Capítulo 8: el perro
Importante: cada publicación cuenta con palabras o conceptos marcados en negrita, los cuales tienen su correspondiente explicación al final del capítulo, en un glosario.
Media hora antes del apagón Yurodo del Solar ya se había despedido de todos. Se encontraba en Evolución, hotel ubicado en la lujosa Villa El Complejo, en el único monte de la ciudad de Neo Norte. Allí solía sellar negocios en representación de su amo. A esas alturas, ya había consumido hasta el último gramo de la droga que portaba en su anillo de ámbar. La cocaína lo tenía hasta arriba, habitual en él, y mientras hablaba solo en la habitación, asomaba involuntariamente su lengua por la comisura de sus labios. Al lado de las copas y botellas vacías de whiskey y vodka, unos paquetes de preservativos sellados indicaban que nadie los había necesitado. El canoso cuarentón descansaba sentado y le daba la espalda a la puerta, mirando hacia la ventana.
El salón en el que se encontraba era amplio y sus paredes, decoradas con imponentes pinturas enmarcadas en oro, muy altas. Dichas obras resaltaban aún más por la pintura negra que cubría los muros de las habitaciones. Los enormes ventanales de vidrio esmerilado aminoraban la enceguecedora panorámica, recargada de luminosidad, marcas y ofertas. Pese a ello, Yurodo había decidido abrir la ventana para observar cuan pequeña se veía la ciudad. Diminutos insectos caminaban y se albergaban en esas cajitas miserables.
Sintió su cuerpo gigante, se sintió imponente. Si el hotel era visto desde la llanura de la ciudad, la enorme edificación parecía un estadio monumental y contrastaba con los pequeños bares y salas de entretención, los que parecían estar asfixiándose unos con otros. Pese a las dimensiones del lugar en el que se encontraba, el hombre se sintió igual de magnánimo.
Sus pupilas dilatadas por la droga se perdían ante el brillo de las dos lámparas de cristales que colgaban del cielo del salón. Ante tanta maravilla su ritmo cardiaco aumentó. Parecía que todas esas ostentosidades eran suyas; así lo sentía. Sus manos, apoyadas en los brazos del sillón black velvet en el que reposaba, se movían con energía y daban golpes al ritmo de la música. Estaba más activo. Nada nuevo. Hasta el tabique lo tenía dañado por jalar tanta coca, aunque él se justificaba diciendo que los excesos eran parte de su trabajo.
Las mujeres estaban en una habitación contigua, con sus vaginas mecánicas aún con residuos seminales y sus ojos idos. Antes de irse, los hombres habían activado el protocolo y las memorias de las putas habían sido reseteadas.
El cocainómano sacó de un maletín sus lentes de contacto telepático y luego de conectar los cables a la placa principal, redactó un email en su mente, el que envió a High Life con la cantidad de cuerpos que había logrado comprar. Los cuerpos eran conocidos en clave como «los enfermos». Después de enviar el mensaje, sintió un ruido ligero proveniente de la puerta de la habitación. Antes de siquiera intentar quitarse los lentes y voltear su cabeza, corroboró la hora en el sistema: eran las nueve de la noche con cinco minutos, hora pactada para el retiro de las trabajadoras sexuales, por lo que sólo se animó a levantar su mano en señal de buena educación.
Permaneció en el sofá con ambos pies sobre una mesa de vidrio, sumido en la música jazz que sonaba de fondo. Satisfecho con la noticia que tendría que dar, quería llamar a su jefe, pero antes esperó que los representantes de las mujeres se llevaran toda la carga. Decidió pausar el contacto telepático, escogiendo la visión real. Al momento de dar la orden mental, los lentes fotocromáticos emitieron una luz que recorría las varillas, el puente y las plaquetas nasales, por lo que ya podía ver con claridad su entorno. Frente a los lentes de Yurodo, el gran ventanal dejaba ver el reflejo de cuatro hombres de overol blanco. Éstos ingresaron con ocho cajas preservantes para higienizar a las mujeres y trasladarlas a su sala de exhibición. Tras sacar las cajas del lugar y terminar el trabajo, el encargado se acercó al hombre sentado y le entregó la factura. Las mujeres contratadas, todas híbridas, eran bastante caras, pero su precio valía la pena considerando el prometedor negocio que había sido pactado con esos hombres de importantes cargos políticos. Luego de pagar con la tarjeta roja, lo que indicaba que era miembro de la corporación de robótica más importante de la cúpula, despidió al fin al trabajador.
En la soledad del salón, ya de pie, observó el bulto que se apegaba a su ajustado pantalón de tela con un estampado de cebra. Su nueva erección no surgía por la orgía en la que había participado horas atrás, pues la idea de un inminente aumento de sueldo lo mantuvo mucho más excitado. Se sobó sobre el pantalón y reactivó la opción de comunicación telepática. La placa fue encendida. Inició la conversación mental.
—Los mudos deberían estar listos para la unción de los enfermos —dijo en un mensaje de voz a su amo.
Se concentró en el visor que tenía ante sus ojos y esperó la llamada, la que no tardó en hacerse realidad. «Mensaje oído». «Conectando». «Listo».
