☦ 20 ☦

[ ☦ ]

El miércoles, cuando llegué a la biblioteca, Minnie estaba en el mostrador principal, pero mirando en dirección a la puerta.

¿Podía atreverme a pensar que me estaba esperando?

— Buenas tardes —saludé.

— Buenas tardes, Señor —respondió, esbozando una seductora sonrisa.

Vaya, con sólo oírle llamarme «Señor» ya se me ponía dura.

— ¿Sigue siendo un buen momento?

Yo no quería dar nada por sentado.

Los miércoles estaban fuera de nuestro acuerdo original y quería que él se sintiera libre para rechazarme.

Tenía la esperanza de que no lo hiciera, claro, pero la elección seguía siendo suya.

— La una y media.

Señaló la pantalla del ordenador.

— Lo pone aquí.

Le miré a los ojos incapaz de esconder lo que sentía, y no queriendo hacerlo.

Aunque estaba seguro de que él no se daba cuenta.

— ¿Me acompañas a la Colección de Libros Raros?

— Sí —susurró.

Le tendí la mano.

Él la tomó y rodeó el mostrador hasta colocarse delante de mí.

Yo me quedé allí un segundo, mirándole fijamente.

Llevaba una camisa de manga larga.

Se ceñía a sus curvas y resaltaba el contorno de sus pechos y de sus caderas.

— Estás muy guapo —le dije.

El cumplido le hizo sonreír.

— Gracias.

Me sentía muy extraño allí de pie, conversando con normalidad, cuando los dos sabíamos adónde íbamos y lo que estaríamos haciendo pocos minutos después.

Miré a mi alrededor en busca de Martha.

Estaba junto a las biografías nuevas.

— Yo te cubro, Minnie —dijo, haciéndole un gesto desde su puesto—
Tú vete.

Él me soltó la mano.

— Sígueme.

Como si pudiera hacer otra cosa.

Subimos la escalera y cuando llegamos a la sala, abrió la puerta y entró antes que yo.

Yo cerré y él esperó.

— Quítate los zapatos —le pedí.

Minnie obedeció y se sacó un zapato después del otro.

Joder.

Era sexy hasta sacándose los zapatos.

Luego alargó la mano y, con un dedo, se quitó las minúsculas medias que llevaba puestas.

Yo reprimí un gemido.

Cuando se quitaba las medias estaba incluso más seductor.

— Date la vuelta —ordené y él se volvió en dirección a la mesa de la
semana anterior.

Yo me puse detrás y le apoyé las manos sobre los hombros:

Noté cómo temblaba de expectación.

— Acércate a la mesa —le indiqué, empujándole con suavidad.

Minnie dio unos pasos hacia delante.

Yo me apreté contra él para asegurarme de que notaba mi erección.

Me incliné y le deslicé las manos por los brazos animándole a que se apoyara sobre los codos y presioné con mi miembro con más fuerza.

— Me gusta este conjunto que llevas —le confesé, retirándome para
acariciarle el trasero— Sólo hay una simple tela entre nosotros.

Él se apretó contra mí y yo sonreí.

«Travieso.»

— ¿Y sabes qué más? —pregunté, mientras deslizaba las manos por debajo de su falda para levantársela y dejar al descubierto las bragas de color rosa pálido.

Luego se las bajé.

— Que ya no tenemos que seguir
utilizando preservativos.

Tanteé su entrada con el dedo anular.

Ya estaba excitado.

— Ahora, cuando esté dentro de ti podré sentirlo todo.

Me desabroché los pantalones y me los bajé.

Di un paso y me volví a pegar a él.

— Y tú me sentirás a mí.

Minnie gimió.

— Te gusta, ¿verdad, Jimin?

— Sí, Señor. Por favor.

Metí dos dedos en su sexo para valorar de nuevo su excitación.

— ¿Llevas todo el día pensando en mí? ¿Me has imaginado haciéndote
esto?

