Piyamada
Jessie llevó muchas sábanas a su dormitorio que tiró al piso dejando un espacio en el centro. Era una sábana para cada uno.
La joven mecánica, la pirata y el robot reclamaron las suyas mientras que la chica oso y el camaleón pelearon al estar interesados en la misma.
Los que estaban sentados observaron sonrientes la batalla y apoyaban a uno de los dos brawlers. El joven tomó las muñecas de la chica para tirarla sobre la sábana que ninguno quería, así, aprovechó que aún estaba acostada, tomó un extremo y la enrolló. Victorioso se acostó sin dejar de mirar a Nita que se movía como un gusano al intentar desenrollarse.
– Nita - cero. Leon - tres. – sonrió presumido.
– ¿¡Qué!? ¿¡Desde cuando comenzaste a contar!? ¡Agh, ya verás cuando salga! – se sacudió intentando salir de la “trampa”.
– No griten, van a despertar a mi mamá. – pidió Jessie.
– Pam cuando duerme no hay nada que la despierte. – dijo Carl despreocupado.
– Si, tampoco hay forma de que los hagas callar. – Penny mira al robot – Tu hermano es un gritón. –
– ¡No lo soy! Tu eres más ruidosa que yo. –
– ¿Quieres apostar, chatarra? –
– No me llames así. – se cruzó de brazos molesto – Puedo pasar más tiempo que tu sin hablar. –
– Veamos si es así lo que dices. – extendió su brazo queriendo un apretón de manos para cerrar la apuesta – Quien pierda hará lo que el ganador le diga por una semana. –
– Esta bien, acepto. – cruzó sus brazos mirando con desagrado a la pirata que ya estaba sonriendo saboreando su victoria.
Observando a los brawlers que intentaban mantenerse en silencio, Leon, Jessie y Nita, que ya se había liberado, se miraron entre si, luego, miraron con malicia al pequeño robot con escasa paciencia que estaba con ellos.
No solamente tendría que soportar a la molesta pirata. Como si no fuera suficiente tenía ahí al combo completo.
Sería una larga e insufrible noche.
La pelirroja salió un momento de su habitación a buscar algo de comida y bebida para sus amigos dejando a Nita y Leon el primer ataque al minero.
– ¿¡Qué están haciendo!? – gritó Nita cerca de Carl sacudiendo sus sensibles sensores que le causaban dolor con ruidos insoportables – ¡Responde! – gruñó logrando que el robot la mirara con odio. – ¡Jessie, tu hermano esta descompuesto! –
– Quizás deberíamos de llamar a Ricochet. Seguro que lo pone a funcionar. – dijo con entre un tono pícaro y burlón el vestido de camaleón mientras giraba la paleta de un dedo a otro.
De los que intentaban cumplir la apuesta, Penny hacía todo lo posible por no reír mientras que Carl la miraba fijamente con cara de odiar al mundo.
– Ya veo… por esto eres el único soltero entre nosotros. – dejó de dar vueltas el dulce – Hasta Jessie te ganó. – arrojó la paleta hacia arriba y al caer la atrapó con la boca.
En ese momento, la pequeña mecánica entró a la habitación con una bandeja con cuatro vasos y un platito con galletas, era lo mejor que había para esa inesperada juntada con amigos.
La estruendosa risa de su pirata estalló al mismo tiempo que los acelerados y agudos gritos del robot. Una piqueta la recibió clavándose a su lado en la pared dejándola helada.
Observó la escena: Nita sostenía fuertemente a Carl que intentaba golpear a Leon. El encapuchado se balanceaba burlonamente sin moverse del lugar. En el piso, Penny reía a todo pulmón abrazándose y pataleando.
Evitando todo el caos, dejó la bandeja en su escritorio. De su bolsillo sacó una versión diminuta de su arma que utilizaba en batallas y envió una pequeña descarga a Nita que lo pasó a Penny y a Carl. Alegremente Leon seguía con su bailecito saboreando su paleta.
Escuchando las quejas de sus amigos y su hermano adoptivo que estaban recuperándose de la descarga tomó nuevamente la bandeja para dejarla en el espacio entre todas las sábanas.
El primero en tomar un par de galletas fue el amante de los dulces que al ver a la joven con pieles sentarse torpemente en la acolchonada sábana al lado de él le ofreció una galleta.
Los que faltaban se sentaron junto a la mecánica, Penny a la izquierda de ella y Carl a la derecha.
No había pasado ni una hora y el robot ya quería irse. Solamente por lo que su hermana le había dicho el anterior día estaba quedándose allí.
– ¿Y quien perdió? – preguntó la pelirroja.
A su lado, su hermano quedó en completo silencio al saber que sus gritos fueron antes que la risa de la avariciosa pirata. Ninguno de los demás jóvenes luchadores sabían en que terminó la apuesta, solo les importó molestar al minero.
