Capítulo 18: Patricia y el hacker

Importante: cada publicación cuenta con palabras o conceptos marcados en negrita, los cuales tienen su correspondiente explicación al final del capítulo, en un glosario.

La lluvia se intensificó. En la casa de gobierno, ubicada en el ombligo de la capital: Nuevo Santiago, solo había trabajadores robóticos, pues los dirigentes atendían otros asuntos. Eso era habitual. A pocos años de haber acabado la construcción del domo, direccionar el Estado se convirtió en potenciar a las megacorporaciones de la hegemonía, y los políticos gobernantes eran sus dueños o grandes socios. Cuando tenían sus negocios bajo control, esos líderes se dedicaban de lleno a asuntos personales.

Ver cómo las máquinas protectoras portaban sus imponentes fusiles provocaba grandes temores. Era difícil ingresar a ese lugar lleno de guardias. Para Patricia, una política importante, no lo era, pues tenía acceso directo a todas las plantas y oficinas de la sede presidencial. Su acompañante tampoco tuvo dificultades en ingresar. El verdadero peligro, entonces, radicaba en cada miembro del Comité Superior. Un paso en falso y más de alguno podría intentar derrocar a otro.

Luego de ingresar y burlar todas las medidas de seguridad, el octogenario pirata informático esperaba a Patricia Canessa afuera de la oficina en la que había entrado. Gotas de lluvia caían de su gabardina negra. Eso le daba felicidad, además de hackear sistemas hegemónicos. Empaparse. Sentir el exceso del fenómeno atmosférico provocado con alta tecnología. Transitar por la ciudad, pese a lo que era. O había sido.

La mujer, en la biblioteca virtual, revisaba el chip con la información que justificaba las veces que se utilizó el botón neutralizador. Patricia no desconfiaba de ese hacker, pero quería hacerlo sola. Habría sido pan comido para el viejo percatarse de la trampa de los otros miembros del Comité Superior, la que, por cierto, no se encontraba en el circuito integrado. En los últimos años, él había sobrevivido con el pago recibido por trabajos menores. Nada complicado al tener en cuenta sus tremendos conocimientos en informática. Así, su gran capacidad se fue malgastando, pero jamás se atrofió. Su verdadera última misión, antes de retirarse, había sido en el año 2295, por lo que tenía suficientes motivos para hacer caer a la familia de Benjamín. Aún no se borraba de su mente el veinticuatro de febrero.

Sentado en una banqueta de marfil rojo, movía sus pies como un niño que descansaba en el parque después de jugar. Su tranquilidad se debía al excelente hackeo que había realizado a los guardias KL7, robots de la casa de gobierno. La verdad es que ni siquiera tuvo que hacer una maniobra evidente, pues el procedimiento lo hizo al neutralizar las funciones de los autómatas con el poder de su mente, un ordenador infalible. Ese anciano era un ex Fa24. Un evento extraordinario para su especie, un secreto bien guardado que jamás pudo emularse debido a que la exmujer de Benjamín se había llevado el milagroso manual que explicaba cómo crear a esos seres. Las tres últimas generaciones de la familia Matus ignoraban que un antiguo experimento con los androides militares Fa24 había dado como resultado el nacimiento de aventajados soldados con conciencia propia. Por ello, con el tiempo, los diez prodigios soltaron las armas y se dieron a la fuga. El hacker que acompañaba a Patricia era el único replicante con autonomía que quedaba, un aventajado en comparación a las máquinas sin consciencia que resguardaban la casa presidencial.

Sus colegas, atormentados por la imposibilidad de procrear y hacer una vida de hombre común, se suicidaron muchos años atrás.

Canessa, la miembro honorable del Comité Superior, decidió echar un vistazo breve a las carpetas que hacía un momento creyó una pérdida de tiempo. Tiempo. Eso es lo que más tendría, mientras Francisco Matus estuviera desaparecido.

En junio de 2230 se había utilizado el botón contra los vellatorus, luego de que Vella, su líder, intentara junto a su especie asesinar a cada ser humano de la hegemonía y así, apropiarse del domo. Luego de ese episodio, los vellatorus fueron dóciles y obedientes con sus amos.

En noviembre del mismo año, un grupo de ángeles comandados por la casta Matus y Rojas, había pulsado el aparato para que la población olvidara el sistema monárquico que imperaba, tras el asesinato del demiurgo, rey de la etapa de cimentación y el año uno de la cúpula.

