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[ so what's one more scar ]
¿Cuánto tiempo llevaban de conocerse? Andrés no tenía idea, tampoco le importaba, sólo era un joven boyante con la idea de conocer al amor de su vida a tan pronta edad. Estaba encantado. Gonzalo tenía todo lo que buscaba en su tipo ideal; era cordial, solidario, pulcro, educado, un poco ingenuo al elegir sus relaciones interpersonales, pero se reponía con todas sus demás virtudes. Y ni hablar de su físico, que parecía digno de un ángel caído directamente desde el fondo del paraíso.
Gonzalo era ese chico popular del bachillerato que enamoraba a todos sin intentarlo, tenía a un montón de chicas detrás de él esperando por un sencillo intercambio de palabras, y aunque eso al principio molestaba un poco a Andrés, terminó aceptando que su chico era demasiado persona para pasar desapercibido. Sus calificaciones eran muy buenas, y aunque si bien nunca conseguía el mérito de estar en el cuadro de honor, se notaba a leguas lo culto que era, y que su conocimiento sobre tantos temas universales simplemente no tenía fin. Y no conforme con ser un indiscutible intelectual, también estaba en el equipo de natación de la ciudad, que varias veces fue mandado a campeonatos para representar a la ciudad, incluso a nivel estatal. Andrés simplemente estaba deleitado con él.
Su único defecto, era que no pasaba tanto tiempo con él como deseaba. Mas no podía culparlo, comprendía que su chico era una persona ocupada con muchos pendientes en la vida. Sólo le quedaba estar ahí para demostrarle su apoyo incondicional.
A pesar del ajetreado horario de Gonza, siempre se hacía un tiempo para encontrarse en la biblioteca de la ciudad. Era el lugar preferido de Andrés, porque la mayor parte del tiempo estaba vacío, y tenía más de mil libros para pasar el rato. De ramas infinitas. Una vez le preguntó a Gonza si también disfrutaba tanto como él estar ahí dentro, él dijo que sí, porque era silencioso y le ayudaba a tener su mente trabajando; era fanático de reflexionar sobre la vida. Andrés siempre lo veía cargando una libreta y un bolígrafo en el que escribía cada tanto.
Su agenda personal. No le gustaba llamarlo diario, demasiado femenino para él —en sus propias palabras —, aunque esa era básicamente su función. Andrés no tardó en darse cuenta de que su chico tenía un profundo respeto e interés por la vida, sobre los misterios de la misma. Era un aspecto que le sorprendió cuando recién se lo dijo, pues a simple vista no tenía pinta de adolescente filosófico. Pero le encantaba verlo agazapado sobre su libreta, tan concentrado que ni siquiera notaba los mechones de cabello que se le zafaban de la coleta de varón. Más aún le gustaba verlo mientras, bufando, se quitaba la liguilla si los cabellos rojos le molestaban para volver a hacerse la ajustada coleta. A Andrés le parecía sexy. Sobretodo cuando portaba sus gafas plateadas, las veía pocas veces a la semana sobre su nariz. Era tímido con ellas, eso podía deducir dado que no las usaba nunca en la escuela, por lo que se sentía afortunado de conocer su lado intelectual más completo.
Bueno, no tan completo. Gonzalo nunca le había permitido echar un ojo dentro de su libreta más personal. Siempre que Andrés se arrimaba disimuladamente para intentar descifrar lo que escribía, no era suficiente. Y lo dejaba de intentar en días, porque Gonzalo siempre lo atrapaba y le dedicaba una mirada herida, decepcionada de él. Su chico ya le había dicho que ahí estaban sus ideas más profundas, no quería compartirlas con nadie. A Andrés sólo le quedaba aceptarlo y esperar que alguna vez tuviera la confianza suficiente.
En otra ocasión, Andrés tuvo el coraje para preguntarle si le gustaba pasar el tiempo en la biblioteca estando con él. Gonzalo le respondió que le gustaba su compañía, que nunca había conocido a alguien con quien tuviera tantas cosas en común. Se sintió conmovido, genuinamente necesitado. Nunca se había sentido así, nunca había tenido amistades tan cercanas, mucho menos parejas; por eso, esa tarde en la biblioteca cuando le confesó que sus amigos siempre se terminaban alejando, y él le contestó que no entendía porqué, si era una gran persona, Gonzalo lo enamoró un poco más —si es que era posible—. Andrés le tomó la mano con timidez lo que quedó del día, y ambos siguieron leyendo sus respectivas lecturas por su lado, sin apartase.
