Capítulo 17: la dádiva de Francisco

Importante: cada publicación cuenta con palabras o conceptos marcados en negrita, los cuales tienen su correspondiente explicación al final del capítulo, en un glosario.

Francisco Matus aprendió rápido. El primero de febrero ya podía bloquear, con la ayuda de las elegidas que allí se encontraban, la energía de su vestimenta, pues mientras permanecieran juntos sus poderes crecerían. Las vibraciones negativas de la ropa de los humanos no se irían con el lavado ni con el detergente más efectivo. No había, desde luego, ninguna sustancia procedente de algún aceite mineral más apropiado que la inigualable capacidad que despertaba en el elegido su amatista. Ya no tenía que estar desnudo.

El esfuerzo debía ser consciente y constante. Permanente. El camino, por lo visto, sería largo. Aún faltaba que su hermana dominara sus energías y consiguiera leer las señales que ya habían comenzado.

Según le informó Rosa, Vibi era el punto de unión entre los cinco elegidos. Sus tres compañeras habían sido estudiadas, tal como lo hicieron con él, y llevadas hasta el subterráneo de la morada de Yoshiki. Vibeke debía despertar por sí misma del largo sueño en el que estaba sumergida. También tendría que comprender que esas visiones eran una pequeña prueba de su don. No solo podría, con el tiempo, ver lo que había sucedido en el pasado. Sus sueños no serían un oráculo determinista, pero sí les mostrarían a los elegidos y a la nueva rebelión probabilidades inimaginables. Ese era su verdadero poder, pues estaba destinada a ser la dueña de una fuente neurobiológica pocas veces vista. Con ella, simularía futuros posibles al integrar la información del pasado, arrebatada por el botón neutralizador, y las experiencias venideras. Así, debelaría un montón de caminos que forjarían el porvenir de la especie humana.

La dádiva con la que el universo había dotado a Pancho era otra. Luego de la primera visión, Nicole, conocida como Tanu, le enseñó las grabaciones obtenidas por los visores panorámicos de los soldados del exterior, verdaderos mártires de la insurrección. Al instante, Francisco Matus supo que lo que había contado mientras estuvo desnudo, sentado en esa silla solitaria y fría frente a tantos desconocidos, fue lo que ocurrió en ese preciso momento, afuera de la cúpula, en pleno apagón. Consiguió ver lo que sucedía sin ser visto. Imaginó que a partir de entonces sería los ojos y oídos de la rebelión y así se esforzarían por descubrir los ignotos motivos que desencadenaron tantas aberraciones. Tenían que juntar material. Poner en evidencia a toda la hegemonía que manejaba el sistema. Francisco sería el mayor testigo. Podía desdoblarse.

Dos días fueron suficientes para que el hermano de Vibeke entendiera que sus extrañas pesadillas no eran más que recuerdos bloqueados de situaciones traumáticas. Con anterioridad, no estuvo preparado para ver con sus propios ojos la verdad que se suscitaba en el interior de su hogar, pese a que su don siempre se mantuvo con él. Por fin, con disposición, su mente rebobinó, como en una cinta, los recuerdos que su cerebro había logrado soslayar. La película siguió su curso natural. Revivió algunos pasajes de su vida al juntar sus párpados e iluminó sus remembranzas.

Catalina Tassara Lyon se había casado hacía no más de un mes con Benjamín. Francisco y Vibeke conversaron sobre el tímido hijo de la nueva esposa de su padre y se propusieron cobijarlo como un miembro más de su familia. La mujer era desagradable, pero el chico no tenía la culpa y era un año menor que Vibi. Sin embargo, por más que lo intentaban, el recién llegado rehuía de sus invitaciones y era escueto al participar de sus conversaciones.

Un día, al ver que su nuevo hermano no estaba muy dispuesto a conocerlos, y a dejarse conocer, le preguntó a Catalina qué sucedía con el adolescente. Según intentó calcular mientras recordaba, Juan no tenía, por ese entonces, más de catorce o quince años. La madre del joven le contó que sufría de fobia social, pero que le había comentado que estaba muy contento con la recepción que le dieron y aseguró que no paraba de hablar de ellos. Parecía que solo se daba con su mamá. Tenía sentido.