La tercera vez que se empleó, correspondía a la última vez que aceptaron a afuerinos dentro de la construcción, pues las personas que se encontraban en ella desde el inicio fueron advertidas que afuera había gente deforme debido a las condiciones nocivas del exterior. Luego de ver que esos nuevos allegados eran personas de poder adquisitivo, pero con rostros y cuerpos similares a los de ellos, se decidió insertar dos creencias falsas. La primera guardaba relación con que fuera del domo, no había sobrevivientes humanos. La segunda, se centró en el concepto de belleza y normalidad física que percibían todos los protegidos. Así, nadie sabría que los miembros del domo habían sufrido las mismas mutaciones físicas que en el mundo entero. Si es que existían deformes, lo era cada ser que pisaba la Tierra, dentro o fuera de las cúpulas.

La carpeta número cuatro correspondía a La Rebelión de los Otros. La junta decidió pulsar el botón en 2292, al término de la guerra. Solo se optó por suprimir lo lejos que había llegado la lucha de esas personas, que estuvieron a punto de derrocar a El Edén y a sus políticos. Así, los gobernantes creyeron que era bueno mantener el recuerdo de ese episodio histórico, para provocar miedo en posibles sublevados que podrían surgir con los años. Esto mostraría el implacable poder del sistema político, pues habían salido victoriosos. Aunque a duras penas.

La neutralización siguiente consistió en eliminar de la memoria popular la ejecución de los rebeldes que se habían escapado y escondido. Dentro del lote de los capturados se encontraban los padres de Max Soto.

El sexto expediente contenía menos información de la que Patricia habría imaginado. Las razones decían que decidieron eliminar a los independentistas debido a un intento por tomarse las distintas ciudades sureñas de la planta baja. Esto le pareció extraño en cuanto se le informó el episodio. Recordó que fue la única que se opuso a presionar el botón esa vez, pues el intento de sublevación era pobre, los revolucionarios eran un grupo tan reducido que los vellatorus o Fa24 habrían podido encargarse de ellos. Entonces, creyó que todos los miembros del Comité Superior estaban coludidos con la Comunidad de Neptuno. Quedando solo dos opciones para utilizar el arma más poderosa con la que contaban, le resultó inverosímil que nadie viera la irracionalidad de ese acto.

«Debe haber más», pensó. «Benjamín y el resto esconden algo. De seguro el poder de este botón fue usado por algún motivo que desconozco», concluyó.

La última carpeta poseía una extensión superior en comparación a la media página de su antecesora. En once hojas se narraban todos los hechos que habían llevado a Benjamín y sus hermanos a pulsar el botón neutralizador, pese a que no hubo votación alguna. Aunque la última vez que suprimieron recuerdos tenían motivos más que suficientes para hacerlo, era evidente para Patricia que Benjamín utilizaba esa herramienta con fines personales.

El hombre tuvo bastante tiempo para teorizar. Si su jefa buscaba algo que ocultaban los Matus, ni en sueños se habrían expuesto tan fácilmente. De seguro, tenían una carta bajo la manga. Aún adentro de la sala, Patricia tomó capturas con su móvil. Dejó todo en orden y, decidida, confió en que debía seguir con la investigación. Una cámara oculta fue inadvertida por la mujer, quien antes había desactivado todas las que conocía.

La estadista abrió la puerta. Un halo misterioso parecía sumir al anciano en ataraxia. Patricia pensó que su ayudante observaba la estatua del ángel ubicada frente a la banqueta. No averiguó más allá. El hombre estaba sumido en un estado imperturbable. Por su sonrisa y sus ojos brillantes, se lo estaba gozando. El hacker, sentado aún, se encontraba con sus manos extendidas en el aire, lo más alto que podía, y contemplaba con una sonrisa hermosa lo que veían sus ojos.

—Disculpa. Lamento interrumpirte. Estoy lista —dijo Patricia Canessa.

—No se preocupe, señorita. Solo disfrutaba de este regalo. ¿No es hermosa? —preguntó esperanzado. Mostró su dentadura impecable, pese a sus años. Aún permanecía con sus manos extendidas hacia arriba.

—Sí. Qué hermosa. Es un ángel esculpido que representa a una de las madres fundadoras —respondió con orgullo—. Bueno, te esperaré aquí. Según recuerdo, cuando te contacté, me dijiste que la manipulación no te tomará más de cinco minutos.