– Lo que si sé – habló Penny – es que Carl es el ganador entre todos los que son pésimos ocultando sus sentimientos. –
– ¿Era necesario aclararlo? – observó con odio a la novia de su hermana.
– Si que lo era. – le dio una sonrisa sin importarle su mirada.
– Lo dejaste bastante obvio con ese bailecito cursi. – Leon siguió comiendo las galletas.
– ¡Tu bailaste conmigo! Fuiste cursi y le ganamos a mi papá. – gritó Nita.
– Ah, si cierto. – continuó comiendo ignorando por completo el vergonzoso tema.
– No te vi bailando ¿Desde cuando te gusta bailar? ¡A mi siempre me dejabas sola cuando te pedía que bailáramos! – la pelirroja miró molesta al robot.
– Baila desde que le gustó Ricochet. – dijo burlona Penny.
– Podría decirse que si, algo parecido. –
Los cuatro jóvenes lo miraron sorprendidos al no escucharlo gritando o molesto, como siempre actuaba. Leon comenzó a perder el interés mientras que las chicas estaban curiosas.
– Si que lo flechó bien Cupido. – el amante de dulces estaba confundido y buscó una respuesta en Jessie.
– Si, algo así. – la pelirroja rio nerviosa confundiendo más a Leon y volvió a concentrarse en Carl.
– ¿Cómo puedes amarlo si eres un robot? – se acercó Nita intimidándolo.
– Es algo que aun no comprendo. – la pregunta lo deja pensativo intentando recordar como fue que se enamoró sin encontrar una clara respuesta – Aun estoy informándome de este complicado sentimiento humano. –
– Creí que lo sabías todo. – Penny se atrevió a hablar mientras tomaba una de las galletas y se la llevaba a la boca.
– Poseo más conocimiento que tu. –
– ¿Eso me debería de ofenderme? – devoró la galleta de un mordisco – ¿Y para cuando le dirás? –
Los ojos brillantes de Carl se abrieron por completo iluminando a la de pelo lila. Ese sentimiento era algo desconocido que lo llenaba de curiosidad, era una fuerte sacudida que lo sacaba de su zona de confort .
En su opinión, su forma de actuar se volvía débil, sumisa, cariñosa, buscando siempre tener la mirada de Ricochet sobre él siendo halagado por lo maravilloso que era. Esto mismo era lo que lo impulsaba a confesarse para alivianar sus confusos sentimientos y volver a sentirse cómodo.
Antes de que la impaciencia llegara a sus compañeros respondió con seguridad a la vez que percibía aquel cosquilleo causado por los nervios.
– Tenía planeado hablar sobre este tema con Ricochet en los siguientes días. – los ojos de Nita, Jessie y Penny se iluminaron, Leon calmado solo lo apoyó con una sonrisa y un pulgar arriba – Pero antes de eso quiero asegurarme de que sea así. – la sonrisa de las chicas decayó mientras que el joven vestido de camaleón siguió comiendo indiferentemente.
Las jóvenes intentaron convencerlo de que era amor pero el robot se negó y mantuvo su postura. Su conversación duró un tiempo y, para cuando cambiaron de tema, Leon se unió a la charla.
Así siguieron hasta que los brawlers humanos comenzaron a bostezar debido al cansancio, cayeron dormidos uno a uno en la oscura habitación.
En medio de la noche, Jessie despierta molesta por la luz que iluminaba su rostro. Miró en el dormitorio encontrando a Carl leyendo uno de sus tantos libros, sus ojos iluminaban gran parte de la habitación y sobre todo a la pelirroja.
Intentó volver a dormir pero por cada parpadeo la cantidad de luz cambiaba bruscamente cegándola. Sin poder soportarlo, tomó su almohada y sigilosamente se acercó a su hermano adoptivo.
Para cuando el robot se percató de la sombra despeinada que se acercaba a él no pudo reaccionar y su cara fue tapada por la almohada de la mecánica quien luchó por mantener bloqueada la luz hasta que lo dejara sin energía.
Al final, después de resistirse al ataque, Carl pudo escapar hacia su dormitorio sin dejar su libro en el camino.
Apenas abrió la puerta un brillo débil llamó su atención.
Encima de su escritorio, bien centrado, se encontraba una pequeña caja blanca con un moño rojo que emitía un pequeño brillo de tono purpura.
Luego de dejar su libro ordenado en la estantería se acercó al regalo y lo abrió. Una ola de sentimientos lo chocó, de todo lo que sentía no fue capaz de reaccionar ante la gema que tenía forma de un caricaturesco corazón que habían dejado en su dormitorio sin que se diera cuenta.
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