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Jimin concertó una cita para la tarde del martes a las cuatro.

Pasé todo el lunes esperando que Shan me dijera que había llamado para cancelarla, pero el martes a la una ya había aceptado el hecho de que era muy probable que él se presentara.

Yo estaba inquieto.

Recorrí una y otra vez la distancia que separaba la ventana del escritorio, recordando a Minnie tal como le había visto la última vez:

Demostrando una paciencia infinita mientras daba clases a un estudiante del instituto y riendo con suavidad de algo que le había dicho el adolescente.

Luego me lo imaginé tal como podía permitirme hacerlo en ese momento:

Como mi sumiso, preparado y dispuesto a servirme.

A obedecer todas mis órdenes.

Volví a mi escritorio y me senté.

Saqué el pliego de información que había preparado para él y lo releí por tercera vez en una hora.

Comprobé que todo estuviese en orden.

Mi primo JungKook me llamó a las tres y media y evitó que me volviera completamente loco.

— Hola —dijo— ¿sigue en pie nuestra cita del sábado para jugar al squash (Deporte de raqueta que se juega bajo techo, con dos jugadores y una pelota pequeña de goma. Los jugadores se turnan para golpear la pelota con su raqueta, en dirección hacia la pared frontal y por encima de una banda metálica)?

Gruñí.

Me había olvidado por completo de que le había prometido a JungKook la revancha para ese sábado.

Si Jimin aceptaba pasar conmigo un fin de semana de prueba, ¿de verdad querría separarme de él?

Aunque por otro lado pensé que podría ser bueno que le dejase sólo algunas horas.

Así me podría dar un respiro de lo que prometía ser un fin de semana muy intenso.

JungKook percibió mis dudas.

— Si no puedes no pasa nada. Siempre puedo hacer un poco de paracaidismo.

Yo sabía que bromeaba:

La última vez que se tiró en paracaídas, casi acaba con su carrera de quarterback.

O por lo menos esperaba que estuviera bromeando.

— No me chantajees —le dije— No estaba intentando rajarme. Sólo quería asegurarme de que estaba libre. Es posible que tenga una cita.

— ¿Una cita? ¿Después de la «chica de las perlas» estás dispuesto a volver a cabalgar?

— Ese apodo es una absoluta falta de respeto hacia Chae Rin.

Además, JungKook no podía estar más equivocado.

Ya había «cabalgado» unas cuantas veces desde que lo dejé con Lee.

— Sólo me refería a que me alegro de que la hayas dejado.

— No quiero seguir hablando de mi vida sentimental —le advertí, porque, entre otras cosas, no creía que Koo tuviera ni idea de cómo era realmente mi vida sexual— ¿A quién vas a llevar a la fiesta de beneficencia de mamá?

— De momento a nadie. Gracias por recordármelo —contestó con sarcasmo.

Hablamos un poco más y colgamos después de acordar vernos el sábado para un partido de squash.

Durante muchos años, Jackson había sido el hermano que nunca tuve.

Mis padres murieron en un accidente de coche cuando yo tenía diez años y la hermana de mi madre, Suran, fue quien se ocupó de mí desde entonces.

Kim NamJoon y su esposo SeokJin eran mis otros amigos, unos amigos tan cercanos que los sentía casi como si fueran mi familia.

Cuando éramos niños, Joon y los suyos vivían en la casa contigua a la de los Jeon.

SeokJin también vivía cerca y Nam y él empezaron a salir juntos en el instituto y siguieron en la universidad.

Se casaron un mes después de que Jin se graduara.

NamJoon era psiquiatra y él diseñador de moda.

Yo siempre había envidiado la relación que tenían.

La pasión y el amor que sentían el uno por el otro era palpable.

Ya hacía mucho tiempo que yo había abandonado la esperanza de poder tener algún día algo parecido, pero mi vida era lo que yo había elegido.

Si Jimin se convertía en mi sumiso, casi me compensaría no tener lo otro.

Mi teléfono emitió un doble pitido.

