Siete.
—Le pido que por favor no diga nada de lo que le acabo de contar—miró a mis espaldas, parecía nerviosa.
No entendí hasta que escuché pasos.
—Buen día Jefe, ¿Qué hace por aquí?—nos miró a ambos—: ¿No que había reunión?
«¿Y eso es problema suyo?»
Asentí de mal humor—: Justo le estaba diciendo a la señorita Kennedy que debe ir hacia allá.
Abrió los ojos con sorpresa.
—Pero señor...
—Nada, al salón—la corté.
Dándole la espalda a ambos, me regresé al ascensor. Tenía una conversación pendiente que sabía a la perfección que iba a estar evitando. No yo, ella.
Mientras esperaba a que se abrieran las puertas, no pude evitar escuchar.
—Grace, ¿Qué te pasó en la cara?—pude jurar que escuché su suspiro.
—Me caí.
Casi me reí, si en sus planes estaba encubrirlo tendría que buscar en el transcurso del día algún tutorial en internet de como aprender a maquillarse. O, como tapar heridas. Lo que le salga primero.
Para mí desgracia, subimos los tres al ascensor. La susodicha iba en medio de ambos con la vista en su reflejo, si pensó que se iba a salvar de la junta por puro cariño de su jefa estaba muy equivocada. Si no quería llamar la atención se hubiera quedado perfectamente en su casa, total a mí no me hacía falta.
Y, como Aranza se presentó sóla. A ella tampoco.
Entramos los tres juntos, me fuí directo a mi silla y continúe dónde Thalía había terminado. Sabía que intentaba aparentar que no tenía nada en el rostro pero ella misma se delataba bajando la vista cada dos por tres. Aranza le daba apoyo de vez en cuando poniendo la mano en su hombro.
No hace falta decir que cuándo la reunión terminó, ella fué la primera en salir.
Almorcé en silencio en mi oficina, durante toda esa hora estuve recibiendo llamadas tras llamadas de Samantha. Lancé el teléfono a uno de los cajones para tener sólo 5 minutos de paz, los cuales no me duraron.
—Tu esposa pide cada vez más,—comentó Pascual al entrar a la oficina—: Sino aceptas una, va a poner otra oferta y así irá haciendo hasta qué se canse.
Llevé las manos a mi sien.
—¿Qué se te ocurre?—le pregunté dejándome caer en el respaldo de la silla.
Alzó los hombros—: Por los momentos esperar que se canse, va a llegar un punto dónde tiene que aceptar que tú no quieres nada con ella,—eso era más un consejo de amigo—: Sin embargo, te recomiendo que busques un sitio para tí.
Iba a hablar pero—: Lo digo porque mientras sigas viviendo con ella, en su retorcida mente va a creer que hay una posibilidad de que vuelvan.
—Ya lo había pensado—resoplé sacando el teléfono del cajón.
—Si quieres, yo mismo puedo averiguar algunos y pasarte los números.
Asentí—: Gracias.
Cuando Pascual se fué volví a lo mismo, firmé, respondí y autoricé muchas de los asuntos de los que Thalía no se podía ocupar. No porque no supiera, sino porque no lo sabía. Papá siempre quiso expandirse, llevar más de un negocio fuera del país. Su meta era en Alemania, comentaba miles de veces que cuando un negocio con su nombre estuviera ahí, podía morir en paz.
Lastima que su exceso de trabajo lo condenarán a aceptar la jubilación. Cayó en mis manos esa responsabilidad, pero hasta ahora no hay alguna oferta o los suficientes empleados dispuestos a moverse hasta allá.
«Pronto, pronto...»
La noche se hizo llegar y con ello mi dolor de cabeza, tomando el saco baje a recepción pero, cuando las puertas del ascensor se abrieron me dejaron ver a la señorita Kennedy saliendo de forma apresurada por las puertas giratorias.