Con los años, Juan se dio un poco más con sus hermanos e, incluso, con Benjamín, sus tíos y primos. Sin embargo, cuando cumplió dieciocho años, tras un par de meses de hacerlo, pareció retroceder todo lo que había avanzado. Así, cada vez que su nuevo padre, de quien ya tenía el apellido, estaba en casa, el joven enmudecía y se mostraba temeroso. Pancho lo conversó con Vibi y juntos le comunicaron el asunto a su progenitor.

—Están equivocados si creen que lo he golpeado o tratado mal. Está en la edad. Nunca los maltraté a ustedes y a mi nuevo hijo, un verdadero regalo de los padres fundadores, tampoco.

—Es que con nosotros no es así cuando tú no estás —afirmó Vibeke.

—Debemos preguntarle a él. Tú y yo —dijo Pancho, mientras miraba a su hermana.

—No, no, no. Este niño tiene un trauma. Nosotros solo le hemos dado amor. —Se rascó la nariz involuntariamente—.  Pero no considero que sea buena idea hablarlo con Juan. Recuerden que tuvo un padre que lo maltrataba a él y a su mamá, por eso acabó tras las rejas. Por favor, no lo hagan. Me da miedo que podamos despertar en él viejos recuerdos que comienza a superar. Quizá su cambio se debe al temor de tener a una figura paterna presente y respetuosa como la mía. Es algo nuevo para su hermanito y debemos darle el espacio que crea necesario.

—Es verdad. Quizá, tienes que acercarte más a él, papá. Tener más conversaciones, que te conozca en profundidad —propuso Francisco.

Esas palabras, al recordarlas, le provocaron una pena tremenda. Se sintió culpable de sugerir tamaña estupidez. Parecía que su papá se lo había tomado muy a pecho.

Una noche, unos cinco meses antes del apagón, Pancho sintió ciertos quejidos que le impedían dormir. Su habitación se encontraba cerca de la de Juan. Decidió salir a dar un vistazo y alcanzó a divisar a Catalina con su bata de levantarse, dirigiéndose hacia sus aposentos. Llevaba una copa de whiskey, una constante en esa mujer, y parecía secar con su manga felpuda lágrimas que Pancho nunca vio caer. No se percató que la vio así y luego de cerrar el acceso, le dio el espacio necesario para acercarse al lugar donde provenían los llantos. Ya los oía bien. Era Juan.

Abrió con sumo sigilo la puerta. Recostado sobre su cama, su hermano lloraba con una venda en los ojos. Sus brazos y piernas eran perfectas piezas que emulaban ser reales. Habían sido removidas de su cuerpo. Se extrañó, no sabía que era un híbrido. La luz era escasa y, delante del chico, un hombre desnudo y enfermo, de espalda a la puerta, se excitaba al sentir el dolor que le provocaba el calor de una vela, cuya cera derretida vertía sobre su cuerpo. Era su padre. Tal bestia era Benjamín Matus. Antes de entrar a la habitación para encararlo, su progenitor se dio la vuelta y lo atravesó. Hurgando hacia los pasillos, buscaba a quien había abierto la puerta. La cerró y el cuerpo de Francisco, o lo que creía que lo era, quedó entremedio de esta, con parte de su anatomía en el pasillo y con la otra, dentro de la pieza de Juan. Miró asombrado hacia abajo: parecía haber desaparecido del plano físico. Con tal impresión, todo se apagó. Luego de eso, despertó por la mañana en su cama.

«Qué pedazo de pesadilla surreal y asquerosa he tenido», reflexionó. Aun así, se levantó para ver a su hermano menor. Juan no estaba. Se decidió a preguntarle a Catalina y luego de golpear su puerta y que la mujer le abriera, no alcanzó a decir ninguna palabra. Recostado en la cama de su madre estaba Juan, con todas las partes de su cuerpo intactas, según pudo divisar, vestido con su pijama de oso. Al verlo parado sobre la puerta, el joven extendió sus manos con un plato con galletas de avena.

«Buenos días, hermanito Pancho. ¿Quieres comer con nosotros?», le preguntó, con una gran sonrisa que pocas veces había visto en su rostro.

Max, al igual que Vibeke, se puso en pie temprano. Se llevó las manos a la cara y restregó sus ojos para despertar mejor. Llamó a Corina.