— ¿Sí, Sha?

Me miré el reloj:

Las tres y treinta y cinco.

Jimin era puntual.

Otro punto positivo.

— El joven Park ya está aquí, señor.

— Gracias, Shan. Ya te avisaré cuando esté preparado.

Colgué.

Bebí un poco de agua y releí de nuevo aquellas páginas, aunque no estaba seguro de por qué lo hacía.

Ya me las sabía de memoria.

Todo estaba preparado.

Cuando el reloj dio las cuatro y cinco, llamé a Shan y le dije que hiciera pasar a Jimin.

Inspiré hondo, abrí un documento en blanco en el ordenador y empecé a teclear:

Min Yoongi es el mayor idiota del mundo.

¿Qué diablos te crees que estás haciendo?

Idiota.

Minnie abrió la puerta y entró en silencio, cerrando tras de sí.

Enorme. Jodido. Idiota.
No deberías haberlo citado.
Éste va a ser el peor error que has cometido en tu vida.

Él se detuvo en medio del despacho y, con el rabillo del ojo, le vi dejar caer las manos a los costados y separar los pies a la anchura de los hombros.

Mierda.
Mierda. Mierda.
Mierda. Mierda. Mierda.
Mierda. Mierda. Mierda. Mierda.
Mierdaaa.
Joder. Joder. Jodeeer.
Mierda...

Seguí tecleando mientras lo observaba de reojo.

Jimin inspiró hondo.

Tenía los ojos cerrados.

Yo continué:

Mantén la compostura, Min.
Está aquí por ti.
Quiere ser tu sumiso.
Lo menos que puedes hacer es no comportarte como un estúpido.
Ya lo has hecho muchas veces.
Quiere ser tu sumiso.
Tú eres un Dominante.
No es nada nuevo.
Nada especial.
Todo es muy sencillo, así que deja de teclear y complícalo un poco.
Dale lo que quiere.
Dale lo que necesita.
Acepta lo que está dispuesto a darte.
Incluso también alguna cosa que él ni siquiera sabe que puede ofrecerte.

Teclear me ayudó a aclararme las ideas.

Era como tocar el piano.

Escribí algunas líneas más, inspiré hondo y levanté la vista.

— Park Jimin —dije.

Él se sobresaltó.

En realidad era lo que esperaba.

Seguía con la cabeza gacha y un ligero temblor le recorría todo el cuerpo.

Yo quería alargar el brazo, tocarlo y tranquilizarlo para que supiera que nunca le haría daño.

Pero en lugar de eso, recogí su solicitud y el pliego de documentos que le entregaría si la reunión progresaba adecuadamente y los golpeé sobre la mesa para apilarlos bien.

Jimin seguía con la cabeza gacha.

Muy bien.

Me separé del escritorio y me acerqué a él.

El temblor de su cuerpo se intensificó, pero sólo un poco.

Me puse detrás y estiré el brazo.

Había llegado el momento de tocarlo y comprender que no era más que un hombre de carne y hueso.

Nada más.

Y nada menos.

Aparté a un lado su larga y oscura melena y me acerqué.

— No tienes referencias.

Se lo dije porque era cierto y porque quería ver cómo se le aceleraba el pulso en ese delicado lugar oculto en la base de su garganta.

Sí.

Justo así.

Me acerqué hasta que mis labios estuvieron casi pegados a su cuello.

— Quiero que sepas que no estoy interesado en entrenar a ningún sumiso. Mis sumisos siempre han estado muy bien entrenados.

¿Le gustaría saber por qué estaba haciendo una excepción en su caso?

¿Mis palabras delatarían que había algo diferente en él?

Probablemente no.

Pero debería haber sido así.

Yo no solía actuar de aquella forma.

Estaba cambiando las normas por su causa.

Y él ni siquiera lo sabía.

Le tomé del pelo y estiré.

— ¿Estás seguro de que esto es lo que quieres, Jimin? Tienes que estar seguro.

