Capítulo 22: til jord skal vi bli - "de la tierra seremos" (parte 1)

Importante: cada publicación cuenta con palabras o conceptos marcados en negrita, los cuales tienen su correspondiente explicación al final del capítulo, en un glosario.

En las baldosas que tenía enfrente, un extraño texto se escribió sobre ellas. 

Til jord skal vi bli

«¿Qué mierda?», se preguntó Max.

En el viejo mundo había una antigua creencia que decía que, en las películas de western, los honorables y justicieros hombres que protagonizaban esos filmes cubrían sus cabezas con sombreros blancos y, por contraparte, los villanos lo hacían con unos de color negro. De ahí que se acuñaran ambos términos para diferenciar a los hackers que utilizaban sus conocimientos con fines aceptables ante el escrutinio público, de los que cometían delitos y trabajaban al margen de la ley. Si ReTic hubiese nacido en esos años, ni siquiera habría escogido uno gris: más bien, uno con la mitad blanca y la otra, negra.

El anciano no comprendía los esfuerzos humanos por polarizar los actos, y etiquetar a quiénes los ejecutaban, como buenos o malos. Pensaba en eso mientras esperaba la llegada de los Matus. No es que careciera de empatía o moral por ser un androide, sino que creía que esa tendencia era un virus mortal que enfermaba la mente humana. Muchos de los constructos de esa especie eran erráticos. Así se habían gestado las guerras que formaban parte de su historia, en las que ningún miembro de la hegemonía murió, a excepción de los valientes disidentes que apostaron por la dignidad total e igualdad de derechos.

Fue perseverante. Le costó bastante tiempo, pero logró hacerse un nombre entre las sombras, gracias a su esfuerzo por vencer las limitaciones de los sistemas. ReTic trabajaba supeditado al principio de hacking ético. Nadie le enseñó sobre el bien o el mal. Su evolución natural le hizo tomar esa decisión. Él tenía la facultad de gestionar operaciones fraudulentas. También, para depredar bienes económicos ajenos con facilidad, por su dominio alcanzado. Incluso, hubiera podido vender datos al mejor postor. Pero no era el caso.

A Patricia le cobraba un monto mínimo de dinero con el que le alcanzaba para sobrevivir sin grandes problemas. En contraste con ello, ofrecía a voluntad sus servicios a la nueva revolución. El empuje que lo llevó a esta acción fue el recuerdo vivo de sus antiguos camaradas que lucharon junto a él en la rebelión de los otros. Qué terrible, era el único sobreviviente a esa caza sangrienta.

Lo bueno es que había aprendido a robar datos de los exploradores que salían al exterior, a las misiones con los Vellatorus, y buscaban más esclavos que trabajaran para el domo. Esas personas eran tantas que el sistema siempre presentaba incoherencias al hacer el catastro de los que regresaban con vida. La hegemonía sabía que los soldados extraterrestres necesitaban alimentarse cada dos días. Eran cazadores. Depredadores, como los hombres. De no encontrar un grupo grande de sobrevivientes afuera, devoraban a los exploradores humanos carroñeros, una de las castas más infravaloradas en la pirámide social. Con todo, el androide tenía a su haber muchas identidades, por lo que se sentía seguro viviendo entre los humanos, aunque de igual forma se cuidaba de la exposición pública.

Ya habían transcurrido varias décadas desde la primera vez que creó las máquinas con las que practicó sus habilidades de penetración virtual. Los fines con los que ReTic fue concebido no se ligaban al arte de los hackers. Su dotada consciencia propia con la que fue diseñado le permitió soñar con romper los límites de lo que se esperaba de su cerebro. Por ello, motivado por alcanzar nuevas fuentes de conocimiento, se convirtió en uno.

Se había tardado en tomar la decisión, pero pasaron los días y ya poseía las copias de las cámaras de seguridad del Teatro del Este. No tenía certeza del motivo por el cual solicitó los duplicados de los dos meet & greet que SagaZan había hecho. De seguro, fue su intuición. Tenía a su alcance grandes influencias y cuando era necesario las aprovechaba. Si alguien ordinario hubiese hecho la misma solicitud, las autoridades lo habrían detenido o el Toqui, desaparecido. No era el caso de Fabiana Rojas.

