Capítulo 12: los secretos de Benjamín Matus y el meet & greet definitivo
Importante: cada publicación cuenta con palabras o conceptos marcados en negrita, los cuales tienen su correspondiente explicación al final del capítulo, en un glosario.
La mañana aquella, bastantes horas antes de que todo se apagara, Benjamín Matus se jactó del poder que tenía a su alcance. Esto lo hizo sin saber que esa noche el domo recibiría un ataque externo y debería accionar su tecnología de emergencia. Estaba sentado en la orilla de su lecho, cuyas sábanas blancas se encontraban apelotonadas en el suelo. La habitación contenía una densa y elevada temperatura y la piel del ingeniero en robótica estaba aún húmeda y caliente. Una meretriz de cabellera larga y pelirroja se encontraba tendida sobre la cama, desnuda también. El hombre sostenía entre los dedos de su mano derecha un pequeño aparato metálico, con un botón rojo que emitía una leve luz del mismo color, la cual titilaba intermitente. Con la izquierda, acariciaba el trasero de la prostituta. Tras las puertas de ese lugar, una sala conectaba el cuarto con otro. En esa pieza, su mujer tenía un sueño apacible, envuelta en un camisón de seda e incrustaciones de pequeños cristales y perlas, con su antifaz de reposo y tapones para los oídos. Sabía que su marido había tenido sexo con alguien más, no era tonta, pero tampoco masoquista como para querer oír sus gemidos y cuanta palabra sucia que saliera de su boca.
—Con este botón puedo borrar la memoria de todos y restaurar la calma frente al caos.
La mujer se acomodó para verlo bien, pero cuando quiso tantear el mecanismo, Benjamín se puso de pie, esquivándola. El cincuentón lucía imponente y hermoso. Alzó en una mano el objeto, mientras su cuerpo desnudo mostró su excelente estado físico.
—Qué odioso. Si no me dejas tocarlo, entonces explícame ¿Cómo un botón podría conseguir eso?
—Con una pequeña alteración de la realidad e implantando recuerdos falsos en reemplazo de los que pudieran ocasionar problemas a nuestro sistema.
—Ya veo, podrías tenerlos a todos lamiendo tus pies.
—Lo sé, pero el poder puede hacerte olvidar quién eres y tus verdaderos propósitos. Con este botón podría, por ejemplo, borrar la memoria de mi esposa y hacer que ella no recuerde cómo te hago el amor a ti o a tus compañeras. Si fuera el caso, malgastaría las posibilidades, ¿no crees? Esa potestad sería absurda. Hay que utilizarla en su medida justa —comentó el hombre mientras seguía con los ojos enfocados en el aparato que portaba.
—Pobre.
—¿Quién?
—Tu mujer. Por cierto, ¿está en casa? —preguntó la prostituta, quien revisó la hora y procedió a vestirse.
—Obvio que sí, es su morada. Pero tranquila, no te dirá nada.
—Qué envidia me da a veces, aunque se me pasa cuando pienso en los enormes cuernos que tiene.
—No sueñes con algo que no eres, Camila. Parece que ese tema te importa más que la revelación que te he hecho. Escucha bien: en esta mansión, nadie no lo sabe.
—Gracias por recordarme que no tengo derecho a soñar, aunque me inventes un nombre de humana. Ese botón, de igual modo, no me afecta. Ni a mí, ni a mi especie. Solo confirmo que soy una puta de élite y estoy con una bestia muy poderosa, por eso me gusta y emociono cada vez que me seleccionas a mí y no a otra.
—Imagino que ustedes guardan secretos —dijo el hombre al mismo tiempo que la ayudaba a cerrar su vestido de látex blanco.
—Yo que tú no me arriesgaría. Está en el protocolo. Debes formatearme, ese es tu aval —respondió la chica híbrida, mientras acomodaba su pelo rojo y lo sostenía, por un lado, hacia adelante. Dejó desnudo su cuello para él—. Hazlo y no sabré nada.
Acostumbrado a meterse en el bolsillo las memorias humanas, Benjamín sonrió y borró la de esa mujer cibernética, la cual había sido la primera, fuera del círculo de confianza, en saber que su pulgar tenía el poder de presionar el botón neutralizador. La joven era su favorita y con los años, más que una prostituta, se había convertido en su amante. Lo que no alcanzó a oír antes de ser reseteada, pues el científico lo pensó, es que aquel pulsador había sido utilizado oficialmente seis veces ya, pero su capacidad limitada permitiría presionarlo solo dos más.