—Espero que guardes el secreto —le dijo luego de contarle que conocía a su sobrina y que eran cercanos—. No quiero que sepa algo de nuestra historia en común o que ubico a Benjamín. Imagina si él se entera de que soy amigo de su hija.

—Tranquilo. He de confesar que estoy boquiabierta. —Puso su mano derecha sobre su pecho—.  No sabía que Vibi era seguidora de tu música y mucho menos que te había conocido. ¿Es cierto que son solo amigos?

—Seguro. Te dejo en claro que a mí me gusta y percibo que yo a ella también. No digas nada, sé que es imposible. Pero te agradezco que al menos me permitas ayudarla.

—Por suerte te dije que vinieras hoy. Benjamín y Catalina fueron a la Brigada de Ubicación de Desaparecidos. No corremos peligro. Te espero. 

—Gracias. Voy. Nos vemos al rato.

Miró el caos que tenía y recogió un par de prendas del suelo. Solía proponerse el hábito de mantener su casa ordenada, pero de la idea al hecho, había pasado bastante tiempo. Luego de la ducha, vestido con ropa sencilla, algo inusual en él, salió al encuentro con Corina. Colgó de su cuello la gargantilla que le obsequió Vibi. En su vehículo, se cubrió parte de la cara con una mascarilla negra, pues quería andar tranquilo y no ser reconocido. Durante el viaje, manaron de sus ojos lágrimas culposas.

Qué falta le hacían las amanitas. Pero esa adicción era parte del pasado. La abstinencia le provocaba cierta ansiedad que quería manejar por cuenta propia.

Desde el interior de su carro, en los límites de Monte Viejo, emprendió la ruta de la desigualdad. Se encontraba en Nuevo Santiago y, como cada vez que lo veía, volvió a impresionarse por la majestuosidad de El Edén, que se imponía en las alturas de la capital. La pirámide resplandecía y encandilaba sus ojos.

En la ciudad de Nuevo Santiago, condujo hacia un túnel ubicado debajo del cerro Mosa, en el municipio de Rubilar. No hubo más remedio: esa ruta era la más corta y quería llegar antes que Vibeke. En las alturas había demasiada congestión vehicular, por lo que decidió encaminarse por la ruta terrestre. Los enormes focos dispuestos al lado de los ductos de ventilación iluminaban la oscura vía ferroviaria y vehicular desde arriba. A lo lejos, divisó la luz del exterior, la que quiso alcanzar prestamente al odiar los espacios como ese, que le provocaban claustrofobia. Quería ser el auto que iba varios metros delante de él. El túnel era largo. Por ello, buscó un salvavidas en su cabeza, algún pensamiento o recuerdo que calmara su ansiedad. Fue peor.

Frente al espejo retrovisor, un colgante de plata con la figura de una mujer desnuda, con las piernas y brazos abiertos, lo remontó al día en que se lo obsequió su madre postiza. Tenía unos doce años.

—Este amuleto representa la fertilidad. Mucho tiempo lo tuve conmigo, pese a que está prohibida cualquier imagen divina. Me aferré a la idea de ser madre, aunque nunca pude concebir. Pero llegaste tú y pienso que de cierta forma esta mujer, la Pacha Mama, me llevó a ti.

—Es hermosa.

—Es tuya. Una muestra más que no estás solo en este mundo. Ya no.

—Gracias, mamá Corina. Recuerdo muy poco a mis padres, pero contigo no me hacen falta. ¿Cuándo conoceré al resto de la familia?

—Hoy vendrá tu tío Benjamín a vernos. Es algo serio, pero es así con todos.

—¿Puedo darle un abrazo?, ¿decirle tío?

—Solo dile Benjamín. Por ahora, es mejor que te refieras a él así.

—Qué señor más frío. Tranquila, no te decepcionaré.

