☦ 30 ☦

[ ☦ ]

Levanté la cabeza de golpe.

¿Qué narices...?

Justo lo que necesitaba.

Como si no estuviera ya lo bastante confuso, Minnie había decidido que ése era el mejor momento para colarse en la biblioteca y llamarme por mi nombre.

¿Acaso no le había dicho que durante aquella semana debía llamarme Señor?

Entorné los ojos y traté de recordar:

Sí, sí que se lo había dicho.

Fue una de las normas que le impuse el domingo por la mañana.

Él nunca había desobedecido una orden intencionadamente; ¿qué se proponía?

— Supongo que te vas a disculpar por este descuido, ¿verdad, Jimin? —le pregunté.

— No pienso hacer tal cosa.

Se sacó las manos de detrás de la espalda y me enseñó la caja de chocolates que yo guardaba en la cocina.

— ¿Qué es esto?

¿Qué?

El día se estaba poniendo cada vez más desconcertante.

¿Me estaba llamando por mi nombre porque había encontrado una caja de chocolatines?

¿En serio?

Quizá la situación requiriese un poco de seriedad.

Dejé los papeles sobre la mesa y le fulminé con la mirada.

— Son chocolatines, Jimin. Lo puse en la caja.

Él no se movió mientras yo me levantaba.

— Ya sé lo que son, Yoongi. Lo que quiero saber es qué hacen en la cocina.

El día no sólo estaba confuso, sino que se estaba yendo directamente a la mierda.

¿Por qué narices me estaba preguntando Minnie el motivo de que tuviera chocolatines en la cocina?

— ¿Para qué quieres saberlo? —le pregunté.

Él sacudió la caja.

— Quiero saberlo, porque las chocolatinas no forman parte de tu plan alimenticio.

¿Que no estaban en el plan alimenticio?

Yo no tenía ningún plan alimenticio.

Era él quien tenía un plan... Oh.

Oh.

Quería jugar.

Yo sabía, sin un ápice de duda, que Minnie nunca querría ser un Dominante, pero si quería jugar un poco...

Una parte de mí sabía que aquello era peligroso, porque contribuiría a empañar más los límites.

Pero otra parte de mí quería saber hasta dónde estaba dispuesto a llegar.

Ya le había dicho que mi habitación y el cuarto de juegos eran territorio prohibido durante la semana.

¿Adónde nos llevaría aquella escenita?

¿Lo habría planeado bien?

Sólo había una forma de averiguarlo.

— ¿Crees que me he molestado en elaborar un plan alimenticio porque estoy aburrido y no tengo nada mejor que hacer? —preguntó, con mirada victoriosa— Contéstame.

Eran las mismas palabras que le dije la noche que le castigué.

Descrucé los brazos y los dejé colgar a ambos lados del cuerpo.

— No, Señor.

Él soltó un dramático suspiro.

— Tenía planes para hoy, pero en lugar de eso, tendremos que pasar la tarde aquí encerrados, para que pueda castigarte como es debido.

No estaba seguro de lo que habría planeado, pero en ese momento no me importaba mucho.

La idea de que Minnie y yo tuviéramos que pasar toda la tarde encerrados me resultaba maravillosa.

— Siento haberte decepcionado, Señor.

— Lo lamentarás más cuando haya acabado contigo. Me voy a mi habitación. Tienes diez minutos para reunirte allí conmigo.

Se dio media vuelta y salió de la biblioteca.

Yo miré a Apolo y sonreí.

— Ve a la cocina —le dije.

Él ladeó la cabeza y movió una pata en el aire.

— Hablo en serio.

Entonces soltó un pesado suspiro, se marchó y me quedé solo.

Ni que decir sobre mí, estaba hecho un lío.

¿Qué se propondría Minnie?

¿Hasta dónde le dejaría llegar yo con todo aquello?

Si fuera una escena real en la que yo tuviera que adoptar el papel de sumiso, debería entrar desnudo en su habitación.

Pero como no era el caso, decidí ir vestido.

Seguí dándole vueltas mientras subía la escalera.

Necesitaba un plan.

Tenía que decidir cuánto tiempo y exactamente qué cosas le permitiría hacer.

Especificar cuándo debía poner punto final a su jueguecito.

Pero, ¿cómo iba a hacerlo sin saber lo que había planeado?

Entonces recordé lo que me dijo en la cocina:

«Piensas demasiado»

Tenía razón.

Pensaba demasiado.

Así que aquella noche no pensaría.

