☦ 16 ☦
[ ☦ ]
Era miércoles, un buen día para dejarme caer por el trabajo de Minnie y hacerle una visita.
La primera vez que le vi era un miércoles.
Y fue en la puerta de una biblioteca.
Me repetí una y otra vez que aquello formaba parte de mi plan para la Super Bowl.
Quizá si me lo repetía las veces suficientes acabaría creyéndomelo.
Practicar sexo en público, y más en un estadio de fútbol, era algo muy atrevido.
Tenía que irle introduciendo lentamente en ese mundo.
El primer paso era practicar sexo en la igual de pública, pero donde era menos probable que alguien nos atrapara, Colección de Libros Raros de la biblioteca pública de Seúl.
Pero ése no era el único objetivo de mi plan.
Y yo lo sabía.
Sólo tenía que meterme la mano en el bolsillo interior del abrigo para recordar que mi visita de ese miércoles significaba mucho más.
Porque allí, escondida donde nadie pudiera verla, llevaba una perfecta rosa blanca con un ligero rubor en los pétalos.
Cuando Minnie se marchó de mi casa el domingo, busqué en internet la inscripción que había encontrado en los anillos de casados de mis padres.
Los versos procedían de un poema de John Boyle O'Reilly.
Fascinado, fui a la biblioteca y encontré un pequeño volumen con la obra del poeta.
Pasé la tarde leyendo algunos de sus poemas, pero volví a leer tantas veces el que se titulaba «Una rosa blanca», que a última hora de la tarde, el libro se abría de forma natural por esa página.
Pensé en el significado del poema y me pregunté si Minnie lo conocería.
Si le daba una rosa blanca con un ligero toque rosa en la punta de los pétalos, ¿adivinaría lo que se escondía tras mi gesto?
¿Descubriría que mis sentimientos estaban creciendo mucho más de lo que jamás imaginé que me pasaría con nadie?
¿Y de verdad yo quería que lo supiera?
El miedo se apoderó de mí.
Todo era demasiado nuevo.
Y muy inesperado.
Pero por muy asustado que estuviera, tenía que saberlo.
Necesitaba saber si existía la posibilidad de que Minnie sintiera lo mismo por mí.
[ ☦ ]
Al final decidí llevarme la rosa a la biblioteca.
Me la escondería en el bolsillo del abrigo y ya decidiría si se la daba o no.
Estuve un rato en el interior del recinto, mirándole trabajar.
Estaba de espaldas a mí y tenía una pila de libros al lado.
Llevaba a cabo su tarea con diligencia.
Entonces se le acercó un hombre y él se rio de algo que él le dijo.
Cuando se marchó, se llevó la mano al cuello con despreocupación y tocó mi collar.
Una salvaje y sorprendente punzada de celos me atravesó de pies a cabeza.
Ese hombre le había hecho reír.
¿Yo le había hecho reír alguna vez?
Recordé el breve tiempo que habíamos pasado juntos.
No, nunca le había hecho reír.
Entonces me dirigí al mostrador principal con renovada determinación.
— Necesito consultar una cosa en la Colección de Libros Raros —dije
detrás de él.
Minnie no se molestó en darse la vuelta.
Ni siquiera se dio cuenta de que era yo.
— Lo siento. La Colección de Libros Raros sólo se puede visitar con cita previa y en este momento estadamos escasos de personal. Me temo que esta tarde no tengo tiempo.
Quizá no había reconocido mi voz.
— Eso es muy decepcionante, Jimin.
Cuando oyó su nombre se dio media vuelta.
Tenía la boca y los ojos totalmente abiertos.
— ¿De verdad es tan mal momento? —pregunté.
— No. Pero estoy seguro de que tienes exactamente los mismos libros en tu casa.
«Sí, pero tú no estás allí. Tú estás aquí.»
Creía que eso sería evidente.
— Es probable —repuse.
— Y alguien tendría que estar contigo todo el rato —añadió sin siquiera escucharme.
«Eso es justamente lo que espero, Minnie. Te deseo y quiero poseerte en la biblioteca pública. Ahora mismo.»
— Eso espero. Me aburriría mucho yo solo y la Colección de Libros
Raros.
Me quité un guante y lo metí en el bolsillo.