—Perfecto, querido perro. Para qué te digo cómo estoy de feliz, si ya debes imaginarlo. Nada menos que quince fortachones y veintiséis féminas de buen cuerpo. Enviaré la orden de inmediato, entonces. A eso de la medianoche el Toqui estará disponible y comandará el operativo. Hoy hay decenas de eventos masivos y tres de ellos se televisarán. La final del campeonato de fútbol empezará en unas horas más. La mayoría de las personas estarán bastante ocupadas. Tenemos tiempo de sobra, pero mientras más rápido, mejor —respondió el amo—. Ahora lava tu cara y vete a casa, ya es tarde y tu mujer debe estar preocupada.
—Gracias por preocuparse, jefe.
—Hiciste un excelente trabajo, sabueso. Demostraste ser mucho más rápido y eficaz que el aburrido de Bob, quien ya sabes cómo terminó. Tu simpatía da resultado y más aún tus fiestas. Recuerdo que tuve mis reparos.
—Se lo dije, jefecito. Nací y crecí en un antro nocturno de mala muerte donde aprendí de qué forma se comporta la gente cuando se siente expuesta y observada, y cómo lo hace al estar en un salón VIP sin mirones ni soplones. El humano es muy distinto al despojarse de sus miedos y al ser aprobado por quienes lo acompañan en sus aventuras más oscuras.
—Claro está, hay una imagen que cuidar y hay mucha gente que se resiste a evolucionar y avanzar con los nuevos tiempos, con la liberación del sexo.
—Sí, la gente es muy jodida... pero, por suerte, somos más adelantados que muchos. Eh... disculpe, amo, y no me malinterprete, pero se extrañó su presencia hoy; estas reuniones no son lo mismo sin usted...
El amo rio.
—¿Adelantados, dices? Ya compartiremos otra vez, querido perro. Estoy por terminar un proyecto nuevo que espero probar contigo al terminarlo. Es una presa de mi propia selección, cazada solo por mí. Por ahora, lávate la cara, compra algún engañito para Rosa y envíale mis cariños a ella y los niños. Ah, otra cosa, en tu cuenta va el monto conversado, más un bono por tu impecable gestión; espero que no te desmayes, pues hombre.
—Gracias, amo. No tenía para qué molestarse... Lo dejo entonces, descanse. Oiga, muchas gracias por salvarme cuando más lo necesitaba, ahora estoy rebién.
—No, no, no. Tienes talento, hombre. Esto no es caridad, te lo mereces. Pero ¿cómo es eso de «lo dejo entonces»? Espero que te despidas como corresponde... Con gente o a solas, siempre deberás hacerlo. Dale, te escucho.
El subordinado sabía qué debía hacer. Ladró varias veces, hasta que su amo terminó la llamada, satisfecho. «Tu contacto ha terminado la llamada».
Cada vez que debía emular ser un perro, Yurodo recordaba que eso era para su amo. En cuanto imitó esos sonidos su pene se encogió. La excitación llegaba siempre al obtener un nuevo logro en su trabajo, pero se iba cuando sus ladridos le recordaban que su buen pasar económico era igual que la vida de un animal que es cuidado por un dueño millonario. Su vida era la de una mascota que vivía con comodidad, pero no podía soñar como humano. Él era el perro.
Luego de esa humillante actuación, Yurodo revisó su cuenta bancaria y celebró con un grito al ver la nueva suma transferida. De inmediato pensó en unas vacaciones con su mujer y los niños, las que serían en alguna ciudad costera, como Doryeku, Menelhue o Quinchahue. Siempre había querido ir a los hoteles de esos balnearios. Siguió fantaseando y olvidó rápidamente lo minimizado que se había sentido antes de ver el pago. Se quitó los lentes de comunicación telepática y se puso de pie, sintiéndose tan poderoso como un ángel, mientras recorrió el lugar por última vez. No lo sabía, pero sólo quedaban diez minutos para el apagón. Decidió beber una última copa de whiskey, que encontró a medio tomar en el baño.
El destino o la testarudez llevaron a aquel hombre a quedarse en penumbra e incomunicado, minutos después, en aquella habitación, sin poder regresar a su hogar ni lograr ver a su familia otra vez. La confianza fue su peor error, pues no estaba solo. Una de las putas esperaba pacientemente, oculta en otra habitación, el minuto exacto para hacerle frente al perro, quien, en lugar de ladrar, tendría mucho que decir.
✧Fin del capítulo✧
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≪✦✧❈•.◈.『Glosario/vocabulario』.◈.•❈✧✦≫
❈Amo: persona de la casta Domain Aeternus que permite el ascenso de una persona de baja alcurnia a las clases más poderosas. Desde ese momento, el ascendido pasa a servirle y llamarlo amo.
❈El protocolo: garantía de confiabilidad. Cada cliente podía digitar un código en la nuca de una prostituta cyborg y así borrar su memoria.
❈Lentes de contacto telepático: lentes que permiten comunicación con otras personas de forma mental. Alta tecnología creada por la megacorporación "Cogitatio".
❈High Life: megacorporación de robótica de la familia Matus. Es la líder en la creación de autómatas y servicios de domótica. Específicamente, producen robots de servicio (obreros; sirvientes y asesores del hogar; guardias de seguridad; mensajeros; máquinas de carga y traslado) y androides de compañía (mascotas). Además, cuentan con servicios de domótica, convirtiendo hogares y establecimientos en espacios tecnológicamente inteligentes.
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