Seis


Bills la ignoró y continúo su avance por el pasillo hasta llegar al cuarto de la chica. La cama estaba desarreglada, había ropa en el piso, el escritorio era un desastre y había envoltorios de golosinas por todo el lugar. 

-Oye- exclamó de forma enérgica y María se aproximó rápidamente- Este sitio es un chiquero ¿Cómo esperas que pueda descansar aquí?

Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, María se puso a organizar su habitación. Desde el umbral Bills la veía ir y venir, por el cuarto, levantando todo lo que estaba tirado en el piso o colgando de los muebles. En diez minutos el sitio quedó aceptable para Bills que como un inspector gubernamental examinó la habitación.

-Así esta mejor. No se puede descansar a gusto en medio del desorden y la suciedad- le dijo a la muchacha que se quedó parada en un rincón, sosteniendo un cojín.

-¿Se va a quedar aquí?- le preguntó con un poco de timidez y preocupación.

-Mi asistente salió a atender no sé que asuntos y necesito que alguien me atienda- le dijo al subir a la cama de un brinco juguetón.

-¿Y por qué no le pide al alcalde de la ciudad que lo reciba?

Bills la miró sentado ahí como un sultán, moviendo la cola de lado a lado y terminando por descansar su rostro en su mano. 

-¿Te molesta mi presencia?- le cuestionó dando a su voz ese tono profundo y oscuro que ponía cuando quería intimidar.

María encogió un poco los hombros y apretó el cojín contra ella.

-Quiero que se vaya de mi casa, por favor.

-No quiero- exclamó y se tendió en la cama poniendo las manos tras la cabeza.

María soltó un suspiro. No podía obligarlo a irse. Pero tampoco quería pasarse la noche atendiendo a esa criatura. Dejó el cojín en la silla del escritorio, tomó unas prendas del ropero e intentó salir del cuarto.

-¿A dónde vas?- le cuestionó el dios que la estuvo siguiendo con la mirada. La muchacha guardo silencio- ¿Estabas pensando en dejar la casa, no?

María se encogió de hombros y apartó de él la mirada buscando una excusa.

-Vete si quieres- exclamó Bills- Pero no te garantizo que este miserable edificio que llamas hogar este aquí cuando regreses.

-No puede destruir mi casa- replicó María dando unos pasos hacia él.

-¿No?- le cuestionó Bills volviéndose a sentar en la cama- ¿Cómo los vas a impedir?

María lo vio ponerse de pie e instintivamente dio un paso atrás, pero no bajó la mirada.

-¿Por qué la destruiría?- se atrevió a preguntar- Es una construcción insignificante ¿De verdad perdería el tiempo con ella?

Bills avanzó hasta quedar a unos pasos de la mujer. Sonriendo ladino se llevó la mano al mentón y lo sujetó casi como si acariciara sus ideas. Él mismo lo dijo. Esa mujer solo tenía palabras para enfrentarlo y eso era algo que llamaba su atención. No era como Bulma que gritaba de forma chillona para imponer u obtener algo. María guardaba argumentos, sin embargo, ese odioso carácter que tenía le restaba fuerza. Aunque no muchas personas se atrevían a desafiarlo, menos con palabras. De hecho conoció a muy pocas personas capaces de eso. Algunos reyes, sabios y un príncipe, sino mal recordaba, fueron lo suficientemente listos y audaces para ponerse a su altura solo usando palabras. Bills conocía muy bien el poder que escondía la lengua cuando se usaba adecuadamente.

-Traeme una taza de té- le ordenó inclinandose para verla a la cara.

Ella se le quedó viendo en silencio. Lo veía tranquila, pese a estar sometida a la presión de su presencia. Aquello hizo que Bills se mostrará un tanto intrigado y le cuestionara porque lo estaba mirando así.

-Nunca imagine que los dioses lucieran...como usted- contestó la muchacha.

-¿Hay algo malo con mi aspecto?

-No. Supongo que no. Es solo que... bueno uno tiene una idea de un dios un poco más- María se interrumpió y se llevó el dedo al labio inferior, inclinando la cabeza- ¿Poderoso?

