☦ 10 ☦

[ ☦ ]

— Yoongi —dijo JungKook, sacándome de mi concentración—  ¿estás bien? Te has quedado distraído.

— ¿Qué?

Parpadeé varias veces.

— Sí, estoy bien. Sólo un poco cansado.

— ¿Tú? ¿Cansado?

No parecía convencido.

— No. Eso es imposible.

De repente yo ya no quería más ruido.

Necesitaba tranquilidad.

Un poco de silencio para poder pensar.

— En realidad, me parece que me voy a acostar. Buena suerte en el partido de mañana.

Se me quedó mirando extrañado, pero se levantó y recogió el abrigo.

— Está bien, si tú lo dices...

Lo acompañé a la puerta, saqué a Apolo por última vez y subí a mi habitación.

El potro seguía allí.

Lo mejor sería que lo dejara donde estaba.

Lo más probable era que fuera a necesitarlo la noche del viernes.

«Maldita sea, Jimin.»

Quizá, sólo quizá, él acabara durmiendo ocho horas.

Era muy improbable, pero no quería perder la esperanza.

Me senté en la cama y pensé en el tiempo que pasé con ChanYeol, el Dominante que me hizo de mentor.

La única persona a la que me había sometido en mi vida.

Él me dio varias instrucciones sobre el castigo y la primera era que nunca debía castigar a nadie estando enfadado.

Hasta la fecha, no lo había hecho, y estaba seguro de que cuando llegara la noche del viernes estaría más calmado.

En las instrucciones que le había entregado a Jimin detallé las consecuencias que tenía la desobediencia.

Junto al concepto «falta de sueño», había indicado que recibiría azotes, veinte por cada hora de sueño perdida.

En el momento en que redacté la lista me pareció bien, pero al pensarlo ahora me pareció un poco excesivo.

Era demasiado.

¿Debería cambiarlo?

¿Se daría cuenta?

No, no podía cambiarlo y conservar el respeto que necesitaba que él me mostrara como su Dominante.

Tendrían que ser veinte azotes.

También recordé otra de las cosas que me dijo ChanYeol:

«Si consigues que el primer castigo sea memorable, no tendrás que repetirlo muy a menudo»

Sí, haría que fuera memorable, y con ello quizá también consiguiera enderezar el resto de su comportamiento:

No más cejas arqueadas ni vacilaciones.

La voz que resonaba en el fondo de mi cabeza me advirtió que no podía castigarle por esas cosas.

Ya formaban parte del pasado.

Si las había dejado pasar entonces era culpa mía.

No estaría bien que las sacara a relucir en ese momento.

Pero si lograba que el castigo fuera lo bastante contundente, tendría también un efecto disuasorio para otras cosas.

Suspiré y me fui al cuarto de juegos.

Una vez allí, tomé la correa de piel.

Luego volví a mi dormitorio y la dejé sobre la cómoda.

Si pasaba toda la semana mirándola y viendo el potro, quizá el viernes me sintiera preparado.

Podía hacerlo.

Sabía que podía hacerlo.

A fin de cuentas yo era el Dominante de Jimin y ya era hora de que empezara a actuar como tal.

Chan me enseñó que había tres tipos de azotes:

El erótico, el de calentamiento y el de castigo.

Yo ya le había dejado entrever a Jimin en qué consistía el azote erótico cuando jugueteé con él y mi fusta durante el primer fin de semana que pasamos juntos.

Los azotes eróticos excitaban al sujeto, aumentaban su placer y lo llevaban a otro nivel.

Al contrario que las otras dos clases.

Los de calentamiento serían muy importantes con él.

Jimin tenía la piel clara, fina y suave.

Le saldrían moretones con facilidad.

Tenía que tenerlo en cuenta y asegurarme de que no le dejaba ninguna marca permanente.

Veinte azotes con la correa de piel le dejarían amoratado si primero no preparaba su trasero adecuadamente.

Incluso en la fase de los de calentamiento, tendría que prestar mucha atención a su piel, su reacción y sus emociones.

Sus emociones...

Seguro que lloraría.

Iba a hacerle llorar...

¿Podría hacerlo?

Debía ser capaz si quería que nuestra relación progresara.

Si no podía soportar ver sus lágrimas, no podía dejar que siguiera siendo mi sumiso.

Y ésa era la cruda realidad de nuestra relación.

[ ☦ ]

El miércoles le pedí a Shan que le llamara.

El fin de semana siguiente, a diferencia de los demás, no comenzaría con una cena en la mesa de la cocina.

Para empezar, porque dudaba que pudiera comer con Jimin justo antes de castigarle.

Y después, porque al hacerlo llegar a las ocho y ordenarle que subiera inmediatamente a mi habitación, establecería enseguida el tono de la noche.