Él jadeó y asintió.

Empecé a mover los dedos muy despacio.

— Dímelo. Explícamelo con tus propias palabras.

— Llevo todo el día pensando en ti, Señor. Y me he imaginado lo que me harías.

— ¿Mientras se suponía que debías estar trabajando? —le pregunté con fingida sorpresa al tiempo que sacaba los dedos de su sexo.

— Sí, Señor.

Le azoté una vez.

— Debería darte vergüenza.

Le azoté de nuevo y él gimió.

— Eres un chico muy travieso, Jimin.

Le azoté una última vez y me incliné
sobre su espalda para susurrarle al oído:

— ¿Y sabes qué les pasa a los chicos traviesos después de recibir unos buenos azotes?

— No, Señor.

Le di otro azote.

— Que alguien se los folla.

Él murmuró algo entre dientes.

— Estira los brazos, agárrate al borde de la mesa y prepárate.

Observé cómo adoptaba esa postura.

— No tienes ni idea de lo excitante que estás así.

Me tomé la polla con una mano y la presioné contra él para provocarle, pero sin penetrarlo.

Minnie gimoteó.

Entonces me interné en él de una suave embestida y gemimos los dos a la vez.

Yo nunca había sido así.

Nunca.

Con mis anteriores sumisos había tenido bastante con nuestros acuerdos de fin de semana.

Nunca había sentido la necesidad de ir a buscarlos otros días.

¿Por qué con Minnie era todo tan diferente?

¿Por qué no podía aguantar de la tarde del domingo a la noche del viernes sin verlo y sin tocarlo?

Empecé a moverme y bloqueé todos mis pensamientos:

Sólo quería pensar en él.

Cómo le sentía a mi alrededor.

La manera en que sus músculos se contraían cada vez que le penetraba.

Nuestros cuerpos empezaron a impactar contra la mesa.

No deberíamos estar haciendo aquello.

Le podía meter en un lío.

Pero no podía parar.

Y mientras ambos nos acercábamos a la liberación, lo supe:

Nunca me saciaría de Minnie y nunca podría parar.

Debería haberme dado cuenta años atrás, cuando me resultaba imposible alejarme de él.

Tendría que haberlo visto cuando entró en mi despacho hacía unas semanas.

Podría haberlo admitido cuando me acosté con él por primera vez.

Lo que sentía era demasiado intenso.

Su fragancia, sus caricias, la esencia de su ser...

Todo formaba ya parte de mí.

Después, mientras recogíamos la ropa y nos arreglábamos, volví a sacar el tema del coche.

— He estado pensando en lo que me dijiste sobre el asunto del coche.

Una feroz determinación le hizo ruborizarse, pero me dijo en tono relajado:

— ¿Ah, sí?

Yo adopté el mismo tono que él.

Era muy consciente de que había tomado la decisión correcta.

— He decidido no presionarte.

— ¿Qué?

— La idea te incomodó muchísimo y aunque una parte de mí sigue pensando que es más seguro que conduzcas tu propio coche, tu bienestar mental es igual de importante para mí. No quiero que te sientas como un cualquiera.

Parecía sorprendido.

— Gracias.

— Dar y recibir, Jimin. Así son las relaciones.

Me di media vuelta para que no se percatara de lo mucho que me costaba admitir lo que iba a decir.

— Aprecio de verdad que seas sincero conmigo acerca de tus sentimientos. A mí me cuesta mucho serlo.

Él se bajó de la mesa de un salto.

— Quizá podamos intentar conseguirlo juntos.

Me recorrió un gélido escalofrío, pero lo ignoré y abrí la puerta.

— Quizá.

Le acompañé escaleras abajo hasta la planta principal.

— El viernes tenemos que estar en el aeropuerto a las cuatro. Si no te va bien esa hora, dímelo. Tienes mi número.

— No tendría que haber ningún problema. Te llamaré si surge algo.

