Capítulo 20: depredadores de su propia especie. Pt 1.

Importante: cada publicación cuenta con palabras o conceptos marcados en negrita, los cuales tienen su correspondiente explicación al final del capítulo, en un glosario.

«Rompe las cadenas de la esclavitud. Descubre ojos y quema la venda de quienes ignoran nuestro destino...».

Calix Kirtchev

El reloj de proyección permitía que se dibujara la hora exacta donde los ojos de su dueño se posaran, dando tres parpadeos continuos. Giró su cabeza hacia la derecha. En la pared blanca pudo ver que eran las cinco de la madrugada. El ventanal abarcaba todo el frontis de su habitación, la recámara y el living. Acostada en su cama, veía desde allí cómo la lluvia caía en diagonal y unas pocas naves aéreas circulaban en las afueras del edificio. No existían luces cegadoras que entorpecieran el sueño de los ángeles. En El Edén no había letreros publicitarios, pues estos estaban dispuestos en la planta baja, para seducir a la plebe, de modo que consumieran los productos y servicios de las megacorporaciones. Parecía una noche más en el anexo piramidal de la casta hegemónica. Allí arriba, la madrugada transcurría con la misma calma que lo había hecho en las jornadas pasadas. Con todo, pese al apacible confort de la semiesfera, Patricia Canessa, la miembro honorable del Comité Superior, se despertó más temprano que de costumbre.

Encendió la tele. Un periodista informaba que la policía había allanado los antros y casas de las trabajadoras sexuales de los suburbios. Se creía que por la edad de Francisco Matus los esfuerzos de las cuadrillas de búsqueda debían centrarse en los lugares a los que solían ir las personas de su misma franja etaria. Continuó la cobertura. La mujer bajó el volumen y en lugar de ponerse a pensar en el desaparecido, volvió a evocar a Benjamín. Si había manipulado la tecnología con la que contaba el gobierno para beneficio personal, era difícil que hubiese actuado solo. Si existían secuaces o testigos, le resultaba imposible que todos guardaran sus secretos por cariño o lealtad. Sabía que el ingeniero de High Life generaba más odio que amor.

Siguió viendo la pantalla. «¡La puta!», gritó emocionada. Si su intuición era cierta, el ego del padre de Vibeke y Francisco había cavado su propia tumba.

Recordó que ReTic era un viejo zorro. Y esos animales eran nocturnos. La mujer se puso de pie y se dirigió al gabinete de dos puertas donde guardaba el aparato que necesitaba. Cogió sus lentes de contacto telepático con una mano y con la otra, la placa principal. Volvió a la cama. Conectó los cables. Envió un mensaje mental a su ayudante. Optó por la comunicación directa y evitó los correos electrónicos o las notas rastreables, más fáciles de interceptar. Si el anciano dormía, una luz verde se prendería en el lente para advertirle que alguien se quería comunicar con él. ReTic le había dicho que tendría a la vista la maquinaria. Parecía que a él no solo le motivaba el dinero. El incentivo que tenía el viejo androide ocultaba algo más. Era evidente para la mujer que él quería hacer caer a la casta Matus tanto como ella.

El visor le indicó que el mensaje había sido oído faltando veinte minutos para las seis de la mañana. Aún estaba oscuro. Inició la conexión.

—Buenas noches, señorita —respondió ReTic. Patricia percibe que está agitado.

—Hola, amigo mío. Disculpa la hora. ¿Estás en casa?

—No, estoy en terreno. No se preocupe, para eso estamos. Disculpe usted por la tardanza. Tuve que hacer unos trabajos por otros casos que llevo. Nada importante, un par de hackeos menores —titubeó un poco, así que decidió cambiar de tema—. Usted dirá.

—Me alegro de que tengas más encargos. Mira. No tengo nada concreto. Pero estaba viendo la TV. Ya sabes, el caso mediático del desaparecido. Y algo me alumbró.

—Pobre chico. La información está por todas partes y aún no hay ninguna pista certera que seguir. Espero que no haya pagado por el odio que la gente siente por su padre. Mal que mal, el joven es inocente.

—Pienso lo mismo. Su novia debe estar devastada. Ni hablar de su hermana. Pobre Vibeke —señaló con pesar. Ante el silencio de su receptor, continuó—. Bien, según las noticias, investigan a las putas de calle o antros precarios. Y creo que Benjamín pudo cometer un error en esos lugares. Tiene fama de cliente habitual.

—¿Y supone que lo que buscamos se relaciona con la desaparición del hijo?