Por todas esas razones, por creer falsamente que conocía a Gonzalo y que tenía la llave de su corazón, a Andrés le costó creer que, dos días después de esa tarde en la biblioteca, se hubo enterado del reciente romance del que llamaba su chico. La chica había subido un par de selfies a sus redes sociales en las que se veían bastante unidos, abrazados por los hombros y pegando sus cabezas. Ambos con sonrisas excesivamente radientes. Le dolió darse cuenta de que Gonzalo no sonreía así estando con él. Probablemente lo más hiriente fue que Gonza reposteó la publicación de la chica con un emoji de ojos enamorados, como para asegurarse de que todos lo vieran. Él incluido.
¿Cómo podía ser tan descarado?
Su ya lastimado corazón tuvo la primera grieta después de mucho tiempo. Pero no fue peor que la segunda, cuando se dio cuenta de que su contacto de WhatsApp no recibía los mensajes, ni tenía la foto de perfil que tanto le gustaba mirar. Lo había bloqueado habrá saber cuánto tiempo atrás. No lo habría sospechado de no haber sido por el maldito post, pues Andrés no acostumbraba mensajearle cuando sabía que su chico estaba ocupado, y justamente se encontraba en la racha de práctica para una siguiente competencia de natación en la ciudad. Era un cínico, lo tenía todo planeado para humillarlo, no sin antes sacarle el corazón de pecho y arrojarlo a la basura como vil excremento.
¿Eso era para Gonzalo, a final de cuentas? Un reemplazable artilurjio.
Él conocía a la muchacha, rubia de penetrantes ojos marrones que siempre la veía acompañado a Gonza, aprovechándose de que iban en el mismo curso. Sin embargo, ni en su peor pesadilla vio a al chico capaz de decepcionarlo de tal forma, se rehusaba a creerlo. No hasta, al menos, escucharlo de su propia boca.
Buscó el antiguo teléfono celular que pocas veces utilizaba debido a su poco rendimiento, y con el corazón latiéndole con fuerza contra sus costillas, obligó a sus dedos a movilizarse encima de los números de la pantalla. Entonces mordió su uña índice en espera de que atendiera la llamada; fue veloz, no esperó ni diez segundos.
—¿Diga? —contestó, con su usual voz amable. En ese momento no le produjo las mismas mariposas de siempre —. ¿Quién es?
—Soy yo, Gonzalo. ¿Cómo pudiste hacerme esto?
Hubo silencio en la línea por un rato, simplemente resaltando la respiración pesada amortiguada contra el audífono.
—¿Estás saliendo con ella? —le insistió Andrés.
—No tengo que contestar a tu pregunta.
—¿Que no debes? —repetí histérico, al borde del llanto —. ¡Es lo menos que puedes hacer!
—Lo siento, no te incumbe, Andrés... Y no vuelvas a llamarme, por algo te bloqueé.
—¡Eres un malnacido!
Andrés perdió la cuenta de las veces que lo maldijo, Gonzalo también porque no dudó en colgar la llamada en cuanto le sintió alzar la voz. Andrés quedó destrozado y arrepentido apenas procesar el silencio. No había nadie detrás del teléfono, así como no lo hubo detrás de las palabras bonitas. Desde el primer encuentro, Gonzalo se encargó de romper sus barreras una por una con sus propias manos, y ahora que el pobre Andrés quedó expuesto y vulnerable frente al mundo, lo había dejado solo.
Lo abandonó para que el mundo se lo comiera sin ácidos impedimentos, como una semillita de girasol exiliada de su propia cáscara.
Andrés sabe que Gonza habla en serio; no volverá a contestarle. Así como sabe que se irá a vacacionar con el resto de su familia a otro estado en un día más. Su única oportunidad de verlo y reprocharle en la cara que era un hijo de puta, sería en el baile de verano. Un ridículo evento al que Andrés no planeaba asistir, lo odiaba, juntarse con la gente que lo hostigaba durante el semestre entero fingiendo seguridad. Lo odiaba tanto que estaba pensando en pedirle a Gonzalo que pasaran ese día juntos en cualquier otro lugar, a pesar de saber que era casi una obligación para Gonzalo asistir, por ser uno de los muchachos populares.
