexplicable: Emma estaba sentada junto a un Julian completamente decidido a fastidiar a su hermano mayor, Mark; mientras que los mellizos, Tiberius y Livia, estaban con su tutora Katerina, que intentaba enseñarles a lanzar cuchillos —aunque Ty se negaba a hacerlo—.

—¿Qué se siente cumplir diecisiete, Renée? Eres, oficialmente, más vieja que Mark —saludó Emma al percatarse de su presencia.

—Mark no es viejo, Emma —contestó sonriendo, mientras se sentaba junto a ellos—. Y yo tampoco —añadió sonrojándose al notar que Mark había dejado de leer su libro para observarla.

—Feliz cumpleaños, Re —habló este y le regaló una pequeña sonrisa que la enloqueció.

No tenía ni idea del momento exacto en que empezó a gustarle, pero ya era demasiado tarde cuando se enteró: no importaba cuán insistentemente intentara dejar de lado sus sentimientos por el rubio, ni cuántas veces se repitiera que el mayor de los Blackthorn no le correspondía, Renée ya estaba irrevocablemente enamorada de este.

—Gracias —murmuró, golpeando levemente a Emma en el hombro cuando esta exclamó “¡puaj, amor!”, comenzando así una leve guerra con la Carstairs en la que, más adelante, terminó Julian involucrado.

—¡No es justo, son dos contra uno! —se quejó antes de darse por vencido—. Está bien, está bien, me rindo.

Los tres rieron mientras Renée se levantaba y ayudaba a Jules y Emma a hacer lo mismo. Estaba por mencionar algo sobre sus planes en la noche, cuando de repente el Instituto pareció estallar: bajo ellos, el suelo se sacudió y escucharon un desgarrador grito de dolor. Como si de imanes se tratara, todos se dividieron por parejas inconscientemente, cada uno con quien en más confianza se sentía: Livvy agarraba a Ty del brazo, Emma estaba junto a Julian y Mark, en un instinto protector, se colocó frente a ella; solo Katerina, la tutora de los Blackthorn, se encontraba sola y con el rostro pálido.

—Quédense aquí y vigilen a los mellizos —le ordenó a Julian y Emma—. Mark, ven conmigo.

Julian exclamó el nombre de su hermano, pidiéndole que se quedara, pero este aseguró que estaría bien. Cuando estaba por irse, Renée lo tomó del brazo. —Iré contigo —dijo, dispuesta a buscar su arco y carcaj, que había dejado junto a la entrada de la sala de entrenamientos al llegar: siempre lo llevaba consigo a todos lados, pues había sido un regalo de su padre y nunca se sabía cuándo lo necesitaría.

Este negó con la cabeza y la miró directamente a los ojos. —No, te necesito con mis hermanos, debes protegerlos por mí. —Renée dudó, tenía un mal presentimiento sobre todo aquello, pero terminó por asentir. Antes de marcharse, el rubio sacó algo de su bolsillo y se lo colocó en la mano—. Pensaba dártelo en la noche, pero parece ser que ahora te podrá resultar más útil, es mi regalo de cumpleaños para ti. —Sonrió.

Era una pequeña daga, con un arco y flecha grabados junto a su inicial y apellido: R. Blackwood. Cuando iba a agradecerle, notó que este ya se había marchado del lugar; suspiró y posó su mirada en los cuatro Blackthorn que quedaron en la sala junto a ella.

—Vayan al despacho y llamen a la Clave para que envíen ayuda, iré a buscar a Dru y Tavvy —indicó. Pudo notar en la mirada de Emma y Jules que se encontraban asustados, Livvy y Ty incluso aún más, pero si algo había aprendido de los Blackthorn y Emma, que era como de la familia, era que juntos eran más fuertes; estarían bien durante el tiempo en que los dejara, eran Mark y los más pequeños quienes le preocupaban.

Salió de la sala de entrenamientos con su nueva daga en mano, el arco y carcaj en su espalda, y llegó con bastante rapidez a la habitación de los menores: al entrar en ella, se encontró con Tavvy llorando inconsolablemente y Drusilla frente a su cuna sujetando una espada en dirección a la puerta.

—Dru, pequeña, soy yo —dijo tranquilizadoramente, consiguiendo que esta soltara la espada y corriera a abrazarla. Tomó a Tavvy en brazos y se lo entregó a la niña—. Escúchame bien, Dru: Emma, Jules, Livvy y Ty se encuentran en el despacho; ve con ellos, yo iré luego.