Encontró la luz por fin al final del túnel. Hacía años que no tomaba esa ruta, había olvidado cuan abandonadas estaban esas urbes del noroeste y sus habitantes. En las calles, los prostitutos humanos que trabajaban por su cuenta, vestidos con sucios pijamas y viejas batas, tomaban desayuno en los improvisados locales ilegales de comida al paso. Hacían de la calle su hogar, debido a que los cuartos diminutos en los que vivían y se acostaban con sus clientes parecían no estar equipados para hacer una vida común dentro de ellos. «Pobres mujeres, infelices hombres. Ojalá los aceptaran en los salones», pensó Max, cuando recordó que esos centros contaban con buenas instalaciones para sus obreros, los que vivían ahí de manera confortable. Lo sabía porque la primera vez que se había acostado con alguien, a los dieciséis años, fue con una trabajadora sexual. Pese a que no era muy asiduo a esos lugares, continuó visitándolos de vez en cuando.

En una esquina, al lado de una cortesana que sostenía un café y un sándwich, dos hombres yacían en la berma. Las peleas eran pan de cada día en los sectores marginales y los robots de limpieza apilaban cuerpos todas las semanas. Así era la muerte en las zonas rojas, permanente, como el abandono del Comité Superior. La gente se alimentaba al lado de cadáveres y toda la basura acumulada por el ritmo imparable de la noche. A eso del mediodía, el domo completo estaría limpio otra vez. Pero era muy temprano y Max pensó en sus privilegios. «Prometí luchar por la libertad de la gente y estas personas no deben tener ni radio. Qué cagona revolución musical te montaste, Maxito», dijo dentro del auto; sacudió su cabeza. La escena ocurrió en el municipio de Clamor, ubicado en la capital del domo. Aún no salía de Nuevo Santiago, la ciudad más grande de toda la estructura.

«Apuesto que Benjamín debe sostener que soy pobre. En los prostíbulos a los que va no ve este panorama. Las calles de la planta baja son desiguales. Hay personas necesitadas que son consideradas ricas al lado de otras y municipios más decadentes que ellas», continuó con su monólogo. La soledad en la que estaba inmerso, le había hecho acostumbrarse a hablar consigo mismo.

Alguna vez sintió gratitud hacia el menor de los Matus. Se suponía que Max no sabría nada de sus padres, pero su nuevo tío se ocupó de contarle lo que, bajo su conveniencia, quería que el niño supiera. Sin embargo, cuando el ingeniero en robótica intentó que Maxi creyera que sus padres eran malas personas, el niño supo que Benjamín era un monstruo. Si sus papás habían querido luchar contra el sistema, habrían tenido razones de sobra. Con los años, ya convencido, justificó su porfía. Se suponía que los habían asesinado por sus convicciones.

En ocasiones como esa, pese a que intentaba no recordar demasiado, sentía temor del odio que tenía por Benjamín. No justificaba el actuar de Corina, pero en el fondo de su corazón creía que ella no era como su hermano menor. Tampoco pensaba que Cornelio lo fuera, él siempre había sido el perro faldero de los dos y aunque solo lo vio un par de veces, fue amable en sus visitas.

«No sabes el trabajo que me cuesta ser frío contigo, mamá», dijo en voz alta, aún dentro del automóvil. Y continuó: «me indigna lo que recuerdo y lo que mis ojos han visto en estas calles, pero ¿qué tan diferente soy de Benjamín y de todos los que actúan como él? Ambos somos monstruos, no tengo justificación. No puedo culparlo por mis actos, porque me vi obligado, pero siempre hay una vía de escape. Soy un asesino, soy un puto homicida».

Benjamín lo puso contra la espada y la pared. Ante el miedo que tenía de que Corina supiera que había reclutado a su hijo como un soldado y futuro asesino, decidió que lo mejor era alejarlo. Por ese entonces, sacó provecho de la edad de Max, quien ya tenía quince años. Era un adolescente, estaba en una etapa complicada. Sería creíble su plan, aunque doloroso para su hermana. Qué conveniente. Corina, aconsejada por un comprensivo Benjamín, fue convencida de contarle a Max la tecnología del botón neutralizador. «Ya es hora de que le expliques por qué le pides encarecidamente que no se quite el anillo de Kuiper, hermana. Sé que lo amas, y quiero potenciar su relación. No debe haber secretos entre ustedes, el chico te admira y lo has educado bien. Siempre le has dicho que la verdad es un gran valor. Te aconsejo que le cuentes, él ya es parte de nosotros» habían sido sus palabras. Como resultado, el chico se enfadó y esa tarde dio un portazo que hizo retumbar la conciencia de Corina. Ahí fue cuando Benjamín Matus, quien se encontraba de visita, salió a buscarlo.