— Ya sé que no es fin de semana. Por favor, siéntete libre para decirme que no. No habrá ninguna repercusión.
«Puedes rechazarme.»
Esbocé una débil sonrisa.
— ¿Me acompañarías a ver la Colección de Libros Raros?
— S-sí —dijo, cuando empezó a comprender mis intenciones.
— Excelente.
Pero no se movió.
Se quedó mirándome fijamente, como si fuera a desaparecer de repente.
— Jimin, quizá esa señora de allí —señalé a otra de las bibliotecarias— podría sustituirte mientras tú estás ocupado con otras cosas.
No quería que hubiera ningún malentendido.
Si abandonaba el mostrador principal por mí, estaría en su interior en menos de diez minutos.
— ¿Jimin?
— Martha —la llamó, saliendo de detrás del mostrador— ¿me podrías
sustituir? El señor Min tiene cita para ver la Colección de Libros Raros.
«Ese es mi chico.»
Caminamos en dirección a la escalera.
Minnie iba un poco por delante de mí y yo me di un minuto para admirar su estupendo trasero.
— Sólo por curiosidad —comenté, concentrándome en sus caderas y
en cómo las movía al andar— ¿hay alguna mesa en la sala de la Colección
de Libros Raros?
— Sí.
Claro que sí.
— ¿Y es estable? —pregunté.
— Supongo que sí.
— Bien. Porque espero que ante mí se abran algo más que libros.
[ ☦ ]
Cuando llegamos a lo alto de la escalera, recorrimos un pasillo que
nos llevó hasta unas puertas dobles.
Él se metió la mano en el bolsillo y
luego rebuscó entre las llaves que llevaba.
Por fin encontró la que buscaba y abrió la puerta.
— Oh, no. Después de ti —le indiqué, cuando él abrió la puerta y me cedió el paso.
Entré y cerré con cuidado.
Mientras me quitaba el abrigo, miré alrededor de la habitación.
Y justo en el centro de la sala vi una mesa que me llegaba a la altura de la cintura.
Era perfecta.
Pero me tomé mi tiempo y paseé por la estancia deslizando los dedos por encima de las demás mesas y fingiendo leer algunos títulos.
Lo hice todo deliberadamente despacio para que Jimin tuviera más tiempo para pensar en lo que íbamos a hacer.
— Ésta —dije, señalando la mesa que había elegido.
La que tenía la altura adecuada.
— Esto era exactamente lo que tenía en mente.
Minnie tenía una astuta sonrisa en los labios.
— Desnúdate de cintura para abajo, Jimin. Luego siéntate en la mesa.
Se movió con rapidez y yo observé su trasero desnudo mientras se subía a la mesa.
Vaya, me moría por hundirme dentro de él.
Mi erección creció sólo de pensarlo.
Me desabroché el cinturón.
— Muy bien. Coloca los talones y el culo en el borde de la mesa y separa esas preciosas rodillas para mí.
Al verlo esperándome con las piernas abiertas me empezaron a doler los testículos.
Tomé el condón que llevaba en el bolsillo y me bajé los pantalones.
Me tomé mi tiempo para asegurarme de que Minnie lo observaba todo.
De nuevo, lo hice deliberadamente despacio.
Me puse el preservativo, resistiendo la tentación de acariciarme.
— Hermoso —susurré, porque lo era de verdad.
Era precioso en su sumisión y en su acto de ofrecimiento.
Me acerqué a la mesa y le separé un poco más las piernas.
— Dime, Jimin —empecé, frunciendo el cejo y estudiando nuestra postura como si estuviera muy concentrado en ello— ¿alguna vez te han follado en la Colección de Libros Raros?
Su cuerpo tembló de expectativa.
Yo le agarré de las caderas con más
fuerza.
— No.
Le miré.
— No, ¿qué?
Quería oírlo.
Quería que me llamara Señor o Amo, una de las dos cosas.
— No, Señor.
Empujé hacia delante y lo penetré despacio.
— Eso está mucho mejor.
Me quedé quieto y él cerró los ojos.
Se mordió el labio inferior al tiempo que gemía y yo supe que ya no podía aguantar más.
Empujé con fuerza y le penetré hasta el fondo.