—No. ¿Recuerdas que tiempo atrás una puta fue acusada por Benjamín de difamación?

—Sí. Eso fue hace tres años, si no estoy mal.

—La mujer salió en un programa de TV amarillista y dijo que él le había confesado que tenía una facultad inimaginable y que con ella podía manejar la vida de las personas. Todos la tacharon de loca y después se esfumó del ojo mediático.

—¿Sugiere que la mató?

—No lo hizo. Este tipo es muy inteligente. De haberla desaparecido, el pueblo se habría preocupado, ¿no?

—Entiendo. Si los dardos apuntaban a él y ella aparecía muerta, se hubiera acusado solo.

—Exacto.

—Entonces, imagino que me encomendará que busque a la mujer y nos entrevistemos con ella.

—Sí.

—Parece que comprendo todo lo que usted piensa. En esa ocasión los medios le restaron importancia a la acusación y ayudaron a difamar a la mujer. Y da la casualidad de que los Matus tienen contacto con varios magnates de distintas estaciones emisoras.

—Exacto. Y esos titulares aludían a la locura de la mujer o a querer sacar provecho económico de la polémica. Y bueno, para nosotros, que sabemos de las neutralizaciones, es evidente que decía la verdad. Esa debe ser la facultad que mencionó.

—Igual es extraño. El tipo debe haberle confesado algo, alcoholizado, o quizás le excita hablar de su poder con las trabajadoras sexuales que frecuenta —teorizó ReTic—. Bien, esa parte no nos compete. Solo debemos acumular evidencias para acusarlo de apropiación de bienes del Estado. La tarea será algo compleja, pero pondré mis manos a la obra. Habrá que escarbar entre los suburbios. Acceder a los datos. Quizá tenga una nueva imagen o identidad.

—No será tan difícil. Supuse lo mismo que tú, pero en la grabación que le he hecho al despacho informativo de la TV, verás a una señora que parece ser ella. Te enviaré fotografías de las entrevistas que dio cuando acusó a Benjamín. Creo que es la misma mujer, aunque la imagen de ahora no es nítida, pues se ve al fondo de un pasaje, donde la policía guiaba a las mujeres a sus vehículos.

—Perfecto. Si es quien sospechamos, estaremos pisándole los talones a Benjamín. Él retiró la demanda en ese entonces y de ella no se supo mucho más. Para nuestro beneficio, se esfumó con la información. Solo hay que encontrarla. Me pongo ahora mismo a trabajar.

—Mantenme al corriente. No lleves el rostro descubierto. Los medios de comunicación están por todas partes y no podemos dejar señuelos de nuestro operativo clandestino.

—Señorita. Para mí es imposible mostrarme tal cual a la luz pública. Se me iría la vida en ello. Las personas de su casta social siempre han dicho que la responsabilidad de todos los desastres del domo la tienen los androides o cyborgs a los que les despojaron su humanidad. Para ellos, culpar a la máquina es su coartada perfecta.

—Sabes que guardaré bien tu secreto y que no pienso como ellos.

—Lo sé, porque usted me ve como un par, un hombre real. Estoy a salvo a su lado.

—Lo eres, amigo. Más humano que todos nosotros juntos. Me comunico contigo a las dos de la tarde. Tengo una reunión que pretendo acelerar y luego de eso nos contactamos por este mismo medio.

—Nos vemos, señorita Patricia. Cuídese.

—Por favor, tú también —suspiró—. No solo te quiero vivo por tu invaluable aporte a la causa. Te he tomado mucho cariño en poco tiempo. Eres como un padre. Uno nuevo, que recién conozco, pero en quien confío en absoluto.

ReTic respiró con fuerza. Ella lo oyó. Para su suerte, no lo podía ver. El anciano se emocionó hasta las lágrimas, pues le había dicho que era como un padre. Antes de morir, quería experimentar lo que por su condición biológica no pudo conocer. ¿Podría generar un vínculo tan fuerte con ese ángel justiciero que quería hacer caer a los mismos tiranos? ¿Un androide podía ser padre y amar a una desconocida como a su propia hija?