Me limitaría a dejarme llevar y ser espontáneo.

Podía encajar cualquier cosa que él hubiera planeado y si en algún momento me parecía necesario, le pondría fin.

En realidad, después de pensarlo bien, me pareció muy sencillo.

[ ☦ ]

Minnie estaba a los pies de la cama, con la bata plateada que llevaba el día que le puse mi collar.

Aunque aquella noche estaba incluso más lindo, si eso era posible.

Se cruzó de brazos y empezó a dar unos golpecitos en el suelo con el pie.

— ¿Qué tienes que decir en tu defensa, Yoongi?

Yoongi.

La forma en que decía mi nombre.

La forma en que brotaba de sus labios.

Agaché la cabeza para esconder lo mucho que me afectaba.

— Nada, Señor.

— Mírame.

«No, por favor. Todo menos eso.»

Si le miraba, él  lo descubriría.

Se daría cuenta de todo.

Ya no podría seguir escondiéndolo.

Aunque, a decir verdad, ya no tenía ganas de seguir ocultándolo.

Estaba cansado de esconderme.

— No soy un señor —dijo— soy un dios.

Dejó resbalar la bata por sus hombros y su espectacular cuerpo quedó al descubierto.

— Y debo ser adorado.

Por un momento me quedé aturdido por la verdad de sus palabras.

Tenía razón.

Nunca había tenido tanta razón.

Era un dios.

Debía ser adorado.

Y esa noche no haría otra cosa que demostrárselo.

Le haría ver lo mismo que él me hacía ver a mí y lo que me hacía sentir.

Quizá, a cambio, Minnie también me demostrara cómo le hacía sentir yo.

Entonces ignoré por completo la escena que había montado y me acerqué a él.

Le tomé entre mis brazos con suavidad y me senté en la cama llevándolo conmigo.

Le miré fijamente a los ojos.

¿Qué era eso que sentía siempre que le miraba?

¿Qué era lo que me provocaba que nadie más había conseguido?

¿Y qué había hecho yo para merecer lo que me daba?

Lo único que sabía con certeza era que era mi uno por ciento y que ya no podía seguir negándolo.

Mi mano adquirió vida propia y le acarició la mejilla.

— Minnie —susurré, disfrutando de la libertad que encontré al decir su nombre— Oh, Minnie.

Ser capaz de decir su nombre...

¿Cómo era posible que algo tan simple pudiera remover todo mi ser?

Como si por fin hubiera encontrado lo que llevaba buscando toda la vida.

Él era mío y yo era suyo y si el mundo se acababa en ese preciso momento, moriría sabiendo esa sagrada verdad.

Y aun así quería más.

Necesitaba más.

Necesitaba...

Sus labios.

Le pasé el pulgar por ellos.

«Un beso de deseo...

No podía acabar de decir el verso.

Era demasiado.

Me temblaba todo el cuerpo de lo mucho que me estaba esforzando por contenerme.

Pero él, mi uno por ciento, sabía muy bien a qué me refería y lo que era incapaz de decir.

...En los labios» —concluyó.

Ya no me pude aguantar ni un segundo más.

Me lo había estado negando durante demasiado tiempo.

Temeroso de que si nos besábamos nuestra relación fuera demasiado personal, había creado una regla que no importaba y que ya no podía seguir obedeciendo.

Además, de todos modos tampoco había servido de nada.

Me incliné hacia delante.

Quería tomarme mi tiempo, disfrutar y reverenciar el momento.

Estaba tan cerca que casi podía percibir su sabor, sentir su aliento, cálido contra mis labios.

Inspiré hondo y entonces, con suavidad, posé los labios sobre los suyos.

Oh, Dios.

Estaba convencido de que mi cuerpo sería incapaz de contener la alegría que estaba creciendo en mi interior.

Era imposible que aquel frágil caparazón humano estuviera concebido para sentir una emoción tan profunda.

Pero me seguía latiendo el corazón, así que me recompuse y le volví a besar.

Y aun así seguí con vida, o quizá empezara a vivir en ese preciso instante.

No estaba muy seguro de cuál de las dos cosas era la correcta.

Lo que sí sabía era que nunca tendría suficiente.

Nunca me cansaría de tener sus labios sobre los míos, o del modo en que me sentía cuando le tenía entre mis brazos.

El bastardo avaricioso que habitaba en mi interior suplicaba más, no le bastaba sólo con besarlo:

Tenía que consumirlo y dejar que él me consumiera a mí.