Cuando se aseguró de que ambos niños estaban lo suficientemente cerca del despacho, se desvió hacia el lugar de donde provenían los gritos y observó con horror la escena: desde ahí, no recordaba nada más, solo surgían imágenes borrosas. Sebastian con la Copa Mortal, sus padres y hermana mayor siendo convertidos en Oscurecidos, Emma lanzándole un cuchillo a Sebastian para salvar a Mark, este siendo atrapado por su hermana mayor —o, más bien, quien antes había llegado a ser su hermana mayor, porque en ese momento era totalmente irreconocible—, Emma tomándole la mano e instándole a correr y… un golpe seco, junto con una terrible oscuridad.


Dolor, un sudor frío y la oscuridad envolviéndola. Esas fueron las primeras tres cosas de las que fue consciente Renée: entre jadeos desesperados, intentó ponerse en pie y luego, como acto reflejo, llevó su mano a su cuello, terminando por reír para sí misma.

«Eres una tonta, Renée, si la espada de Emma te hubiera alcanzado, ahora mismo no estarías respirando», pensó.

Trató de ignorar que, mientras cruzaba el portal, el recuerdo del día en que su familia le fue arrebatada llegó hacia ella: no servía de nada lamentarse. Hizo una mueca de tristeza y fastidio, pero cambió su expresión en cuanto escuchó a su amiga preguntarle si estaba bien, a quien respondió de manera afirmativa.

No tenía ni la más mínima idea de dónde se encontraban aunque, gracias a Ruby, sabía que era en una caverna sospechosamente idéntica de la que habían salido al atravesar el portal. Por unos segundos, sintió terror de que hubieran terminado en una dimensión peor que la suya, pero apartó el pensamiento con furia y se colocó ante Ruby dispuesta a salir de aquel lugar: en ocasiones se reprochaba a sí misma el dejar que fuera su amiga quien se encargara de todo, sabiendo que ella era mayor y, por tanto, era su responsabilidad proteger a Ruby, no al revés.

Recordó cuando no tenía que preocuparse por proteger a los demás, pues era su hermana quien lo hacía por ella: claro que cuando se encontraba de visita en Los Ángeles, de vez en cuando debía vigilar a los menores junto a Mark, cuando Stéphane estaba entrenando, pero nunca de peligros reales —como lo eran Sebastian Morgenstern y sus Oscurecidos—. No le molestaba cuidar de los demás, era parte de ser una Cazadora de Sombras, pero extrañaba los tiempos en los que podía relajarse con sus seres queridos sin tener que preocuparse diariamente por sobrevivir.

Al llegar al final de la caverna, se detuvo en seco y miró con asombro lo que había fuera de esta; Ruby ya le había mostrado una luz en la lejanía, pero jamás esperaron encontrarse con dicho escenario. El imponente cielo nocturno se cernía sobre ellas, con una luna increíblemente radiante para ser real: no había rastro del color rojizo de la luna de Thule ni ruido que las perturbara, solo el suave murmullo de las olas; en la lejanía, cientos de edificios se erguían en todo su esplendor, casi burlándose en sus rostros de lo intactos que se encontraban. No parecía haber demonios cerca, Oscurecidos ni Cazadores de Sombras haciendo guardia.

Todo estaba… tranquilo. Tan tranquilo, que a Renée se le antojó un sueño: ¿terminaría por despertarse junto a los de la Resistencia, en la pesadilla que vivía diariamente?

—Esto no puede ser real —susurró para sí misma mientras volvía a ponerse en marcha tras Ruby, que seguía sosteniendo su escopeta recortada con firmeza, dudando de lo que se encontraba a su alrededor; sabía que estaba pensando que todo era demasiado bueno para ser real.

Estaba por decirle a esta que se detuviera, cuando sintió que su piel comenzó a arder. Soltó un pequeño grito de dolor y se lanzó a la arena: mordió su labio inferior para silenciar cualquier quejido, mientras observó con sorpresa cómo en su piel comenzaron a aparecer marcas oscuras.

—Runas —murmuró la pelirroja, igual de sorprendida y maravillada que ella.

