=Sagitario x Karl Heinz (Parte 2)=

Vi desde mi inferior posición como humana a aquel hombre que convirtió lo que yo llamaba vida en un infierno. Con sus grandes y fuertes brazos me levantó del sucio y áspero suelo, luego me indicó que andara y así lo hice. Caminé hasta una sala de aspecto lujoso y ordenado. 

-Esta es mi habitación.- Comentó, cerrando la puerta y sentándose en un sillón propio del estilo rococó.

-Y qué.- Respondí, con cautela.- Has dicho que es tuya, pero no sé dónde dormiré yo.

-Eres mi prometida. Dormirás conmigo en este cuarto.

-¿Eres consciente de lo que acabas de decir?- Repliqué, atónita.

-No sé de qué te sorprendes. ¿De verdad creías que te iba a dejar en otra habitación? No deseo que escapes de mí. 

Miré la cama con cierto pudor y recelo. Mi lógica decía que durmiera ahí si era necesario, pero mi corazón dictaba lo contrario. El orgullo que alzó mis metas se encontraba ahora pisoteado en el suelo. Se escondía hasta debajo de la alfombra. Quedé inmóvil y pensativa. Sin embargo, unas manos comenzaron a desabrochar la cremallera de mi chaqueta. Alarmada, agarré con fuerza aquellos extraños individuos que amenazaban mi posición.

-¿Qué crees que haces?- Cuestioné, con el ceño fruncido.

-Tu ropa.- Respondió, cortante.- Está manchada de sangre y sucia. Además, tiene varios rotos y no te has cambiado en días. 

Nuestros ojos se encontraron. Intenté buscar maldad en ellos. Juro que lo hice, pero no encontré ni un atisbo de perversión. Me pregunté entonces si tal vez estaba preocupado por mí o por su falsa prometida, encadenada a él sin sentir el amor puro.

-Desde cuándo te preocupas por mí.- Dije, cortante.

-Hay ropa limpia en el segundo cajón de la cómoda.- Respondió, soltándose de mi agarre.- Cuando estés lista llámame y volveré a entrar.

Se dio la vuelta y caminó hacia la puerta, pero antes de salir dejó con cuidado un collar de oro en la estantería. Extrañada y confundida, me acerqué hasta el objeto, y me sorprendí al reconocer aquel accesorio. Cuando él vino a mi casa para llevarme a la fuerza, mi colgante se cayó por accidente. Luego quedé inconsciente. Creí que nunca más lo volvería a ver. Acaricié el metal y me lo puse. Después de darme una ducha y ponerme ropa limpia, abrí la puerta. Para mi sorpresa, no había nadie. No dudé lo más mínimo y caminé para encontrar una posible salida.

(...)

Tras un largo camino, divisé unas escaleras. Cuando me dispuse a bajarlas, le vi. Estaba hablando con una criada. Quise escuchar lo que hablaban, y pude distinguir parte de la conversación.

-Señor, ¿desea que le compremos nosotras el vestido?

-No. Lo haré yo. Quiero ocuparme personalmente de eso.

-De acuerdo. ¿Necesita algo más?

-Sí. Ve a decirle a mi prometida que he salido a resolver unos asuntos.

-Perdone la intromisión pero, ¿va a buscar ya el vestido?

-Sí.

Hubo un silencio. Supuse que habían acabado de hablar, pero antes de que saliera de mi escondite, volvió a decirle algo a la joven.

-Leyla.

-¿Sí, señor?

-Asegúrate de que coma y no le pase nada en mi ausencia.

-Claro, señor, no se preocupe.

-Y... Habla con ella.

-¿Puedo preguntar por qué?

-No quiero que se sienta sola aquí. Será bueno si puede hacer al menos una amiga. Te la confío a ti, Leyla.

-No se preocupe, señor, me encargaré de ella. 

Escuché entonces una gran ruido, como si una gran puerta se cerrase. Ese será el recibidor. Luego, oí cómo aquella mujer llamada Leyla se alejaba. Respiré decidida. Esta era mi oportunidad. Bajé con cuidado las escaleras y miré hacia los lados. Estaba tan cerca, pero si esa puerta volvía a hacer mucho ruido, podrían percatarse de mi huida, así que decidí abrir una de las ventanas y pasé por ella. La cerré y corrí. Estaba rodeada de un frondoso bosque, pero seguí un camino lleno de guijarros y chinos. Posiblemente este sería el tramo hacia la ciudad. Entonces, caminé sin mirar atrás.

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