Para ese entonces, días después del veintinueve de enero, fecha del apagón, las grabaciones ya habían sido alteradas. Nadie recordaba la oscuridad y el miedo que devoró la tranquilidad de los habitantes del domo. Sin embargo, solo unos pocos podían salvarse de las neutralizaciones y la implantación de memorias falsas. La inmunidad la tenían los políticos de la cúpula y unos cuantos miembros exclusivos de sus familias; los científicos de las megacorporaciones; los empresarios y algunos socios de castas menos poderosas; los militares de elite y los altos mandos de la policía; los trabajadores con cargos importantes dentro de los imperios más influyentes; el Toqui.

En algún momento, Fabiana llegó a creer que sus sospechas eran efecto de su paranoia. Sin embargo, esto último fue descartado por la joven en cuanto vio imágenes más frescas en la cobertura especial que daba la TV sobre el caso de Francisco Matus.

«Estas güeonas de mierda son amigas», dijo frente a su televisor. Empuñó sus manos en cuanto la vio junto a Vibeke. Era la rubia, medio calva, que estaba detrás de ella cuando ocurrió el accidente del vestido en el meet & greet. Siempre intuyó que no había sido un hecho fortuito.

Al revisar las grabaciones que consiguió gracias a las influencias de su tío, Javier Rojas, hombre mucho más permisivo que su papá, puso el grito en el cielo. La mujer que acompañaba a Vibeke en la búsqueda no aparecía en el primer encuentro con la banda de ídolos; sin embargo, estaba presente en la segunda. Esto era imposible, pues a los asistentes del evento que se les editó la memoria les quitaron los recuerdos relacionados con el apagón y todo lo que ocurrió después. Lo anterior implicaba que luego de veinticuatro horas, las personas habían despertado ejecutando las mismas tareas que el día anterior. Si esa mujer no aparecía en el primer concierto significaba que tenía un anillo de Kuiper, pues no había retomado la actividad pasada al borrón de memoria.

El ojo crítico de Fabiana le decía que la mujer, a juzgar por su apariencia, debía ser una empresaria independiente. Y esas personas no tenían la facultad de ser inmunes a las neutralizaciones y la eliminación de recuerdos. Quizá sí tenía uno y era alguien importante. Era imposible que Fabiana Rojas conociera a todos los que portaban el anillo. Sin embargo, eso le decía que había algo más.

Continuó con la revisión. En la segunda fecha del show mediático vio cómo la enigmática mujer dañó con un cigarrillo una parte de su vestido. Luego, lo apagó rápidamente y esperó hasta dejarla expuesta frente a todos. Con su pulgar levantado, le hacía señas a alguien, como queriendo decir «misión cumplida».

Sacó capturas con su móvil. Envió las fotografías a su tío, con el rostro de la culpable y, también, sospechosa. Le llamó. Exigió que cuanto antes le diera el nombre de la mujer que se encontraba delante de Vibeke Matus cuando se realizó el ingreso al mirador Buenavista para encontrarse con los miembros de SagaZan. La rebelión, claramente, no era perfecta.

Se fumó tres cigarrillos consecutivos. Cuando iba a encender el cuarto, recibió la información que necesitaba. Se llamaba Simone Vallo y era una domain tipo 2, dueña de una agencia de publicidad, nada del otro mundo. Javier le comentó que debían esperar a que el presidente le concediera los permisos necesarios para acceder a los datos de los habitantes del domo. Con la desaparición de su sobrino, él y su esposa Corina Matus se encontraban de lleno enfocados en el caso. Por tanto, como mínimo debían esperar un par de días para saber si ella tenía un anillo de Kuiper autorizado.

«Jamás había visto a esta imbécil. ¿Por qué haría algo así si ni me conoce? Esto es obra de Matus. Esa maldita hizo que me convirtiera en el hazmerreír de todos. Y yo, odiándola desde que nacimos y nunca...», se detuvo.

