☦ 31 ☦
[ ☦ ]
Miré por encima de la cabeza de Minnie el reloj que había en la mesilla de noche:
Las dos en punto.
Apenas me quedaban cuatro horas para abandonar su cama.
Cerré los ojos y traté de conservar todo su ser en mi memoria.
Inspiré hondo e inhalé el dulce olor de su pelo, agaché la cabeza y me deleité en el aroma floral de su piel.
Deslicé una mano por su espalda recordando cómo se había arqueado contra mí al tratar de acercarme más a él mientras hacíamos el amor, y cómo se estremeció con el placer que nos absorbió a los dos.
En ese momento estaba relajado, atrapado por la quietud del sueño, y yo paseé la mano arriba y abajo al ritmo de su tranquila respiración.
Subí la mano hasta su nuca.
Tenía la piel tan suave y tersa...
Era perfecta, igual que el resto de él.
Sus labios dibujaban una «O» perfecta mientras dormía.
Me acerqué hasta que mis labios estuvieron a punto de rozar los suyos, pero entonces me detuve:
Ya no tenía derecho a reclamar sus besos.
No después de lo que había planeado hacer pocas horas después.
En lugar de besarlo en la boca, le besé el cuello.
Sabía a sexo y a sudor, un recordatorio agridulce de lo que habíamos experimentado juntos.
— Lo siento —susurré contra su piel— No será verdad ni una sola palabra. Sólo espero...
Me callé.
¿Qué esperaba?
¿Que lo entendiera?
No podía esperar eso.
¿Que me perdonara algún día?
Quizá.
Quizá tal vez al cabo de unos años.
Esperaba no hacerle daño.
No estaba tan ciego ni era tan tonto como para creer que no le lastimaría.
Sabía que no sería así.
¿O quizá una pequeña parte de mí esperaba que él supiera que no hablaba en serio?
Estaba seguro de que me plantaría cara, pero al final sabía lo que tenía que hacer para conseguir que se marchara.
No me había ganado mi reputación de desalmado porque sí.
Cerré los ojos para contener las lágrimas.
¿Cómo podía soportar hacer aquello?
¿Cómo podía hacerle eso a Minnie?
Porque era lo mejor.
Después de aquella noche, ya no estaba seguro de nada:
Si debía continuar con mi estilo de vida, de lo que haría él cuando le contara la verdad, cuando le dijera que le había engañado, que le había mentido, que había jugado con su ingenuidad.
No me atrevía a pedirle que se quedara conmigo mientras intentaba resolver todo aquello.
Sería mejor para los dos que se fuera.
Era mejor que forzara su partida.
Sería lo más despreciable que habría hecho en mi vida, pero lo haría por Minnie.
Suspiró mientras dormía y yo le abracé con más fuerza.
Volví a mirar el reloj:
Aún quedaban dos horas.
Me quedaban dos horas para disfrutar de lo que sentía teniéndole entre mis brazos.
[ ☦ ]
A las seis de la mañana, me aparté de él muy despacio y le volví a tumbar en la cama.
Me quedé de pie a su lado y observé cómo se acurrucaba entre las sábanas.
Le di un beso en la frente y me tragué las palabras que me moría por decirle.
«Olvídalo. No tienes derecho a hacerlo.»
Pero las grité en mi cabeza:
«Te quiero. »
«Te quiero. »
«Te quiero»
Me fui a la cocina y preparé café.
No porque me apeteciera tomarlo, sino porque la rutina diaria me relajaba.
Me llevé a Apolo hasta la puerta principal y lo saqué fuera.
Mis jardineros habían estado allí el día anterior y limpiaron los montículos de nieve, por lo que Minnie no debería tener ningún problema para volver a su casa.
Incluso me habían traído el periódico.
Me lo llevé para dentro y me senté a la mesa del salón.
Luego me quedé mirando la portada durante media hora, hasta que me di cuenta de que no había leído ni una sola palabra.
Cerré los ojos y me concentré en lo que debía hacer y lo que debía decir.
Poco después, oí pasos en el piso de arriba.
Oí a Minnie recorrer el pasillo y segundos más tarde bajar la escalera.
Primero iría a la biblioteca.
La mayor parte de las mañanas de aquella semana yo había empezado el día allí; deseaba estar en esa estancia que era suya y en cualquier sitio que tuviera que ver con él.
Ya estaba más cerca.
Le oí en la cocina.
Sus pasos se detuvieron.