Otra catástrofe moral. Nuevos entredichos. «¿Lo utilicé?». Rememoró esa pregunta, ya en su hogar, mientras acariciaba a su gata androide. El suave pelaje sintético de Malú le recordó el exquisito adormecimiento que sintió en sus dedos al acariciar el cabello de su amante. Vibeke necesitaba creer que la respuesta infalible a su interrogante era que no lo había hecho. Exilió esos pensamientos. Le quería, de eso no dudaba, pero parecía que recién descubría su sexualidad, pese a que no era la primera vez que intimaba con alguien. Sin embargo, lejos de seguir cuestionándose por qué había visualizado a una mujer en su encuentro con Max, fue consciente de que la excitación que sintió fue una mixtura de fantasía y realidad. Un porcentaje grande del placer recibido lo provocó ese hombre, aunque la figura femenina también incidió en ello.

Se quitó la ropa y se cubrió con su camisón gris. Otra vez, su piel morena estaba empapada de gotas de sudor, al igual que su ventanal cubierto por partículas de agua de lluvia que caían en el exterior, o como unas horas atrás, cuando hizo el amor con Max Soto. En cuanto llegó a su casa, había regulado la calefacción en su máxima potencia. Sintió que se congelaba durante el viaje en taxi desde el sur del domo hasta El Edén.

Ya eran las siete de la mañana. Podría tener dos horas de sueño adicionales para reponerse. Meditó sobre el mensaje que le envió a Max en el trayecto. Quería aclararse y tenía miedo de esos vacíos psíquicos de los que se había acostumbrado desde su adolescencia. Parecía que su mente y corazón se esforzaban por ocultarle ciertas piezas esenciales para comprender su mundo y su lugar en él.

Caminó hacia el corredor de la segunda planta y vio a la distancia la puerta de la habitación de su hermano mayor. Aún estaba abierta. Les solicitó a los sirvientes que la mantuvieran así hasta que Francisco apareciera. No perdía la fe, aunque pasaban los días y no había nada. 

Pensó también en su madre, pues el baúl con sus pertenencias estaba descubierto para que su recuerdo regresara siempre a la mente de su hija. Sin embargo, parecía que sus memorias perdían su capacidad retentiva, aunque, después de todo, su presente era igual de valioso que su pasado. Así, repitió en su mente, como un mantra, que para avanzar debía centrarse en el ahora y no en sus vetustas experiencias. Por eso no había vuelto a ir hasta el sótano donde el valuar material de su mamá les hacía compañía a las arañas y al polvo. A pesar de aquello, lo que jamás se quitaba era el collar de cuarzo que decoraba su delgado cuello. Esa porción de la preciosa conexión maternal entre Anneke y Vibi la lleva consigo a todas partes.

Mecida por el sopor de la jornada, tomó su reproductor de música. Se hizo acompañar por esas melodías que tenía más que aprendidas, por tantas horas de escucha. Lo diferente fue que el concierto que percibía a través de los audífonos innovaba: la voz del intérprete parecía estarle cantando a ella. Cerró los ojos con el objetivo de complementar la experiencia. Para su sorpresa, lo primero que vio fue una figura femenina, la misma que imaginó horas atrás en la cama del artista. Los abrió con rapidez y suplicó a quien fuese que la escuchara del más allá que desapareciera de su subconsciente. Volvió a juntar sus párpados. Allí estaba, al fin, acompañándola antes de dormir, el rostro del primer hombre de verdad con el que se había acostado. Su nuevo amante no era un macho falocentrista. La cara de Max era clara y parecía estar frente a ella, moviendo sus labios para susurrarle: «dulces sueños, hermosa». Se durmió.

Pasaron noventa minutos de siesta. Los movimientos oculares fueron cada vez más notorios, aún con sus párpados cerrados. Malú se intranquilizó y arañó la alfombra. Como efecto ante el viaje que emprendió cada señal encausada hacia las diversas regiones de su cerebro, Vibi tuvo la primera visión cegadora, aunque breve. La luz blanca se hacía presente y esto la incomodaba. Su subconsciente proyectaba destellos de imágenes. Su corteza cerebral los interpretaba con eficacia para relatar la escena que vería a continuación. Pero antes, debido a que sus neurotransmisores se habían saciado de la sustancia química ligada a sus emociones, una serie de imágenes, lugares y personas inconexas bombardeaban su cabeza.

Sus sentimientos estaban a flor de piel. Al mismo tiempo, las sustancias neuronales vinculadas a su lógica apaciguaban su razón. Se le fueron varios minutos en eso. Ya acabada la función, la luz blanca se disipó a mayor velocidad que de costumbre. Así, rompiendo con lo esperado, los centros que maniobran el pensamiento lógico pusieron el pie neuronal en el acelerador hacia un rumbo indefinido. La serotonina y noradrenalina estaban allí, para mostrarle escenarios creados a partir de sus experiencias y recuerdos suprimidos: no había fantasía, no había azar en la selección de imágenes, pero sí menor control de su estado anímico. Su cerebro codificaba signos para que despertara su consciencia, en un acto paradojal, en una cinta de ensueño.

