Doce.
Pasé la mañana desayunando con mi padre en uno de sus restaurantes favoritos, lo único que lo hacía venir acá era la comida Alemana. Decía que lo motivaba, sinceramente no hay muchos platos que me gusten de aquí pero si a él lo hace feliz...
Que más.
—¿Cómo está Samantha?—había estado omitiendo ese tema con mi familia cada vez que podía.
—Bien,—agarré el menú de nuevo—: ¿Vas a querer merienda?
Él, con el ceño fruncido tomó la carta y fué a la sección de dulces.
—¿Le vas a llevar algo?—alcé la mirada—: Digo, porque no vino.
—Está a dieta,—contesté lo primero que se me ocurrió.—: ¿Tendrán algo sin tanta mierda encima?—volví a hablar del menú.
—¿Y que come?
—Lechuga.—ladré antes de levantarme y dejar la servilleta en la mesa—: Ahora regreso.
Me encaminé a paso rápido hasta los baños, una vez dentro sólo había un señor lavando sus manos. Lo imité, sólo que el agua que caía en mis manos la llevé a mi rostro.
Miré mi reflejo y en vez de resaltar cualquier aspecto de mi rostro, lo que más se veía era el anillo dorado que adornaba mi mano izquierda.
Lo miré con asco.
—Cuando firmes el maldito papel me aseguro de lanzar los anillos por el lago.—dije para mí mismo antes de tomar un papel para secarme las manos.
Cuando volví a la mesa, nuestros platos ya estaban ahí. Papá algo incómodo carraspeó su garganta.
—Hijo, ¿Todo va bien?—preguntó de forma cautelosa, esperando mi reacción.
«Como la mierda»
Asentí.
—Solo unos problemas en la oficina,—abrió los ojos ahora con miedo, aclaré rápidamente—: No te preocupes, un asunto con unos empleados.
Inmediatamente la señorita Kennedy apareció en mi cabeza. Después de la escena que habíamos hecho en el café de mi madrina no había cruzado palabra con ella, tampoco le he reclamado algo por la transferencia que me hizo.
Ella es una mujer demasiado terca, o no sabía si estaba confundiendo eso con decisión. Me quería ahorrar una charla de sus principios, por lo mismo me mantuve alejado, evitando pasar a las horas que pensaba que podía pasar.
¿Cobarde? Podría ser, sin embargo quería quitarme la culpa de encima. A mí siempre me lo han dado todo, todo lo que yo había querido desde que era un niño ha estado en mis manos en cuestión de días. Aquel edificio lleva en mi familia años, del papá de mi abuelo a él, después a mi papá, a mí y así.
Sé que hay más gente previa, pero eso es mucho para memorizar.
—¿Lo puedes manejar?
«¿A la señorita Kennedy? No creo»
—Claro, pa'—tomé de mi vaso de agua para comenzar a comer.
Después de una media hora, pasando por alto más insinuaciones para que le llevara algo a Samantha, lo dejé en casa y me encaminé hacia la oficina. Era viernes, no vestía con el usual traje gris o azul. Llevaba un jean oscuro y una chemise color azul rey.
Dejé la camioneta en el estacionamiento de abajo y una vez que le puse la alarma me llevé las manos al cuello para sobarme la nuca. Últimamente mis dolores de espalda me estaban afectando más de lo necesario, pero era por estar durmiendo en el despacho de la casa.
Sigue sin gustarme ningún piso por aquí.
Me adentré en el ascensor, inmediatamente las puertas se cerraron, haciendo que notara la expresión cansada con la que llevaba días.
Las puertas metálicas se abrieron pero cuando iba a salir me topé con la señorita Kennedy esperando el ascensor. Fruncí el ceño y miré el tablero.
Se había detenido primero en el 9 antes de ir a mi piso.
«Joder»
Ella pareció pensar lo mismo porqué dejó escapar el aire por su nariz antes de cambiar su peso de un pie a otro y voltearse para ir a su escritorio. Me negué saliendo del ascensor para tomarla del codo.
Mi estómago amenazó con expulsar el desayuno cuando la ví cerrando los ojos de golpe, encogiéndose bajo mi agarre.
Como si estuviera esperando el golpe, la solté enseguida.
—¿Que quieres, que te dé flores en son de paz? ¿Una disculpa? —ella suspiró, en sus planes no estaba hablar conmigo—: Lo siento pero sino lo hice con mi mujer mucho menos lo voy a hacer contigo.
Se arregló la manga de su uniforme.
—No quiero sus disculpas.
—Me parece perfecto porque solo quiero que me hable de su situación y yo veo como ayudarla.
—Tampoco quiero su ayuda.—me dió una última mirada antes de regresar sus pasos a su escritorio.
Apreté los dientes. «¡Que terca, joder!»
—No fué una petición,—se detuvo en seco cuando alcé un poco el tono de voz—: En mi oficina en cinco.
Ella se volteó, lucía cansada.
—Señor Beaumont, quítese la culpa.—habló intentando acercarse a dónde estaba para hablar aquí, se le veían las intenciones.
Negué y me adentré en el ascensor, presionando mi piso. Lo último que ví de ella fué cuando se dió la vuelta, dándome 3 segundos para verle las piernas. Después de eso las puertas se cerraron.
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La canción es muy Joshua, de cómo se siente con respecto a su relación con Samantha. ¡Escuchenla please, van a entender mucho a Joshua!
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Un beso, recuerden que son lo más bello de wattpad❤
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