Lo agarré de las caderas y tiré de él hacia mí.
— Apóyate sobre los codos, Jimin. Te voy a follar con tanta fuerza que el viernes por la noche aún lo seguirás notando.
Se inclinó hacia atrás y su pelo acarició la mesa cuando arqueó la espalda para absorberme un poco más.
Yo me retiré y le volví a embestir.
La luz que brillaba sobre nuestras
cabezas se reflejó en los diamantes de su collar y las piedras relucieron con intensidad.
Mío.
Era mío.
Llevaba mi collar.
Mío.
Le embestí de nuevo y él levantó las caderas para sentirme más adentro.
Era posible que nunca lo hubiera hecho reír, pero yo podía hacerle aquello, podía hacer que se sintiera necesitado y anhelante para luego calmarlo, podía alimentar su ansia para acabar dejando que se abandonara a la liberación.
Podía llevarlo hasta la cima de la montaña y luego verlo volar.
— Eres mío —gruñí, penetrándolo de nuevo.
Él separó más las piernas para tomarme entero.
— Eres mío. Dilo, Jimin.
«Dime esas palabras.»
— Soy tuyo.
Adopté un ritmo constante y empujé una y otra vez mientras él repetía la frase.
— Soy tuyo. Tuyo. Tuyo.
«Es mío, mío, mío.»
Entonces soltó un pequeño gemido, se volvió a arquear y yo supe que estaba cerca.
Lo penetré de nuevo y sentí cómo explotaba a mi alrededor.
Seguí embistiéndole en busca de mi propia liberación.
Luego me quedé quieto y dejé que la sensación me desbordara, mientras me corría con fuerza en el condón.
Al rato, me retiré, apoyé la cabeza sobre su abdomen y esperé mientras recuperaba el aliento.
Una fina capa de sudor brillaba sobre su piel y le enjugué una gota con un beso.
— Gracias por guiarme por la Colección de Libros Raros —comenté,
sin dejar de besarle el vientre.
Él hundió los dedos en mi pelo y yo reprimí un gemido.
— Cuando quieras —bromeó.
Lo besé otra vez, pensando en las ganas que tenía de besarla un poco
más abajo, pero no quería tentar a la suerte.
Me dije que ya lo haría el fin de semana.
Tenía tiempo de sobra.
Me separé de él lentamente y me puse bien la ropa.
Minnie se bajó de la mesa de un salto.
Cuando estuvimos vestidos, me quitó el preservativo de la mano.
— Yo me ocupo de esto —dijo, mientras nos dirigíamos al pasillo.
— Te veo el viernes a las seis.
Me metí una mano en el bolsillo del abrigo para asegurarme de que la rosa seguía en su sitio.
— Sí, Señor.
[ ☦ ]
Cuando volví a la zona principal de la biblioteca no había nadie en el mostrador y aproveché para sacar la rosa del bolsillo.
¿Debería dejársela?
¿La encontraría?
Sólo era un hombre dejándole una rosa a un chico al cual ama.
No había para tanto.
Aunque yo sabía que sí.
— ¿Ha encontrado todo lo que necesitaba, señor?
Me di media vuelta.
Martha estaba ante mí, sonriendo.
— Oh, sí —tartamudeé— Todo.
Ella miró la rosa y arqueó una ceja.
— Oh, no hacía falta.
— Es para Minnie.
— Claro.
¿Sabría Martha lo que habíamos hecho?
— Se la iba a dejar aquí.
Dejé la rosa sobre los libros con los que había visto antes que él estaba trabajando.
— ¿John Boyle O'Reilly?
Atrapado.
Pero ya era demasiado tarde para guardar la rosa.
Minnie se enteraría de todos modos.
Pero, ¿de qué se enteraría?
¿De que le había dejado una rosa?
¿De que coincidía con la que se mencionaba en el poema?
¿Y qué?
Me flaquearon las rodillas.
Siempre podía quitarle importancia.
Fingir que no significaba nada.
A menos...
A menos que él quisiera que significara lo que yo quería que significara.
¿Y qué quería yo que significara?
Entonces, fingiendo una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir, arranqué un pétalo de la rosa y le guiñé un ojo a Martha.
— Por supuesto.
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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆
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