Una sonrisa perversa se dibujó en su cara. Iría a por Vibeke de inmediato y le daría a los Matus donde más les dolería. El estatus de familia perfecta se pondría en tela de juicio. Ya avanzados los días, si la acompañante de su enemiga no tenía autorización para poseer la argolla de los inmunes, la hundiría antes de mover todos sus hilos para que fuese presa por muchos años.

Luego de mostrarle el teléfono a Vibeke con la videollamada de su hermano Francisco, caminó por detrás de los vehículos hacia los alrededores de la compañía de Simone. Descendió la gradualidad de su natural actividad cerebral. Ya había explorado la fragilidad del sistema del domo. Detrás de su oreja derecha se conectó a Crewckers, un servidor compuesto por un software libre, de código abierto. Despejó puentes mentales con su sistema operativo de penetración. No lo habría podido hacer sin la ayuda de sus compañeros, caídos años atrás, quienes crearon un compendio de programas que facilitaban la irrupción psíquica, y segura, a las fuentes ocultas de El Edén y el Comité Superior. Generó archivos automatizados, los que nadaron en un denso océano de códigos.

Aún no conseguía dar con el nombre de la ciudad donde Patricia creyó que se encontraba la prostituta. Las imágenes enviadas por la gobernante correspondían a un barrio rojo y estos abundaban en los municipios de varias ciudades. Por esto, al evaluar la demora de la simetría de imágenes, decidió proseguir con la revisión de la lista de defunción de las mujeres del domo. Quería saber que la energía gastada se justifica, pues era un absurdo indagar los archivos de una fallecida. El androide creado con bioingeniería tardaría un par de semanas en recuperarse. Eso sucedía cuando el hackeo no se realizaba desde un ordenador convencional. La computadora era su mente y ya estaba agotado con su trabajo anterior al penetrar el sistema de seguridad de los robots de la casa de gobierno.

Divisó la carpeta negra. Un impulso le hizo recordar la orden fallida de su «jefa», Corina Matus. La anciana había solicitado con firmeza que se buscara a Susana y Yurodo del Solar. Más tarde, entregó el imperativo dictamen que pedía abortar la misión. Otra vez, las brigadas tenían que concentrarse en el caso de su sobrino Francisco.

«¿Por qué ese cambio tan repentino?», se preguntó el androide.

La señora se había justificado al decir que creían que ellos eran posibles culpables, según averiguaciones internas. Extraño. ReTic no tenía idea de eso y él fue el único que investigó de forma particular. La conclusión: una nueva mentira de la casta Matus. Ingresó a la carpeta negra y dio soporte a su corazonada. Había una lista interminable de defunciones, pero en los últimos días se registró a familias completas. Los medios informativos no dieron cobertura alguna sobre el asunto y entre los difuntos había ángeles. Casi todas las noticias giraban en torno a ellos. Era imposible que no se supiera, al menos, el caso de la chica de clase acomodada. Además, el Toqui no estaba detrás de esos asesinatos, pues ReTic sabía que ese asesino solo ungía a enfermos atractivos, fuertes y jóvenes. En esa oportunidad, el rango etario de los muertos era amplio.

Confirmado. Los familiares de cuatro desaparecidos murieron el mismo día. Dentro del lote de caídos se encontraban parientes de Susana Arbulú y Yurodo del Solar. La causa de muerte: intoxicación debido a una fuga de gas. «Ni se esfuerzan estos malditos», sostuvo airado. Esas personas que habían dejado de respirar no vivían en un mismo lugar y murieron por una causa idéntica.

«Seguro que creyeron que no tienen motivos para temer, pues prohíben el acceso a estos registros. Qué confiados son al tener un sistema así de blandísimo», teorizó.

Además de ellos, leyó las fichas de las familias de dos enfermos que, según los registros, el Toqui ungió. Esas palabras en clave se utilizaban para evitar decir «presas» y «asesinadas». Sin embargo, las familias de ambos habían muerto por intoxicación, pensando que lo que recién sabía ReTic era imposible, pues los casos eran de extravíos y jamás se encontraron cadáveres que hicieran admitir lo contrario.

