Capitulo 3
Eugenia y Lizzy, aunque tan diferentes como el día y la noche, compartían un vínculo que superaba todas las barreras que el destino o las circunstancias pudieran imponer. Eugenia, alta y esbelta, de ojos verdosos y penetrantes, irradiaba una confianza innata que la hacía destacar en cualquier lugar al que fuera. Su cabello castaño, largo y ondulado, complementaba su aspecto fuerte y decididamente atractivo. Era la clase de persona que no pedía disculpas por ser quien era. Con su inteligencia aguda y su pasión inquebrantable por las cosas que amaba, Eugenia siempre sabía lo que quería y cómo obtenerlo. No era alguien que se dejara pisotear ni que permitiera que otros lo hicieran; era firme con aquellos que lo merecían, y no dudaba en ser irónica y sarcástica si la situación lo ameritaba. Sabía muy bien lo que valía, y nadie podía hacerle dudar de sí misma.
Lizzy, por otro lado, era el contraste perfecto a la feroz Eugenia. Bajita, apenas llegando al metro cincuenta, con una melena rubia y ojos azules que reflejaban una bondad infinita, parecía salida de otro mundo. Su dulzura natural, su ternura y su empatía inagotable hacia los demás la hacían destacar de una manera diferente. Mientras que Eugenia era todo fuerza y seguridad, Lizzy era calma y comprensión. No conocía el odio ni la maldad, y en su mundo no existían las mentiras o las traiciones. Ayudaba a todo aquel que lo necesitaba, sin esperar nada a cambio, y siempre veía lo mejor en las personas, incluso cuando otros no lo hacían.
A pesar de sus diferencias —tanto físicas como de carácter—, Lizzy y Eugenia compartían un lazo que las unía profundamente. Se amaban y respetaban de una manera que iba más allá de la simple amistad. Lizzy, a pesar de ser más baja y más joven que Eugenia por algunos meses, siempre sentía un fuerte deseo de cuidar de su amiga, de protegerla. Eugenia, por su parte, aunque no lo demostrara abiertamente, apreciaba profundamente la ternura y el cariño incondicional de Lizzy. En más de una ocasión, Eugenia pensaba que daría su vida por Lizzy sin dudarlo, mientras que Lizzy, en su pureza infinita, estaba segura de que podría hacer lo mismo por Eugenia.
La relación entre ambas era un ejemplo de cómo dos personas podían ser completamente opuestas y, aun así, complementarse de maneras que nadie más podía. Mientras que Lizzy traía luz a la vida de Eugenia, calmando su carácter más fuerte y enseñándole a veces a ser más compasiva, Eugenia, a su vez, le daba a Lizzy la fortaleza y el coraje que a veces le faltaban para defenderse o para enfrentar los momentos difíciles. Eran un equipo imparable, y nada ni nadie parecía poder interponerse entre ellas.
Aunque vivían en Estados Unidos, en un entorno urbano que podía parecer agobiante o incluso hostil en ocasiones, su amistad les brindaba un refugio. Estaban juntas en todo momento, compartiendo secretos, sueños, y a veces temores. Pasaban largas tardes hablando de sus vidas, de lo que querían y de los obstáculos que habían tenido que superar. En esas charlas, Eugenia solía burlarse suavemente de la dulzura excesiva de Lizzy, pero siempre con una sonrisa en el rostro, sabiendo que Lizzy era una de las pocas personas en el mundo que podía entenderla de verdad.
Lizzy, por otro lado, admiraba en silencio la fortaleza y seguridad de Eugenia. Aunque no compartían la misma forma de ver el mundo, Lizzy siempre apreciaba cómo Eugenia la defendía cuando alguien trataba de aprovecharse de su bondad. Aunque Lizzy no era capaz de sentir rencor, había algo reconfortante en saber que Eugenia, con su aguda ironía y su carácter fuerte, siempre estaría a su lado para protegerla.