Esa mañana era otra jornada de synthwave. Vibeke se encontraba en la cocina, sirviéndose un jugo de naranja, mientras seleccionaba en su reproductor qué disco de SagaZan oiría para comenzar el día. Al primer sorbo, su padre besó su frente como todas las mañanas antes de irse a trabajar.
—Buenos días, preciosa mía. Hoy tendremos jornada doble en el laboratorio. No te veo hasta mañana. Disfruta del concierto.
—Gracias, Benjamín. Saludos a los tíos —respondió Vibi. Miró por la ventana las casas que conformaban la zona este de Nuevo Santiago, cuyos techos resplandecían por un sol de invierno que rehuía de aquellos cielos casi todo el año.
—¿Tanto trabajo te cuesta decir papá? —inquirió, un poco molesto.
—Gracias, papá. Saludos a los tíos.
—Mucho mejor —señaló el patriarca, con una gran sonrisa—. En tu nombre, mi princesa —cerró.
—Ok, Benjamín —farfulló entre dientes la hija, quien procuró que no le oyera. Tras ello, también sonrió.
Vibeke le quería, aunque se sentía desconforme con la paternidad de Benjamín. Con el tiempo, había recurrido a esa fórmula para hacerlo notar. Ella creía que él sabía las razones por las que no le decía papá, pero ambos estaban acostumbrados a no verbalizar lo que sentían.
El ingeniero bebió un poco del jugo de naranja que se había servido su hija en una copa, quien miraba absorta tras el vidrio, pensando en la ciudad de Trile, donde se haría el concierto. El hombre procuró hacerlo sin que ella lo notara, pues la conocía y sabía que no sería capaz de tomar del vaso de otra persona. Bueno, a no ser que hubiera bebido de él ese vocalista por el cual padecía una evidente monomanía. Después de todo, las obsesiones eran una constante en esa casa; la diferencia era que Vibeke no lo ocultaba, al menos en su hogar. Luego, con un fuerte apretón de manos, el progenitor despidió a Francisco, quien tomaba su batido de verduras matutino. Su hijo mayor era el esposo perfecto que toda madre querría como yerno y el deseo inalcanzable de los homosexuales; sin embargo, ya estaba comprometido con Consuelo.
—Viejo, hoy voy a ir a dejar a la princesa a Trile, por el concierto —mencionó Francisco. Acarició la cabeza de su hermana—. Luego de eso, iré un rato al gimnasio y después me quedaré en casa de Consuelo. No me esperen mañana —aseveró con una carcajada.
—Ve, hijo. Pero, supongo que le avisaste a tus suegros.
—Sí, papá.
—¿Seguro? ¿No tendré que llamar yo? —bromeó Benjamín.
—Sí, claro. Viejo, tengo veintitrés años.
—Es broma, Pancho. A ver, ¿llevas preservativos, al menos? Los vas a necesitar. Ya tienes veintitrés y eres todo un hombre. Un Matus —aseveró el ingeniero, con aires de orgullo.
—¡Qué asco! —se quejó Vibeke—. No lo digo por tener sexo. Qué asco esa impronta de macho recio, Benjamín.
—Los llevo siempre conmigo —se adelantó a decir Francisco para evitar una discusión entre su hermana y su padre—. Aunque aún no pasa nada. Quiero ir con calma. Más bien, por ella. He notado que le gusta ir paso a paso y eso yo lo respeto.
—Mil puntos para ti, hermanito. Con eso demuestras que más que Matus, eres un Díaz —dijo al momento que miraba a su padre con ánimos burlones. Vio cómo Francisco tomó su collar de cuarzo violeta y su semblante cambió.
—Bien. Avisa cuando vuelvas, hijito lindo —apuró a decir Benjamín, pues solía evitar hablar de la madre de sus hijos: Anneke Díaz—. Sé que los padres de tu novia están de vacaciones en Doryeku. Así que es obvio que te vas a quedar más tiempo del que yo quisiera.
—No será tanto, papá. Ya debes hacerte la idea, en unos años más nos casaremos. Sé que ella es la indicada.
—Lo sé. Lo sé. Necesito tenerlos a mi lado, aunque sé que ya están grandes y pronto abandonarán el nido. En fin, ya me voy.
