Me acostumbré a que las cosas para nosotros llevaran un nombre distinto,

a que la discordia que creaba esta dependencia la llamáramos amor.

Me acostumbré a recortar mis pasos porque tú disfrutabas más del camino,

a mirar las nubes en vez de la flores porque decías que era mejor mirar arriba que ver hacia el suelo

Me acostumbré a parpadear menos cuando tus ojos eliminaban la distancia con los míos,

a suavizar mi aliento porque mis labios lo compartían con los tuyos.

Me acostumbré a unas luces tenues que bordeaban tu silueta desnuda contrastándola con una habitación oscura a las 6 de la mañana.

Me acostumbré a darle nombres profundos a lo más burdo que hiciéramos los dos,

a escuchar canciones rebeldes que incentivaran acciones que jamás pudiéramos cometer.

Me acostumbré a quererte sin creer que debía dejar de hacerlo,

a revelarme en contra de una ruptura necesaria.

Me acostumbré a mirarte hasta en las miradas de la gente 

y a superarte a sabiendas que mis versos aún te sienten.