La relación entre ambas era, en muchos sentidos, simbiótica. Eugenia sabía que Lizzy nunca dejaría de ser la persona más dulce y gentil del mundo, y eso le daba un sentido de responsabilidad que rara vez admitía. Por más que su exterior fuera fuerte y a veces frío, en el fondo, se preocupaba profundamente por Lizzy. Si alguien intentara hacerle daño, Eugenia no dudaría en hacer lo necesario para defenderla, sin importar las consecuencias. Lizzy, aunque más pacífica y con un enfoque completamente diferente hacia la vida, no era ajena a los sacrificios. Daría todo lo que tenía para asegurar el bienestar de Eugenia, incluso su propia vida si fuera necesario.
A lo largo del tiempo, enfrentaron varios desafíos juntas. Desde problemas triviales hasta situaciones que realmente pusieron a prueba su amistad y su lealtad mutua. Sin embargo, en cada ocasión, salieron más fuertes, siempre una al lado de la otra, apoyándose y superando cualquier obstáculo que apareciera en su camino. No había secretos entre ellas, ni rencores ocultos. Su amistad era pura y sincera, y se basaba en una profunda comprensión y respeto mutuos.
Lizzy, con su mirada brillante y su sonrisa sincera, siempre supo que Eugenia sería su mejor amiga por el resto de sus días. Mientras que otros podían dudar o criticar a Eugenia por su carácter fuerte y directo, Lizzy veía más allá de todo eso. Sabía que detrás de esa fachada había una mujer increíblemente leal y protectora, alguien que siempre estaría ahí para ella, sin importar las circunstancias.
Por su parte, Eugenia, aunque rara vez lo admitiera en voz alta, sabía que Lizzy era lo mejor que le había pasado. En un mundo lleno de caos y confusión, Lizzy era su ancla, su refugio en medio de la tormenta. Y aunque a veces podía ser difícil para Eugenia aceptar tanta bondad y dulzura, no podía imaginar su vida sin Lizzy a su lado.
A pesar de sus diferencias, Eugenia y Lizzy estaban unidas por un lazo inquebrantable, uno que ni siquiera el tiempo o las dificultades podían romper. Estaban destinadas a estar juntas, como dos mitades de un todo, complementándose y apoyándose mutuamente en todo momento. Mientras Eugenia enfrentaba al mundo con su aguda inteligencia y su implacable determinación, Lizzy lo hacía con su infinita compasión y su bondad desinteresada. Y juntas, eran imparables.
En ese universo oscuro y a veces peligroso, su amistad brillaba como un faro de esperanza, una luz que las guiaba a través de cualquier adversidad. Sabían que, mientras se tuvieran la una a la otra, no había nada que no pudieran superar.
Eugenia siempre había sido consciente de lo que Lizzy representaba en su vida. Para ella, Lizzy no era simplemente su amiga, sino su ancla, su pilar en medio de la tormenta. A pesar de que, superficialmente, parecía que era Eugenia la que protegía a Lizzy con su personalidad fuerte y decidida, la realidad era mucho más compleja. Lizzy era la bondad hecha persona. Su dulzura infinita, su empatía sin límites y su inquebrantable amor por los demás la hacían única. Era como un faro de luz en un mundo que a menudo se oscurecía por la maldad y el egoísmo de quienes lo habitaban.
Eugenia, con su personalidad sarcástica y fuerte, no tenía miedo de reconocer que haría todo lo necesario para proteger a Lizzy. Si alguien intentara hacerle daño, no dudaría en convertirse en la guerrera más feroz, lista para defenderla con uñas y dientes. Lizzy era el tipo de persona que, con su sola presencia, inspiraba a los demás a ser mejores, a querer alcanzar una versión más pura de sí mismos. Su bondad y ternura eran tan genuinas que, incluso en los momentos más oscuros, cuando Eugenia sentía que el peso del mundo caía sobre sus hombros, bastaba con que Lizzy le dedicara una sonrisa para que todo se viera un poco más brillante.
Había algo en la pureza de Lizzy que, sin que ella misma se diera cuenta, la volvía vulnerable. Su incapacidad para ver la maldad en los demás, para entender las intenciones oscuras que muchas personas podían tener, la exponía al peligro. Y eso era algo que Eugenia no podía permitir. Sabía que Lizzy, con su corazón tan grande y generoso, era un blanco fácil para aquellos que quisieran aprovecharse de ella. Lizzy daba sin reservas, sin esperar nada a cambio, y en un mundo donde la mayoría buscaba su propio beneficio, esa generosidad desmedida podía convertirse en un riesgo.
