¿Celos?
No sé si caminar detrás de Juliet sea la mejor opción, sumado a lo distraída que va. Sube por inercia las escaleras eléctricas. Creo que tiene memorizado el camino. Debe ser una cliente habitual de este centro comercial. No me sorprendería descubrir que es una compradora compulsiva, de ella puedo esperar todo tipo de cosas. De modo que, al darle una ojeada a su teléfono, no pensé que se atascaría justo al final de las escaleras. Mi reacción al sostenerla fue en cuestión de segundos. Simplemente atiné a atraerla hacia mí. Cuándo el arrebato pasa, me doy cuenta que tengo mis manos justo donde no debo tenerlas: en sus pechos. Ya la veo haciendo un escándalo.
—¡Eres un pervertido! —grita, haciendo drama.
Las personas que pasan cerca a nosotros atienden a sus alaridos, pero no se detienen.
—Evité que te estrellaras la frente —espeto, fastidiado.
—Pero me cogiste los senos. —Se cubre con las manos.
—No había mucho que tocar, así que no hagas escándalos —la fastidio para que deje de hostigarme. La dejo atrás y camino lo más rápido posible.
—¿Qué? —pregunta ofendida. La siento venir detrás de mí.
Meto mis manos a los bolsillos mientras le doy una ojeada a las tiendas.
—No fue a propósito, debes agradecerme el hecho que no dejé que caigas.
—Bueno, es que...
—¿Qué? —Me giro de golpe—. ¿Vas a refutar?
—Es que...
—Nada —la corto—. Déjalo así. Sólo compra tu dichoso vestido y ya.
Finge molestarse, mas ya no me dice nada más. Cuando se lo propone, ella puede ser muy cansona. Pero por el momento se le pasa el berrinche.
Recorremos cada espacio del centro comercial. Se prueba uno y otro vestido. De todos los colores y formas. No hay tienda libre en la que no hayamos puesto un pie. Estoy empezando a desesperarme.
—¿Tan difícil es escoger uno? —inquiero con mirada despectiva.
—Es que tiene que ser perfecto. ¿Acaso no quieres que todos sientan envidia por la linda esposa que presentarás?
—No es algo que me interese, si deseas vestirte con plumas me da igual, solo decide algo ya, ¿entiendes?
—Pero a mí no —demanda con las manos a la cintura, parece una niña pequeña, error, es una niña pequeña—. Quiero ser la envidia de todas las mujeres. ¡Mira ese! —Su mirada se desvía a un vestido rojo igual que el primero—. ¡Ese, quiero ese! —exclama totalmente embobada.
Quiero decirle que es igual que el primero que vio, pero me abstengo porque ya estoy cansado.
Nos acercamos al dichoso vestido para contemplarlo de cerca. El precio es demasiado sugerente.
—¿Por qué cuesta tanto?
—Es diseñado por el mismo Diego Moulrruse. Esta tienda es una de sus sucursales.
—¿Quién es ese tipo?
—Uno de los mejores diseñadores del mundo. Lo quiero.
—¿Al tal Diego?
—No, al vestido.
—Es demasiado caro.
—Es precioso. Mira es largo, con abertura en la pierna —señala como si no lo viera en el maniquí—. Y su escote es precioso. Lo quiero, me llevaré este.
—Sigo pensando que es demasiado caro.
—Ya no caminaremos más, me llevaré este, ¿sí? Vamos di que sí.
—Eso suena tentador.
—Lo es, si no es este, te haré caminar más —me amenaza.
—Bien, bien, cómpralo.
—¡Gracias! —da un fuerte grito—. Dame tu tarjeta.
SANDRA
Llego temprano a la empresa como siempre. Entro a la oficina de Thiago y acomodo su escritorio. Aunque él siempre tiene todo en orden. En seguida llega él y me sonríe. Me acomodo el cabello detrás de la oreja.
—Sandra, llegaste temprano.
—Sí, acomodé tu escritorio.
Le echa un vistazo y asiente.
—Gracias.
Me quedo junto a él, mientras deja su portafolio sobre el mueble, y se acomoda en su silla. Enciende su ordenador, abre su agenda, y toma un lapicero.
—Te envié a tu correo el documento que solicitaste.
—Ahora lo veo.
Quiero preguntarle si Juliet le comentó que fui a verlo el día que enfermó, pero me abstengo. Mejor lo miro mientras abre su correo. Es tan guapo de perfil. Frunce el ceño y tuerce el labio de una manera tan explosiva. Juguetea con su anillo, se lo saca y se lo pone, se lo saca una vez más y lo deja en el pupitre. Entonces recibe una llamada.
—Bien, sí, en seguida voy.