—Avisaré. No serán más de cuatro días con ella. Te amo, papá.
El padre se puso su delantal blanco y más allá de la puerta del salón, su silueta desapareció tras el vitral.
Allí le esperaba, pero unos ojos curiosos veían la escena. Benjamín dispuso sus manos temblorosas de culpa y excitación bajo el pijama de un joven, mientras, apegado a su cuerpo, respiraba acelerado en uno de sus oídos. Juan, de diecinueve años, parecía hipnotizado, mudo y ciego. No es que la costumbre ante el manoseo incesante del esposo de su madre lo petrificara o dejara en estado de shock. El adolescente era un humano intervenido en secreto: entre sus entrañas y venas corría sangre humana, pero también se conectaban circuitos artificiales. Su pasividad, fobia social y semblante retraído maquillaba la oscura obsesión sexual de Benjamín. El ingeniero era un falso ídolo y ejemplo a seguir para la humanidad. Era intelectual, atractivo, millonario, enigmático, padre protector y benefactor del domo. Un científico dedicado a la consolidación del Edén y un hombre de ciencia bendecido por la mano de los padres fundadores. También, una bestia con un poder sin igual.
Catalina, la madre de Juan, sufría de trastorno narcisista de la personalidad. Además, tenía un terrible rechazo hacia su hijo, cuyo rostro le recordaba al padre del joven, un hombre abusivo que la había maltratado física y psicológicamente. No lo merecía. Ella no. Eso sentía y no entendía por qué tuvo que soportar tantas adversidades, considerando que era una Domain Aeternus, aunque sin profesión y siendo la exmujer de alguien que estaba preso. Así, en secreto había dado a su retoño como ofrenda a su nuevo esposo, a cambio de lujos excesivos y poder.
Mientras ella veía con frecuencia la escena del pijama en el pasillo, tras el vitral, se esforzaba por llorar en silencio. Quizá para sentirse una buena madre. Sin embargo, no lograba empatizar con Juan, aunque lo intentaba, en tanto se aferraba con fuerza a su collar de perlas y diamantes.
Los pactos y abusos cometidos a unos cuantos metros pasaban desapercibidos para los hijos biológicos de Benjamín. Vibi y Pancho, al igual que el resto de la sociedad, eran ilusos títeres. Por su parte, Juan, una marioneta deshumanizada cuya luz se había terminado de extinguir a los catorce años, cuando junto a su madre llegó a vivir a la mansión Matus. Aquel día, fue acogido con cariño por Vibeke y Francisco como un hermano más, sin apelativos que lo hicieran sentir ajeno a la familia, como «hermanastro» o «hijo de Catalina». La prensa sí le había construido ese perfil al silencioso joven, miembro reciente de una de las familias hegemónicas del refugio. Juan era el nuevo hermano menor. Él siempre se apartaba de todos, no obstante, sabía que el amor de sus hermanos era real, aunque inexplicable para él, pues sus padres nunca lo habían querido un poco siquiera.
Benjamín sacó pronto las manos del interior del pantalón de pijama del pálido y rubio joven. Siempre era así, como si una descarga de energía le descubriera los ojos y lo hiciera consciente de sus repulsivos impulsos. Con su mano derecha acarició el cabello de su hijo menor y se marchó. Juan no dijo nada y se quedó inmóvil por varios minutos en el lugar, mientras de fondo se oía a su hermana cantar con euforia «ya te conocía», su canción favorita en la voz del popular Max Soto.
Aunque su gusto por las putas era un rumor bastante extendido, Benjamín mantenía en secreto sus fetiches de placer bisexual. Todo porque tanto a su abuelo y a sus progenitores, así como a otros padres fundadores, se les había ocurrido que las diversas posibilidades de sentir y expresar el sexo, el amor y la identidad eran actos ordinarios, propios de las castas bajas. Por ello, durante décadas, esa realidad multicolor se mezclaba con el reflejo de centenares de luces de neón en el empapado suelo de un domo donde rara vez cesaba de llover. Allí, abajo, en las profundidades de la ciudad, en la calle misma, a ras del pavimento, los linajes populares eran liderados por poderosas familias defensoras de la heteronorma. Los ángeles más fieles a las costumbres, como Benjamín, odiaban la homosexualidad. Él tenía el poder para borrar la memoria de todos e implantar en sus mentes la creencia de que la diversidad sexual era natural, transversal a cualquier clase social; sin embargo, se negaba a esa posibilidad, pues, asimismo, poseía la facultad necesaria para que sus gustos se mantuvieran ocultos. Por ese motivo, convirtió a ese pobre chico en un esclavo de sus deseos secretos. Por ello, también, requería los servicios del Toqui.