—Hoy te vas de aquí y no vuelves —lo amenazó Benjamín.

—¿A la calle? —preguntó perplejo.

—No te faltará nada. Pero no volverás con tu madre. ¿Te imaginas que le sucediera algo? No sé, piénsalo, este mundo está tan viciado que hay personas capaces de eliminar a cualquier sujeto que se interponga en sus planes. Incluso, desaparecer a un familiar.

—No te metas con ella, viejo cerdo.

—Tú no te metas conmigo, niñito. Seguirás trabajando para mí. Serás el Toqui por muchos años y el amor de Corina no será un impedimento. Si alguna vez me entero de que revelas a una sola persona tu verdadera identidad, porque eres un asesino, te meto a la cárcel y a tu madre la exiliaré fuera del domo, para que sus carnes se caigan a pedazos y se muera por la radiación.

—Estás loco. Eres un enfermo —aseveró, llevándose las manos a la cabeza—. Es tu hermana.

—Y la quiero mucho, más que tú. Por eso, para que yo no le haga daño, te alejarás de ella —se acercó mucho al rostro de Max—. Si te portas bien —susurró en su oído— permitiré que de vez en cuando se contacten vía telefónica. Depende de ti.

—Puedes manejar nuestras vidas, pero, con tu poder, jamás conseguirás borrar el vínculo que une a todas estas personas o a mí con tu hermana. No hay tecnología que pueda hacer eso.

—¿Quieres ser un huérfano, otra vez, pendejo?

—No le hagas nada, por favor. Me alejaré. Te lo prometo.

Corina accedió a la petición de sus hermanos. Tenían que quitarle el anillo, pues creyeron que no debían arriesgarse a que el chico contara todo lo que sabía. Además, si solo le borraban la memoria, el joven podía ponerse el anillo como accesorio y con ello se haría inmune al botón. Esto porque la indomable había modificado la argolla, incorporándole un pequeño transmisor de pulsos led a la frecuencia debida.

Sin embargo, el menor de los Matus sabía que esa medida era una jugada que no elevaría sospecha alguna. La verdad es que Max contaría en secreto con un anillo de Kuiper, porque desde entonces sería una de las manos derechas de Benjamín.

Max sacudió nuevamente su cabeza. No quería recordar más. Había sido un largo viaje desde su ciudad, la sureña Santa Carmen. Cuando hubo pisado las instalaciones de High Life en Neo Norte, vio a Corina y, tras una exhalación profunda, enfrió su semblante.

A diez minutos de llegar, Vibeke apareció, pero no alcanzó a verlo, pues atendió una llamada. Era Simone, la chica del concierto.

Max Soto le pidió a Corina que lo esperara, pero que no hablara de él con su sobrina. Preguntó por el servicio y fue guiado por una de las recepcionistas hasta un amplio pasillo. Entre la aceleración de sus palpitaciones, tuvo que sacarse una fotografía con la mujer, quien lo reconoció pese a su mascarilla facial. «Esto será más difícil de lo que creí», pensó. Y no lo hizo por no pasar inadvertido. El músico sentía miedo, porque debería mentirle a Vibeke una vez más.

«Actúa tan bien como hasta ahora. Sé natural», pensó Simone, antes de marcar el número de Vibeke.

—¡Cariño! Me he enterado por las noticias de la terrible pesadilla en la que estás. Sé que tu hermano está desaparecido. Quiero que sepas que cuentas con mi apoyo.

—Simone, ¡qué alegría oír tu voz! —respondió emocionada—. Muchas gracias por tu ofrecimiento. La verdad, estamos devastados, pero toda ayuda es bienvenida.

—El destino dijo que debíamos conocernos y no te me escaparás tan fácil, hermosa. Te cuento que anoche adelanté trabajo en la agencia, por lo que estoy libre para ayudarte a buscarlo por la mañana.

—Ay, no puedo estar más agradecida de la vida por la gente de la que me rodeo. Mira, permaneceré en Neo Norte, en las oficinas de High Life, hasta las ocho y media. Dime si puedes llegar, o, de lo contrario, nos vemos por ahí y me vuelves a llamar.