—Así es. Quizá, menos. Siéntese aquí, señorita —sugirió. Palpó la madera del asiento y llevó consigo su maletín—. Disfrute de las precipitaciones mientras hago mi trabajo y usted aguarda. Eso es lo que me tenía tan feliz —dijo y se dio la vuelta para ingresar a la sala de operaciones donde borraría la evidencia.

Las partículas acuosas, que habían bajado hasta sus hombros, retomaron su curso inicial y cayeron por sus manos. Patricia comprendió que, para ese señor, cosas tan sencillas como las gotas de lluvia que tenía en su gabardina eran más bellas que la estatua de un ángel.

Cuatro minutos exactos. El hombre sonrió al ver que la mujer hacía danzar sus dedos en el aire. Por cada poro de su piel pasaban pequeñas y redondeadas gotas que evitaba que cayeran al suelo. No encendió ningún cigarrillo en la espera. El hacker la había contagiado, al menos por unos minutos, con su hermosa contemplación. Al girar su cabeza para ver al hombre, dejó de percibir el ruido de la gloriosa tempestad. En sus oídos, sus latidos retumbaban con más fuerza.

—¿Cómo es posible que lo vieras? ¿Dónde lo encontraste? —preguntó la líder, recibiendo con sus manos la figura de porcelana que le pasaba el hombre. Era un ángel diminuto, una muestra más de lo autorreferentes que eran esos políticos.

—Estaba detrás de un cuadro de mesa que decoraba los libros apilados arriba de la estantería turquesa. Mientras trabajaba, estos pequeños ojitos llamaron mi atención. Siempre noto cuando alguien me observa. Por suerte tengo esa habilidad, señorita.

—Mierda —dijo inquieta—. No sabía que había una cámara oculta. ¿Qué haremos con ella?

—Ya la intervine. ¿Ve el brillo de su ojo izquierdo? —Miró a la mujer, quien le respondió con un movimiento de cara que indicaba negación—. Bueno, esa es la cámara. Se activará en unos minutos más. Debemos devolverla y nadie sabrá que estuvimos aquí.

—No entiendo. ¿Desconfiarán de ? —preguntó preocupada.

—No pienso que sea el caso. De usted en específico, no. Yo creo que sí, del mundo entero. Quizá este es un aviso —expuso con un brillo en sus ojos.

—¿Para que no dé más pasos sola y siempre me acompañe de un informático sabio como tú?

—No. Considero que esto es una señal que le advierte que de los ángeles no hay que fiarse, ¿no cree? 

Patricia respondió moviendo su rostro de abajo hacia arriba. En silencio, comprendió que ese misterioso abuelo había sido una gran inversión.

La mujer dejó al hombre a unas pocas cuadras del edificio donde vivía. Según le había contado. No tenía cómo saberlo. Siguió los deseos del viejo y no quiso preguntar por qué tanta precaución con su vida personal, pues ya eran colegas. Tras despedirse dentro del vehículo y pagarle el monto de dadas acordado, Patricia reflexionó en voz alta: «una cámara oculta. La única sala donde se pueden ver esos archivos. Aquí hay gato encerrado».

Al avanzar por la calle empapada, el anciano sonrió y sintió esperanza después de tantas décadas. Por fin tenía opciones. Con suerte, podría vengar la muerte de los rebeldes que cayeron el año en que había dejado de ser un peligro para el sistema. Aún recordaba aquel día trágico, cuando tantos valientes murieron, incluidos sus amigos, Margaret y Raki. Como era un androide creado con bioingeniería, los neutralizadores no le habían causado ninguna pérdida de memoria. El año 2295 lo atormentaba. Al fin tenía motivos para darle un inédito sentido a su vida. Por alguna razón no se había disparado en los circuitos de animación, a diferencia de sus nueve compañeros restantes.  

Año 2295. Era la última lluvia de febrero para dos habitantes del domo y al terminar la noche se presionaría el botón neutralizador por quinta vez.

Raki Soto se encontraba estirado, sobre el piso de madera, con un oído apegado al suelo. Pocos días habían transcurrido luego de que ejecutaran a seis miembros de sus filas, fugitivos que pertenecieron a La Rebelión de los Otros. Solo ellos dos quedaban vivos y su compañera, Anneke Díaz.

—Los oigo. Ya vienen —informó. Se incorporó lo más rápido que pudo.

—No volveremos. Ha llegado la hora de resguardar nuestro secreto con la líder del Mundo sin Luz —señaló su esposa.

