i. Learning to be a princess
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❪ Stella ❫
La dulce melodía de Mozart resonaba en mi alcoba, mientras las notas flotaban en el aire, mi mente viajaba hacia los tiempos pasados, repasando los nombres de los antiguos reyes y reinas de Eldoria. Era un lugar de belleza indescriptible. Los vastos paisajes, con sus bosques encantados, montañas majestuosas y ríos cristalinos, brillan bajo la luz del sol. Las ciudades, adornadas con arquitectura elegante, donde la música resonaba en cada rincón.
El rey Alaric I había fundado el Gran Festival de la Música, un evento que celebramos cada año, donde atraíamos a músicos y artistas de todos los rincones del reino.
La Reina Isolde, fue una guerrera valiente que había liderado su pueblo en tiempos de guerra, su legado vivió en la Guardia de Eldoria. Su historia siempre fue mi favorita.
El Rey Cedric II, el visionario, que había transformado la agricultura y la tecnología asegurando el bienestar de su pueblo. Los jardines que él estableció fueron un lugar de aprendizaje y curación. Mi madre solía llevarme cuando era pequeña.
La reina Seraphina, promovió la educación para todos, creo escuelas donde cada niño, sin importar su origen, podía aprender y crecer.
Había logrado memorizar los nombres de los reyes y reinas más importantes. Apagué la música y me apresuré a arreglarme al darme cuenta de que ya se me hacía tarde para la escuela. Sí, las princesas como yo también van a la escuela, aunque, debido a mi título, no asistía a una cualquiera, sino a una exclusiva, donde iban duques, duquesas, hijos de familias adineradas o personas influyentes. La verdad, yo habría preferido ir a una escuela normal como los demás, pero, al parecer, no tenía ni voz ni voto en esa decisión.
Johan, mi guardaespaldas, ya me esperaba afuera del palacio con la limusina. Antes de que pudiera subirme, mi abuelo apareció de repente, lo que me hizo fruncir el ceño, confundida. Era raro verlo a esas horas de la mañana, ya que casi nunca coincidíamos en ese momento del día.
—Cariño, perdón. ¿Se te está haciendo tarde? —preguntó mi abuelo con una sonrisa apenada. Cerré mi libro y negué con la cabeza—. Perfecto. Después de la escuela necesito que te prepares, viajaremos a San Francisco.
Parpadeé sorprendida. Apenas salía del palacio, mucho menos del reino. Mi rutina era simple: levantarme, ir a la escuela y regresar al palacio para cumplir con mis deberes como princesa. A veces me permitía pasear por el reino, visitar refugios de animales o colaborar en orfanatos, algo que mi abuelo consideraba una ventaja porque me ayudaba a conectar con mi pueblo.
—¿San Francisco? —pregunté, aún incrédula.
Él asintió—. Dentro de unas semanas se celebrará la independencia de Genovia, y la reina Clarissa nos ha invitado personalmente.
Conocía a la Reina Clarissa por las fotografías que mi abuelo me había mostrado. Mi abuela había sido una de sus mejores amigas. Nunca llegué a conocer a mi abuela, ya que falleció meses antes de que yo naciera, pero según los relatos de mis padres, fue una mujer admirable.
—Además, la Reina tuvo la amabilidad de buscarte un nuevo guardaespaldas. Tanto para ti como a su nieta. La princesa Amelia.
Ese era otro tema importante. Johan había sido mi guardaespaldas por un breve tiempo, pero lamentablemente debía retirarse. Mi abuelo había estado buscando desesperadamente a su reemplazo, aunque yo insistía en que podía cuidarme sola. Sin embargo, discutir con el Rey de Eldoria no era algo apropiado para una princesa, así que terminé aceptando su decisión.
—No te preocupes abuelo, estaré lista—él se acerco y me dio un ligero beso en la frente.
—Que tengas un buen día, y si te sientes mal, no dudes en llamar —dijo, dejando una suave caricia en mi mejilla. Sabía que se refería al Arcanum, esa extraña enfermedad que atormentaba a nuestra familia. Mi padre la heredó, al igual que mi abuelo, y ahora yo también cargaba con ella. Por eso había incrementado la seguridad a mi alrededor.
—Nos vemos en la tarde abuelo—le dije subiéndome al vehículo, él me sonrió mientras Johan cerraba la puerta.
Con un suspiro me recosté en el asiento y dejé que mi mirada volviera al libro que tenía entre manos, otro romance que me tiene completamente atrapada. Mi amor por los libros es algo que heredé de mi madre; aún guardo con cariño el recuerdo de aquellas noches en las que me leía cuentos de hadas o historias similares. Sin embargo, mi favorita siempre fue la historia de cómo ella y mi padre se conocieron. Un matrimonio por conveniencia que, a pesar de todo, resultó ser amor a primera vista.
Ahora ambos descansan en paz, en un lugar hermoso donde su amor sigue vivo, eterno e inquebrantable.
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❪ Alexander ❫
Era mi último año de escuela, y la presión me estaba consumiendo. Tareas por aquí, exámenes por allá; parecía un círculo interminable. ¿Acaso estos profesores no tenían vida propia? ¿Por qué sentía que su única misión era torturarnos? Con un suspiro pesado, me preguntaba qué había hecho yo para merecer esto. No era mi culpa si estaban de malas o si sus vidas personales no iban bien.