Llamé a la guardería canina local y lo organicé todo para que Apolo se quedara allí a pasar la noche.

Si JungKook y el equipo llegaban a los playoffs tendría que dejarlo en la guardería el fin de semana siguiente de todos modos y quizá le resultara más fácil si antes podía pasar allí una noche de prueba.

También debía admitir que no quería que el canino estuviera en casa en esa ocasión.

[ ☦ ]

La noche del viernes me quedé junto a la ventana y esperé a que llegara Jimin.

Por fin oí el coche de alquiler.

Cerré los ojos.

«Puedes hacerlo»

«Tienes que hacerlo.»

Cuando me llegó el sonido de la puerta del coche al cerrarse, me puse tenso.

¿Le extrañaba que Apolo no saliera a recibirle?

¿El cambio de hora le habría ayudado a comprender que yo sabía que me había desobedecido?

¿Parecería arrepentido cuando entrara en casa?

Sonó el timbre de la puerta.

Abrí y Jimin se quedó quieto, sin entrar.

Tenía aspecto de estar confuso, pero no arrepentido.

Quizá el lunes se hubiese levantado un poco más tarde de lo habitual y hubiera descansado las ocho horas que yo le había pedido.

— Hola, Jimin —dije, haciendo un gesto con la mano en dirección al vestíbulo.

Él entró y miró a su alrededor.

— ¿Has pasado una buena semana? —pregunté, esperando que fuera él quien me lo dijera— Puedes contestar.

— Ha estado bien.

Quizá su semana hubiera estado bien, pero la mía no lo había estado en absoluto.

Había pasado unos días muy agitado, intentando encontrar la mejor manera de enfrentarme a lo que había pasado el domingo por la noche.

— ¿Bien? —repetí, un poco irritado con su respuesta.

Pero quizá, sólo quizá, no hubiera roto ninguna regla.

Quise darle otra oportunidad antes de preguntárselo directamente.

— No estoy completamente seguro de que «bien» sea la respuesta apropiada.

La confusión le nubló el semblante.

Sí.

Todo estaba bien, no me había desobedecido.

No haría falta ningún castigo.

Por primera vez en cinco días, sentí que podía volver a respirar.

Pero entonces él jadeó y mis esperanzas se desvanecieron.

— Jimin —inspiré hondo— ¿hay algo que quieras decirme?

Él clavó la vista en el suelo.

— El domingo por la noche sólo dormí siete horas.

Cerré los ojos.

Maldije a JungKook por salir con Tae Hyung.

Maldije a Jimin por haber roto una regla.

Me maldije a mí mismo por haber decidido que lo apropiado era darle veinte azotes por cada hora de sueño perdida.

Y en especial me maldije por haber pensado que era una buena idea ser su Dominante.

Pero...

Yo le había dado las normas, había establecido los castigos correspondientes y, maldita fuera, tenía que hacerlo.

Me puse derecho.

— Mírame cuando me hables.

— El domingo por la noche sólo dormí siete horas —repitió con mucha más claridad esa vez.

Park Jimin era una persona que se enfrentaba a sus errores.

— ¿Siete horas?

Di un paso hacia él.

— ¿Crees que elaboré todo un plan para tu bienestar porque estoy aburrido y no tengo nada mejor que hacer? Contéstame.

Quizá fuera eso.

Quizá todo aquello no fuera más que un chiste para él.

Nunca se tomaría nuestra relación en serio si no le castigaba.

— No, Amo.

Tenía que disculparse por haber roto una de mis reglas pero en cambio se quedó allí, ruborizado y temeroso.

— Tenía planes para esta noche, Jimin —dije— Quería enseñarte cosas.

La biblioteca tendría que esperar.

— Y ahora tendré que pasarme la noche castigándote en mi habitación.

Quería que supiera que no era así como debería haber ido el fin de semana.

Su desobediencia lo había alterado todo.

¿Se disculparía?

— Siento haberte decepcionado, Amo.

Sí, eso es precisamente lo que había hecho.

Me había decepcionado.

— Lo lamentarás más cuando haya acabado contigo. A mi habitación. Ahora.

Le observé mientras subía la escalera y se dirigía a mi cuarto.

Luego analicé mi estado de ánimo para asegurarme de que no le iba a castigar estando enfadado y traté de recomponerme.

Jimin ya estaría lo bastante asustado, por lo que era importante que yo mantuviera el control.

Me remangué la camisa y me encaminé hacia la escalera.

[ ☦ ]

Cuando llegué, él me estaba esperando desnudo sobre el potro.

La semana anterior, la imagen de su trasero había disparado mis fantasías.