Eugenia, con toda su seguridad y su aguda percepción, estaba siempre alerta. Vigilaba de cerca cada paso que Lizzy daba, no porque dudara de su capacidad para cuidarse a sí misma, sino porque sabía que en cualquier momento alguien podría intentar aprovecharse de su inocencia. Lizzy confiaba en las personas, a veces demasiado, y aunque eso la hacía extraordinaria, también la hacía vulnerable. Y ahí era donde Eugenia entraba en escena.
No importaba cuán fuerte o temible fuera el oponente, Eugenia estaba dispuesta a enfrentarse a cualquier cosa o persona que intentara herir a Lizzy. Sabía que Lizzy lo merecía, no solo porque era su amiga, sino porque representaba todo lo bueno y puro en un mundo que a menudo parecía sombrío. Lizzy era la bondad encarnada, y alguien tan especial no debía sufrir nunca.
Eugenia había visto, una y otra vez, cómo Lizzy daba lo mejor de sí para los demás. No importaba cuán cansada o agobiada estuviera, siempre encontraba la manera de ayudar a quien lo necesitara. A veces, Eugenia sentía que Lizzy se olvidaba de sí misma en su afán por cuidar a los demás, pero incluso en esos momentos, no podía evitar admirar su abnegación. Lizzy, en su infinita bondad, no veía la vida como una serie de transacciones donde se esperaba algo a cambio. Para ella, el amor y la amistad eran suficientes, y eso era algo que Eugenia valoraba profundamente.
Había momentos en los que Eugenia se sentía frustrada. Quería que Lizzy fuera más egoísta, que pensara más en sí misma, que se diera cuenta de que no podía cargar con el peso de todos los problemas del mundo. Pero, al mismo tiempo, sabía que esa abnegación, esa capacidad de dar sin límites, era lo que hacía a Lizzy tan especial. Y aunque a veces deseaba que Lizzy fuera un poco más dura, un poco más consciente de los peligros que la rodeaban, sabía que nunca cambiaría a su amiga por nada en el mundo.
Eugenia había prometido, en más de una ocasión y aunque Lizzy no lo supiera, que siempre estaría a su lado, protegiéndola. Era un pacto silencioso, uno que no necesitaba palabras. Mientras Lizzy siguiera siendo la luz que iluminaba su vida, Eugenia seguiría siendo la sombra que se aseguraba de que nadie intentara apagar esa luz.
Había habido situaciones en las que Eugenia tuvo que intervenir directamente. Una vez, en una fiesta a la que ambas habían asistido, un chico había tratado de aprovecharse de la bondad de Lizzy. La había rodeado, intentando manipular su ingenuidad para beneficio propio. Pero antes de que pudiera hacer algo, Eugenia apareció. Con una mirada fulminante y una palabra cortante, hizo que el chico se diera cuenta de que no estaba tratando con cualquier persona. Lizzy, por supuesto, no entendía del todo lo que había ocurrido. Siempre veía lo mejor en los demás, y aunque Eugenia le explicó que aquel chico no tenía buenas intenciones, Lizzy simplemente respondió con una sonrisa suave, agradecida pero sin rencor. Para ella, el mundo siempre tenía una solución pacífica. Pero Eugenia sabía que no siempre era así.
Cada vez que alguien intentaba hacerle daño a Lizzy, directa o indirectamente, Eugenia intervenía. A veces era con palabras afiladas, otras veces con acciones más directas, pero siempre con la intención de proteger a su amiga de cualquier daño. No importaba cuántas veces Lizzy dijera que estaba bien, que no era necesario que Eugenia interviniera, Eugenia no podía evitarlo. Lizzy merecía ser protegida, no solo porque era su mejor amiga, sino porque era la persona más buena y desinteresada que Eugenia había conocido en su vida.