Con curiosidad y con bastantes pasos de distancia, la seguí. No fué a dar muy lejos, justo al frente había una parada de buses. Una que hace aproximadamente media hora, había realizado su último recorrido.
—¡Demonios!—exclamó en voz alta cuando llegó a la banca de espera.
—Si fuera un poco más inteligente, se habría acordado que su horario no termina a esta hora, sino antes.
Se volteó con sorpresa para encararme.
—Señor Beaumont, ¿Qué hace aquí?—alcé los hombros—: ¿Me está siguiendo?
Me reí—: En tus sueños niña, ven.
Me voltee esperando escuchar los pasos a mis espaldas, pero no fué así.
—Esperaré el próximo bus, gracias.
«Paciencia»
Me voltee—: Está bien, pasa a las seis de la mañana,—sus ojos amenazaron con salirse de su rostro—: Que disfrute la espera.
Volví a retomar mis pasos hacia el estacionamiento con una expresión de egocentrismo.
«3.., 2..»
—¡Espere!—gritó a mis espaldas.
Me giré con las manos en los bolsillos—:¿Si, señorita Kennedy?
No le agradó mi tono.
—¿Cómo sabe que no pasa más?—«¿En serio?»
Alcé los hombros—: He vivido por aquí toda mi vida, a diferencia de tí. Memorizo lo que me interesa,—señalé la parada—: Horarios, por ejemplo.
Las tenues luces de la calle eran lo único que me permitía ver su expresión avergonzada.
—No lo volveré a repetir, venga—señalé a mis espaldas—: La llevo a su casa.
Negó rápidamente—: No voy a mi casa.
Fué ahí donde recordé las palabras de Pascual.
—Bueno, —quiero pensar que es el remordimiento lo que habla por mi—: Deme la dirección.
Una media hora después, nos encontrábamos ambos en mi Range. Parecía impresionada con el interior del auto, no dejaba de mirar para todos lados y pasar los dedos por todo borde que se cruzara.
Según las indicaciones que me había dado, ya llevábamos una hora de distancia de su primer trabajó. Miraba con curiosidad cada una de las casas a mi alrededor, ¿Vivía por aquí?
—Es ahí.
En mi campo visual apareció un gran restaurante hogareño. Mesas afuera, gran cantidad de luces, mucha gente. En principal, muchos niños y, una buena vista del lago de fondo.
—¿Qué hace aquí?
Se encogió en el haciendo—: Una veces soy camarera, algunas otras veces estoy en la caja, —enumeraba con los dedos—: ¡Oh! Una vez estuve cerca de los toboganes del fondo, con los niños,—sonrió—: También, no siempre, estoy limpiando los baños para horas extras—no parecía avergonzarse de eso.
—¿Vive cerca?—la pregunta se me escapó antes de pensarla.
Negó—: Unas cuadras más arriba, normalmente uno que trabaja aquí conmigo me lleva.
Asentí.
Poco después, se removió incómoda—: Bueno... ¡Gracias señor Beaumont!—abrió la puerta—: Tomaré nota de los horarios de los buses,—puso un pie fuera del auto—: O quizás le pregunté al conductor mañana, o alguno de aquí tal vez sepa y..
—Hasta luego—la corté antes que siguiera hablando.
Se sonrojó y asintió, una vez con la puerta cerrada la vi casi que correr dentro del local. El reloj me recordaban que eran pasadas las ocho, ¿A qué hora salía de aquí?
«Eso no era asunto mío»
Descartando ideas, conduje de vuelta a la que mientras tanto era mi casa. Intenté ser lo más silencioso posible al entrar, no estaba para escuchar sus quejas, sus reclamos. Mucho menos su voz.
En conclusión, no quiero verla.
Tomé un par de mantas del cuarto de servicio y me encerré en mi despacho. Saqué lo que me estorbaba y me dormí, pensando en cuanto era lo que ganaban los pasantes.
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Un beso, recuerden que son lo más bello de wattpad❤
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