Nos quedamos un momento junto a la puerta principal.

— Hasta entonces —dije, levantando la mano para acariciarle la mejilla.

[ ☦ ]

Minnie no me llamó, pero sí lo hizo la madre de Hope.

Al chico no le había bajado la fiebre y, como resultado, no iba a poder venir a la Super Bowl.

Hablé con él la tarde del jueves.

Le dije que siempre nos quedaba la temporada siguiente y que si los Yankees llegaban a las World Series haría lo imposible para conseguir entradas.

El viernes a las cuatro, Minnie se reunió conmigo en la terminal donde estaba mi jet.

Sus ojos se posaron sobre el avión.

— Buenas tardes, Jimin. Gracias por haberlo organizado todo para salir antes del trabajo.

Aceptó la mano que le ofrecí y subimos la escalerilla en dirección a la cabina.

El piloto nos saludó sentado a los mandos.

— Enseguida estaremos listos para despegar, señor Min.

Acompañé a Minnie hasta nuestros asientos y se sentó junto a mí, con
las manos sobre el regazo.

De vez en cuando, miraba alrededor y luego se alisaba algunas arrugas imaginarias del pantalón.

Yo pensé que era completamente normal que estuviera nervioso.

Aquello era nuevo para él.

Tenía que tranquilizarlo e informarle de todo.

A fin de cuentas, íbamos a estar en público y pasaríamos la mayor parte del fin de semana con mi familia y mis amigos cercanos.

Transcurrieron algunos minutos antes de que la azafata se fuera a la cabina.

Minnie inspiró hondo y cerró los ojos.

— Quiero hablar contigo sobre el fin de semana —dije y él abrió los ojos.

Estaban llenos de gratitud.

— Seguirás llevando mi collar. Sigues siendo mi sumiso. Pero mi tía y JungKook no tienen por qué saber nada sobre mi vida privada.

Me pregunté si Tae Hyung le habría contado algo a Koo, pero entonces decidí que no debía de haberlo hecho.

Era muy probable que no tuviera ningún interés en hablar con él sobre la vida sexual de su primo.

— Tampoco quiero que te dirijas a mí como Amo, Señor o señor Min. Si te esfuerzas, te darás cuenta de que puedes evitar decir mi nombre.

Lo miré a los ojos.

Aquella forma de vida suponía un equilibrio muy delicado, pero se podía lograr.

— No quiero que me llames por mi nombre de pila a menos que sea inevitable.

Él asintió.

— Muy bien. Hoy —añadí, incapaz de borrar la excitación de mi voz
— Vas a aprender algo más sobre el control.

Entonces la azafata entró en la cabina.

— ¿Puedo servirles en algo a usted o al joven Park, señor Min?

— No. Ya la llamaremos si necesitamos algo.

Ella sonrió.

— Muy bien, señor.

— A menos que la llamemos, pasará el resto del vuelo con el piloto —
le expliqué a Minnie desabrochándome el cinturón, le tendí una mano— Cosa que no haremos. Ven conmigo.

Le llevé a la pequeña habitación del avión y cerré la puerta.

— Desnúdate y túmbate en la cama.

Él había indicado en su lista que estaba dispuesto a probar los juegos
con cera.

Esos juegos con velas de verdad podían resultar muy intensos y no quería ir demasiado rápido utilizando la habitual cera de soja o parafina a la que estaba acostumbrado.

Así que había encargado una especial para él.

Era una cera que se convertía en aceite corporal cuando se calentaba.

Su punto de fusión era más bajo que el de la soja o la parafina.

Me pareció la manera perfecta de iniciarlo.

Mientras Minnie se desnudaba, yo me acerqué a la pequeña cómoda y saqué el calientaplatos térmico que había encendido antes.

La cera ya se había fundido.

Metí un dedo para comprobar la temperatura.

Estaba perfecta.