Eugenia también era consciente de todo lo que Lizzy había hecho por ella. A lo largo de los años, Lizzy siempre había estado ahí, en los momentos buenos y en los malos. Cuando Eugenia se sentía insegura, cuando las dudas sobre su propio valor la invadían, Lizzy siempre encontraba la manera de recordarle lo increíble que era. Nunca había un juicio en sus palabras, solo apoyo incondicional. En más de una ocasión, Eugenia había pensado que no merecía tanto amor, tanta comprensión, pero Lizzy nunca la hacía sentir menos. Siempre la aceptaba tal como era, con sus defectos y fortalezas, y eso era algo que Eugenia valoraba más que nada en el mundo.
Por eso, en su mente, proteger a Lizzy no era solo un deber, sino un acto de amor. Sabía que Lizzy haría lo mismo por ella, aunque probablemente de una manera menos agresiva y más compasiva. Pero, en el fondo, ambas sabían que su amistad era lo más importante que tenían. Era un lazo que nadie podía romper, una conexión que iba más allá de las diferencias de personalidad, más allá de las circunstancias. Eran dos mitades de un todo, y mientras Eugenia estuviera allí, nadie podría tocar a Lizzy sin enfrentar las consecuencias.
A lo largo de los años, Eugenia se convirtió en la espada que defendía a Lizzy de cualquier peligro. No importaba cuántas veces Lizzy insistiera en que podía manejar las cosas por su cuenta, Eugenia siempre estaría allí, dispuesta a luchar por ella, porque sabía que Lizzy lo merecía. Y mientras Lizzy siguiera siendo la bondad y el amor personificados, Eugenia seguiría siendo su protectora, lista para hacer todo lo que fuera necesario para asegurarse de que su luz nunca se apagara.
Sabía que el mundo podía ser cruel, pero también sabía que, con Lizzy a su lado, siempre habría un rayo de esperanza. Lizzy no solo le daba razones para seguir adelante, sino que también le recordaba que había belleza y bondad, incluso en los momentos más oscuros. Y por eso, Eugenia estaba dispuesta a dar todo, absolutamente todo, por y para Lizzy. Porque sabía que no había otra persona en el mundo que lo mereciera más.
Eugenia se había acostumbrado a lidiar con muchas sorpresas a lo largo de los años. Desde que conocía a Lizzy, su vida había estado llena de momentos inesperados, situaciones donde la dulzura de su mejor amiga lograba lo impensable. Pero nada la había preparado para lo que estaba a punto de descubrir.
La noticia llegó sin previo aviso, casi como un rumor, pero rápidamente se hizo realidad. Lizzy se había enamorado. Para Eugenia, esto no era raro; Lizzy era el tipo de persona que, con su corazón tan grande y lleno de amor, seguramente encontraría a alguien que la adorara. Lo que nunca se había imaginado, ni en sus sueños más disparatados, era de quién se había enamorado Lizzy.
Michael Myers.
El asesino de Halloween. El hombre que, desde hacía años, sembraba el terror dondequiera que fuera. Eugenia apenas podía creerlo. La idea de que Lizzy, con toda su dulzura, bondad y luz, se hubiera enamorado de un ser tan oscuro y peligroso como Michael, le resultaba completamente incomprensible. ¿Cómo podía Lizzy, la persona más empática y compasiva que conocía, haber desarrollado sentimientos por un asesino? El mero pensamiento de ello hacía que Eugenia sintiera un nudo en el estómago.
Sabía que el corazón de Lizzy era especial. Era un corazón que no veía las sombras, que siempre encontraba la luz en los rincones más oscuros del mundo. Pero incluso con eso en mente, Eugenia no podía entender cómo Lizzy podía haber desarrollado algún tipo de conexión con Michael. Michael no solo era alguien peligroso, era alguien cuyo nombre evocaba miedo en el corazón de cualquiera. Para la mayoría de las personas, él era una figura de pesadillas, alguien de quien debían huir. Pero Lizzy, siendo Lizzy, había visto algo diferente en él. ¿Qué había visto? Esa era la pregunta que no dejaba de rondar la mente de Eugenia.
Con el tiempo, Eugenia había aprendido a confiar en las decisiones de Lizzy, aunque a menudo no las entendiera del todo. Sabía que Lizzy tenía una forma única de ver el mundo, una perspectiva tan llena de amor y compasión que a veces parecía casi irreal. Pero Michael Myers... eso era otra cosa. ¿Cómo había podido fijarse en alguien así? ¿Cómo podía estar con un hombre que, literalmente, tenía las manos manchadas de sangre?