Decidí despejar mi mente y me quité la camisa para empezar a levantar pesas. No es que tuviera un físico impresionante, pero, siendo honesto, no estaba tan mal. De hecho, sabía que atraía a las chicas, aunque ninguna lograba captar realmente mi atención. Si salía con alguna, era solo por diversión; no estaba buscando nada serio. El ejemplo de mis padres me había dejado claro que el amor verdadero no existía. Mi padre, el primer infiel que conocí, se encargó de enseñarme eso. Era un experto en arruinar relaciones con la misma rapidez con la que parpadeas.
De repente, la puerta del salón se abrió. No me molesté en voltear; ya sabía perfectamente quién era.
—¿A quién intentas impresionar? —Nicholas, mi mejor amigo y el eterno parásito de mi casa, me lanzó la camisa directo al rostro. Le respondí con una sonrisa sarcástica mientras me enderezaba.
—¿Qué acaso ya no puedo ejercitarme?.
Él chasqueo su lengua rodando los ojos—. No es algo usual en ti, piernas flacas.
¿Cómo es que este engendro terminó siendo mi mejor amigo? Créanme, ni yo mismo puedo responder a esa pregunta. Su padre trabajaba con el mío, y así fue como nos conocimos. Nos veíamos con frecuencia, entrenábamos juntos, compartíamos casi los mismos gustos y su sentido del humor era muy similar al mío. Trabajaba para mi padre como guardaespaldas de la reina de Genovia. Claro, no todo el tiempo, ya que también asistía a la universidad, aunque, siendo sinceros, no le prestaba demasiada atención a los estudios.
Cuando terminé este año, mi padre me dio a elegir entre estudiar cualquier carrera o trabajar para él. Querido padre, ¿cómo te explico que ni siquiera puedo decidir qué comer a la hora del almuerzo o la cena? Y, por no decidirme, casi nunca como bien. O sea, sí como, pero apenas un sándwich o algo por el estilo. Bueno, no me desvío más del tema. Trabajar para mi padre nunca fue algo que considerara, pero viendo ahora a "Nick", parece un trabajo sencillo, no tan complicado, y ni hablar de la buena paga.
Dinero es dinero.
Salí de mis pensamientos cuando mi padre ingresó, acompañado de un extraño señor pelón, sin ofender a nadie, por supuesto. Él nos miró con una ceja alzada, y yo rápidamente me coloqué la camisa. Nicholas, en cambio, lo saludó con confianza, llamándolo por el nombre "Joseph". ¿Quién rayos será?.
—Joseph, él es mi hijo Alexander—se presentó mi padre, mientras yo estrechaba su mano, sonriendo de lado—. Alexander, él es Joseph, Nicholas trabaja con él en la seguridad de la reina Clarissa.
Eso explica muchas cosas.
Joseph sonrió, su mirada era firme pero amable. Tras unos momentos de silencio, mi padre rompió la tensión.
—Alexander, tengo una propuesta para ti—dijo, aclarando su garganta—. La princesa Stella necesita un nuevo guardaespaldas, y creo que tú serías perfecto para el trabajo.
¿Cómo dices que dijiste?
Mis ojos se abrieron de par en par. La idea de proteger a una princesa era emocionante y aterradora al mismo tiempo. A la justa y podía cuidar de mi mismo o de un ser vivo. El pez dorado que me compre afuera de mi escuela solo duró dos días.
—¿Yo?—pregunté, tratando de procesar la información.
—Sí—afirmó mi padre—. Nicholas ha estado haciendo un gran trabajo, pero necesita un compañero. Además, con la creciente tensión en la corte, es vital que la princesa esté bien protegida.
Nick asintió, su expresión era seria pero sabía que por dentro se estaba burlando de mí.
—Y aprovechando esto. Nicholas—el hombre llamado Joseph, se dirigió hacía el—. Ha habido un cambio en tu puesto.
Y en ese momento, Nicholas sintió el verdadero terror.
—La reina Clarissa me ha solicitado que, a partir de ahora, seas el guardaespaldas de su nieta, la princesa Amelia —mencionó Joseph. Nick suspiró, aliviado. Al principio había temido que lo hubieran despedido.
—Acepto el puesto, no se preocupe.
Claro, para usted es fácil, señor, mientras seguía sumido en mis pensamientos, evaluando los pros y contras de tener que cuidar a una princesa. ¿Y si era mimada? ¿Y si resultaba ser como esas chicas presumidas de mi escuela? ¿Y si terminaba tratándome como su asistente personal o, peor aún, como su carrito de compras?
—Alex —me llamó nuevamente mi padre, con firmeza en la voz—. Es una gran oportunidad, y la princesa Stella necesita un equipo de confianza a su alrededor.
Sabía que, aunque me negara, mi padre seguiría insistiendo hasta el cansancio. Miré a Nick en busca de apoyo, pero el muy desgraciado ni siquiera levantó la vista; estaba demasiado concentrado revisando el expediente de su nueva clienta junto a Joseph, quien le daba indicaciones.
Suspiré profundamente. Bueno, si aceptaba, al menos podría estar cerca de Nicholas y aprovechar para ser su parásito, tal como él lo había sido conmigo en más de una ocasión. Eso sí, si algo le pasaba a la princesa, que nadie me culpe; hice todo lo posible por evitar convertirme en su guardaespaldas.
—Esta bien—dije, finalmente—. Acepto.
Que dios se apiade de mi
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