—¿Ocurre algo? —cuestiono.
Se pone de pie mientras asiente.
—Me reuniré con un inversionista.
—Oh, bien.
Toma su saco y sale de la oficina. Estoy por salir también, cuando me fijo en el anillo, lo cojo y voy tras Thiago para dárselo, corro lo más que puedo, pero el ascensor se cierra con él adentro.
—Ni modo —resoplo mientras veo el anillo de plata.
JULIET
Cecilia no ha dejado de quejarse porque la obligué a ayudarme con los quehaceres de la casa. Un plumero en su mano no encaja para nada con su figura esbelta y ropa de marca.
—Ya no quiero más, me voy —se queja retirándose el mandil.
—No te mueves de aquí —la detengo tomándola de la blusa.
—Sólo vine a visitarte, ¿por qué me obligas a limpiar? —riñe con las manos en la cintura.
—Porque eres mi prima, ayúdame —pido haciendo un puchero.
Por su expresión debe estar pensando en lo molesta que soy, pero siempre nos hemos ayudado la una a la otra. Además de ser mi prima, es mi mejor amiga. En realidad, no tengo más amigas. Ella siempre ha sido más que suficiente.
—Ya sé, llamemos a Jack —sugiere.
—Debe estar en la empresa.
—Estorbando, mejor que venga aquí.
—Ay no... bueno, está bien.
Thiago debe tener a muchos colaboradores, ni siquiera sentirá la ausencia de uno. El que se quede con su estirada ojiverde, yo tomaré a Jack. Sin pensarlo más marco su número y me contesta a la primera, es lo que más que me gusta de él. Le pido que venga, y en menos de diez minutos escuchamos el sonido de su auto. Corro a la puerta, y lo saludo efusivamente.
—Mi querida Juliet... —Se inclina para besar mi mejilla—. ¿Para qué soy bueno?
—Pasa pasa, en seguida lo sabrás. —Le hago entrar de un tirón.
En tanto intenta recuperar el equilibrio, frunce el ceño al divisar la preciosa imagen de mi prima, cruzada de piernas en el sofá.
—¿Otra vez tú? —La señala con el dedo índice.
—Ah, hola zoquete.
Ya empezaron... A decir verdad, amo sus peleítas. Se parecen a Thiago y a mí.
—Toma. —Le extiendo a Jack el plumero y mandil que tiró Ceci.
—¿Y esto? —Frunce el ceño.
—Hoy tienes una nueva misión.
—¿Eh? No entiendo. —Busca respuesta en la rubia que sonríe siniestramente.
—Vas a limpiar la casa de Juliet tonto.
—¡¿Qué?! —Abre bien sus ojos.
—Ay, vamos, no seas así. —Le hago un puchero—. Tu primo me esclaviza. Ayúdame, ¿sí? —Abro y cierro mis párpados con rapidez como señal de petición.
Al rascarse la cabeza, sé que está dudando, así que repito mi gesto.
—Ay, no pongas esa cara.
—Por favor —pido juntando las manos. Intento verme lo más tierna posible, eso siempre funciona.
Cuando baja los hombros sé que gané.
—Ay, está bien, siempre terminas convenciéndome.
—¡Sí! —Doy saltitos como una niña pequeña.
El trabajo en equipo siempre será lo mejor de lo mejor. La limpieza fue mucho más eficaz y eficiente gracias a la ayuda de ambos. Terminamos en un santiamén, y nos dio tiempo de ir a por un helado. Ceci sugirió una tienda de postres, donde nos ofrecieron helados artesanales que son tremendamente deliciosos.
—¿Irás la fiesta de hoy —pregunta Jack lamiendo sus labios.
—Claro, la esposa del presidente no puede faltar, además luciré un vestido precioso.
—¿En serio? Ya quiero verlo.
—Yo también me pondré uno lindo —interviene Ceci lamiendo su cucharita.
—¿Tú?, ¿para qué? ¿Irás a la fiesta? —le pregunto curiosa. Es más, ¿cómo se enteró? Ni siquiera debería cuestionarme eso, es imposible que Ceci no se entere de algo.
—Claro.
—¿Quién tendrá el honor de llevarte como pareja? —ironiza Jack.
—Tú —responde fresca.
Esto nuevamente se podrá interesante.
—¿Qué? —Casi se atora con el helado—. ¿Yo?
—Claro, te haré un favor. Dime quien más se va a compadecer de ti si no soy yo. Aunque seas pesado, yo soy buena, y seré tu pareja en la cena.
Sonrío mientras espero el contraataque de mi primo político.
—Estás demente.
—¿A la yan ken po?
—A la yan ken po —constata.
—A la primera —intervengo.