-Tranquila, iré —dijo acelerada—. Me queda perfecto. Estoy en Neo Norte, en la casa de mi novio. Veinte minutos y nos vemos. ¿Cortas tú o yo?

-¿Yo? —preguntó, riendo—. Muchas gracias, Simone. Te espero —respondió Vibi y colgó.

Sus intentos por orinar fueron en vano, pues estaba ahí para rehuir de Vibeke. En el cuarto de baño volvió a sorprenderse, luego de las reflexiones que tuvo mientras conducía hasta las instalaciones de los Matus. Frente a los urinarios, la escultura de un ángel hecha de piedra caliza lo hizo viajar al pasado. Esa misma imagen la había visto gran parte de su vida en una vieja fuente ubicada en el frontis del orfanato en el que creció, en la mansión de Corina e Ignacio. El tocador se construyó con materiales suntuosos. Su revestimiento era de mármol y bajo el techo resplandecían decenas de lámparas suspendidas, con lágrimas de cristal. 

Max se miró al espejo por unos minutos y resolló. «No puedo creer que todo esto sea de su padre. Ella es una Matus», se reprochó, para luego tronar su espalda. Estaba tenso. 

Con ambas manos apoyadas sobre el lavabo de alabastro, miró indeciso hacia los botones del servicio de cromoterapia, conectados a la grifería. Dentro de la gama de siete colores posibles a elegir, presionó el azul, el que le produciría una sensación de serenidad. Recordó también que desde pequeño se escapaba por las noches al hogar de Corina. A escondidas del marido, solía jugar con todos esas tonalidades: dejaba la regadera encendida solo para disfrutar de ese hermoso espectáculo de luces.

Al salir, avanzó por el pasillo y, mientras se acercaba a la esquina por la que debía doblar para regresar a la zona de recepción, sintió más pánico que antes. No comprendía por qué titubeaba tanto, a fin de cuentas, era un mentiroso profesional. Nadie en High Life conocía su doble vida, excepto Benjamín. Pero ella era su hija, la princesa del hombre que lo había convertido en un cazador de humanos. Se detuvo antes de virar hacia la derecha. Volvió a respirar con fuerza. Un paso. Dos. Caminó. «Aquí voy», musitó, listo para interpretar su rol de hombre de bien.

—¿Empezamos? —preguntó. Vio cómo Vibeke se volteó de inmediato.

—¡Max! ¿Y tú? —dijo, sorprendida, mirándolo a él y a su tía. No entendía nada.

—Este joven se comunicó con las oficinas de High Life y preguntó por ti —mintió Corina—. Ya sabes, la cobertura de la desaparición de tu hermano y... -prolongó la última palabra para darle el pase a Max.

—Vi tu foto en la tele —le explicó, mientras ella lo escuchaba con atención y se mordía los dedos—. Ahí supe que eras la hermana del joven que desapareció y que estarías acá. Llamé a la central porque todos sabemos que los Matus son dueños de High Life. Y aquí me ves, listo para ayudar. Tengo el día libre —señaló sonriente y acarició con ambas manos los hombros de Vibi.

—Deja tranquilos tus dedos, mi amor —refunfuñó la tía—. ¿Cuándo vas a renunciar a esa maldita costumbre? —cuestionó a su sobrina, quien al instante accedió ante tal vergüenza—. Bien, ahora te ves más bonita. Chicos, si me disculpan —se excusó Corina, yendo hacia una oficina, para acabar con los preparativos y comenzar la reunión—, iré a acelerar el ritmo de estos chicos. Nada del otro mundo. Café, zumo de naranja, fruta picada, pancitos rellenos. Si queremos rendir hoy, comenzaremos con energía.

—Supongo que tiene razón. Nadie ha comido bien —subrayó Vibeke a Max.

—Ya veo que no estás comiendo bien. ¿Por eso te haces daño de esta manera? —ironizó el músico, en voz baja, y señaló con su índice los dedos de la joven, incomodándola—. Prométeme que lo dejarás. Podrías hacerlo por mí. Así veré qué tan importante soy para ti, señorita sagalover —propuso seguro, con una sonrisa llena de buenas intenciones. Sin pensarlo, ese fue su primer error y así comenzaría a descender de la nube en la que lo había puesto Vibi antes de conocerlo.