«La causa de muerte debiese decir: por decisión de los Matus», se molestó.

Caviló en eso, cuando se encontró frente a los hermanos Matus, quienes se acercaban a él. Dejó a su subconsciente navegar por el sistema y volvió a elevar los grados habituales de su psiquis. De este modo, mientras daba paso a explorar las imágenes del comienzo, pudo continuar con su actuación frente a los asistentes del espectáculo, bajo su identidad de expolicía. Destruidos, se acercaron con un monto de dinero considerable e hicieron promesas sobre su facultad para volver a ponerlo en las filas de la policía, con un muy buen cargo.

—No es necesario —respondió, atendiendo a los tres. Benjamín se veía ido, tenía el rostro demacrado y su mirada se dirigía al suelo—. Con esto me doy por satisfecho —guardó el dinero en el sobre que Corina le extendió y se lo echó al bolsillo—. Lamento demasiado todo lo que sucedió.

—No sé en qué punto nos vamos a reponer de esto —se afligió Cornelio—. Amaba a mi sobrino como a mis propios hijos.

—Nunca —respondió el papá de Francisco, ahogándose con la única palabra que pudo expresar, con mucha ira, por lo que acababa de decir Cornelio. Luego de eso, la tristeza volvió a apoderarse de él y su cuerpo parecía perder sus fuerzas. Ambos hermanos le sostenían.

Hubo un incómodo silencio, que ReTic interrumpió.

—Ya estoy listo para ir con ustedes a la policía y explicar, paso a paso, cómo di con Yurodo y me di cuenta de que él era el captor de Francisco.

—Tampoco será necesario —sostuvo Corina—. Ellos no hicieron nada. Le pediré a mi marido que firme el informe con tu declaración —señaló, entregándole un documento que debía rellenar a mano—. Por cierto, he cambiado tu identidad, para que no se enteren lo del arma y que haces negocios con tus habilidades como investigador. Sabes que eso es ilegal —ironizó y complementó lo anterior al dibujar unas comillas con los dedos de la mano que tenía libre.

—Y nosotros somos la ley aquí —infló el pecho Cornelio—. No te preocupes por nada.

—Lo siento, yo no puedo decir mucho —aclaró Benjamín, aún con la mirada hacia abajo—. Gracias por todo. Si es poco, nos avisas y mejoramos tu pago.

ReTic lo oyó con asombro. En unos segundos Benjamín Matus se disculpó y dio las gracias. De no creer.

—No. De verdad que este pago es el mejor que he recibido en mi vida. Y les advierto que he vivido muchos años.

—Me alegro —dijo, con sinceridad, Cornelio—. Habrá que refundar de una vez por todas esa institución de mierda —sostuvo refiriéndose a la policía—.

—Haré lo posible por acelerar el proceso —dijo Corina—. Es imperativo. En fin, no queremos quitarte más tiempo. Me llenas el documento y quedas libre. Nosotros con mi marido nos ocuparemos de la revisión de cámaras en la Brigada de Ubicación de Desaparecidos y todo lo demás.

—Muchas gracias. Voy —dijo en breve, sacó visiblemente su cajetilla de cigarros e indicó la máquina expendedora de bebidas calientes— y completaré el informe.

Desde su arribo al planeta de los hombres y mujeres, Telein esperó casi un siglo para llegar a ella. A Vibeke.

A ReTic le habría encantado tener su antigua cara para que su querida Vibi lo reconociera. La divisaba a lo lejos mientras encendía su cigarrillo afuera del edificio vecino donde todos se encontraban. Si el olvido se debía a las neutralizaciones, él podría haberle hecho recordar su conexión, con la enorme paciencia que tenía. Con Pancho fue distinto: se vieron en el escondite de la casa de Yoshiki; el reencuentro fue hermoso. Y es que el viejo se había convertido en una de las pocas conexiones que tendrían ambos hijos con su madre «fallecida». Para la chica del cabello tricolor era distinto, ya que contaba con el vínculo de la familia Huilipán. En cambio, su hermano Francisco no los visitaba, pues solo fue un par de veces a su hogar. La amistad entre las pequeñas Vibeke y Silvia fueron la excusa perfecta para que las visitas se hicieran recurrentes.