Andrés lloró de rabia encerrado en su cuarto, tan fuera de sí que, en un ataque de histeria, echó al suelo cada cosa sobre la que sus ojos se posaron. Sacó su propia ropa de los cajones del ropero, tiró sus cuadernos y portafolios del escritorio, e incluso lanzó con furia sus libros que tan bien conservaba en el librero...; todo se desparramó sobre la alfombra formando una obra abstracta, tal como un cuadro de la época contemporánea producido por los admirables Pollock o Richter.
Por la noche durmió con las lágrimas quemándole la cara, similares a la acera de una vela. Tuvo suerte de que sus padres no estuvieran en casa la noche anterior, así se evitó las preguntas por el grotesco ruido proveniente de su cuarto. Se rehusó a salir de cama toda la tarde, ni siquiera le importó preocupar a sus padres. Se sentía como una bolsa de puré magullada sobre las cobijas, sin la capacidad de mover ni un solo músculo. Tanto mal le había hecho Gonzalo, y este ni siquiera tuvo la decencia de decirle que había dejado de amarlo con su propios labios.
Probablemente su chico ahora se encontraba en casa de la chica, ayudándola a vestirse para el baile de unas horas, en ese mismo instante en el que él estaba tirado en la cama por su culpa. Pensó en llamarle a alguien, pedirle consuelo a cualquiera que se interesara por su estado, pero se dio cuenta de que no tenía a absolutamente nadie. No mentía ni exageraba; las personas que alguna vez fueran cercanas, ahora lo evitaban a toda costa.
El llanto y la desilusión lo acompañaron hasta que empieza a oscurecer, cuando Andrés se da cuenta de que tiene que buscar a Gonzalo si no quiere perder la oportunidad de dedicarle unas últimas palabras de rencor. Luego no tendría chance de verlo hasta que terminaran las vacaciones de verano.
No le queda de otra mas que levantarse de la cama, porque podría estar hecho un asco y con innumerables grietas en el corazón, pero su orgullo era demasiado grande para dejar a cualquiera caminar encima de él... Aunque ese cualquiera se tratase de Gonzalo, el que creía el amor de su vida.
Andrés se mantuvo agazapado en el suelo por un largo rato, hurgando entre las prendas sutilmente empolvadas en busca de algo decente para usar en el baile. Consiguió un pantalón de vestir grisáceo y una camiseta oscura, y mientras removía en el desastre del piso en busca de un par de calcetines limpios, se encontró de casualidad con una bolsita que no recordaba seguir guardando. La inspeccionó a contraluz de la bombilla del cuarto y se encontró con el contenido intacto, el apetecible polvillo blanco que había escondido desde que halló a Gonzalo en la biblioteca.
Lo había adquirido hace tiempo, no obstante, jamás tuvo el valor para consumirla antes. Y conforme se hacía más unido a Gonzalo, simplemente descartó la idea de probarlo. Que casualidad de la vida encontrarlo ahora, que el mismo chico que antes lo había salvado ahora lo tenía destruido. Lo aseguró bien en un bolsillo del pantalón y se plantó frente al espejo para terminar de arreglarse, sintiéndose de pronto mucho más animado. Usaría el polvo más tarde en la fiesta, sin duda le haría falta.
El poco valor que había conseguido juntar se le escapó de los pulmones apenas llegar al estacionamiento del instituto; le agobian las furtivas miradas que recaen sobre él. Los chismosos le miraban con morbo por encima del hombro, e iba dejando un rastro de cuchicheos a su espalda conforme Andrés se abrió paso entre la gente. Los desprecia, le repugnan todos. Sólo se divierten a costa de su sufrimiento.
Se forzó a no mostrarse débil frente a ellos, no antes de siquiera encontrar a Gonzalo. Por suerte la búsqueda no tomó mucho tiempo, debido a que el chico pelirrojo, tal como lo dijo antes, era demasiado para pasar desapercibido por alguien. Sus ojos se encontraron de casualidad en medio de la marea de personas, y Andrés notó la sonrisa ajena vacilar por un instante.
Antes de que pudiera acercarse al grupo de amigos —que, aunque le cayeran mal siempre quiso ser unido a ellos—, Gonzalo se disculpó con sus amigos y su chica, que lucía despampanante con ese vestido color vino de tirantes y las plataformas negras. Ella le sonrió sin notar los ojos desgarrados de Andrés y lo besó en los labios antes de dejarlo ir.