—Estoy listo —afirmó. Tomó el bolso que habían preparado por años. Sabía que en algún momento llegaría el día en que deberían huir de ahí. Dentro de él, se encontraban fotografías y pertenencias de Max, su pequeño hijo, a quien habían celebrado por su aniversario unas horas antes en la casa de una vieja amiga. El niño aún estaba allí.

Raki extendió su mano, la que fue recibida con firmeza por Margaret. Entraron a la puerta oculta tras el ropero. Subieron por las escaleras hasta la azotea de la casa, dirigiéndose al pequeño vehículo flotante que permanecía oculto bajo un plástico negro que arrancaron de un solo tirón. Cada segundo que pasaba era valioso. Lograron meterse dentro y alejarse. A sus captores les llevaría varios minutos encontrar la puerta oculta.

En el escape, asumieron que las esperanzas que albergaron con muchas dificultades de por medio se habían acabado. Fue claro ver que no sobrevivirían tantos años como para revelar, con su propia voz, a los elegidos el destino que debían trazar. En ese instante, el futuro de la rebelión dependería de una mujer a la que no le conocían ni el rostro. Se hacía llamar La Matriarca.

A gran velocidad, sintiendo el viento frío que parecía cortarles la piel, sus latidos se aceleraban al pensar que posibles disparos podrían atravesarlos e impedir su última misión. Qué difícil fue manejar la moto aérea al creer que ese era el fin. Por suerte, su desenlace no sería ese. La decisión de Margaret les tenía preparado uno mucho más trágico, aunque se evitaron las terribles torturas de haber sido capturados.

Cuando llegaron a la casa del hacker, un fiel amigo, estaba deshabitada. Solo un saco de dormir, un par de historietas, un libro para pintar y muchos lápices de colores. Esos eran los bienes más preciados para el pirata informático. El edificio completo estaba vacío. En la pequeña y desolada habitación, el papá de Max miraba atónito lo que intentaba hacer su esposa.

—¿Te das cuenta de lo que estás por hacer? ¡No puedes suprimir el archivo! La humanidad depende de él —dictaminó el hombre.

—¿Quién dijo que lo voy a eliminar? Solo lo voy a modificar —aseguró Margaret a su esposo.

—Entonces, ¿qué supones hacer?

—Borraré de los registros a nuestro hijo. No lo condenaré a ser un mártir. Es evidente que nunca ganaremos esta guerra —admitió con pesar.

—¿Lo dices por la carta bajo la manga que tenían los Matus y los Rojas? —consultó e intentó comprender—. ¿Y si fue una simulación? Todos los revolucionarios vimos las ropas de esas personas, su manera de expresarse. Tenían un español un tanto forzado. Pudo ser cualquiera con un disfraz, hablando raro. Quizás eran actores creyéndose muy bien su rol.

—Puede ser una simulación. Sin embargo, ¿qué pasa si es verdad? Quizá esas personas sí vinieron de otra cúpula. Una mucho más grande que la semiesfera en la que vivimos.

—Es cierto, Margaret. Puede que integremos un sistema de domos. Una gran red. Quizá, en el mundo entero, esta es la forma que encontraron para seguir viviendo. Pero es solo un tal vez.

—Sé que esas personas son reales. Sé que los domos han de ser cientos allá afuera —aseguró la exlíder de la rebelión de los otros.

—No entiendo el punto —dijo el también exlíder, mientras intentaba quitarle la minicomputadora. No lo consiguió, ella siempre fue más ágil que él.

—Todavía recuerdo cuando vimos a Corina por la señal que intervino las pantallas de nuestra antigua central. Ella dijo que el domo 24, jamás imaginé que tenía ese número, es un refugio subordinado a megadomos. Se veía asustada y presiento que ese miedo no es fingido. La indomable jamás demostraría debilidad, aunque fuera mediante un guion que le pudiera convenir. Por eso borraré el nombre de Max. No voy a permitir que lo envíen a una lucha imposible. Cuando todo acabe, llegarán esas personas y quién sabe el nivel de tecnología que traigan. Si sobreviven sometiendo a domos pequeños como este, no acabarán con el sistema de aquí, lo harán con los elegidos y con todos los sublevados. ¿Qué no te das cuenta? Masacrarán a nuestro niño.

—A ver. ¿En qué momento perdimos las esperanzas en la revolución? Porque yo aún no me entero.

—En el instante que nos dimos cuenta de que éramos más pequeños de lo que pensábamos, mi amor —dijo al voltearse. Sostenía con firmeza una kl3848 de calibre medio—. Lo siento tanto.