—Vale —contestan al unísono. Se inclinan hacia la mesa y se miran con ojos de guerreros.
—Bien, aquí va, prepárense. ¡A la yan ken po!
Jack pone tijera y Cecilia piedra.
—¡Gané! —Levanta las manos en señal de victoria—. Pasas por mí a las ocho.
—¡Maldición! —Golpea la mesa.
—¿Cómo sabes que es a las ocho?
—Todas las fiestas son a las ocho.
—Oh, claro.
THIAGO
Luego de la reunión con el inversionista, voy a casa. Llamo a los organizadores de la reunión para asegurarme que todo marche bien. Estaciono el auto en la entrada. Al bajar veo a Juliet bajar de un auto también. Espero la partida del vehículo para acercarme.
—Llegaste —dice al notar mi presencia.
—Sí. ¿De dónde vienes? —le pregunto mientras entramos a casa.
—De comer helado.
—¿Con quién?
—Pues con ... —Se detiene para verme—. ¿Por qué preguntas tanto? No es como si te importara.
Me sorprende su reacción, así que carraspeo.
—Pues no, no me importa —miento. En realidad, tengo curiosidad, ¿estará saliendo con alguien? En fin, no es mi problema. Aunque sería infidelidad. Pero lo dudo mucho, seguramente salió con su adorable prima—. Ve a alistarte, saldremos en un momento.
—Llamaré a mi estilista. —Sube a la habitación dando saltitos como niña. Juliet es una niña atrapada en un cuerpo de mujer. No sé si es algo que me gusta de ella, o que realmente detesto. Aún estoy averiguándolo.
He esperado alrededor de dos horas, ¿por qué se demora tanto? Hace alboroto por una fiesta donde asistirán parejas veteranas y aburridas. Quién entiende a las mujeres. Camino de un lado a otro aburrido, y preocupado. No se supone que una imagen de autoridad debe llegar tarde. Detesto la impuntualidad. Siempre fui el primero en llegar al colegio, a la universidad, al trabajo, y ahora a causa de Juliet llegaré tarde.
—Subiré y la bajaré a la fuerza si es necesario —bufo, mientras subo el primer escalón.
—Estoy lista.
Levanto mi mirada hacia la voz proveniente del segundo piso. Mi mirada sube desde sus pies hasta su brillante rostro. ¿Esa es Juliet? Está preciosa, ni siquiera el día de nuestro matrimonio la había visto tan hermosa. El vestido largo que ante mi percepción es rojo, resalta su clara piel, dejando suelto un escote que permite ver su más íntima belleza. El labial rojo deslumbra en su delicado rostro, junto a sus pómulos melones y primorosos. No sé qué rayos les ha echado a sus ojos que se ven más grandes y llamativos. Dos estrellas refulgentes brillando en una noche oscura y tétrica. Incluso podrían alumbrar a una ciudad entera.
¡Suficiente! Thiago, ¿qué te sucede? ¿Te has vuelto loco?
Carraspeo y finjo indiferencia.
—¿Estoy bien? —pregunta de lo más tierna.
Más que eso, diría yo. Parpadeo rápidamente y desvío mi mirada.
—No estás tan mal. —Nunca le diré lo que realmente pienso.
JULIET
Thiago jamás me dirá que me veo linda, y me sentiría rara si lo hace, pero pude ver su mirada, no necesito que me lo diga, simplemente lo sé. No sé por qué siento tanta satisfacción al lograr mi objetivo. No me arreglé tanto para la fiesta, a quién quise sorprender fue a él, y lo conseguí. Quizás se debe a mi ego de mujer. Nunca me hace sentir como mujer, siempre me ve como a una niña. Pero hoy sus ojos me mostraron lo contrario.
Me abre la puerta del auto, lo que me parece extraño. Pero me fijo en su mano, su anillo no está. Le cojo la mano tomándolo desprevenido.
—¿Tu anillo?
—¿Mm?
—¿Dónde está tu anillo?
Se mira la mano mano y frunce el ceño, parece que recién se da cuenta. Lo busca tocándose las bolsas del pantalón. Por la expresión de su rostro puedo deducir que lo ha perdido.
—¿Has perdido el anillo de bodas?
—No lo sé.
—¡Cómo has podido perderlo! —le recrimino furiosa.
—Debe estar por ahí.
—¿Por qué te lo sacaste?
—No recuerdo, en serio.
Entro al auto con notable molestia. ¡¿Cómo puede perder su anillo?! Realmente no le importa nada nuestro matrimonio. No es más que un acuerdo de negocios para él. No sé por qué me enfada tanto su actitud. Es que, él no es descuidado, pero perdió su anillo. De verdad no debe importarle nada.