Luego me guardé un pañuelo en el bolsillo.

Minnie estaba desnudo sobre la cama.

Su sumisión era perfecta.

Sin un ápice de duda.

Incluso sabiendo que había una azafata rondando por allí.

Dejé el calientaplatos térmico en el suelo y luego tomé los brazos de mi chico para separárselos bien.

— Si no te mueves, no te ataré.

Tomé el plato y me senté al borde de la cama.

— Esto es un calientaplatos térmico. Normalmente utilizo una vela, pero el piloto no lo permitiría. Y las normas son las normas.

Y yo casi siempre acataba las normas.

Un temblor de excitación le recorrió el cuerpo y se le endurecieron los
pezones.

Se le entrecortó la respiración sólo un segundo.

Oh, sí.

Él lo estaba deseando.

Me saqué el pañuelo del bolsillo.

— Esto funciona mejor con los ojos tapados.

Le rodeé la cabeza con el pañuelo, valorando su reacción una vez más
y asegurándome de que estaba de acuerdo en seguir adelante.

Su cuerpo temblaba de expectación.

— Hay mucha gente que siente placer al notar calor.

Volqué el cuenco para dejar que le cayera una gota de cera sobre el
brazo.

Sólo una gota sobre una zona segura de su cuerpo, el mejor lugar para poner a prueba la cera y la reacción de Minnie.

Siseó al notarlo, pero fue un sonido de placer.

Le froté el aceite sobre la piel, mientras le explicaba cómo funcionaba.

Cuando volví a volcar el cuenco, le cayó una segunda gota sobre el otro brazo y se la froté con suavidad mientras le masajeaba.

Su piel era suave y flexible bajo mis dedos.

Fui vertiendo más aceite sobre él muy despacio, siempre con suavidad, siempre tomándome mi tiempo, relajándole, encendiendo su fuego interior muy lentamente, recompensando su confianza con cada caricia de mis manos. 

Demostrándole cómo premiaría su absoluta sumisión.

Era un paso muy importante para los planes de aquella noche:

Debía conseguir llevarlo al más absoluto frenesí para que disfrutara de lo que iba a suceder después de cenar.

Miré el reloj.

Aún disponíamos de otros diez minutos antes de que se tuviera que vestir.

¿Cómo reaccionaría a la parte siguiente?

Hundí el dedo en el cuenco para recoger la cera fundida y la dejé caer sobre su pezón.

A él se le escapó un sonido entre el jadeo y el gemido.

Froté el aceite y le agarré el pecho mientras lo hacía.

— ¿Te gusta el calor, Jimin? —le susurré al oído, mientras vertía otra gota sobre el otro pezón.

Él gimió.

Sí, le gustaba.

Se moría por que siguiera.

Volqué un poco más el cuenco y un chorro de cera cayó sobre sus pezones.

Lo dejé y me subí a horcajadas sobre él para masajearle con largas y firmes caricias.

Por encima de sus pechos, siguiendo el contorno de su torso, tocándole a conciencia.

Una vez más, traté de hacer todo lo posible para relajarlo y aumentar sus expectativas.

— Control, Jimin. ¿A quién perteneces? Contéstame.

— A ti —susurró.

— Eso es. Y para cuando acabe la noche, estarás suplicando por mi
polla.

Siempre que yo lo hiciera todo bien.

— Si eres bueno, quizá te deje
disfrutar de ella.

Me levanté de la cama y le di tiempo para tranquilizarse y anticipar lo
que estaba a punto de venir.

Me acerqué a una de las ventanas y miré hacia fuera.

Estábamos llegando al aeropuerto de Tampa; Minnie se tenía que vestir.

Tomé una botella de agua fría de las que la tripulación de mi avión había llenado en la nevera antes de despegar y volví a la habitación.

Él seguía en la cama, con los brazos estirados y los ojos tapados.

Me senté junto a él y le pasé un dedo por el hombro.