Ese fin de semana sólo me recordaba que, por mucho que me gustaran esas fantasías, nuestra relación estaba basada en reglas y Jimin había quebrantado una.

Y saltarse las normas tenía consecuencias.

Y como era yo quien las había dictado, era yo quien debía responsabilizarse de que se cumplieran y de hacerla enfrentarse a esas consecuencias.

Me pasé una mano por el pelo.

No tenía por qué gustarme ni tenía por qué disfrutar de aquello, pero tenía que hacerlo.

Me acerqué al potro y froté el trasero de Jimin con suavidad.

Él se sobresaltó.

Estaba nervioso.

Ya éramos dos.

— Yo utilizo tres clases de azotes distintos —le dije, con la intención de explicarle mis métodos— El primero es un azote erótico. Se utiliza para aumentar el placer, para excitar. Como lo que te hice con la fusta, por ejemplo.

Deslicé los dedos por sus nalgas hasta llegar a su cálido sexo, mientras evaluaba su trasero y planeaba dónde y cómo azotarle cuando llegara el momento.

Por muy terrible que fuera lo que iba a pasar aquella noche, yo quería que supiera que el castigo también podía gustarle y que, aparte de corregirle, con unos buenos azotes también podía excitarlo.

Mi caricia se fue tornando más áspera y observé su piel en busca de cambios de color.

Le pellizqué para comprobar lo roja que se le pondría.

Aún no conocía bien su cuerpo y eso me ayudaría a juzgar su reacción.

— La segunda clase de azote sirve para castigar. No sentirás ningún placer. Su propósito es recordarte las consecuencias de tu desobediencia. Yo dicto unas reglas pensando en tu bienestar, Jimin. ¿Cuántas horas de sueño se supone que debes dormir de domingo a jueves? Contéstame.

— Ocho —dijo.

— Sí, ocho y no siete.

No respetar mis reglas significaba perderme el respeto a mí.

— Es evidente que lo olvidaste, y puede que un trasero dolorido te ayude a recordarlo en el futuro.

Quizá los dos hubiéramos olvidado algunas cosas y eso nos ayudara a ambos.

— El tercer tipo es un azote de calentamiento. Se utiliza antes de los azotes de castigo.

Me agaché y recogí la correa del suelo.

— ¿Sabes por qué tengo que darte unos azotes de calentamiento?

Silencio.

Dejé la correa en el potro, justo al lado de su cara.

Él tenía que verla.

— Porque tu culo no podrá soportar los azotes de castigo sin un calentamiento previo.

«Porque si no lo hago así te podría dejar llena de moretones.»

— Veinte azotes con la correa de piel, Jimin.

Pero debía recordarle que tenía una salida.

Podía utilizar su palabra de seguridad.

Ninguno de los dos tenía por qué hacer aquello.

— A menos que tengas algo que decir.

Si había aceptado nuestro acuerdo por cualquier otro motivo que no fuera ser mi sumiso, si no estaba ciento por ciento seguro de que quería ser dominado, lo averiguaría en ese preciso instante.

Sólo tenía que decir la palabra para acabar con nuestra relación.

Pero guardó silencio.

— Muy bien.

Si él podía soportarlo, yo también.

Me puse derecho y empecé a azotarle.

Comencé con suavidad, asegurándome de que mi mano impactaba en un lugar distinto cada vez y que iba calentando gradualmente las zonas donde utilizaría la correa.

No lo azotaba muy arriba, sino que me centraba más bien en la zona más cercana a su sexo, justo donde sus muslos se unían a sus nalgas.

Me di cuenta del momento justo en que los azotes dejaron de resultarle placenteros y empezaron a ser dolorosos, porque él empezó a encogerse antes de que mi mano aterrizara sobre sus nalgas.

Su trasero se puso rosa y empecé a azotarle un poco más fuerte.

Paré pocos minutos después.

Le pasé la mano por la piel para comprobar y sentir el calor que desprendía y asegurarme de que podía continuar.

Él no se encogió al notar mi contacto.

Tenía la piel roja, pero yo sabía que podría soportar lo que ocurriría a continuación.

Esperaba que así fuera.

Recogí la correa que había dejado junto a él.

— Cuenta, Jimin.

Levanté el brazo y dejé caer la correa.

Al aterrizar sobre su piel hizo un ruido sordo.

— ¡Ay!

— ¿Qué? —pregunté, levantando el brazo de nuevo.

— Uno —se apresuró a decir— Quería decir uno.

Volví a bajar el brazo.

— ¡Joder! —exclamó y entonces se corrigió— Quiero decir, dos.

— Vigila tu lenguaje —le advertí, al azotarle por tercera vez.

— Tre... Tres —tartamudeó.