El día que finalmente vio a Lizzy y Michael juntos, Eugenia se quedó sin palabras. Hasta ese momento, había esperado sentir rechazo o incomodidad al ver a Michael de cerca. Esperaba que todo en su interior se rebelara contra la idea de que su mejor amiga estuviera con alguien como él. Pero lo que vio la dejó completamente desconcertada.
Lizzy y Michael estaban sentados juntos, y aunque a primera vista parecían una pareja completamente despareja —él, con su presencia imponente y amenazante, y ella, tan pequeña y dulce— había algo en la forma en que se miraban que desafiaba toda lógica. Cuando Michael la miraba, no había rastro de la frialdad asesina que Eugenia había esperado ver. Sus ojos, que solían ser duros y vacíos, parecían llenos de algo más. Algo que Eugenia no había pensado que fuera capaz de sentir: devoción.
Michael estaba completamente, irrevocablemente enamorado de Lizzy.
Eugenia podía verlo en la forma en que la observaba, en cómo la cuidaba con una delicadeza que parecía imposible para alguien como él. Era como si todo en él se hubiera suavizado cuando estaba cerca de Lizzy. Eugenia se dio cuenta de que, aunque era el mismo Michael Myers, asesino y monstruo en los ojos del mundo, con Lizzy era diferente. Parecía más humano, casi vulnerable.
Lizzy, por su parte, se veía completamente feliz. Había una luz en sus ojos, una chispa de alegría que Eugenia no había visto en mucho tiempo. Se notaba que estaba enamorada, pero lo que más le llamaba la atención a Eugenia era cómo, cuando estaban juntos, parecían encajar perfectamente. Como si, a pesar de todas sus diferencias, fueran dos piezas que se completaban.
Era algo desconcertante. Eugenia no entendía cómo dos personas tan opuestas podían atraerse de esa manera. Lizzy era luz, la personificación de todo lo bueno y puro en el mundo, mientras que Michael era oscuridad, una sombra que traía consigo muerte y destrucción. Sin embargo, ahí estaban, juntos, y de alguna manera hacían que todo pareciera... correcto. Como si, en ese pequeño rincón del universo, lo imposible se hubiera hecho realidad.
Michael parecía protector, y eso era lo que más impactaba a Eugenia. Sabía que, si alguien intentaba hacerle daño a Lizzy, Michael sería capaz de arrasar con todo y con todos para protegerla. Había una intensidad en él que Eugenia no había visto antes, y que la hizo darse cuenta de algo: Michael estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por Lizzy. Cualquier cosa.
Aunque seguía sintiendo cierta incomodidad ante la idea de que Lizzy estuviera con alguien tan peligroso, Eugenia también sabía que Lizzy no era ingenua. Si había elegido a Michael, era porque había visto algo en él que el resto del mundo no podía ver. Lizzy, con su habilidad para ver el bien incluso en las personas más oscuras, había encontrado algo en Michael que lo hacía especial a sus ojos.
Eugenia comenzó a comprender que, aunque Lizzy y Michael eran polos opuestos, eso no necesariamente era algo malo. De hecho, tal vez esa era precisamente la razón por la que estaban tan conectados. Lizzy representaba todo lo que Michael no era: la bondad, la luz, el amor incondicional. Y Michael, con su oscuridad y su pasado lleno de violencia, probablemente encontró en Lizzy un refugio, un lugar donde su alma rota podía encontrar algo de paz.
Era un concepto extraño de aceptar para Eugenia. Durante tanto tiempo, había pensado que Lizzy merecía estar con alguien igual de dulce y compasivo, alguien que compartiera su visión del mundo y sus valores. Pero ver a Michael y Lizzy juntos, ver cómo él la cuidaba y cómo ella lo miraba, la hizo darse cuenta de que el amor no siempre seguía las reglas que uno esperaba. A veces, las personas más opuestas encontraban en sus diferencias la clave para una relación profunda y significativa.
