Capítulo 18

Mis manos sudaban como si fueran cascadas y mi pie no dejaba de golpear el suelo constantemente, estaba nervioso. A pesar de haber tomado pastillas para dormir, mi mente no lograba calmarme del todo. Repasaba una y otra vez lo que iba a decir, deseando que mi confesión no resultara incómoda y, sobre todo, sin romper la amistad que había crecido entre nosotros en estos meses. Mientras tanto, jugaba nerviosamente con mi patineta, con las manos en los bolsillos delanteros.

—Hola —escuché detrás de mí esa voz que tanto amaba escuchar, pero algo estaba mal. Su voz no sonaba como siempre, estaba apagada, demasiado apagada.

—Buenos días —volví para verla.

Vestía una camisa blanca grande, unos pantalones cortos azules y sus Converse negras, su atuendo habitual. Sin embargo, algo no estaba bien. Sentía en lo más profundo que algo malo había ocurrido con ella.

—¿Estás bien? —pregunté, colocando mi mano en su mentón para obligarla a mirarme a los ojos. Mordí el interior de mi mejilla, conteniendo el enojo que comenzaba a apoderarse de mí. Sus ojos estaban rojos, bajo ellos se notaban las ojeras por la falta de sueño y, en el lado izquierdo, un moretón no muy grave se hacía presente. —¿Quién te hizo esto?

—No hay de qué preocuparse —respondió, colocando sus pequeñas manos en mi pecho y empujándome ligeramente. Mis ojos se dirigieron a sus manos, que estaban vendadas hasta los nudillos.

—¿Qué te pasó en las manos? —pregunté seriamente, tomando sus manos entre las mías. Nunca la había visto en este estado, lo que me preocupaba mucho.

—Me caí ayer de camino a casa con la patineta —dijo, quitándose las manos de las mías mientras me miraba a los ojos. Sabía que estaba mintiendo.

Di un paso adelante para abrazarla, pero no pude hacerlo debido al peso de su cuerpo sobre mis brazos. Quité su gorra y puse mi mano sobre su frente, que ardía en fiebre. Luego, le volví a colocar la gorra, poniendo su brazo alrededor de mis hombros. Cogí las dos patinetas, incómodo por la situación pero sabiendo que debía ayudarla primero.

Ya en el apartamento, la llevé a la habitación de huéspedes y la acosté con delicadeza en la cama. Encendí el aire acondicionado y el abanico, y busqué una toalla pequeña que humedece con agua tibia. Al entrar corriendo en la habitación, le quité la gorra y le puse la toalla en la frente, lo que la hizo estremecerse un poco en la cama. Estaba pálida, sus labios adquirían un tono morado y su cuerpo empezaba a temblar. Salí de la habitación en busca del termómetro, pero parecía estar perdido.

—Joder, ¿por qué siempre tengo que perder todo? —me quejé en voz alta, sacando el móvil al sentirlo vibrar en mi bolsillo. Era Miguel. —No puedo ahora, Mangel. ¿Sabes dónde diablos está el termómetro?

—¿Me ves con cara de arqueólogo? Obviamente, en el baño.

Corrí al baño y encontré el termómetro en el espejo. Regresé donde Tn___ y le tomé la temperatura. Al escuchar el pitido, vi el resultado.

—Mierda, mierda, mierda —murmuré, caminando de un lado a otro, sin saber qué hacer. El hospital estaba a una hora de aquí y hoy había mucho tráfico. ¿Cómo manejar esto sin los utensilios necesarios para calmar esa fiebre?

—¿Qué pasa, Rubén? ¿Quieres que vaya a tu casa? —escuché la voz de Miguel por el móvil, que aún tenía en mi oído, habiéndolo olvidado.

—Tn___ está ardiendo en fiebre, no sé qué hacer con ella —respondí, tocando su mejilla preocupado y alejándose rápidamente debido al calor que desprendía.

—Voy de camino, no se te ocurra hacer una locura.

—Pero, ¿cómo quieres que...? —me quedé callado al escuchar que la llamada se había terminado. Tiré el móvil a la cama, frustrado, mientras Los Gatos nos miraban a Tn___ y a mí.—No hagas nada loco, Rubén —suspiré, tratando de calmarme. —a la mierda.

Quité la toalla de su frente, sus zapatos y medias. Nunca me digan que no haga nada cuando estoy preocupado, porque al final siempre termino haciendo algo loco. Con delicadeza, intenté sacarla de la cama, verificando que su frente seguía caliente. La sostení por la cintura mientras colocaba su brazo sobre mis hombros y caminábamos lentamente hacia la ducha.

Entramos juntos, sintiéndome un poco incómodo por la situación. Me moví hacia un lado para recibir el agua fría que también me caería encima. Las gotas de agua caían sobre nosotros, marcando nuestros cuerpos ya empapados y haciendo que nuestras ropas se pegaran. Un sonrojo apareció en mis mejillas al fijarme en el cuerpo tan curvilíneo de Tn___ frente a mí.

—Rubén —murmuró ella, buscando con su mano libre la mía, apretándola con fuerza.—Tengo... tengo frío —tartamudeó, elevando un poco su rostro. Pasé mi pulgar con delicadeza por sus ojos, pegando luego su cabeza a mi pecho mientras cerraba la ducha, dejando que el agua dejará de salir.

—Me alegra que hayas caído en cuenta —dije, buscando con la mirada una toalla que había dejado, y al encontrarla, la puse alrededor de ella.

Le ayudé a salir de la ducha, consciente de que su reacción no significaba que estuviera completamente bien. Observé sus manos vendadas y mojadas, pensando en la necesidad de cambiar esas vendas antes de que se infectaran.

—Siéntate en el inodoro —le ordené,

mientras buscaba el botiquín de primeros auxilios. Saqué las vendas y el desinfectante, tomando sus delicadas manos que las apartó rápidamente.—Solo quiero que no se te infecten —le dije, cogiendo sus manos y mirándola a los ojos para transmitirle seguridad. Empecé a quitar las vendas con un poco de brusquedad, y escuché el gemido de Tn___ cuando levanté la venda y parte de su piel se lastimó.

—Perdón —susurré, quitando con calma las vendas .—En realidad, ¿qué fue lo que te pasó ayer?

—Como te dije, me había caído de la patineta —respondió, mientras comenzaba a quitarse la otra venda. —No hay de qué preocuparse —intentó sonreír, pero vi claramente que era forzada. Decidí no presionarla más por el momento, aunque sabía que me estaba mintiendo.

-Buscaré una secadora, necesitas secarte. —dije, levantándome para colocar el botiquín en su lugar. Ella asintió lentamente, mientras se escuchaba que alguien tocaba la puerta principal.

Caminé hasta la puerta y la abrí, encontrándome con Mangel, que llevaba un par de bolsas de compra.

—¿Qué demonios te pasó a ti? —preguntó confundido al verme empapado.

—Ya verás —respondí, cerrando la puerta y poniendo mi mano en mi nuca. —Me asusté mucho y metí a Tn___ en la ducha.

—Dime por lo menos que le quitaste la ropa casual para que tuviera ropa seca después —dijo, cerrando los ojos con la mano en la frente, esperando que hubiera hecho lo principal. Niegue nervioso ante su preocupación.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top