Luego de asegurarse de que se encontraba bien, Ruby la instó a seguir su camino pero Renée, que ya estaba demasiado ilusionada, la pellizcó para hacerle saber que todo era real. La castaña tenía una increíble imaginación, pero nunca podría pensar en algo como aquello: incluso cuando era lo que más anhelaba, años de lucha y desesperanza hacían que fuera imposible imaginar un escenario como aquel.

Después de haber armado una pequeña guerra sobre quién se lanzaba más agua —consecuencia de haber pellizcado a Ruby—, ambas nefilim se acostaron en la arena. La joven Blackwood suspiró con anhelo observando la luna: las estrellas solían gustarle, pero era la luna quien siempre solía robar su atención.

Recordó que, de vez en cuando, Mark y ella solían subir al tejado para observar el cielo nocturno: el chico admiraba las estrellas, mientras que ella quedaba embelesada con la luna. Podían pasar la noche entera así, sin pronunciar palabra alguna, y en la mañana regresar a sus habitaciones —no sin antes despedirse con una sonrisa discreta— para que nadie se percatara de su ausencia.

Estaba sumida en sus pensamientos, recordando todo aquello que creía haber enterrado en lo más profundo de su ser, pero fue interrumpida por su amiga, quien pidió ser enterrada en ese lugar —o, al menos, eso era lo que creía que había dicho, pues no había prestado demasiada atención—. De repente, la embargó la incertidumbre sobre cuál sería su siguiente movimiento pero, en cuanto la pelirroja mencionó la palabra casa, tuvo una idea.

¿Y si…? En lugar de dar cabida al sinfín de preguntas que estaban surgiendo, decidió ponerse en marcha sin decirle a su amiga hacia dónde se dirigían; aunque, si le preguntaba, diría exactamente lo mismo que ella había mencionado: a casa. Finalmente regresaría a casa.


—Somos Renée Blackwood y Ruby Ravenway del Instituto de… —suspiró y negó con la cabeza—. Raziel, permítenos la entrada a este Instituto para refugiarnos en el —imploró.

Llevaba años sin tener que solicitar el acceso a la entrada de un Instituto: no sabía si sería necesario o, si por el contrario, aquello funcionaría.

En cuanto susurró aquellas palabras y la puerta se abrió, cediéndole el paso a ambas chicas, sintió como su corazón comenzó a acelerarse: tenía los nervios a flor de piel. Tan pronto estuvo dentro, comenzó a inspeccionar todo el lugar: era exactamente como lo recordaba, exceptuando algunos nuevos retratos familiares.

¿Sería posible que…?

—¿Crees que aún sigan aquí? —le preguntó a la pelirroja con esperanza, refiriéndose a los Blackthorn.

—Espero que no —respondió esta y Renée no pudo reprochárselo, aunque deseaba con todo su ser hacerlo. Sabía el por qué de su respuesta, pero la castaña no podía evitar desear que sí lo estuvieran y fueran como eran antes de que Sebastian ganara.

Más que odiar al Julian y la Emma que solían atormentarlas a diario, se odiaba a sí misma por no haber hallado la forma de evitar que aquello les sucediera. Cinco años atrás le había prometido a Mark Blackthorn quedarse con ellos y protegerlos en su ausencia y había fallado estrepitosamente. Dejó en su lugar el cuadro que había tomado, apartando así el doloroso recuerdo: no sabía por qué de pronto pensaba en todo aquello, pero estaba consiguiendo ponerla de los nervios y, peor aún, sentimental. Era algo que no podía permitirse, porque sino acabaría teniendo una crisis y era lo que menos necesitaban ambas nefilim en ese momento.

—Recuerdo ese día a la perfección —comentó con tono burlón al ver a su amiga sosteniendo una vasija que, evidentemente, había sido reconstruida.

Soltó una pequeña carcajada al ver que había exasperado a la pelirroja, pero se calló en cuanto la escena de hacía años atrás se recreó: en un intento por devolver el objeto a su lugar antes de que la castaña contara la historia, este resbaló de las manos de su amiga y estalló en miles de pedazos al chocar contra el suelo.

Ambas no pudieron sino maldecir ante lo ocurrido, pues habían alertado a medio Instituto de su presencia: lo supieron en cuanto vieron unas luces encenderse, al escuchar una serie de pasos que corrían desesperados hacia el lugar de donde provino el ruido y, finalmente, al tener la compañía de dos jóvenes que resultaron ser nada más ni nada menos que Julian Blackthorn y Emma Carstairs.

