=Sagitario x Karl Heinz =

¿Horas? ¿Días? No sé cuánto tiempo llevo aquí, sinceramente. Solo conozco al culpable de esto, aquel hombre alto de cabello largo y blanco. Mis muñecas se encontraban gravemente entumecidas por los grilletes que las encadenaban, y esas piernas que solían mantenerme en pie, ahora yacen débilmente en el frío suelo. Cada largo plazo, mi secuestrador aparece y me da algo para comer, asqueroso, por supuesto. Recuerdo el olor de la libertad, pero cada vez parece más inalcanzable. Alguien me hace "compañía", pero está claro que se murió hace poco. Una chica de aspecto flaco y pelo rubio permanecía inerte a escasos metros de mí. 

-Ya es hora de que limpiemos el lugar, ¿no?- Dijo una voz grave.

Me giré rápidamente hacia el sitio del que provenía aquel ruido. El hombre que me obligó a estar en esta especie de prisión levantó con cierto pudor y repulsión el cadáver de la joven. Se limitó a sonreírme y mencionar el nombre del ahora alma vagante en lo que muchos llaman "cielo".

-Yui. Se llamaba Yui. Lamentablemente, ya no podrá hacerte más compañía.

-Vete al infierno.- Respondí, tajante. Lo último que deseaba en este mundo era entablar una mera conversación con aquel desgraciado.

-Tienes las garras afiladas, pero si sigues con ese tono me veré obligado a tomar medidas.

-Me pides que te respete cuando has sido precisamente tú quien ha acabado con mi libertad...

-Eres necesaria, solo eso.

-Para qué.

-No necesitas saberlo por ahora.

Y con ese último comentario se dio la vuelta y desapareció después de cerrar la puerta tras de sí. No volvió a dirigirme la palabra en los siguientes días, si es que eran días, porque no sabía si salía el sol. Solo se dedicó a hacerme pruebas y más pruebas de sangre. El único lugar en el que podía refugiarme de toda esta oscuridad eran mis recuerdos. Mi familia, amigos, estudios... Todo aquello desbordaba millones de sensaciones dentro de mí. Pero aquel fugaz destello de libertad fue destruido en cuanto ese hombre abrió la puerta.

-¿Vas a sacarme más sangre? ¿Acaso me vas a dejar seca?- Comenté, con una sonrisa torcida.

-No. Los resultados no han sido los esperados. Siento decirte que acabarás como ella.

-Como quién.

-¿Ya te has olvidado de tu anterior compañera?

En ese momento todo se desvaneció a mi alrededor. Esa noticia me cayó como un cubo lleno de agua helada. No quiero morir. Todavía no. ¿Qué pasaría con mis sueños, mis metas, mis lazos y relaciones? Sin embargo, mientras oleadas de turbios pensamientos me sobrevolaban la mente, el hombre despojó mis violetas muñecas de aquellos metales y aunque quise levantarme y pegarle, mis miembros no respondían a las peticiones. Rompí en el más devastador y desolado llanto que jamás haya escuchado alguien. Supliqué, pedí a Dios y arrastré mi cuerpo con las pocas fuerzas que quedaban en mí. Vi cómo él se fue de nuevo y cerró la puerta, esta vez con el sonido de cinco candados. Cada vez que encajaba uno era similar a un puñetazo. Me negaba a morir allí. Todavía me queda mucho que vivir, ¿verdad? ¿Verdad que sí? Creía que las lágrimas inundarían la habitación. Ni siquiera sabía cuánto tiempo había consumido llorando. Desahogué mis miserables penas hasta que mi vista quedo nublada. Finalmente desistí y caí en un profundo letargo. 

(...)

Abrí los ojos, doloridos y con una sensación de hinchazón. Me percaté entonces de que el albino me apuntaba sereno con una pistola. Supe que tal vez mi fin se acercaba, pero no quise hacer caso a ese destello intuitivo.

-Es hora del adiós, (T/n).- Dijo, alzando la cabeza, mostrando una posición de poder y mandato.

-Por favor... Te lo imploro... Quiero vivir. Necesito vivir.- Balbuceé, intentando llegar hasta sus pies.- Lo haré... Haré lo que me pidas... Lo que... Sea...

Noté un extraño momento de inseguridad por su parte. Como si se lo estuviera pensando dos veces antes de cometer aquel homicidio.

-Cásate conmigo.- Propuso.- Si quieres vivir, tendrás que convertirte en mi mujer.

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