Al ver lo grande que estaba Vibeke, recordó cuando le cedió a una mujer, en el exterior del domo, su medalla, Telein, cuyos relieves marcaban las barbas y bárbulas de la pluma de un ave de otro mundo. Ya habían transcurrido unos veinte años de eso, o poco más.

El lazo entre el amuleto emplumado y ReTic partió mucho antes; en específico, en el año dos mil doscientos treinta. Vella, la líder de los vellatorus, se lo entregó al, por entonces, Fa24 una vez que la encerraron en «la torre de los ahogos». Él fue uno de los soldados que la llevó a la prisión, donde aguardaría por su ejecución. La extraterrestre fue etiquetada como enemiga de la humanidad, pues antes de que se conocieran sus verdaderas intenciones, los habitantes del domo la respetaban y creían en ella. Su actitud apacible no había sido más que una estrategia para que la aceptaran junto a los de su tipo dentro de la cúpula. Parecía que de verdad existía una especie superior que les seguía los pasos. Un domo era un buen escondite y los humanos que habitaban en él parecían ser exquisitos platillos que saciarían su hambre. Sin embargo, los vellatorus perdieron.

Estaba de espalda, esperando que la hembra se vistiera con la túnica blanca que todo sentenciado a muerte debía lucir. La ejecución sería pública. El respetuoso androide movía una de sus piernas. La imaginó desnuda, pero nunca dudó siquiera en darse vuelta para espiarla. En eso, una mano verde oliva se aproximó a uno de los bolsillos de su camisola militar y dejó dentro de él un extraño amuleto que emulaba una pluma. Con el roce, el hijo de los hombres que creaban vida humana desenfundó el arma de su cinturón con decisión y la apuntó. Fue rápido, los vellatorus eran letales. Sin embargo, no hubo riña alguna.

—No es un regalo —dijo la hembra, volviendo a sacar el objeto que había depositado en el bolsillo del replicante, para demostrarle que era un amuleto inofensivo —, si es que eso es lo que imaginaste. Él te escogió —aseguró. Levantó su barbilla y dirigió la mirada hacia el talismán.

—¿Él? ¿Qué es esto? —preguntó, aún con el arma en posición de defensa.

—Un amuleto muy poderoso, que tendrás que proteger —le respondió. Volvió a dejarlo dentro de la camisola.

—Hablas estupideces —señaló, con el semblante frustrado.

—No lo hago. ¿No escuchas su voz? —averiguó la condenada a muerte, juzgando la actitud del hombre como ofuscada.

Antes de que le dijera eso, ReTic creyó que, en efecto, ese talismán era algún tipo de inteligencia artificial. Sin embargo, esa voz en su mente le demostraba que podía acceder a su psiquis con facilidad. Además, él era un androide imposible de hackear. Los ingenieros crearon su sistema con enormes muros cerebrales, impenetrables.

—Yo me lo habría quedado —dijo Vella. Notó que el militar permanecía con la boca abierta—, pero él nunca me quiso mucho. Siempre me insistió que debía seguir viajando para que en mis idas y venidas encontrara al portador que le mereciera. Tú eres a quien necesita.

—¿Cómo es que este medallón puede hablar? —inquirió, bajando el arma. Sin embargo, aún la sostenía con firmeza.

«Soy un ser primigenio. Nadie me fabricó. Yo soy todo y nada a la vez. Ningún otro ser me pensó. No hubo fémina que me pariera. Yo, por mucho que pocos lo comprendan, "soy"».

—Sí —respondió la extraterrestre, pues supuso que el talismán le estaba aclarando sus dudas—. Ustedes le llaman comunicación telepática.

—¿Y por qué crees que él me quiere a mí? —consultó perdido, esperando que la voz volviera a comunicarse con él.

«Deja de hablar en tercera persona. Yo puedo responderte, hombre. Estoy aquí».