-¿No te parezco poderoso?- le cuestionó Bills casi pegando su nariz a la de ella- Para que lo sepas yo puedo hacer que este planeta vuele en pedazos en un instante. No quedaría de la Tierra sino un montón de polvo estelar y para cuando te dieras cuenta de que sucedió estarías en el otro mundo.

-Sí, pero...

-¿Quieres que te lo demuestre? Podría destruir este planeta ahora mismo- le dijo levantando la mano derecha y creando sobre su dedo índice una pequeña esfera de luz dorada.

-¿Puedo hacerle una pregunta?

Bills hizo ese gesto de levantar una ceja (aunque él no tenía) y puso su otra mano en su cadera.

-¿Qué no vez que estoy apunto de destruir la Tierra?

-No creo que quiera destruir este planeta.

-¿Por qué que no lo haría?

-Porque somos un planeta chiquito que no se mete con nadie salvó con el mismo- declaró la muchacha sonriendo con ternura, casi con inocencia.

La declaración casi saco una sonrisa a Bills, pero porque le sonó un tanto estúpida.

-Traeme algo de beber ¿quieres, mujer?- le ordenó Bills, pero con un tono travieso y del mismo modo se dió la vuelta para regresar a la cama.

María suspiró con alivio y miró, un momento, a esa criatura que de pronto le pareció menos terrible. En cierta forma le recordó a un niño berrinchudo reclamando atención. La idea fue breve. Cuando él le respondió la mirada ella volvió a sentirse bajo presión y mejor fue por algo de beber para el dios. Tardo unos diez minutos en volver con un vaso largo con tapa y pajita que le ofreció de forma algo tiesa.

-Es un batido de leche y durazno- le dijo y se apartó de él.

Bills se sentó en la cama, le quitó la tapa al vaso, respiró sobre él y miró el contenido como si tuviera entre sus manos una metería que le sembraba desconfianza. Volvió a poner la tapa en su lugar con la misma recelosa actitud, mas cuando lo probó su expresión cambió completamente. Se bebió el contenido casi de un solo sorbo, lo que le provocó un fuerte dolor de cabeza producto de lo fría que estaba la bebida, pero se le pasó rápido.

-Quiero más- exclamó devolviéndole el recipiente.

-Claro- murmuró María y fue por lo que quedaba en la licuadora.

Al volver Bills la esperaba ansioso, aunque bebió más lento en esa oportunidad.

-Bulma no me había dado uno de estos ¿Cómo dijiste que se llamaba?

-Batido- exclamó la muchacha.

-Ah, si, un batido ¿Está hecho con leche, no?

-Y también fruta- acotó María- Puede ponerle la que quiera. Incluso más de una.

-¿De verdad?

A María le pareció un tanto cómico que ese ser se entusiasmara tanto con algo tan simple como un batido. Le hizo varias preguntas y soltó comentarios respecto a si sería posible mezclar leche con frutas de otros planetas. Le hablo, indirectamente, de una que le gustaba demasiado. Por un momento pareció olvidarse de que ella era un ser inferior al que venía amedrentando. Cuando perdió el interés en el asunto le exigió que lo dejara solo, pues quería dormir un rato. La muchacha no puso objeción. Tomó unas cosas y se fue a dormir al sofá.

Eran pasado las once de la noche cuando María se acostó en su improvisada cama. Le costó trabajo conciliar el sueño en esa oportunidad. Tener a alguien en su casa le era incómodo, mas terminó sucumbiendo al cansancio.

Bills, arriba en la habitación, se quedó tendido en aquella cama extraña a la suya. Con los brazos cruzados tras la cabeza y los ojos fijos en el techo se sumió en su mundo interior. Aquel sitio era un páramo solitario desprovisto de sendas y en el que largos pastos ondulaban por el viento. Un paraje más agradable de lo que muchos podían creer, pero absolutamente despoblado. Los vocablos: amigos, amantes, compañeros y de más siempre le fueron ajenos. Inclusive innecesarios. A esa mujer parecía ocurrirle algo semejante. Se sonrió de manera despectiva y girandose hacia la ventana se puso a dormitar. Para cuando decidió marcharse, María dormía profundamente en el sofá. Él bajó a verla y se quedó parado a su costado un instante, después se fue sin hacer un solo ruido. No porque le importara despertarla, simplemente no tenía pensado volver ahí otra vez. Pero para no variar, no estaba siendo honesto.

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