—A ver, Maxi, detente un poco. ¿Por ti? Cariño, si alguna vez dejo de hacerlo, será solo por mí. De igual forma, agradezco tu buena intención -sentenció, descolocada.

Uf. No me esperaba esa respuesta —meditó—, pero debo admitir que me encanta. No lo dije con ese fin, ¿cachái? Lo siento.

—No tengo nada que disculparte. No fuiste consciente y lo largaste así como así. Entiendo que tu propósito es que deje esta mierda, que me ha provocado infecciones asquerosas. Por ahora, las uñas acrílicas me van bastante bien —dijo, para luego reír y romper la tensión. De cualquier modo, se sintió estúpida.

—Yo también soy ansioso —siguió—. No daré una charla de aquellas. Supongo que siempre he sido bueno para dar consejos a los demás, aunque conmigo mismo no me resulte. Ya sabes, suelo cagarla y a menudo tomo malas decisiones. —Esbozó una sonrisa, pese a lo que decía.

—¿Quién no? Hoy tendremos todo el tiempo del mundo para conocernos y hablar de nuestras ansiedades. Pero antes, quiero darte las gracias por esto. Por venir —respondió, leyendo esa sonrisa que le derretía como un «estará todo bien».

Se quedó mirando la nota musical que colgaba en medio del pronunciado pecho de Max, escondido bajo esa camiseta ajustada. Sonriendo para sí, creyó contemplarlos de cerca por primera vez. Ironías de la vida, como si no se hubiera apoyado sobre él la noche del apagón.

—Nunca más me lo saqué —aseveró. Tomó el collar para verlo mejor. Vibeke se alegró—. Porque, ¿eso es lo que mirabas, cierto?

—Sí. El colgante... —Tragó saliva—. Se te ve hermoso.

—Me lo regaló una señorita muy bella.

—Estoy convencida de que les dices frases así a todas, Max Soto. Oye, ahora me disculparé yo. Perdón por no llamarte antes. No sabía qué decir, cómo acercarme a ti.

—Eso ya no ocurrirá más, porque tu tía me ha dado tu número y ahora soy yo el que estará cerca de ti. Claro... cuando quieras.

Corina les indicó con una seña que estaba todo listo. Vibi caminó con él, para barajar las teorías que tenían y hablar sobre el caso del ángel desaparecido que descubrieron en Neo Norte. Mientras avanzaban, miró de reojo a Max. Esa contextura. Esos glúteos prominentes. Hizo un repaso por todo su cuerpo, imaginándolo desnudo. Tenía fe en que su hermano estaba con vida. En esa ocasión confió en su intuición y pensó «en cuanto Pancho aparezca, lo voy a hacer con Maxi, sin dudarlo». El hombre la miró, levantó una ceja pícara y le sonrió. Por suerte, Max no leía la mente, aunque, al sacar conclusiones indubitables, él fantaseaba con lo mismo. La química era notoria. Tanto así, que esta fue percibida incluso por «la indomable», quien los invitó a tomar asiento.

Patricia Canessa, miembro honorable del Comité Superior, se disponía a revisar los expedientes secretos en la casa de gobierno. El presidente del domo estaba más preocupado de encontrar a su sobrino que de gobernar. Los Matus se enfocaban en lo mismo, por lo que creyó que no habría momento más oportuno que ese para hacerlo.

Sabía que Benjamín era un tipo individualista y no confiaba en que él fuera el que resguardara el botón neutralizador. De encontrar algo, sería evidente que la comunidad de Neptuno estaba al tanto y que le había protegido la espalda.

Insertó el chip en la placa de la biblioteca virtual e ingresó el código que solo el Comité Superior conocía. Frente a la pantalla, estaban las carpetas con los eventos que habían sido suprimidos gracias al botón neutralizador. Debía leer bien, en detalle, ya que los informes que se habían entregado a los políticos gobernantes eran escuetos.

Neutralización primera: miércoles 09 de junio, 2230.

Neutralización segunda: miércoles 19 de noviembre, 2230.

Neutralización tercera: lunes 05 de septiembre, 2231.