Con el corazón sangrando casi apuñalado, Andrés se apresuró a seguirlo desde la distancia después de tomar un par de vasos desechables con ponche. Salieron del elegante salón, Gonzalo guiándolo hasta un armario que el conserje usaba para guardar su artillería. Antes de encontrarse, Andrés se detuvo en una esquina para abrir la bolsa del polvo, ya su coraje y raciocinio se habían desvanecido y él necesitaba su inquebrantable intrepidez de vuelta para enfrentarse al chico. Una vez listo, Andrés entró detrás de él y Gonzalo cerró la puerta con candado.
El oxígeno pareció comprimirse unos segundos, sin que ninguno de los dos supiera bien que decir. Andrés se odió por ser tan débil, pero no podía evitarlo frente a Gonzalo. Su chico, que había dejado de serlo. Le dolió la cabeza por unos segundos. Se sentó en el piso con las piernas flexionadas frente a su pecho, sin apartar la vista de Gonzalo, simplemente apreciando su belleza con los pocos restos de su cordura encima. Y lo interrumpió cuando este, intranquilo, hizo el amago de hablar primero.
—Por favor, antes acompáñame con un vaso de ponche —le tendió el desechable en el aire, Gonzalo se rindió y se dejó caer al lado de él, rozando hombro con hombro. Andrés se sintió perdido con el efímero toque, y una vez más se odió por su debilidad.
—Me pareció ver que vaciaron una botella de whiskey completa en el tazón hace rato... —le dijo mientras sujetaba el vaso que Andrés insistía en el aire.
—Faltaría menos —murmuró el castaño—. Está bien, nos hace falta.
Siguieron unos minutos de incomodidad en el silencio, donde Andrés vio de reojo a Gonzalo beber dos grandes tragos de la bebida roja. Su manzana de Adán se meció en el movimiento, deleitando a su contrario. Le imitó, tomó un largo sorbo del ponche sin detenerse.
—Escucha, Andrés —habló Gonzalo antes de que él pudiera terminarse el vaso, lo escuchó con los labios ocupados—. No estoy seguro de porqué querías hablar conmigo, pero siento la necesidad de aclararte que jamás hubo nada entre nosotros.
—¿Cómo puedes decir eso? ¡Después de todo lo que pasamos! —se exaltó, girándose para verlo. Habían empezado peor de lo que Andrés quería imaginar.
—No... Es que tú y yo nunca estuvimos juntos, sólo fui cortés contigo.
Gonzalo no lo veía, mantenía la cabeza gacha fija en un punto invisible del vitro piso. Andrés sólo podía escuchar su corazón rompiéndose en tajos como mandarinas, pudriéndose dentro de su pecho. Porque el pelirrojo ni lo veía mientras su corazón seguía en descomposición.
Esta vez, las grietas de su corazón ya no tendrían cicatrización.
—Estás diciendo, ¿que fui un ingenuo al enamorarme de ti? —murmuró Andrés en un hijo de voz.
—Estoy diciendo que posiblemente malinterpretaste muchas de nuestras interacciones, yo nunca te dije que estábamos saliendo. A decir verdad, ni siquiera me gustan los hombres...
—¿Entonces jugaste conmigo todo este tiempo? ¿Y lo admites así sin descaro, Gonzalo?
—¡Andrés, no lo entiendes! —Gonzalo pareció perder la paciencia en ese punto, se levantó hasta quedar frente a Andrés, mirándolo desde arriba. Y a pesar de la posición amenazadora, aún conservaba una mirada dulce—. Es que nunca te dije algo con lo que pudieras confundirte, para mí siempre fuiste un compañero de biblioteca y te traté como un amigo más.
—Pero tú me amabas...
—¡No! La pasaba bien contigo en las tardes de biblioteca —entre tanto se apretaba el pecho, como buscando liberar una burbuja de aire para sus pulmones—. Es todo. A mí me gusta....
De repente lanzó una tos adolorida, que detuvo a su sistema respiratorio de conseguir más oxígeno. Y más tarde que pronto, su propia agonía se vio reflejada en Andrés. Él también se incorporó a su altura, mirándolo aferrarse con fuerza de los estantes con detergentes para mantenerse erguido.
