Desde aquel ocho de enero nunca volvió a ser la misma, la poca bondad, color y aprecio que tenía por la vida misma, se fueron guardados para siempre junto con el cuerpo de su abuelo, quien para ella fue su Mentor, ejemplo de sabiduría y grandeza, y lo único que le quedaba en el mundo.

Llovía a cántaros, el viento azotaba los árboles y los cables por doquier, el cielo alumbraba con los relámpagos horrorizando a las personas que aún no llegaban a sus casas y corrían asustadas temiendo a que les cayera un rayo que los partiría en dos, y las demás aguardaban en la oscuridad de sus casas rezando, implorando al cielo porque el tiempo se calmase y no destruyera nada; como si el mismo estuviera enojado o despidiendo un alma. Pero ella seguía ahí aún en la fría, oscura y lluviosa noche, parada frente al féretro de su difunto abuelo, en silencio, sin inmutarse por el ruido de afuera y aunque la tenue luz dentro del Mausoleo donde descansaban los demás restos de sus ancestros amenazaba con apagarse y no se veía poco y nada, no le importaba en absoluto, porque ya nada tenía un rumbo fijo, hasta ese momento en que lo pensó... la rebelde Negginne que por dentro estaba siendo destrozada por un Tsunami, encontró por fin una razón, aunque fuera la más vil y despiadada se aferró a una promesa de vida, vengar la muerte de su querido abuelo y mentor, y así finalmente devolverle la paz y resguardar el honor de la familia Rousseau.