—Porque tú vivirás mucho más que yo —le confesó. Se dio la vuelta y juntó sus manos para que el militar la esposara—. Eres un recién nacido y, con suerte, tendrás cien años de vida. De seguro, alguien llegará a ti varios lustros más adelante y este amuleto te señalará que esa es la persona indicada. O Quizá no lo sea y esa elegida o elegido sea el encargado de pasárselo a alguien más. Solo el talismán dirá cuándo se detendrá y con quien se quedará para siempre.

ReTic escuchó en su cráneo las ondas sonoras, imaginarias, de la risa del ser contenido en el objeto.

—¿Quién creó este amuleto? —preguntó a la hembra que aún estaba de espalda—. Según él, se hizo a sí mismo. Esto es imposible. Los dioses son una construcción cultural, cobijo de los hombres y de las mujeres.

«Ya te dije... nad...»

—Nadie; se hizo a sí mismo. —Se dio la vuelta y lo miró sin pestañear—. Y no, no es un dios. Él no está en todas las cosas, solo puede habitar en la medalla. Es primigenio, mas no el primero. Cuídalo mucho, pues vive.

ReTic quería más respuestas, pero su superior fue a apurar a Vella. Ya tendría tiempo para charlar largo y tendido con ese extraño ser. Los demás estaban expectantes, ansiosos por ver a la traidora morir. Se imaginaban pateando su cabeza si es que esta rebotaba hasta el asfalto de adoquines donde se encontraba el público.

—Lo siento. Debo llevarte a la plaza. Ya es hora —le comunicó, dándole tres golpecitos a su espalda. Evitó tocar sus alas, pues sabía que eran sensibles.

«No lo sientas, ella se lo buscó».

—Cumple tu misión. La mía fue un fallo, pero siempre seguí mi camino —aseguró, volviéndose dócil, mientras se dejaba guiar por el androide. Vella vio cómo este se ubicó detrás, dispuesto a golpear la puerta para que les abrieran por fuera—. Creo que, desde que soy una adulta, nunca había sido buena.

—Nadie es bueno o malo, nuestros actos nos definen, pero esto es un error.

—Ni pienses que busco redención. Si no te lo hubiera pasado, él me habría perseguido hasta la muerte y mi alma, vagado muda por esta cúpula tratando de que me sintieras. No se puede ignorar al amuleto.

Pasaron muchos años, hasta que un día ReTic tuvo que reemplazar a un líder caído de las expediciones secretas que se hacían en el exterior. De pronto, un ataque de una comunidad que se asentaba en Los Andes dispersó a la tropa. Era la primera vez que se encontraban con tantos sobrevivientes. Sin embargo, esa vez no había posibilidad de diálogo y era imposible que esas personas se convencieran de que lo mejor era esclavizarse para mantenerse con vida. Con tal cantidad, el domo debía protegerse de ellos.

Estaban armados. A ReTic le habían informado que antes de la última guerra mundial hubo una fábrica de armas en esa zona del exterior. Parecía que esos hombres y mujeres habían encontrado el lugar.

La capacidad física del replicante le permitía acabar con gran parte de los agresores, pero no lo hizo. El talismán le habló y le dijo que no dudara, pues una de las líderes del bando atacante lo rescataría. Esa salvadora sería la nueva portadora del talismán.

La totalidad de sus compañeros cayó, entre ellos, vellatorus, androides y humanos nacidos naturalmente. Sus pertenencias y armas fueron requisadas. Ante lo que parecía un milagro, una mujer de unos veinte años pedía que cesara el fuego. El amuleto con forma de pluma no se equivocó. Con ambas manos extendidas dio la señal y todos le obedecieron. La siguió junto a un grupo de cien personas por desérticos y empinados senderos. Tras cuatro horas de caminata, llegaron al refugio. El militar no lo podía creer. Frente a sus sorprendidas cuencas curiosas, unos quinientos mil hombres, mujeres y niños conformaban una comunidad sin precedentes.

Se quedó allí por dos largos meses. En ese período, aprendió más de los humanos que en toda su vida dentro del domo. Aunque ya llevaba un tiempo deseando soltar las armas, debido a su autoconsciencia, este hecho fue el impulsor de su nueva vida. Quería ser humano, pero no como los de dentro de la cúpula.