Durante el camino miro hacia la ventana evitando cruzar mirada con él. Estoy tan dolida como si lo nuestro fuera real.
—¿Estás enfadada? —pregunta.
—Sé que no te importa, pero debiste haber tenido más cuidado.
Por unos instantes escucho nada más que su respiración. Quiero sacarle los ojos.
—Ya aparecerá, no te enfades.
Continúo en silencio hasta llegar al local.
—Llegamos.
No respondo, y tampoco espero que me abra la puerta del auto. Puedo sentir su mirada sobre mí mientras me bajo a trompicones del auto. Camino lo más rápido que el vestido y los tacones me permiten.
—¿Seguirás molesta?
Me alcanza justo en la entrada del local.
—No, ¿cómo crees? —ironizo.
Él sonríe con esa maldita sonrisa seductora que tiene, y que le sale tan natural.
—Lo encontraré, no te sulfures.
Me extiende su brazo y lo tomo sin mirarlo. Nos adentramos y finjo mi mejor sonrisa. Todos se acercan a saludarnos, me hace sentir tan importante, como la primera dama. Tal y como lo quise, las mujeres posicionan su mirada en mí con fingida cordialidad. Eso es algo que sólo entendemos las mujeres.
—Él es el nuevo inversionista —me susurra Thiago al oído, señalándome a un tipo cincuentón y su mujer—. Muéstrate amable.
—Yo soy amable.
Su cara me dice: ¿ah sí? No me digas.
—Como sea.
La pareja se nos acerca con una sonrisita espantosa en los labios arrugados. La mujer castaña me mira de pies a cabeza. Probablemente analizando la marca de mi ropa, maquillaje, etc etc.
—Buenas noches —saluda el sujeto canoso.
—Buenas noches señor y señora Martínez —responde Thiago—. Mi esposa Juliet —me presenta.
—Hermosa —dice el hombre besando mi mano.
—Hacen una linda pareja —expresa la mujer.
—Gracias. —Sonrío—. Ustedes también.
En seguida diviso a Jack y Cecilia. Está linda; su vestido maíz combina con su dorada cabellera.
Después de intercambiar algunas palabras con la pareja, me alejo de ellos y me acerco a los primos. Jack me ve del mismo modo que lo hizo Thiago, pero este no trata de ocultarlo.
—Estás deslumbrante —dice sin dejar de mirarme.
—Gracias Jacko.
Les saludo con un beso en la mejilla.
—Estoy aburrida. —Ceci pone una cara graciosa.
—Así son estas fiestas —interviene Jack—. Te dije que no vinieras.
—Shhh —continúa ella.
—No me chites.
—Te chito si quiero. ¿Qué harás?
—Voy a jalarte la oreja.
—Ah, ¿sí? Inténtalo si puedes.
—¿Quiero ver?
Ruedo los ojos. Será mejor detenerlos, o esto puede terminar muy mal.
—Hey, cállense los dos.
Después de fusilarse con la mirada, suspiran.
—¿Y Thiago? —pregunta Cecilia.
—Debe estar por ahí.
Lo busco con la mirada en medio de toda la gente, lo encuentro y veo también a Sandra. Algo cambia dentro de mí. Está demasiado cerca de Thiago. La muy descarada le arregla la corbata. ¿Quién se cree? ¿Cómo se atreve? Todos saben que soy su esposa, ¿quiere hacerme quedar como la marginada? Una opresión en el pecho se me forma, la ira me invade, es una sensación nueva. Sin pensarlo me dejo llevar y estoy dirigiéndome a ellos.
—¿A dónde vas? —escucho a mi prima.
En segundos estoy frente a Thiago y Sandra. Va vestida de un largo vestido verde jade en perfecta combinación con sus ojos. Preciosa la muy golfa.
—¿Cómo estás Juliet? —me saluda majestuosa, mientras me rastrea con la mirada, provocando que me estremezca.
—Bien. ¿Y tú querida? —Finjo lo más que puedo una sonrisa—. ¿No crees que se ve guapo? —Acaricio el rostro de Thiago y éste me mira sorprendido. Puedo ver el disgusto en ella.
—Sí. —Sonríe fingida—. Ah, cierto, casi lo olvido. —Busca algo en su pequeña cartera—. Te olvidaste esto. —Extiende su mano su mano hacia él. Lo miro sin importancia, hasta que me doy cuenta de qué se trata: su anillo.
Una daga acaba de atravesar mi pecho. ¿Qué rayos?
—¿Por qué lo tienes tú? —inquiero sin pensar. Ella sonríe victoriosa.
¿Qué diablos es esto?, ¿acaso... son celos?
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