—Me gusta mi novia... —hipeó, sin saber cómo hablar—. ¿Qué me está... pasando?
Se acercó a Gonza para sujetarle la cara, con los dedos temblando apenas tanteando el borde de su mandíbula. Siempre deseó tocarlo así, teniendo el lujo de sentirse íntimo a él. Sus párpados se desplegaban hasta más no poder, diluido en asombro y confusión. Se abrazaba a su mismo, desde su abdomen hasta su cuello, queriendo agarrar con sus propias manos aquello intangible que le obstruía el ingreso de oxígeno.
Sus cortas uñas le arañaban a sí mismo, y también arañaron a Andrés cuando intentó dirigirse a la puerta y este se abalanzó sobre él. Cayeron al suelo, Andrés encima del pelirrojo. Gonzalo era mucho más grande y fuerte que él, pero por ese mismo detalle el castaño se había encargado de vaciar una dosis más grande del polvo blanco en su bebida; sabía que el veneno actuaría más rápido y potente.
—¿Qué... haces? —balbuceó, las pupilas dilatados en espanto. Andrés no contestó, se quedo pegado a la expresión aterrorizada de Gonzalo, que trataba de inhalar aire sin éxito.
Gonza hizo el intento de escapar de sus brazos y arrastrarse hacia la puerta, otra vez, como una mariposa saliendo de su crisálida. Su chico luchó con todas sus fuerzas por no desvanecerse, por usar hasta la última gota de cordura para buscar ayuda y no morir asfixiado ahí mismo. No con un psicópata que todo el tiempo que se conocieron escuchó las cosas que quiso. Sin embargo, por más que lo intentó, no pudo huir de su trágico destino escrito por mano ajena.
Andrés se arrastró hasta él con los codos firmes contra el suelo, viendo a su chico perder fuerzas antes de siquiera poder sujetar la manilla de la puerta. Gonzalo cayó bocaabajo en el suelo, Andrés lo ayudó a girar sobre su cuerpo; y quedó arriba de él, con su propio dolor taladrándole los límites de sus sentidos. Delineó las líneas de su rostro asustado, sus párpados, sus cejas, la punta de su nariz. Y en un último impulso de valentía, Andrés se inclinó a los labios tiritantes de su compañero y lo besó con dulzura. Un beso que jamás planeó ser correspondido.
El pecho de su chico se detuvo por completo instantes después, Andrés lloró la pérdida sus últimos segundos de perpetua consciencia, sin apartar la vista del par de ojos marrones que, atormentados, veían el techo desgarrado de pintura tratando de entender lo que había ocurrido, cómo fue posible perder una batalla que ni siquiera sabía que tenía que luchar. Andrés trató de pronunciarlo en voz alta, a pesar de que los oídos contrarios nunca podrían comprenderlo. "No debiste romper mi quebrado corazón".
Porque Andrés lo tuvo claro durante el camino al instituto, poco antes de adentrarse en el gimnasio del baile: si Andrés no sería quien hiciera feliz a Gonzalo, nadie más tendría la dicha de verlo sonreír otra vez.
Los encontraron poco más de media hora más tarde, luego de que la chica de Gonzalo alertara su desaparición y muchos de los muchachos ayudaran en su búsqueda. Claro que nadie se esperaba encontrar a los amantes imaginarios en la bodega del conserje, en apacible calma sobre los melancólicos azulejos que fueron testigos de su siniestro final.
Tres días antes del incidente, Gonzalo se encontraba consternado sin borrar de su mente el incómodo momento que tuvo que pasar en la biblioteca, por la tarde. Tanto así que llamó a su mejor amigo por teléfono para cociliar el sueño.
—¿Qué quieres? —le escupió desde el otro lado de la bocina, Gonzalo bufó por el mal recibimiento, a pesar de estar bien conciente de que su amigo peliazul nunca lo despreciaría realmente.
—¿Te encuentro ocupado? —inquirió, acomodándose mejor en la cama.
—Un poco, estaba por irme a dormir. ¿Qué necesitas, hermano?
—No te quito mucho tiempo, Rubén, sólo quiero hablar un rato...
—¿De qué?
Gonza se tomó un momento para responder, mordisqueándose los pellejitos salidos del labio con nerviosismo. Sabía que su amigo seguía atento a su silencio, probeblemente impaciente, pero ni aún así sería capaz de apresurarlo para hablar.