—¿Es todo esto verdad? —preguntó y retrocedió unos pasos—. Acabará así. Nuestra lucha, completa, finalizará por una madre que quiere proteger a su pequeño.

—Te amo, mi amor —musitó—. Cuando ReTic se encuentre con ambos, sabrá qué hacer y dará aviso a Anneke. Estoy segura de que ella se hará cargo de nuestro hijo.

—¿Cuándo se encuentre con ambos? —Rascó su cabeza; se esforzó por entenderla.

—Con tu cuerpo y el mío —reveló apenada, pero decidida.

—Amor, si me matas y luego a ti, Anneke sabe que Max es uno de los seis elegidos. Ella fue quien le puso su colgante de amatista al año de nacido. Esto no tiene sentido.

—Lo tiene —respondió segura—. Jamás me arrepentiré de todo lo que he hecho, pero mi hijo está primero. Nos están dando caza. Ya han fusilado a la mayoría de los que logramos escapar después del término de la rebelión. En algún momento, pronto, Anneke también caerá y ya no habrá nadie que sepa que en este archivo decía seis en lugar de cinco.

—¿Y ReTic?

—Él nunca accedió a los documentos. Aunque podría. Y si se tentara, ya será tarde. No tiene cómo saber el número de elegidos —presagió. Avanzó hacia su marido.

—Veo que te lo pensaste muy bien. Entonces, mandarás todo al carajo y pondrás a los cinco predestinados como carne de cañón.

—No. Cuestionas mi proceder por haber dejado de creer en esta causa perdida, pero ¿te estás escuchando? —averiguó, mientras su mano tiritaba con el arma.

—No entiendo. Ya baja el arma, mi amor —dijo, preocupado por el ordenador portátil que su mujer sostenía con la mano derecha y por la pistola con la que lo apuntaba con la izquierda.

—En nuestras filas, siempre nos dijeron que todos somos uno y que tenemos el poder de un millón, aunque fuéramos dos, diez o cien. Pues bien, el pequeño porcentaje de confianza que tengo para con el mito de los elegidos es este. Si sus enseñanzas son ciertas, con cinco personas bastará.

—Mi cielo, esto es un gran error. —Se esmeró por hacerla entender.

—No lo es. Anneke y nosotros somos los que custodiamos el archivo con la profecía de los elegidos, pero sabes que ella no tiene acceso al contenido en sí. Mi plan es perfecto. Funcionará. Años más adelante, cuando quien sea La Matriarca libere la información a la persona debida, comenzará una nueva rebelión y espero que para ese entonces logren su objetivo.

—Amor, ¿dejaremos huérfano a nuestro hijo el día de su cumpleaños? ¡Reacciona, por la cresta! ¿No hay vuelta atrás?

—No. Desde otro plano, estaremos con él hasta la eternidad. Esto lo hago por su futuro. Mataré al amor de mi vida por él. No quiero que viva con sus padres y muera a los doce o quince años. Deseo que envejezca feliz. Lo siento, mi vida. —Derramó una lágrima y presionó el gatillo.

Lo mató al instante.

Encendió el aparato portátil y modificó los números. Cinco elegidos y ninguna referencia a un sexto. Sus últimos minutos de vida fueron tormentosos. Sintió pena, culpa, incertidumbre. Años de lucha por una causa y ¿les daba así la espalda? 

Pensó en su pequeño hijo, visualizó la cara de Anneke en su imaginación y la proyectó criándolo. Era una tremenda mujer, nadie más que ella podría hacerlo mejor. Esperaba que, cuando encontraran a la única sobreviviente de la rebelión, Max ya estuviera más grande para valerse por sí mismo. Envió un dron R2Z2 con el archivo hasta la alcantarilla, donde la araña hyptiotes cavatus, un robot zoomórfico, haría lo suyo y lo llevaría al mundo sin luz, hogar de La Matriarca y los rebeldes del subsuelo. Escribió un mensaje de despedida a Anneke, informándole que, considerando la cacería contra los insurrectos que escaparon, lo mejor había sido enviar el archivo en un microchip hasta las afueras del domo con el veloz arácnido. Se hincó, besó el desfigurado rostro de su esposo. Pidió perdón dos, tres y cuatro veces. Imaginó a su hijo resuelto y envejecido en ese mundo infeliz que no lograron derrocar. 

Un disparo en la frente. Sus sesos se mezclaron con los del amor de su vida.