Michael amaba a Lizzy con una intensidad que Eugenia jamás hubiera imaginado. No era solo pasión o deseo, aunque eso también estaba presente. Era algo más profundo, algo casi visceral. Había devoción en la forma en que la observaba, como si ella fuera lo único que importara en el mundo. Y aunque Michael era conocido por su frialdad y falta de emociones, Eugenia podía ver que, con Lizzy, todo eso se desvanecía. Él la amaba con locura, con una entrega que iba más allá de lo que cualquier persona hubiera esperado.
Para Eugenia, fue una revelación. Aunque no terminaba de aceptar del todo la relación, comenzó a ver que, de alguna manera, Lizzy y Michael estaban hechos el uno para el otro. Eran dos mitades de un todo, dos extremos que, juntos, creaban algo que ninguno de los dos podía haber encontrado por separado.
Y aunque Eugenia sabía que Michael seguía siendo un asesino, también comprendía que su lealtad hacia Lizzy lo hacía diferente. Él haría cualquier cosa por protegerla, cualquier cosa por mantenerla a salvo. Y aunque eso implicara usar su lado más oscuro, Eugenia sabía que Michael no dudaría en hacerlo si eso significaba que Lizzy estaría bien.
Con el tiempo, Eugenia empezó a aceptar la relación de su mejor amiga. No era fácil, y aún había momentos en los que se preguntaba cómo algo tan improbable había sucedido. Pero al ver cómo Michael y Lizzy se amaban, cómo se cuidaban mutuamente, comenzó a entender que, a veces, el amor no seguía las reglas convencionales. A veces, dos personas tan opuestas como la luz y la oscuridad podían encontrar en su contraste una forma de coexistir, de amarse profundamente.
Para Eugenia, eso era lo más importante. Sabía que Lizzy merecía ser amada, y aunque nunca hubiera imaginado que su alma gemela sería Michael Myers, no podía negar lo obvio: Michael amaba a Lizzy de una manera que nadie más podría.
A medida que los días pasaban, Eugenia comenzó a darse cuenta de algo que nunca antes había considerado: tal vez, solo tal vez, había algo más profundo en los sentimientos de Lizzy que ni ella misma lograba entender completamente. A pesar de las dudas y preguntas que constantemente rondaban su mente, Eugenia comenzó a ver que, en el fondo, Lizzy no solo buscaba el amor en su vida, sino que, con cada relación, intentaba entender mejor el mundo a su alrededor y, por supuesto, a sí misma.
Lizzy siempre había tenido esa capacidad única de ver más allá de lo que los demás podían, de percibir la bondad en los lugares más oscuros y de encontrar la belleza en los corazones rotos. Pero también se dio cuenta de algo más, algo que hasta entonces le había pasado desapercibido: Lizzy nunca había buscado amar a alguien porque fuera perfecto o porque encajara en alguna imagen preconcebida. Ella amaba sin importar las sombras o las imperfecciones de las personas. Y eso la hacía aún más especial, aún más inalcanzable para el mundo común.
Eugenia, aunque había estado preocupada por la relación de Lizzy con Michael, comenzó a ver que tal vez esa conexión entre ellos tenía un propósito más grande. Después de todo, Lizzy había sido capaz de encontrar en Michael algo más que solo el asesino de Halloween. Había encontrado algo humano en él, algo que ni siquiera Eugenia podía comprender completamente. Era la fuerza del amor de Lizzy lo que hacía que las personas, por más oscuras que fueran, pudieran tocar una chispa de luz en su interior.
Eugenia había estado observando todo desde la distancia. Había presenciado cómo Lizzy se entregaba al amor, cómo confiaba plenamente en aquellos que, a los ojos del mundo, no merecían ni un poco de esa confianza. A pesar de ser completamente opuesta a Lizzy en muchos aspectos, Eugenia sentía una profunda admiración por ella. Lizzy, con su corazón puro y su bondad inquebrantable, era como una luz brillante en un mundo a menudo oscuro y sombrío. No obstante, Eugenia se veía a sí misma como alguien más cautelosa, más lógica, siempre midiendo las consecuencias de sus decisiones y considerando el daño que podría causar confiar en las personas equivocadas.