Me moví para que el cuarto azote impactara en una zona distinta.

Me concentré en su trasero y pensé en el mejor espacio donde darle los siguientes azotes.

— Cu-cuatro —dijo, pero se llevó la mano hacia atrás para cubrirse, justo cuando yo alzaba la mano para el quinto.

Me detuve y miré con detenimiento la piel roja que tenía ante mí.

Seguía estando bien.

Él ya sabía que no debía moverse.

Maldita fuera, ¿es que no aprendería nunca?

Me coloqué a su lado y le susurré:

— Si te vuelves a tapar, te ataré y añadiré diez azotes más.

Ya estaba cansado de sus desafíos.

Tenían que acabar de inmediato.

Dejé caer la correa para el quinto, el sexto y el séptimo.

Lo hice rápido y con sequedad.

Él contó cada uno de los azotes.

El octavo aterrizó en un lugar distinto.

Jimin empezó a sollozar.

— O-ocho.

¿Por qué habría decidido que darle veinte azotes era un castigo aceptable?

Me di un segundo para pasarle la mano por la piel.

Seguía estando bien.

No le saldría ningún moretón.

Me esforcé todo lo que pude para bloquear mi mente para el noveno, el décimo, el undécimo y el duodécimo, pero no pude.

Tenía que concentrarme en él, en sus reacciones, y asegurarme de que no estaba siendo demasiado duro.

¿Estaría llorando a causa de la conmoción?

¿Tan insoportable era el dolor?

— Tre-trece.

Volví a detenerme.

Joder, aún faltaban siete más.

¿Debía parar?

¿Debía ser yo quien empleara la palabra de seguridad?

No, aún no.

Él estaba bien.

Tenía que continuar.

— Catorce.

Cuando llegué al decimoquinto, dejó de contar.

— Jimin —espeté.

— Lo siento.

Jadeó en busca de aire.

— Qui-quin-ce.

Cinco más.

Yo había perdido toda la concentración.

Y allí, ante mí, estaba Park Jimin, la persona a la que tanto había deseado y admirado durante demasiados años.

Le había hecho llorar.

Y le haría llorar aún más.

«Acaba con esto.»

Los siguientes azotes fueron más suaves, pero sabía que él ya no podía notarlo.

Después de lo que le había hecho, le dolería hasta el roce de una pluma.

— Oh, Dios, dieciséis.

Inspiró entrecortadamente.

— Por favor.

Me detuve y posé las manos a ambos costados de su cuerpo.

Ya no estaba seguro de nada.

No estaba seguro de si debía continuar, no estaba seguro de que fuera necesario.

¿Acabaría utilizando su palabra de seguridad?

¿Sería aquello lo que acabaría con él?

¿Veinte azotes con la correa de piel?

¿Por una sola hora de sueño perdida?

Di un paso atrás, alcé la mano y la volví a bajar.

Se sobresaltó.

— Diecisiete. Oh, por favor —gimoteó— Mejor. Lo haré mejor.

«Acaba ya.»

Volví a deslizar la mano por su piel para juzgar su estado.

¿Podría soportar tres más?

Quizá.

Si eran lo bastante suaves.

— Dieciocho —susurró— Dormiré diez horas.

«Dos más, Min. Acaba con esto.»

— Deja de suplicar.

No podía soportar sus ruegos.

Le azoté de nuevo, con más suavidad que nunca.

— Dieci-nue-ve.

Me volví a poner derecho.

¿Es que aquello no se iba a acabar nunca?

Carraspeé y me obligué a hablar.

— ¿Cuántas horas vas a dormir, Jimin? Contéstame.

Su cuerpo temblaba y se sacudía sobre el potro.

— O... Och... Ocho —dijo, medio atragantado y resoplando.

«Uno más —me dije a mí mismo— Uno más. Seguro que puedes soportarlo.»

Y sabía muy bien que estaba hablando por mí, porque ya no me quedaba ni una sola duda de que Jimin era mucho más fuerte que yo.

Sabía que podría resistir todo lo que le hiciera.

Bajé la correa una última vez.

— Vein-te.

Sus sollozos resonaron por toda la habitación.

«Cielo santo, Min. Mira lo que le has hecho a esta preciosidad.»

Estaba enfermo.

Me sentía enfermo, por mí y por lo que había hecho.

Tenía que sacarlo de mi habitación.

No podía mirarle.

No podía mirar lo que había hecho.

Me esforcé por adoptar el tono de voz más serio que pude.

— Lávate la cara y vete a tu habitación. Me parece que tienes que recuperar algunas horas de sueño.

Esperé a que saliera del dormitorio y luego me dejé caer contra el potro, enterrando la cara entre las manos.

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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆

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