Renée soltó un leve jadeo al verlos allí frente a ellas porque, de alguna u otra forma, supo que aquellos eran los verdaderos Julian y Emma: no los Jules y Emma que morían por llevarlas ante Sebastian Morgenstern y asesinarlas, sino los que habían crecido con ellas y les enviaban cartas cuando se encontraban separados. Eran su Jules y Emm… y a Renée no se le ocurría otra cosa que hacer sino echarse a llorar, porque nunca en su vida había pensado que algo como aquello pudiera ocurrir.

—Corre, Renée, yo los detendré —escuchó decir a Ruby mientras alzaba la escopeta recortada.

La castaña, alarmada, detuvo a su amiga mientras que Julian hacía lo mismo con Emma: ambas jóvenes tenían el mismo temperamento del demonio, lo cual no los ayudaba mucho en su situación actual.

—¿Ruby? —inquirió Julian cuidadosamente, pues la pelirroja seguía apuntando directamente entre sus cejas—. ¿Eres Ruby Ravenway? —repitió—. Soy Julian Blackthorn, ¿me recuerdas? No planeamos atacarlas —aseguró.

Ruby rechistó por lo bajo y observó a Renée con furia.

—Te lo dije, Renée. No debimos confiar en nada.

—Y tú eres Renée Blackwood —secundó Emma, ignorando el hecho de que Ruby estaba a nada de disparar su arma—. No has cambiado nada.

Renée deseó decir lo mismo sobre ella, pero en ese momento en lo único que podía pensar era en lo enorme que estaba: se había “separado” de ella cuando esta tenía solo doce y, ahora que tenía diecisiete —siendo ella misma y no una seguidora del hijo de Valentine—, notaba lo mucho que había crecido. En Thule, no había podido detenerse a pensar en ello, ya que su vida dependía de mantenerse alejada lo más posible de esta.

—Se supone que las dos deben estar muertas, ¿cómo es que…? —dijo Julian.

—¿Es eso una amenaza? —Ruby cargó su arma y le quitó el seguro en un parpadeo.

—Ruby espera —pidió Renée—. Míralo bien, no es como el que conocemos. —Le señaló el rostro de Julian con sutileza, indicando que prestara más atención al color de ojos del chico antes de siquiera pensar en volarle los sesos.

Aún así, sacó del bolsillo su daga, por si las cosas solían complicarse por la desconfianza de su amiga. No importaba que reunirse con Jules y Emma —y el resto de los Blackthorn— fuera su sueño por años, defendería a Ruby a capa y espada porque, después de todo, fue con ella con quien pasó el resto de sus días luchando por sobrevivir.

—Puede ser un truco, ¿no? —insistió Ruby—. Ellos siempre nos han engañado.

—Es solo que... están muertas, murieron durante la Guerra Oscura —aclaró él confuso.

—Sobrevivimos a la Guerra Oscura, idiota, ¿no ves? —respondió Ruby, recibiendo un codazo por parte de la castaña para que reaccionara.

—No en esta realidad, Ruby —dijo entre dientes—. ¿No lo notas? Nos enviaste a otra dimensión, una en la que sí hay sangre angelical. —Enfocó su vista en las runas negras que bañaban la piel de Julian y Emma y luego en las suyas propias.

¿Cómo, sino, las marcas que solían utilizar los nefilim habían reaparecido en sus pieles?

—¿De qué hablan? —cuestionó la rubia—. ¿Cómo que vienen de otra dimensión?

—¿Qué está pasando aquí? —Tres personas más descendieron las escaleras, cada una de ellas portando un arma diferente, y analizaron la situación momentáneamente sin entender mucho lo que estaba sucediendo.

Cuando la figura de Mark Blackthorn se hizo presente en el vestíbulo, Renée contuvo la respiración: una cosa era ver a Julian y Emma, ¿pero a Mark? No creía poder soportar tantas emociones durante una sola noche.

—¿Renée? —jadeó este luego de reconocerla y corrió a abrazarla.

Por la sorpresa, la castaña dejó caer su daga al suelo y, luego de un par de segundos, le devolvió el abrazo al rubio: escondió su cabeza en el pecho de este y cerró los ojos con fuerza, conteniendo las lágrimas que luchaban por salir y callando las palabras que ese entonces deseaba decir.

