Capítulo 1

Mi nombre es Cassandra Prior

Tengo dieciséis años. Vivo en Abnegación, con mis padres, mi hermano Caleb y mi hermana gemela Beatrice

Llevo toda mi vida esperando este momento. El momento en el que pueda ser libre para elegir la facción a la que perteneceré durante el resto de mi vida.

Siempre me ha dado igual que facción escoger. Solo tenía claro que no quería pasarme la vida siendo abnegada. Y que quería estar donde estuviera Beatrice, mi hermana gemela.

Cuando éramos pequeñas, siempre nos confundían porque éramos totalmente iguales. Ahora lo único que nos diferencia es que yo tengo el cabello castaño y ella rubio.

- ¿En que estás pensando? - me pregunta Beatrice, sobresaltándome. Estamos sentadas en dos asientos contiguos en el autobús, de camino al colegio. Mi hermano está de pie, porque es demasiado abnegado y me ha cedido su sitio.

- En la prueba, en la decisión que tendré que tomar. En todo. - respondí, suspirando.

- No quiero que estemos en facciones diferentes. - susurró  - Eso significaría no poder vernos nunca, y yo no sé qué haría sin ti.

- Yo he pensado lo mismo. Además de ser mi hermana eres mi mejor amiga, Beatrice. - le digo abrazándole.

En teoría, en abnegación se prohíben las muestras de afecto como los abrazos o los besos.

Que le den a la ley. Si quiero abrazar a mi hermana lo hago.

- Chicas. - nos interrumpe Caleb. - Ya hemos llegado. Bajad.

Bajamos del autobús y caminamos hasta las puertas del instituto.

Allí está nuestra vecina, Susan. Esperamos junto a ella a que podamos entrar. Mientras esperamos, observo a los de osadía saltar de un tren en marcha. Les he estado observando este último año y siempre llegan así a clase.

Mi hermana me da un manotazo en el brazo y me arrastra hasta dentro del instituto.

Nuestro horario de clase es normal hasta la comida. Después de comer nos fueron llamando para hacernos la prueba de amplitud. 

Llamaron a mi hermana. Yo le sonreí para darle ánimos y ella me devolvió una sonrisa nerviosa. Diez minutos después, mi nombre resonaba en los megáfonos.

Entre en la sala donde me habían indicado. La pared estaba llena de espejos.

- Tu eres la hermana de la que ha estado aquí antes, ¿verdad? - me preguntó. - Sois iguales, salvo en el cabello. Ella ha tenido la misma reacción al ver los espejos. Por cierto, soy Tori.

Tori me hizo sentarme en el sofá extraño que había, me clavó con cuidado la aguja en el cuello y empezó la simulación.


No sabía dónde estaba. Todo a mi alrededor era blanco. De la nada aparecieron dos cuencos: uno tenía un cuchillo y el otro un pequeña porción de queso.

- Elige. - dijo una voz.

- ¿Por qué tengo que elegir?

- Elige

- No hasta que me digas el por qué.

- ¡Elige!

Esperé sin elegir nada, hasta que los dos cuencos desaparecieron. En su lugar había un perro muy furioso y bastante grande con aspecto de poder comerme si se le ofrecía la oportunidad.

Me quedé quieta, sin poder reaccionar.

El perro se fue acercando cada vez más a mi y cuando estábamos a tan poca distancia que creí que me atacaría y que ya no podría contarla, escuché una voz desconocida.

- ¡Perrito!

Era una niña pequeña, de menos de diez años. Vestía un vestido gris. Era una niña abnegada.

No me dio tiempo a avisar a la niña. El perro salió corriendo hasta la niña para atacarla.

Sin dudarlo ni un instante, corrí detrás del perro. Al ver que no podía alcanzarlo, dejé de correr. Silbé lo más fuerte que pude para llamar la atención del perro y que no atacara a la niña.

Mi plan funcionó y cuando el perro estaba a punto de saltar sobre mí, el escenario cambió.

Ahora estaba en el autobús de esta mañana, en el mismo sitio. Cerca mío había un hombre leyendo el periódico. Consigo ver en el periódico la cara de una persona. Me resulta familiar, como si la hubiera visto antes.

- ¿Le conoces? - me pregunta el hombre, sobresaltándome.

- No. - miento yo.

- Se que estás mintiendo, niña, dime la verdad.

- No le conozco

- ¡Dímelo! -exclama.- ¡Si me lo dices salvarás mi vida!

- Ya se lo he dicho. - contesto yo. - No le conozco de nada.

De repente, el escenario vuelve a cambiar. Estoy de nuevo con Tori.

La simulación ha acabado.

- ¿Cuáles son mis resultados? - le pregunto.

- No han sido... Concluyentes. - dice en un susurro.

- No lo entiendo.

- Tienes aptitud para Osadía y para Abnegación.

- ¿Cómo has dicho?

- Se llama divergencia. - explica. - Ser divergente es peligroso. Los líderes de las facciones se encargan de eliminarlos. Pase lo que pase, no se lo digas a nadie, ¿me escuchas? Es importante que no se lo digas a nadie. Ni a tu familia.

- ¿Ni a Beatrice? - le pregunto

- Ni si quiera a ella. - contesta Tori. - He cambiado tus resultados, oficialmente tienes aptitud para abnegación. Ahora vete a casa. Si te preguntan, di que te ha sentado mal el suero.

Me acompañó hasta la puerta y desde allí me dirigí hasta casa. No pensé en coger el autobús. A la hora que era tardaría en llegar y no quería que nadie me molestase, me apetecía estar sola. Fui andando.

Cuando ya llevaba la mitad del trayecto hecho, vi más adelante a dos personas, un hombre y una chica.

Uno era uno de los abandonados. La otra, Beatrice.

Sin dudarlo, salí corriendo hacia donde estaban.

- Déjela en paz. - dije con la voz más firme que pude, aunque estaba jadeando por la carrera.

- No le estaba haciendo nada, pero ya me voy. - dijo, con una risa que me puso los pelos de punta. - Ten cuidado con tu elección de mañana, niña.

Continuamos andando hasta salir del sector de los abandonados.

- ¿Qué haces aquí? - le pregunté a mi hermana.

- Podría hacerte la misma pregunta.

- Ya, pero yo he preguntado lo mismo, Beatrice. - contraataqué.

- Me ha sentado mal el suero y la encargada me ha mandado a casa. Tu turno.

- Lo mismo.

Continuamos andando hasta casa sin decir nada.

- ¿Cuales han sido tus resultados? - quiso saber Beatrice, cuando entramos en la habitación que compartíamos.

- Se supone que no se puede contárselo a nadie.

- Si me lo dices, yo te digo mis resultados.

- Esta bien... - dije, sacándole la lengua. - No fueron concluyentes.

- Los míos también. - dijo abriendo mucho los ojos.

- Entonces, ¿qué facción elegimos? - le pregunté.

- Se que no vamos a ir a erudición.

Nuestro padre nos había enseñado a odiar a erudición. Además, esta facción publicaba informes falsos sobre abnegación, contando mentiras horribles sobre nosotros.

- Y verdad y cordialidad no te pegan mucho, Beatrice. - dije yo.

- Con lo cual solo nos quedan Abnegación y Osadía.

- No quiero que pienses que odio a papá y a mamá, pero yo no quiero estar en abnegación.

- Entonces, ¿vamos a Osadía?

- Vamos a Osadía. - finalicé. - Juntas.

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