Los ojos de Catalina ya no estaban. Juan avanzaba por un pasillo de la casa, derramando una lágrima espontánea que le recordó, con mucha dificultad, que aún era un humano. Evitó generar ruido para que sus hermanos no lo vieran. Quería volver a su habitación y arrancarse por la ventana. No tenía el valor. Se acurrucó en el colchón de su cama y permaneció sobre él en posición fetal. «¿Si no tengo alma, por qué pareciera que algo sale de mí, para no sentir, cada vez que él me toca?», pensó. Tres golpes a la puerta. Era la hora del baño.
Dos sirvientes lo ayudaron a desnudarse. Uno más se acercó y apoyó a sus compañeros de labores para quitar las piezas. Ya tenían la técnica de cómo desmontar con facilidad, aunque los primeros meses, tras el cambio que Benjamín le hizo a Juan, todo era más difícil. Incluso una vez casi se ahogó en la bañera, cuando aún no era atendido con los mismos cuidados. Al finalizar, el hombre que había sostenido a Juan lo llevó hacia la tina. «Qué pena este pobre chico», pensó el empleado. Bajó su cuerpo y lo acomodó en la silla especial para el baño. El torso del joven estaba completo. De ambos hombros nacían unos pequeños muñones. No tenía brazos y manos. Lo mismo con sus piernas amputadas, exhibiendo unas cortas protuberancias correspondientes a sus muslos.
Bastó un día para hacer despertar a todos, veinticuatro horas del presente se transformaron en pasado...
Vibeke recordó a Francisco y sintió que debían tener una conversación más profunda, pero en los suburbios. Incluso llegó a creer que sería una buena idea presentarlo a sus amigos, aunque con toda seguridad optaría por comenzar con Rodrigo y Silvia. Pensó que quizá había sido algo dura al hablarle así, minutos atrás, en su moto. Quiso ubicarlo por teléfono, mas, por algún motivo, lo dejó para después. Lo cierto es que él no podría responder a su llamada, pues ya se cumplían casi veinticuatro horas de ser reclutado por un enigmático grupo de personas.
La hija de Benjamín llevaba varias repeticiones en su mente del mensaje que transmitiría a su adorado Max Soto, pero al llegar a la zona que sería la antesala al meet & greet sintió deseos de ir al baño. Le habló a una de las chicas que estaba delante de ella, haciendo la fila. En esta segunda ocasión, que Vibeke creía la primera, había una nueva mujer atrás de ella. Una de las niñas que la antecedían accedió a guardarle el lugar a Vibi, pero antes de que se alejara, oyó a otra muchacha pedir lo mismo. «Aprovechando, para no ir sola», le dijo la rubia, tras lo cual rio y se dirigió al escusado acompañada.
¿Cómo era posible que tuvieran tanto en común? Vibeke estaba tan interesada en su nueva compañera, que no volvió a morderse las uñas o a repetir las palabras que ya tenía aprendidas. La mujer, llamada Simone Vallo, le contó que había ido a escondidas al concierto y con algo de culpa. Ella era una Domain tipo 2 y tenía amigos de los suburbios. Simone no estaba de acuerdo con las enormes brechas entre las clases acomodadas y las más pobres, por lo que temía que sus amistades cuestionaran el pago de una entrada tan cara.
—De seguro me dirían: ¿criticas algo y lo beneficias económicamente? O quizá, ¿te acercaste a nosotros por convicción o caridad? ¿Te gusta ser empática para sentirte bien contigo misma? —hipotetizó la desconocida.
—He sabido de varios ángeles y Domain tipo 2 que tienen nuestra visión, pero jamás conocí a alguien que tuviera una experiencia calcada a la mía. ¿Segura que esto no es una broma?, ¿dónde están las cámaras? —dijo Vibeke con un ataque de risa, el que pareció exagerado. Su alegría era genuina: al fin conocía a un ser humano que la podría entender.