Neutralización cuarta: viernes 16 de noviembre, 2292.

Neutralización quinta: domingo 24 de febrero, 2295.

Neutralización sexta: martes 10 de octubre, 2305.

Neutralización séptima: sábado 28 de enero, 2310.

Sus ojos se concentraron en las dos últimas carpetas, las más recientes. Las primeras tres correspondían a la génesis del sistema, por lo que era innecesario leerlas. Los líderes de antaño ya estaban muertos.

Su intuición femenina le decía que algo encontraría. Repasó con detenimiento la oficina completa, por si se le había pasado alguna cámara de seguridad. Una hora antes, desconectó cada uno de los aparatos de los pasillos por los que circuló hasta dar con la sala en la que se encontraba, incluidas las cámaras de esa oficina. No halló nada extraño.

Encendió un cigarrillo inodoro. Oyó el sonido emitido por la primera calada. Lo llevó a su boca muchas veces, sosteniéndolo con sus dedos amarillentos. El tabaco quemado se tornó rojo y luego gris. Al mirar cómo consumía, pensó en los Matus. Quería terminar con esos infames de la misma manera y deseaba verlos hacerse cenizas.

Una vez que Patricia acabara su misión, un hacker de los suburbios instalaría en el sistema de seguridad de la casa de gobierno imágenes del mes pasado. Antes, modificaría la fecha para que nadie la descubriera.

No había mucho que concluir. A Francisco se lo tragó la tierra. Sin embargo, la reunión sirvió para que Vibi, Max y Simone supieran que Corina había contratado a un exagente de policía experto en darle caza a los independentistas. Esa era la teoría de la indomable, una venganza de quienes luchaban por la supremacía de las zonas bajas.

También se habló de la ausencia de una solicitud de recompensa. Si ese era un secuestro, los captores no querían dadas. Max agregó que la policía era inútil para estos casos. Por algo había tantos desaparecidos año a año. Sí, debía simular que no sabía nada de ellos.

Vibi tuvo la teoría de que la policía no encontraba pistas porque en la cúpula las manipulaciones y puestas en escena surgían a diario. El domo estaba lleno de corrupción y muchas personas se disponían a hacer cosas ilegales para tapar evidencias. Simone fue quien ayudó a apaciguar los ánimos cuando Vibeke increpó a su tía por la sociedad corrupta que permitió crear. Ya con más calma, todos concordaron con Max: era imperativo que permanecieran unidos, sus mentes debían mantenerse concentradas en buscar pistas y posibles culpables, y no culparse entre ellos.

En terreno, en plena búsqueda, Simone tuvo que llamar a Yoshiki y contarle sobre el exagente de policía. Ya se habían manchado las manos con sangre y la rebelión no podía permitir que sus seguidores se convirtieran en símiles de sus opositores hegemónicos. Sin embargo, su novio le dijo que no corrían peligro con el hombre contratado por la indomable, pues él era un infiltrado, simpatizante de la rebelión. 

Fin del capítulo

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≪✦✧❈•.◈.『Glosario/vocabulario』.◈.•❈✧✦≫

Amatista: tiene el poder de despejar la mente, equilibrar el estado de ánimo, priorizar ideas y dotar de claridad para encontrar la verdad.

Híbrido: ser humano, mitad hombre, mitad máquina.

El Edén: nombre de la megaestructura ubicada en la zona alta del domo.

Comité Superior: entidad gobernante dentro del domo, perteneciente a la casta Domain Aeternus.

Anillo de Kuiper: fabricado de metano congelado. Cada uno de sus portadores son inmunes a los efectos del botón neutralizador, de modo tal que sus memorias se mantienen intactas.

Toqui: líder de la caza de humanos dentro del domo.

High Life: megacorporación de robótica. Es la líder en la creación de autómatas y servicios de domótica.

Servicio de cromoterapia: sistema que utiliza colores determinados para mejorar la salud emocional de las personas.

Botón neutralizador: alta tecnología que permite seleccionar y suprimir episodios amenazantes para la estabilidad del domo, dentro de las memorias de sus habitantes.

Comunidad de Neptuno: protectores de la tecnología secreta que suprime memorias y las reemplaza.

Dadas: moneda utilizada dentro del domo.


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