Una pequeña parte de mí anhelaba que dijera que no, que levantara la cabeza y se marchara.

Que no regresara nunca.

Pero la mayor parte de mí quería que se quedara.

La mayor parte de mí le deseaba.

No se movió.

Ni tampoco se marchó.

Me reí y regresé al escritorio.

Los dos éramos igual de obstinados.

Quizá aquello funcionara, después de todo.

Maldita sea, yo quería que funcionara.

— Mírame, Jimin.

Nuestros ojos se encontraron por primera vez.

Los suyos eran de color castaño oscuro y estaban rodeados por unas negras pestañas.

Pude ver cada uno de sus pensamientos reflejados en aquellos ojos.

El nerviosismo, el apetito, la sincera evaluación que reflejaban mientras paseaba la mirada sobre mí.

Tamborileé con los dedos sobre el escritorio.

A él se le oscurecieron los ojos y pareció avergonzarse un poco.

Ah, Jiminnie estaba pensando en sexo~

Eso me hizo sonreír, pero me controlé; aún no era el momento.

— No me interesa saber por qué me has enviado tu solicitud. Si te elijo y aceptas mis condiciones, tu pasado no tendrá ninguna importancia.

Porque eso había quedado atrás.

Junté los informes.

— Ya sé todo lo que necesito saber.

Él seguía sin moverse y sin decir nada.

— No estás entrenado —dije— Pero eres muy bueno.

Me volví hacia la ventana.

La oscuridad reinaba fuera, pero la luz del despacho convertía la ventana en un espejo.

Desde allí podía ver todo lo que hacía Jimin.

Se encontró con mis ojos un segundo y luego bajó la vista.

Eso no podía ser.

— Me gustas bastante, Park Jimin. Pero no recuerdo haberte dicho que apartaras la mirada.

«Sí —pensé, cuando sus ojos se volvieron a posar en los míos— Tenemos que seguir avanzando»

Lo tenía en mis manos y no le quería soltar.

— Sí, creo que necesitamos un fin de semana de prueba.

Le di la espalda a la ventana y me aflojé la corbata.

— Si aceptas, vendrás a mi casa este viernes, exactamente a las seis. Yo me encargaré de que un coche te recoja. Cenaremos juntos y empezaremos a partir de ahí.

Dejé la corbata y me desabroché el botón superior de la camisa.

Él no se incomodó ni un ápice; quizá se excitara un poco, pero no parecía incómodo.

— Debo advertirte que espero ciertas cosas de mis sumisos.

Mi sumiso.

Sí, Park Jimin estaba a punto de ser mío.

— Tendrás que dormir por lo menos ocho horas las noches del domingo al jueves. Te ceñirás a una dieta equilibrada; ya te enviaré los menús por correo electrónico. También tendrás que correr un kilómetro y medio tres veces por semana. Y trabajarás la fuerza y la resistencia en mi gimnasio dos veces por semana; recibirás tu carnet de socia mañana mismo. ¿Tienes alguna duda?

Él permaneció en silencio.

Perfecto.

— Puedes contestar.

Entonces se humedeció los labios, pasando su lengua rosada por los contornos de su boca.

Esa imagen me la puso dura.

«Tranquilo —me dije— Ya habrá tiempo para eso. Dios... Espero que llegue el momento.»

— No soy especialmente atlético, señor Min. No me gusta mucho correr.

— Debes aprender a no dejar que te dominen tus debilidades, Jimin.

Ya que había sacado el tema, yo le ayudaría.

Volví a mi escritorio y anoté el nombre y el número de teléfono del profesor de yoga del gimnasio.

— También asistirás a clases de yoga tres veces por semana. Las puedes hacer en el gimnasio. ¿Alguna cosa más?

Él negó con la cabeza.

— Muy bien. Nos veremos el viernes por la noche.

Le tendí los papeles.

— Aquí encontrarás todo lo que necesitas saber.

Él se acercó al escritorio y recogió los documentos.

Luego esperó.

La perfección.

— Puedes retirarte.

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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆

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