— Jimin.

Él volvió la cabeza hacia mí.

Le quité la venda y me miró con aquellos ojos llenos de confianza.

— Tienes que vestirte.

Le recogí los brazos y se los acerqué al cuerpo.

— Te he traído un poco de agua.

Se humedeció los labios y yo sonreí.

Nos registramos en el hotel y le enseñé a Minnie su dormitorio.

Disponíamos de una hora antes de reunirnos con los demás para cenar;
tiempo más que suficiente para prepararnos.

Él apareció en el salón de la suite un poco más tarde, vestido.

Estaba absolutamente precioso.

— Muy bonito, pero vuelve a tu habitación y quítate las medias.

Me interrogó con la mirada.

— Quiero que estés desnudo debajo de ese traje. Quiero que salgas a la calle, consciente de que puedo bajarte los pantalones y follarte cuando quiera.

Por supuesto no pensaba hacer tal cosa, no aquella noche.

Y menos estando con mi familia, pero el domingo...

Todas las apuestas habían recaído en el estadio de fútbol.

Minnie se dio media vuelta y volvió a la habitación para regresar algunos minutos después.

— Bájate él pantalón.

Le temblaron los dedos, pero se lo bajó hasta la cintura y yo pude
ver que no llevaba nada debajo del traje.

— Ahora ya estamos listos —dije, tendiéndole el brazo.

[ ☦ ]

Koo había reservado mesa en un restaurante del centro.

Un plan excelente, si no se tenía en cuenta lo abarrotado que estaba el centro.

Nos abrimos paso a través de una masa de humanidad y por fin conseguimos entrar en el restaurante.

Estaban todos sentados a una enorme mesa en el centro de la sala.

Muchos de los clientes miraban a JungKook, pero nadie se acercaba.

Cuando Minnie yo nos sentamos, él conversó un poco con Suran y SeokJin.

Mientras hablaba con naturalidad con todo el mundo, yo me recosté en la silla para observarlo y sólo intervine en la conversación para bromear cuando les dijo que el viaje había ido «bien».

El camarero nos sirvió vino a los dos.

Perfecto.

Minnie tenía que estar muy relajado para cuando volviésemos a la habitación.

Yo, por otra parte, me limitaría a una sola copa.

Había llegado a un punto de mi vida en que sólo tomaba un poco de vino antes de representar una escena.

Además, lo que había planeado para aquella noche requeriría toda mi concentración.

No podía dejar que el alcohol me nublara el juicio.

Miré a Minnie, que estaba leyendo la carta con expresión preocupada.

Yo me reprendí en silencio por no haber pensado antes en el tema de la comida.

— La crema de marisco con langosta es excelente —le dije— Igual que la ensalada César de la casa. También te recomiendo el solomillo o el entrecot.

Él se mostró mucho más aliviado y cerró la carta.

— Entonces tomaré crema de marisco y solomillo.

La conversación fluyó con normalidad y todo fue como la seda hasta que NamJoon descubrió que Minnie se había graduado en la misma Universidad que él.

Pasaron un buen rato compartiendo recuerdos y repasando los mejores garitos nocturnos de la zona.

En mi cabeza se disparó un timbre de alarma.

Tenía que cambiar de tema y debía hacerlo rápido.

¿Y si Kim recordaba de repente mi pasión por un alumno de allí?

¿Se lo comentaría a Minnie?

No estaba seguro.

A SeokJin y él les encantaba tomarme el pelo con eso.

Quizá lo hiciera.

Entonces intervine en la conversación para contarles algunos de mis mejores recuerdos y hablarles de los que yo consideraba los mejores locales de Daegu.

Jin también participó y, muy despacio, pero con firmeza, la conversación se fue alejando del polvorín de su Universidad.

Yo suspiré aliviado y me volví a concentrar en Minnie.

Había llegado el momento de pasar a la segunda parte de mi plan.

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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆

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