La chica que enfoca la escena grita de angustia. Sus lágrimas brotan en abundancia. Cree que Emma es el amor de su vida. Hay un pasadizo largo y estrecho. Aún hay simbolismos en sus sueños, pero pronto desaparecerán y solo leerá su propia historia. Logra ver su mano, que se extiende hacia el infinito. La quiere alcanzar. Una invasión de rayos de colores neón hace borrosa la visión. La adolescente percibida, con su cabello rosa, se fragmenta en miles de pedazos. Explota la imagen. Cada partícula contiene diminutas reproducciones del cuerpo de la mujer. Quien sueña se cubre. Una intensa luz blanca penetra su cerebro. Una enorme máquina absorbe las reproducciones de Emma. La joven amada se esfuma. Un hombre aparece. Tiene rostro esta vez. Es benjamín Matus. Ríe. Sostiene un aparato con un botón rojo. La dueña del sueño interpreta ese color como el causante de ríos de sangre.

Las agujas de tres relojes análogos retroceden a gran velocidad. Continuará el viaje hacia tres etapas de su vida.

Se ve como una niña. En concreto, tiene seis años de edad. Otras infantas de estratos sociales acomodados fantasean con un esposo poderoso. El objetivo futuro: hacer crecer sus riquezas. La pequeña quiere besar a una de sus compañeras de clase e imagina que cuando sea una mujer podrá casarse con una de ellas.

Llueve con fuerza. Es de día, porque la esperan a ella y a sus acompañantes para almorzar. Su pequeña mano es sostenida por la de una bella mujer, quien inicia su cuarta década de vida. Del otro lado, un niño un poco más alto que la pequeña se aferra a la mano izquierda de la adulta.

La cría siente el olor de la comida china de los carros callejeros y hace una petición: «mamita, ¿podemos probar esos platitos ricos de allí?». Es su progenitora. Una madre y dos pequeños. Una voz difícil de olvidar, pese a que sí lo había hecho con todo lo demás. Es ella y su hermano, Pancho. Anneke le explica que no puede degustarlos, pues disfrutará otros manjares en la casa de una familia indígena amiga. Los Huilipán les dan la bienvenida.

Vibeke se siente satisfecha y agradecida. Cree que el mültrün, el trutru, las papas con müllokiñ y el napor korü son su nueva comida favorita. La gente de la tierra, de sangre mapuche, es acogedora. Hay una niña. Es muy simpática.

La pequeña, de su misma edad, la invita a jugar. Se hacen amigas con facilidad. Vibi propone que ambas imaginen que son pareja. Silvia acepta. Se besan. Ríen. Parece un juego divertido, pero para Vibeke es más que eso. El contacto se sintió tan real, aunque sabe que su compañera no siente lo mismo. No deja de hablar de un niñito que le gusta. Sin embargo, la dueña del recuerdo atesora ese momento, pues es el primer contacto que tiene con otra mujer. Su mamá las descubre. No hay retos. No hay golpes.

Más tarde sí hay una conversación de madre a hija. El aprendizaje: la importancia del consentimiento, independiente del género de la persona amada. Anneke la entiende y apoya. La ama tal como es, empero, le advierte que no todos lo harán:

—En este mundo no a todos les gustará que ames a una mujer siendo mujer.

—Mami, pero vimos a dos hombres tomados de la mano cuando era más chiquitita y me dijiste que eso era amor.

—Sí. Lo es.

—¿Por qué a esas personas no les gusta que yo ame a una niña?

—Porque eres un ángel, mi cielo —responde con pesar. Parece que serlo es el peor castigo—. Pero mira, no estés triste. Podrás amar a quien tú desees, solo que debes cuidarte. —Acaricia sus manitos—. No le cuentes a cualquier persona tus sentimientos.

—¿Y si ellos se enojan y quieren que cambie? —pregunta asustada.

—Podrán querer que ames a los niños, pero tú, mi princesita, seguirás siendo tú. Te lo prometo. Serás una adulta y vivirás en un mundo más justo. Ya lo verás... y estaré ahí para verte feliz.

Mientras sueña, una lágrima cae por el lado izquierdo de su cara y llega a su oreja. El mundo le había robado a su madre y un futuro juntas.