—Este es el destino, de seguro. Teníamos que conocernos, querida.
Ambas mujeres continuaron con la charla. Vibeke le contó el miedo que le provocaba ser descubierta, cuando vieron entrar a Fabiana Rojas al mirador Buenavista. Simone le pidió que no tuviera pavor, que ella lo solucionaría, pero que debía cederle su lugar para entrar primero. Accedió. Pasados los minutos, Vibeke no podía creer lo que veía. Fabiana corría por los pasillos del teatro, en calzones, bajo el cual sobresalía un gran trasero falso, de esponja. Todos rieron, menos Vibi. Fabiana logró ver a Vibeke mientras trataba de desaparecer de ahí; una parte del equipo acudió a ella para ayudarla. Esa chica, Simone, podía convertirse en una amiga, pero sin duda alguna no tenía escrúpulos. Un misterioso cigarrillo había quemado por completo el tul del vestido. La rubia se asomó y levantó su pulgar. Vibi fue anunciada y pudo incorporarse. Caminó erguida, con la vista hacia el frente, y avanzó hacia el Mirador Buenavista. Los chicos aún firmaban autógrafos a los pocos que habían entrado. De pronto, Max irguió su postura y la vio ingresar. Vibeke no podía entenderlo, estaba tan cerca de él, quien no dejaba de mirarla. Ella se ruborizó, pero no apartó la vista del idol. Logró notar, sí, sabía que no lo había imaginado, cómo tragaba saliva. Parecía más nervioso que ella.
Martina, la mánager del grupo, le indicó a Vibeke que era su turno. En la mesa, el primero era Max, luego seguía Raúl, Frida y Kamal. Vibi tomó aire. Miró a Simone, quien estaba tan emocionada como ella. Saludó a la voz principal de SagaZan y sacó de su cartera un pequeño presente. Cuando Max lo recibió, la cadena de plata, con un medallón de oro que tenía grabada una nota musical, cayó al suelo. Ella se puso nerviosa, pero atinó a dar la vuelta para recogerlo. Allí, abajo, ambas manos se encontraron. Esos segundos parecieron horas. Él no apartó las suyas. Ese tacto, suave, exquisito, aceleró los latidos de los dos. Vibeke tomó la cadena y su rostro encontró la acnéica cara de Max, quien parecía diferente a las grabaciones y fotografías que había visto de él. Su semblante, amable, le resultó cercano, familiar. Max, esperanzado, pero nervioso, muy nervioso, le susurró a Vibeke algo que ella no comprendió.
«Por fin nos volvemos a ver, dime que me recuerdas, dime que aún lo haces, por favor».
De los ojos del artista brotó su pesar, ante una Vibeke sin memoria, pero tan hermosa como siempre.
✧Fin del capítulo✧
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≪✦✧❈•.◈.『Glosario/vocabulario』.◈.•❈✧✦≫
❈Mujer cibernética: los prostitutos y prostitutas, creados por la megacorporación "Senses", son organismos biológicos (humanos) altamente intervenidos con tecnología para ampliar o mejorar su capacidad y resistencia física, sus sentidos, inteligencia y adaptación a diversos contextos. A diferencia de otros cyborgs que poseen una data de un año, los trabajadores sexuales duran cinco.
❈Botón neutralizador: alta tecnología que permite seleccionar y suprimir episodios amenazantes para la estabilidad del domo, dentro de las memorias de sus habitantes.
❈ Synthwave: uno de los tantos estilos musicales que realiza el grupo idol SagaZan.
❈Nuevo Santiago: capital del domo. Es la ciudad más grande de la cúpula, la que limita al este con la ciudad de Trile, conocida por sus eventos musicales de gran envergadura.
❈Doryeku: ciudad de la costa. Cuenta con exclusivos balnearios para las familias más ricas del domo.
❈Domian Aeternus: nombre dado a la clase social más poderosa del domo.
❈Toqui: líder de la caza de humanos dentro del domo.
❈«Si no tengo alma...»: en el domo se impartía la creencia que las únicas personas con alma habían sido los padres fundadores de la fortaleza.
❈Domain Tipo 2: segunda clase más poderosa del domo.
❈Ángeles: nombre con el que son conocidas las personas de la clase social más poderosa del domo. Este apelativo fue dado por las otras castas, haciendo referencia al lugar donde vive la alta alcurnia: El Edén.
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