Enseguida aparecería en el salón.
Abrí el periódico por una página al azar y fingí leer.
Estaba a escasos segundos de mí.
— Hola —saludó desde el umbral.
Cerré los ojos.
Hora del espectáculo.
Doblé el periódico.
— Ah, estás aquí.
Su aspecto me sorprendió.
A la luz de la mañana estaba incluso más hermoso:
Despeinado y con los labios hinchados.
Quise soltar el periódico, tomarlo entre mis brazos y besarlo hasta la extenuación.
— Justo estaba pensando que hoy ya podrás irte a tu casa —dije.
Él arrugó la frente.
— ¿Qué?
Dejé el periódico en la mesa.
— Las carreteras ya están despejadas. No deberías tener ningún problema para llegar a tu apartamento.
Las arrugas desaparecieron de su frente.
Vi cómo trataba de asimilar lo que le estaba diciendo.
— Pero, ¿por qué querría irme a casa hoy si voy a volver mañana por la tarde? —preguntó.
Me concentré en un punto entre sus ojos.
— En cuanto a eso... Pasaré en el despacho la mayor parte del fin de semana. Después de la tormenta, tengo que ponerme al día. Probablemente lo mejor sea que no vengas este fin de semana.
Era mentira.
Tenía que hacer algunas llamadas, pero nada que me fuera a mantener ocupado durante todo el fin de semana.
— Tendrás que volver a casa en algún momento —dijo.
— No por mucho rato... —me detuve.
«Dilo. Haz que se marche»
— Jimin.
Inspiró tan hondo que parecía que le hubiera pegado.
— ¿Por qué me llamas así? —susurró.
— Yo siempre te llamo Jimin.
Las palabras sencillamente salieron de mi boca.
Estaba muerto por dentro.
— Anoche me llamaste Minnie.
Anoche...
¡Oh, Dios!
Me recompuse.
— Era una escena.
— ¿A qué te refieres? —preguntó.
— Ayer cambiamos.
Pensaba que me resultaría más sencillo mentir una vez empezara a hacerlo, pero no fue así.
Cada una de las palabras que salían de mi boca se me clavaba en el corazón y mataba una parte de mí.
— Tú querías que te llamara Minnie.
— No cambiamos.
Oscuridad.
La oscuridad y la muerte me consumían.
— Claro que sí. Eso era lo que querías cuando entraste en la biblioteca con los chocolatines.
— Ésa era mi intención original —repuso y entonces supe que no pensaba ceder— Pero entonces me besaste. Me llamaste Minnie. Has dormido en mi cama toda la noche.
«Ponle fin. Ahora.»
Apreté los puños con fuerza.
«Hazlo.»
Inspiré hondo.
— Pero nunca te he invitado a dormir en la mía.
Mis palabras tocaron la tecla adecuada.
El dolor se reflejó claramente en su rostro.
— Joder, no hagas esto.
— Vigila tu lenguaje.
— No me jodas diciéndome que vigile mi lenguaje, cuando estás ahí sentado intentando fingir que lo que ocurrió anoche no significó nada. —apretó los puños— Que cambiara la dinámica no significa que tenga que ser malo. Ayer admitimos algunas cosas. ¿Y qué? Seguimos adelante. Ahora estaremos mejor juntos.
— ¿Alguna vez te he mentido, Jimin?
Le estaba mintiendo en ese preciso instante.
Ya sólo llamarle Jimin era mentira.
Pero estaba ganando.
El daño ya estaba hecho.
Pronto ocurriría.
Muy pronto.
Se limpió la nariz.
— No.
— Entonces, ¿qué te hace pensar que te estoy mintiendo ahora?
— Que tienes miedo. Me quieres y eso te asusta. Pero, ¿sabes qué te digo? Que no pasa nada. Yo también estoy un poco asustado.
— Yo no estoy asustado.
Otra mentira.
— Yo soy un bastardo sin corazón. Pensaba que ya lo sabías.
Cerró los ojos y se le sacudieron los hombros.
Se había acabado.
Había cedido más rápido de lo que esperaba, pero quizá fuera mejor así.
Enseguida vi su determinación.
Se llevó las manos al cuello y yo volví a hacer acopio de fuerzas.
El collar hizo un sonido metálico al caer sobre la mesa.
— Aguarrás.
Las palabras que había leído semanas atrás resonaron en mi cabeza.
Aguarrás.
Aguarrás en el fuego.
Vi cómo se consumía todo...
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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆
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