Pero había algo en ella que cambiaba con el paso del tiempo, algo que ni siquiera ella había previsto. La forma en que Lizzy amaba a Michael, un asesino imparable, y cómo le entregaba su corazón a alguien como él, algo tan impredecible, tan oscuro, hizo que Eugenia se replanteara su visión sobre el amor. Comenzó a preguntarse cómo era posible que Lizzy, con su dulzura y ternura, pudiera sentirse tan atraída por un hombre como él. Pero también, algo en su corazón empezó a cuestionarse: ¿cómo era posible que Michael, alguien cuya vida había estado marcada por el caos y la muerte, pudiera encontrar algo tan puro y verdadero en Lizzy?
Eugenia no tenía respuestas, pero no podía evitar sentir una extraña fascinación por ese amor que parecía cruzar todas las barreras que el resto del mundo pensaba que existían. No podía negar que, aunque a su manera, Michael le mostraba a Lizzy una devoción profunda. Y a pesar de su naturaleza oscura, Michael parecía estar dispuesto a hacer lo que fuera necesario para protegerla, incluso si eso significaba poner en peligro su propia alma. ¿Sería posible que el amor tuviera la capacidad de redimir a alguien como él? Eugenia no sabía si creía en esa idea, pero lo que sí sabía era que Lizzy lo veía de una forma en la que nadie más lo haría, y eso la confundía y la intrigaba al mismo tiempo.
Poco después de que empezara a cuestionar todo esto, una figura apareció en su vida, una que cambiaría la perspectiva de Eugenia sobre el amor de manera mucho más profunda. Fue un encuentro que no vio venir, uno que haría que sus propios sentimientos y su comprensión del amor se pusieran a prueba de manera dolorosa. Charles, un joven con el que Eugenia había coincidido en varias ocasiones, parecía ser un chico común, simpático, algo misterioso, pero muy diferente a las personas con las que Eugenia solía rodearse. Había algo en su mirada que la inquietaba, pero al mismo tiempo, había algo atractivo en él, algo que la hacía querer acercarse.
A medida que fue conociendo más a Charles, Eugenia comenzó a sentir una atracción inesperada hacia él. No era algo que pudiera describir fácilmente, pero había algo en la forma en que él hablaba, en su sonrisa, que la hacía sentir como si todo a su alrededor se desvaneciera. Él tenía una mirada intensa, profunda, algo en sus ojos que parecía esconder más de lo que mostraba. A pesar de que Eugenia intentó mantener su distancia, comenzó a sentirse cada vez más atraída hacia él. La conexión era innegable, como si las piezas de un rompecabezas que había estado buscando por tanto tiempo finalmente encajaran.
Lo que Eugenia no sabía, y lo que pronto descubriría, era que Charles no era quien decía ser. Al principio, todo parecía perfecto. Charles era encantador, atento, simpático, y parecía estar tan enamorado de ella como ella de él. Sin embargo, algo en su comportamiento comenzó a ponerla en alerta. Charles tenía una oscuridad que se asomaba a veces en su comportamiento, algo inquietante en sus palabras, un cambio en su tono cuando hablaba de su pasado. Fue una noche, después de una cena, cuando todo comenzó a cobrar sentido.
Eugenia se encontraba sola con Charles, cuando él comenzó a hablar de su niñez, de su familia, de su vida antes de mudarse a la ciudad. En sus ojos había una intensidad palpable, como si estuviera a punto de revelar algo muy importante, algo que Eugenia no estaba preparada para escuchar. Fue entonces cuando las palabras de Charles, entre risas y algo de locura, revelaron la verdad que había estado escondiendo: Charles no era un simple joven, sino que en realidad era Chucky, el infame muñeco asesino, quien había poseído el cuerpo de un joven como parte de su venganza y deseo de seguir propagando el terror.
La revelación fue tan abrumadora que Eugenia no supo cómo reaccionar. De repente, su mundo se desmoronó ante sus ojos. Todo lo que pensaba que sabía sobre Charles se deshizo en un segundo. ¿Cómo podía estar enamorada de alguien así? ¿Cómo había podido ignorar las señales, las pequeñas grietas en su fachada perfecta? Eugenia se sintió traicionada, confundida, y sobre todo, aterrada. Sabía que Chucky era un asesino despiadado, alguien que no dudaba en matar a sangre fría para obtener lo que quería. Y, sin embargo, ahí estaba ella, enamorada de él, intentando comprender cómo había llegado a esa situación.