«Te extrañé tanto, Mark», pensó y, muy a su pesar, se separó de este y recogió su daga del suelo.

—¿Quiénes son ellas? —indagó una mujer de tez oscura con el cabello rizado, que claramente había interrumpido su sueño por culpa de las nefilim, pues vestía una pijama de seda negra y las observaba somnolienta pero a la vez alerta.

—Diana, son Ruby Ravenway y Renée Blackwood —contestó Emma con una pequeña sonrisa formándose en sus labios, sus ojos brillando por la emoción.

La tal Diana abrió los ojos por completo ante la sorpresa.

—¿Blackwood y Ravenway? Pero han muerto hace años, todos conocen su historia. Ellas no…

—No somos de aquí —interrumpió Renée—. Sí, somos Renée Blackwood y Ruby Ravenway, pero no las que ustedes conocen. —Los presentes enarcaron una ceja al no comprender las palabras de la castaña—. ¿Tienen café? —cuestionó, consiguiendo que Mark sonriera porque conocía la pequeña obsesión de esta por esa bebida caliente; Ruby la observó como queriendo decir “¿En serio?” y Renée solo se encogió de hombros avergonzada. Estaba por revelar información importante, lo menos que merecía era una taza de café.


En cuanto Renée pidió café, todos se dirigieron a la cocina: Mark, Jules y Cristina se fueron a preparar el café y algunas meriendas, aprovechando que todos estaban despiertos; el resto, se fue a la mesa del comedor. Diana miraba a Renée y Ruby como si tuvieran un tercer ojo en su frente; Ruby se encontraba perdida en sus pensamientos, era obvio que aún no se fiaba de todos los que se encontraban a su alrededor; Renée y Emma, por su parte, se encontraban charlando animadamente, como si los cinco años pasados nunca hubieran transcurrido. Al final, la rubia terminó por irse con quien se presentó como Cristina Rosales, para entregarles una toalla a su amiga y ella a la par que Julian y Mark repartían las tazas de café.

Agradecida, la castaña rodeó con sus manos la taza de café, disfrutando de su calor y, al final, le dió un sorbo: dejó que la sustancia hiciera su efecto sanador en ella —de pequeña, solía discutir con Ruby acerca del café: la pelirroja no entendía porque Renée tenía que tomar café para recuperar fuerzas y energía, si existían runas para ello—, mientras observaba que todos mantenían su atención en su amiga, esperando a que esta comenzara el relato.

Renée, que sabía que Ruby no pronunciaría palabra alguna a menos que fuera estrictamente necesario, pensó primero en lo que debía decir y, cuando estuvo segura, habló. —Lo que quise decirles hace rato era que se podría decir que nosotras venimos de otra dimensión, una en la que claramente sobrevivimos a la Guerra Oscura. —Tomó otro sorbo de café antes de continuar explicándose—. Pero la guerra de hecho allá continuó, nuestro mundo cambió para mal —añadió en tono sombrío.

—¿Y por qué están aquí? —Quiso saber la amiga de Emma, Cristina Rosales—. Si lo que dicen es cierto, claro.

—Porque lo perdimos todo —espetó Ruby—, de haber otro motivo no estaríamos aquí.

Un silencio sepulcral invadió la cocina incómodamente. La pelirroja saboreó su café con desconfianza y Renée suspiró con tristeza; le hubiera gustado que las cosas hubieran sido de forma diferente… sino para ella, al menos para Ruby.

Nadie en la habitación sabía qué agregar a la respuesta de la pelirroja, fue Julian quien terminó por romper el silencio, pronunciando un «Lo lamento».

      
—¿Y qué es lo que harán ahora? —inquirió Diana Wrayburn, institutriz de los Blackthorn, pasando a ser el centro de atención—. Es decir, no podemos reivindicarlas ante la Clave con la excusa de que regresaron de la muerte o que vienen de otra dimensión, eso volvería las cosas más complicadas de lo que ya están.

—No es necesario que lo sepan —respondió la Ruby y le dedicó una corta pero significativa mirada a Renée—. No planeamos quedarnos para siempre y fingir que volvimos de la muerte o lo que sea.

«No planeamos quedarnos para siempre», aquellas palabras entristecieron a Renée.

