Doce


Uno a uno los botones de la camiseta se fueron desprendiendo al toque de la oscura garra. La piel clara de la muchacha iba quedando a la vista del dios que casi se relamia con las ideas que ese suave bocado le estaban provocando. Cuando él último botón cayó, el sostén oscuro y sencillo de la muchacha apareció como la última barrera. Una muy delgada y de la que podía deshacerse con un simple tirón, pero espero...

María lo miraba con una mezcla de vergüenza e incertidumbre. Es que no concebía la idea de que él se interesará en ella de esa manera. Por supuesto nada de lo que pasaba la ofendía o la hacía sentirse agredida. Si le tocaba ser honesta una parte de ella lo deseaba, pero no porque estuviera enamorada de ese ser. Lo que ocurría era que en ese momento de su vida Bills era la "persona" más cercana a ella y sentía un poco de hambre por él.

Al principio el dios le sembró temor, después incertidumbre, siguió la curiosidad y por último se formó entre ellos un vínculo muy especial. Uno en que si bien acabar envueltos hasta ese punto de la intimidad no era necesario, tampoco estaba fuera de lugar. Bills la había estado despojandola de su ropa hacia meses. Las prendas que llevaba encima, en ese momento, no eran más que un velo ridículo. Pese a la plena conciencia que María tenía de lo que pasaba, no podía evitar sentir un poco de vergüenza al tenerlo así sobre ella. Esos ojos eran un tanto difíciles de soportar porque parecían ver demasiado y a la vez no decir nada.

Bills esperaba y María entendió que era lo que él aguardaba así que despacio, como si estuviera a punto de hundir la mano en un pantano, levantó el brazo para llevar la punta de sus temblorosos dedos al rostro del dios que aceptó la timida caricia para después sonreír ladino y convertir las prendas de María en arena oscura que se derramó en la alfombra.

La repentina desnudes desató en la muchacha el pudor, medio cubriéndose con los brazos y las manos. Seguramente Bills había apreciado cuerpos hermosos y exóticos con los que el suyo no tenía comparación. María podía disimular muchas cosas, pero no ese temblor en sus miembros que delataba su nerviosismo, uno que en Bills era casi un afrodisíaco.

Él descendió un poco sobre ella, que despacio y con cuidado le quitó esa capa faraónica teniendo que descubrir su cuerpo pálido para hacerlo. La distancia desapareció y sus pieles se encontraron en un contraste de frío y calor que desató vapores que abrigaron la experiencia.

María era un poco tímida, posiblemente por la falta de experiencia de la que ella misma le habló tiempo atrás. Pero estaba bien. A Bills le gustaba eso, sin embargo, con el paso de los minutos descubrió que María en realidad guardaba un poco de fuego en su carne también. No como las hogueras suyas, era más un calor de chimenea abrasadora reservada para los privilegiados a los que ella permitía atizar su corazón.

Sudor, gemidos y unos arañazos que cortaron las hebras de la alfombra y fueron a dar a las tablas del piso, fueron los vestigios que quedaron de esa noche en la sala que el sol descubrió vacía esa mañana. María estaba dormida sobre su cama, viendo el paisaje por la ventana. Bills se había ido bastante temprano. Casi como si hubiera huido, pero no fue así. Simplemente no tenía más nada que hacer allí una vez el sexo con ella terminó.

No era raro que una vez satisfecho él dejara a su amante. Podía parecer un acto insensible de su parte, pero en realidad no lo era. Y es que no habiendo un sentimiento de por medio o teniendo alguna otra motivación para quedarse a Bills le parecía una perdida de tiempo alargar el encuentro. Mas en esa oportunidad su motivación para irse respondió a otra cosa.

María se quedó en su cama hasta media mañana. Despertó cerca de las ocho, pero no se levantó. Desnuda entre las sábanas evocó las caricias de Bills, sus deseos, sus demandas, pero sobretodo los fragmentos de su ser que se derramaron sobre ella como la arena negra que fue su atuendo y que quedó sobre la alfombra. Residuos de alguien que no era un dios y que permanecían adheridos a su piel, esa que ella tuvo permiso de recorrer sin límites. Algo que no esperó María de Bills fue la libertad que él le concedió para buscar la satisfacción en su carne del mismo modo en que lo hacía en la suya. A ratos se sintió un poco torpe, pero él fue tolerante a ello. A pesar de ciertas singularidades propias de alguien que no era humano, estar con Bills fue bastante satisfactorio para María a quien no le importaba si no lo volvía a ver. Y es que ella era así...

Sentado en una cómoda silla en el jardín, el dios se entregaba a sus pensamientos mientras bebía una jarra de cerveza. El ángel lo miraba de reojo. Su señor estaba más callado de lo usual, pero lucía muy tranquilo como para asumir que algo lo atormentaba. Después de unas horas Whis trato de indagar un poco en que era lo que sumergió a Bills en ese estado meditando, pero no tuvo el resultado que esperaba. El dios lo mando a buscar un pescado a un planeta a casi una hora de ahí.

-Tengo antojo de algo especial- agregó antes de vaciar la jarra y dejarla caer a un costado de su silla.

-¿Hay algo que celebrar?- le pregunto el ángel.

-¿Acaso necesito una excusa para comer algo especial?- le cuestinó Bills- No olvides que sigo siendo el dios de la destrucción de este universo y que tengo un paladar bastante exigente. Últimamente los sabores de las comidas que he estado probando me tienen hastiado. Ve por ese delicioso pescado y regresa aquí en dos horas. No me hagas esperar y no me hagas ir a buscarte como la última vez.

Whis se le quedó viendo con extrañeza. Hacia tiempo que su señor no le hablaba de ese modo prepotente e impaciente. No hizo comentarios y partió en busca de lo ordenado. Por supuesto que aquel acontecimiento no sería algo que cayera en el olvido en su memoria. Whis experimento una fuerte curiosidad por saber que llevó a Bills a ese retroceso en su carácter y se dio una idea bastante clara de que podía haber causado ese efecto.

El dios regreso a su posición de descanso sonriendo ladino, satisfecho. Jugando formó un hakai en su mano y lo arrojo a uno de los planetas que podían verse desde su jardín. Unos segundos después aquel mundo estalló sacándole una sonrisa todavía más oscura, burlona y arrogante.

Él era Bills el dios de la destrucción. Él era un ser extremadamente poderoso cuyas decisiones, grandes o pequeñas, podían cambiar el rumbo de las cosas, desatar acontecimientos de proporciones épicas y acabar con todo en un instante. Todo lo que pasaba entorno a él era porque él lo permitía. María era la prueba de eso, pero también de que pese a todo lo anterior tenía necesidades mortales... demasiado mortales.

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