El shock de la revelación no fue lo único que perturbó a Eugenia. Lo que realmente la dejó sin palabras fue lo que Charles, o mejor dicho, Chucky, le dijo después. A pesar de ser quien era, Chucky parecía genuinamente preocupado por ella, por su bienestar, y le pidió que no lo rechazara. Le explicó que, aunque había sido un monstruo, una criatura de pesadilla, había algo en ella que lo había cambiado. El amor que sentía por Eugenia le daba esperanza, algo que nunca había experimentado. Era como si su vida hubiera cobrado sentido con ella.
Eugenia se encontraba atrapada en un torbellino de emociones. Por un lado, no podía negar que Chucky había hecho cosas terribles, y que su alma estaba corrompida por años de violencia y maldad. Pero, por otro lado, la forma en que él la miraba, la forma en que hablaba, le hacía ver que tal vez, solo tal vez, el amor de Lizzy por Michael no era tan incomprensible como ella pensaba. Después de todo, ¿acaso el amor no era capaz de transformar incluso a las almas más oscuras?
Eugenia no sabía qué hacer. A pesar de su confusión, algo en su corazón le decía que no podía rechazar a Chucky de inmediato. La conexión entre ellos era demasiado fuerte, demasiado real. De alguna manera, había llegado a comprender lo que Lizzy había experimentado con Michael. En el fondo, ambos hombres compartían una oscuridad que los hacía sentir incompletos, pero en la presencia de Lizzy y ella misma, podían encontrar algo que les ofreciera una oportunidad de redención.
A medida que pasaban los días, Eugenia comenzó a aceptar su propio amor por Chucky. La situación no era fácil, y la verdad de lo que él había hecho la perseguía constantemente. Pero con cada día que pasaba, se daba cuenta de que, como Lizzy había hecho antes, podía amarlo a pesar de sus imperfecciones, a pesar de lo que era. Tal vez el amor no siempre debía ser perfecto o estar alineado con lo que los demás esperaban. Tal vez el amor podía existir incluso en los lugares más oscuros.
Eugenia vio cómo, al igual que Michael, Chucky comenzó a cambiar. A su manera, también estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para protegerla y para ganar su perdón. No se trataba de negar su naturaleza, sino de encontrar algo dentro de sí mismo que pudiera ofrecerle algo de luz. Al principio, el cambio fue lento, casi imperceptible, pero Eugenia pudo ver los pequeños gestos de bondad que comenzaban a surgir en él. Era como si, al estar cerca de ella, Chucky empezara a darse cuenta de que había más en la vida que la venganza y la destrucción.
Poco a poco, Eugenia comenzó a entender lo que Lizzy había experimentado. El amor de Lizzy por Michael, su entrega incondicional, su capacidad para ver lo bueno incluso en las almas más perdidas, era ahora algo que Eugenia podía comprender. Si Lizzy podía amar a alguien como Michael, alguien tan oscuro y peligroso, entonces tal vez el amor podía salvar a cualquier persona. Y si ella podía amar a Chucky, tal vez había esperanza para él también.
A partir de ese momento, Eugenia comenzó a ver su relación con Chucky bajo una nueva luz. A pesar de su naturaleza compleja y sus oscuros secretos, ella creía que el amor podía ser una fuerza poderosa para transformar, para sanar. Y aunque el futuro aún estaba lleno de incertidumbre, Eugenia sabía que, al igual que Lizzy había hecho con Michael, podría ayudar a Chucky a encontrar algo más en sí mismo, algo que lo hiciera diferente, algo que los hiciera más humanos.
Al final, Eugenia comprendió que el amor no siempre era lo que los demás pensaban que debía ser. A veces, el amor significaba ver a alguien por lo que realmente era, aceptar sus defectos y sus sombras, y aún así, amarlo incondicionalmente. Y en ese amor, tal vez, estaba la verdadera redención para todos ellos.
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