—¿Entonces por qué viajaron? —cuestionó Mark—. Si dicen haberlo perdido todo…

—Se refiere a la ciudad —interrumpió la castaña, evitando la mirada del rubio y posándola en Diana Wrayburn; ya que Mark era el único que sabía cuando esta mentía y, por el momento, a quien más debían convencer era a la institutriz—, no permaneceremos en Los Ángeles para fingir que regresamos a vivir como cazadoras —mintió—. Vinimos en busca de una nueva vida. Buscamos el Instituto porque se nos ocurrió que era la única alternativa para no morir congeladas afuera, pero si molestamos podríamos…

—No son una molestia, Renée —corrigió Emma—. ¡Por el Ángel! Hemos pasado gran parte de nuestra vida juntos, todos nosotros, ¿por qué pensarían que son una molestia? En este lugar sobran habitaciones.

Renée le agradeció a la rubia con una sonrisa.

—Ya es muy tarde para todos, podríamos arreglar un par de habitaciones para que puedan pasar la noche cómodamente y mañana explicarnos la otra parte de su historia —dijo Julian.

Al escuchar a Julian, Renée dirigió su vista hacia el reloj: tanto ella, como Ruby, habían ignorado por completo de que hacía mucho rato que la media noche había pasado.


El silencio reinaba en la habitación: Emma había tenido la idea de que Mark y Renée organizaran uno de los cuartos y Jules y Ruby el otro, mientras ella y Cristina buscaban ropa cómoda para que las jóvenes pudieran cambiarse.

Renée se encontraba nerviosa, hacía mucho tiempo que no veía al rubio y estar a solas con él no ayudaba; como no tenía ni idea de qué decir, se dedicó a observarlo de reojo. La castaña pudo notar que, contrario a ella, este sí había cambiado: aunque debía tener alrededor de veintiun años, parecía seguir teniendo diecisiete; sus ojos, antes del azul Blackthorn, ahora eran de diferente color —uno dorado y otro azul—, sus rasgos de hada parecían haberse acentuado, pero seguía teniendo el porte de Cazador de Sombras. Hubiera cambiado o no, para Renée seguía siendo dolorosamente hermoso.

—En lugar de lanzar miradas discretas, obsérvame de frente, así se te hará más fácil —habló Mark finalmente con una sonrisa de lado.

Renée, que se había puesto más roja que la luna de Thule —cosa que creía imposible—, se quejó. —No te lanzaba miradas discretas, es solo que pareces… diferente.

Mark dejó de sonreír y la observó con una intensidad que Renée no se esperó. —Bueno, supongo que sí he cambiado algo, pero sigo siendo el mismo cazador de sombras con el que creciste —respondió algo tenso. Si Renée no lo conociera, diría que incluso estaba a la defensiva.

—¿Qué sucedió…? Sebastian… mi hermana… ellos te… —No pudo formular ninguna pregunta ni oración coherente, recordar por segunda vez en la noche lo que había sucedido la última vez que se vieron era lo último que quería hacer.

El rubio, sabiendo a qué se refería, solo le mostró una pequeña sonrisa. —Fui enviado a la Cacería salvaje, pero es una larga historia, seguro debes estar cansada. Mañana, si lo deseas, hablaremos de ello —prometió.

Pero Renée, que no tenía ninguna pizca de sueño, no quería que este se marchara y la dejara allí sola.

—¿Mark? —lo llamó cuando este estaba por salir de la habitación.

—¿Sí? —preguntó.

—¿Y si mejor subimos al tejado? —propuso en un susurro algo avergonzada.

—Te veo allí en 10 minutos —respondió y salió de la habitación.

Renée no pudo observarlo pero, por su tono de voz, supo que aquello le había agradado. Soltó un suspiro de alivio, esperó a que las chicas le llevaran la muda de ropa que habían prometido y, cuando no escuchó más ruido por parte de los demás habitantes, fue al encuentro de Mark.

Este ya se encontraba en el lugar que habían acordado verse: estaba sentado, observando las estrellas; la brisa movía ligeramente su cabello, el cual llevaba bastante largo y la luna iluminaba su rostro, acentuando, curiosamente, su mentón.

«Si estar aquí me permite tener más vistas como estas, ojalá nunca deba regresar», pensó la castaña antes de tomar asiento al lado del chico y perderse junto a él en el hermoso cielo nocturno, tal como solían hacerlo años atrás.

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