Le tomé la cara con las manos y lo besé de nuevo.

Esta vez durante más tiempo.

Pero seguía haciéndolo con suavidad:

Él era un dios que merecía adoración y yo no era más que un humilde siervo que se moría por sus favores.

Rocé con la lengua el contorno de su boca, le degusté y lo provoqué a un mismo tiempo.

Minnie separó un poco los labios y se me encogió el corazón.

Me iba a conceder ese honor.

Después de todo lo que ya me había entregado, aún iba a darme más.

Yo supe de inmediato que su sabor quedaría grabado en mi memoria durante el resto de mi vida.

Me sujetó por la nuca para atraerme hacia él y yo gemí.

Me desabrochó la camisa sin dejar de besarme e, igual de rápido, me la bajó por los hombros y me pasó las manos por el pecho.

Oh, Dios.

Sí, Minnie.

Tócame.

Por fin logré separarme un poco de él y le observé fijamente mientras me quitaba los pantalones.

Me tendió los brazos.

— Ámame, Yoongi.

¿Amarlo?

¿Se trataba de eso?

¿Yo amaba a Minnie?

¿Era eso a lo que se refería JungKook?

¿Era eso lo que tenían NamJoon y SeokJin?

Estaba seguro de que no.

Era imposible que nadie hubiera experimentado jamás una emoción tan intensa.

Pero si el amor era la única forma de describirlo, entonces debía de ser amor.

Amor.

Yo amaba a Minnie.

Había sido un tonto.

— Siempre lo he hecho, Minie —le tomé y lo volví a estrechar entre mis brazos— Siempre lo he hecho.

Con suavidad, me tumbé en la cama con él, le besé de nuevo y dejé que la verdad de mis sentimientos se apoderara de ambos.

Esa vez, al contrario que en ocasiones anteriores, no nos dijimos nada, porque no necesitábamos palabras.

Era como si le estuviera acariciando por primera vez.

Incluso la sensación de sus manos en mi cuerpo era algo nuevo para mí.

Nos tocábamos, nos provocábamos y nos explorábamos, sí, pero había un nuevo significado tras cada caricia.

«Te quiero», le decían mis dedos al bajar por sus brazos.

«Te quiero», respondían los suyos al acariciarme la espalda.

Sus labios bailaban sobre los míos y nuestras bocas ejecutaban una danza de amor ininterrumpida y desatada.

Nuestra unión fue lenta y decidida.

Cerré los ojos cuando las emociones me volvieron a superar, porque me resultaba insoportable.

Llevaba toda la vida utilizando el sexo para conseguir placer físico.

Siempre me había asegurado de que mis parejas y mis sumisos también sintieran placer, pero eso era todo lo que significaban para mí.

Por fin sabía la verdad.

El sexo podía y debía ser mucho más.

Debía significar que no sólo podía utilizar mi cuerpo para dar o recibir placer, sino también para demostrar amor, dar amor y entregarme.

Esa verdad estalló en mi interior cuando alcancé el orgasmo y una lágrima me resbaló por la mejilla.

Cuando acabamos, le abracé contra mí, le acaricié el pelo; era incapaz de quitarle las manos de encima.

Él suspiró satisfecho, se volvió para apoyar la cabeza sobre mi pecho y, en cuestión de pocos minutos, se quedó dormido.

Yo no lo conseguí con tanta facilidad.

Al contrario, al rato empecé a notar que regresaba al mundo real.

¿Qué habíamos hecho?

¿Qué había hecho yo?

Cerré los ojos y traté de aferrarme con desesperación a las emociones que había sentido hacía pocos minutos.

Pero no era lo bastante fuerte y no pude evitar que volvieran los demonios.

Ahora Minnie me odiaría por lo que había hecho.

Me odiaría cuando descubriera que había sido deshonesto con él.

Quizá se quedara conmigo por un tiempo, pero al final sólo sentiría lástima, y yo no soportaba la lástima.

Cuando descubriera que yo no podía ser lo que él quería, se le nublarían los ojos.

¿Y qué significaba la epifanía que había experimentado hacía sólo un momento?

¿Significaba que mi vida como Dominante era menos de lo que debería ser?

¿Cómo podía reconciliar eso con lo que había sentido?

Abracé a Minnie dormido con más fuerza.

¿Cómo podía ofrecerle menos de lo que merecía?

Y a medida que fue avanzando la noche, lo supe.

Le amaba.

Haría cualquier cosa por él; lo que fuera.

Lo dejaría marchar.

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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆

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