Luego, se ve como una adolescente otra vez. Catorce años. Emma está muy nerviosa. Se besan por primera vez. El vínculo es consentido. Formalizan su noviazgo. Vibeke piensa en su madre. Cuesta visualizarla con claridad. La recuerda aún con más fuerza cuando su pareja la vuelve a besar. No hay ósculos robados. Ambas se quieren. Su madre tenía razón, así debía ser el amor: un consenso de dos.

Luz blanca. Vuelta al pasado. Tiene ocho años. Lleva la misma ropa que en el sueño que tuvo los días previos al concierto. Parece que es una secuencia del suceso protagonizado por la bella mujer apresada por los militares. 

Ve un letrero de High Life: es cegador como el resplandor que tanto le disgusta ver. Benjamín Matus la deja en el casino de las instalaciones, con golosinas e historietas que dan cuenta de cómo en el viejo mundo creían que sería el futuro. Son para la risa. No las lee. Lo ve nervioso. Le sigue. Se sube a una silla. Se asoma por la pequeña ventana del acceso por el que su padre ingresa. Él sostiene un botón, que saca de una caja fuerte gracias a la huella de su índice. Hay un hombre en una camilla. Le pregunta qué ve. Hay muchos científicos. No está su tía Corina, tampoco su tío Cornelio. El varón tendido en la cama portátil relata lo que sus ojos pueden observar. Mientras, todos los presentes se ponen un anillo en su dedo anular. No hay diferencia entre las palabras del hombre y lo que Vibeke ve. Le abren el puerto por el cual cada humano tiene su chip de emociones. Los ojos se le ponen blancos. Los científicos manipulan el chip por varios minutos y lo vuelven a insertar. Benjamín pulsa el botón. El hombre oye una nueva pregunta: «¿qué ves?». Él responde: «estoy en la sala de un hospital. Me trajeron aquí porque sufrí un accidente». El discurso cambia, como si en ese chip le obligaran a creer otra cosa. La imagen se va haciendo cada vez más borrosa, pero logra escuchar la charla.

—Este sistema es una maravilla —señala un joven ingeniero. 

Los párpados de Vibeke se tornan pesados.

—Superamos la prueba —dice un superior, quien lleva muchas medallas en la parte izquierda de su pecho, sobre su delantal blanco—. Desde ahora en más, podremos abarcar una mayor cantidad de sujetos a los que modificar su memoria.

—Nunca había visto que el proceso fuese así de rápido —confiesa otro de los ingenieros.

Los alemanes son los putos amos —sostiene con excitación Benjamín—. Este avance supera con creces el procedimiento que seguimos hasta aquí.

—¿Por qué no lo probamos antes? —consulta una de las científicas. Es joven, parece que recién se une al equipo.

—Porque me daba mala espina —responde Benjamín—. Podían habernos engañado en el trueque y pasado gato por liebre. Sus implantes de memorias falsas son efectivos, pero hay viejos registros que sugieren que la primera entrega fue un fraude. Luego, parece que se reivindicaron.

—Entonces, ahora podremos aplicarlo al resto de la población —esboza con determinación en viejo de las medallas.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —pregunta otro ingeniero.

—Así es, querido profesor —asevera Benjamín al anciano que habló antes—. Veinticuatro horas —responde a su compañero. Se muestra poderoso.

—Perfecto.

—Entonces: a trabajar, señoras y señores —da la orden Benjamín. Aplaude para reforzar lo que ha dicho.

Las manos de un androide la sostienen con fuerza. Vibeke grita. Abren el paso. Todas la miran. Su padre le pide que se tranquilice. La abraza. Ella llora. Deja de hacerlo. Abren su puerto de conexión con el chip de emociones. Lo quitan de su nuca.

Se despierta. Está sentada en una ambulancia. La tonalidad de la escena cambia. Accidente automovilístico. Los colores son más opacos. Un cuerpo yace sobre la berma. Es su madre. Ha fallecido. No le permiten verla.

Luz blanca.