—Creo que tienes razón... Le gusto —susurró, como si así pudiera quitarle peso a la situación.
—¿Por qué lo dices?
—Me tomó la mano como por veinte minutos hasta que me fui. Y preguntó que si me gustaba pasar tiempo con él.
—Maldita mierda, te dije que no debías ser tan amable con él o pasaría algo así —Rubén se exaltó de coraje en un cuarto con eco, seguramente el baño. Siguió refunfuñando y soltando incoherencias por un rato, sin que Gonzalo fuera capaz de responder a algo. Le ganaba la ansiedad—. Escucha, Gonza, ahora sí tienes que cortar comunicación con él, quién sabe qué puede hacer para seguir detrás de ti.
—¿N-no se molestará si hago eso?
—Sólo es un par de días hasta que comiencen las vacaciones, una vez que vuelvas a la ciudad ya se habrá olvidado de ti. Es lo que dicen todos, necesita un tiempo de soledad para olvidarte.
Y otra vez silencio, que cada uno aprovechó para divagar en sus propios pensamientos al respecto. Gonzalo se removía inquieto en la cama, sin encontrar una posición que le diera paz por simples segundos. Ni siquiera teniendo a su amigo aún en llamada, con la respiración atascada en el audífono recordándole que seguía ahí.
—¿Qué es lo que dicen los demás?
—¿Estás seguro de que quieres escuchar? Nunca estuviste de acuerdo con los chismes sobre él.
—Lo sé, Rubén, pero creo que tengo que estar preparado.
—Los que fueron alguna vez sus amigos siempre coinciden en que es una persona terriblemente posesiva. Suele obsesionarse con los que lo rodean de vez en cuando, pero tiene tantas actitudes tóxicas que aleja a todos después de un tiempo. Todos dicen que lo mejor que puedes hacer para que te deje en paz es ignorarlo, Andrés entenderá y se alejará por sí solo... Creo que lo que más aterra es que tiene cierta admiración por Javier López, ¿lo recuerdas? El demente que se suicidó luego de matar a su amante con panecillos.
—Sé quién es... Y también asusta, no entiendo cómo una persona nociva puede tener, todavía a día de hoy, tantos fans.
—No lo sé... Supongo que gente chiflada hay en todas las épocas. Por eso tienes que alejarte de Andrés, Gonzalo. Por ahora sólo es un bicho raro en el instituto, pero tú mismo has visto que tiene un comportamiento perturbador.
Gonzalo lanzó un suspiro resignado, acomodándose los mechones largos de cabello detrás de la oreja. —Lo sé. Lo haré, no te preocupes. Lo voy a bloquear ahora mismo y estos días que seguiré en la ciudad no iré a la biblioteca.
—No quisiera sonar exagerado, pero te diré que será mejor salir lo menos posible hasta entonces. No sabemos qué tan vigilado pueda tenerte... Me encantaría tener pruebas más concretas para ir a la comisaría y denunciarlo, pero sabemos que no aceptan simples especulaciones. Son unos ineptos. Yo voy a protegerte, ¿okey?
—Me siento a salvo contigo —quiso bromear, haciendo de su voz un tono meloso.
—Me alegra —le siguió el juego—. Tú lo único que tienes que hacer es despreocuparte y pasarla bien con tu novia.
A pesar de que ni siquiera estaban en la misma habitación física, Gonzalo pudo jurar que el maldito le golpeaba el hombro para amplificar su albureo. Se sonrojó sin poder evitarlo, cubriéndose la cara con una almohada.
—No es mi novia todavía...
—Pues te sugiero que te apresures, te irás de la ciudad en dos días, ¿lo olvidas?
—¡No lo olvido! Hemos hablado de eso todo este tiempo, tontuelo.
—Es que eres muy despistado, amigo —lanzó un bostezo, y seguidamente se escuchó un golpe amortiguado. Se había lanzado a la cama sin un mínimo de precaución, como acostumbraba hacerlo—. Bueno, si no te importa podemos terminar de hablar mañana, ahora estoy muy cansado.
Ambos se despidieron con un mutuo "buenas noches" y la llamada cesó. Gonzalo apagó su teléfono, justo después de bloquear el número telefónico de Andrés en su agenda... Ojalá eso hubiera sido suficiente para evitar la catastrofe habida.
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