Los afuerinos aprendieron un poco sobre la historia del domo y su sistema hegemónico. El androide cuidó mucho sus palabras, pues no quería despertar en ellos el deseo de posibles ataques. Sabía que una guerra sería la causante de un derramamiento de sangre masivo por ambas partes.

Ya habían activado los artefactos explosivos para que la coartada fuera perfecta a su regreso. Dejaron los cuerpos de los caídos del domo en el campo minado antes de la explosión. Esas personas demostraron no ser sanguinarias. No deseaban poder. Juzgó que no eran ni buenas ni malas, simplemente, querían vivir en paz. En su estancia, supo que muchas de sus familias fueron esclavizadas por los hombres del domo. Para su suerte, rara vez los exploradores surcaban las montañas. También oyó relatos sobre terribles violaciones, mutilaciones, torturas y fusilamientos.

La única vez que el replicante hizo el amor en su vida fue el último día que estuvo allí. Una de las líderes de un pequeño clan que integraba esa mancomunidad activó en él algo que jamás pudo explicar. El talismán le habló y le indicó que era el momento de separarse, pues con esa guerrera se debía quedar. ReTic nunca más supo de la mujer de la que se enamoró, pero sí del amuleto con propiedades esenciales para la vida.

Los días pasaron y la amante del androide se dio cuenta de que se embarazó. No sabía que el tipo con el que intimó era un hombre fabricado con tecnología bioingenieril. El viejo replicante ignoraba que tenía una hija. Biológicamente se suponía que tal caso era un imposible. Pero sus creadores habían muerto y sus compañeros también. Por ello, jamás se figuró tal panorama.

Fin del capítulo

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≪✦✧❈•.◈.『Glosario/vocabulario』.◈.•❈✧✦≫

Rebelión de los otros: conflicto bélico cívico-militar (2291-2292). En él, un millón de personas, la mayoría de las castas más bajas, se rebeló contra el sistema, alegando demandas que exigían mejores condiciones de vida, igualdad y mayor movilidad social. Gran parte de quienes estaban a la cabeza de la causa fueron asesinados, pero la hegemonía ofreció beneficios a los descendientes de los rebeldes, dándoles la posibilidad de escalar un eslabón más en la pirámide social, siempre y cuando se considerara meritorio el ascenso. El comité superior (entidad gobernante) realizó esta mejora como un intento de parar la revuelta social y demostrar que ningún lugar del domo había sido abandonado.

Vellatorus: especie extraterrestre subordinada a los humanos. Reciben órdenes del comité superior e integran dos divisiones: la 1era División de Fusileros del Caos (militares que trabajan por el orden dentro del domo) y la 1era División Aerotransportada del Exterior (exploradores de las afueras del domo).

Carroñeros: clase baja, muy mal vista. La mayoría se dedica a la recolección de chatarra. Suelen no esforzarse por escalar socialmente, pues perciben el sistema del domo como injusto y defectuoso.

Megacorporaciones: grupos de gigantescas compañías, empresas y sociedades enfocados en diversos trabajos y servicios. Su poderío económico es tal que gozan de cierta autonomía que los excluye de la ley y les permite tener el control de municipios completos e incluso ciudades. Sus dueños son personas Domain Aeternus.

Anillo de Kuiper: fabricado de metano congelado. Cada uno de sus portadores son inmunes a los efectos del botón neutralizador, de modo tal que sus memorias se mantienen intactas.

El Edén: nombre de la megaestructura ubicada en la zona alta del domo.

Comité Superior: entidad gobernante dentro del domo, perteneciente a la casta Domain Aeternus.

Ángeles: nombre con el que son conocidas las personas de la clase Domain Aeternus. Este apelativo fue dado por las otras clases, haciendo referencia al lugar donde vive la hegemonía (El Edén).

Fa24: fuerzas policiales del domo, formadas solo por androides creados con bioingeniería. Tienen cien años de vida útil.

I.A: inteligencia artificial.


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