Suena su despertador. Vibeke retorna con un sentimiento de ahogo. Llora, mientras acaricia a Malú. Necesita respuestas, pero ¿quién podría dárselas? No puede encarar a su familia por un sueño, aunque su corazón le dice que todo lo que soñó forma parte de las piezas de su memoria fragmentada. Su papá poseía una tecnología extraña que parecía tener el poder de modificar los recuerdos. Hay cosas que no le cuadran, otras sí. Necesita a su madre, a su hermano. ¿Cómo continuará su vida después de esa revelación? Tendrá que ver a su familia y sabe que dudará cada segundo de ellos. No puede hablar del tema con otros seres queridos. No tendrían idea de nada. ¿Podría la vida en el domo superar la ficción? ¿Qué otra vuelta de tuerca cambiaría el panorama de lo que creía saber? ¿Era todo falso? ¿Qué relación tenía el botón con el chip de emociones? Su madre ¿estaba realmente muerta?

«¿Quién soy, si han manipulado mi cerebro?».

Si Patricia Canessa hubiera tenido conocimiento de que la cantidad de veces que se podía utilizar el botón neutralizador también era un engaño, habría derrotado a Benjamín Matus con todas sus fuerzas. Sin dudar, sería capaz de prender la llama de tantos empresarios que lo odiaban. Pero no lo sabía, menos Vibeke. Los hermanos del ingeniero en robótica tampoco. Las putas con las que ese hombre sin escrúpulos se acostó jamás oyeron tal confesión. Quizá cuántas veces había presionado el botón con fines particulares. Los registros de la biblioteca virtual de la casa de gobierno no guardaban relación con la verdadera cantidad veces que se presionó el botón neutralizador. Sin embargo, Benjamín ya no podía mentir más, pues lo que sí era cierto es que a ese aparato le quedaba solo una neutralización.

Respondió la llamada de Corina, quien le comentó con emoción que el expoli que contrató encontró pistas relevantes sobre el captor de Pancho. El recuerdo que le compartió a su tía, sobre la conversación que había tenido con su hermano el día del concierto, parecía que había sido de utilidad. Una efectiva persecución realizó el investigador privado, llevándolo a las zonas más populares de la costa, donde parecía que lo tenía retenido. Si bien ninguna de las dos sabía la identidad del posible culpable, el investigador privado le advirtió a su jefa que parecía ser alguien cercano a la corporación robótica que lideraban los Matus. Decidieron reunirse en las oficinas de High Life, en Neo Norte, y juntas ir hasta donde el hombre, quien solicitó a la indomable que no le avisara a la policía para que no se llevaran el crédito o entorpecieran el operativo particular.

«Aún tenemos liberados los pases de entrada y salida», dijo su tía.

Durante la investigación, el presidente del domo había entregado una tarjeta de identificación especial a los colaboradores de la búsqueda. Así, todos los que ayudaban en la causa tenían libre acceso a las distintas ciudades del domo y se ahorraban los altos costos que toda la vida habían pagado por movilizarse.

Vibeke escribió a su grupo de amigos, citándolos a las nueve y media en las inmediaciones de High Life. Lo mismo hizo con sus amistades del club de lectura. Continuó con la novia de su hermano y, para finalizar, le informó a Simone y Max.

Tenía miedo. Con una sola inhalación pareció absorber todo el oxígeno de su habitación. Trató de pensar en positivo. Tomó su cuarzo violeta y lo besó. Le pidió a su madre que la ayudara a encontrar a su hermano con vida.

Fin del capítulo

✧.*•*.✧.*•*.✧.*•*.✧

≪✦✧❈•.◈.『Glosario/vocabulario』.◈.•❈✧✦≫

Ángeles: nombre con el que son conocidas las personas de la clase Domain Aeternus. Este apelativo fue dado por las otras clases, haciendo referencia al lugar donde vive la hegemonía (El Edén).

El Edén: nombre de la megaestructura ubicada en la zona alta del domo.

Megacorporaciones: grupos de gigantescas compañías, empresas y sociedades enfocados en diversos trabajos y servicios. Su poderío económico es tal que gozan de cierta autonomía que los excluye de la ley y les permite tener el control de municipios completos e incluso ciudades. Sus dueños son personas Domain Aeternus.

Comité superior: entidad gobernante dentro del domo, perteneciente a la casta Domain Aeternus.

High Life: megacorporación de robótica. Es la líder en la creación de autómatas y servicios de domótica.

Chip de emociones: todos los humanos sabían que, desde su nacimiento, contaban con un chip insertado en su cerebro, el cual podía regular positivamente las emociones de las personas cuando eran expuestas a un estrés permanente o a vivencias traumáticas.

Botón neutralizador: todos los humanos sabían que, desde su nacimiento, contaban con un chip insertado en su cerebro, el cual podía regular positivamente las emociones de las personas cuando eran expuestas a un estrés permanente o a vivencias traumáticas.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top