Más tarde, los ángeles se dirían entre ellos que habían acabado con dos de los más grandes líderes de la rebelión. Solo quedaba Anneke, según las cuentas felices que sacaron. Pobres, no sabían nada. Un milagroso androide, amante de las cosas sencillas de la vida como la lluvia o pintar con crayones, les daría tremendos dolores de cabeza poco más de una década después.

ReTic contaba el dinero que le había pagado Patricia. Esperaba más trabajos así, que lo llamara, aunque no le perdería el rastro. Podría protegerla, ser su hacker y su guardaespaldas.

Se lavó las manos y conectó el horno eléctrico. Puso dentro de él un pan con queso y, mientras la luz amarilla se encontraba encendida y el plato calentador del electrodoméstico giraba, recordó cuando, en un horno igual a ese, hizo explotar el ordenador portátil de Margaret y, con él, su antigua casa y sala de operaciones. Por ese entonces, la milicia solo encontró restos de los cuerpos.

Recordó que ese mismo día fue a buscar al pequeño Max a la casa de una amiga de sus padres fallecidos y se lo llevó a un departamento abandonado, donde ambos esperaron la llegada de Anneke Díaz, quien arribó con dos pequeños tomados de la mano. Eran Francisco y Vibeke Matus, sus amados y bendecidos hijos.

Varias explosiones, demasiadas veces escapando y disfrutando estar vivo. Muchas moradas habían sido el refugio del androide superdotado, en esa cúpula donde jamás cesaba la lluvia.

El temporizador llegó a cero. El sándwich estaba listo. Lo tomó con sus arrugadas manos y se acercó a la pequeña ventana de su departamento. Bocado tras bocado, disfrutó tanto del sabor del queso derretido como de la lluvia, la que contempló nuevamente, como cada día que había vivido y que la ciencia le regaló.  

Fin del capítulo

✧.*•*.✧.*•*.✧.*•*.✧

≪✦✧❈•.◈.『Glosario/vocabulario』.◈.•❈✧✦≫

Comité superior: entidad gobernante dentro del domo, perteneciente a la casta Domain Aeternus.

Botón neutralizador: alta tecnología que permite seleccionar y suprimir episodios amenazantes para la estabilidad del domo, dentro de las memorias de sus habitantes.

Fa24: fuerzas policiales del domo, formadas solo por androides creados con bioingeniería. Tienen cien años de vida útil.

Los diez prodigios: son los 10 Fa24 que tuvieron consciencia propia y plena autonomía de sus actos. Pertenecen a un experimento secreto realizado por los Matus que fueron Padres Fundadores del domo.

Vellatorus: especie extraterrestre subordinada a los humanos. Reciben órdenes del comité superior e integran dos divisiones: la 1era División de Fusileros del Caos (militares que trabajan por el orden dentro del domo) y la 1era División Aerotransportada del Exterior (exploradores de las afueras del domo).

La rebelión de los otros: conflicto bélico cívico-militar (2291-2292). En él, un millón de personas, la mayoría de las castas más bajas, se rebeló contra el sistema, alegando demandas que exigían mejores condiciones de vida, igualdad y mayor movilidad social. Gran parte de quienes estaban a la cabeza de la causa fueron asesinados, pero la hegemonía ofreció beneficios a los descendientes de los rebeldes, dándoles la posibilidad de escalar un eslabón más en la pirámide social, siempre y cuando se considerara meritorio el ascenso. El comité superior (entidad gobernante) realizó esta mejora como un intento de parar la revuelta social y demostrar que ningún lugar del domo había sido abandonado.

El Edén: nombre de la megaestructura ubicada en la zona alta del domo.

Comunidad de Neptuno: protectores de la tecnología secreta que suprime memorias y las reemplaza.

Mundo sin luz: ciudad subterránea ubicada en el exterior del domo. La hegemonía del domo desconoce su existencia.

Amatista: tiene el poder de despejar la mente, equilibrar el estado de ánimo, priorizar ideas y dotar de claridad para encontrar la verdad.

Dron R2Z2: pequeño vehículo aéreo no tripulado. Es el más diminuto de los existentes dentro del domo.

Araña hyptiotes cavatu: robot zoomórfico. Es uno de los autómatas terrestres más veloces del domo.

Ángeles: nombre con el que son conocidas las personas de la clase Domain Aeternus. Este apelativo fue dado por las otras clases, haciendo referencia al lugar donde vive la hegemonía (El Edén).


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top