Capítulo 9: Olvidar.

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—¿Puedes verme?

—Por supuesto que lo hago —dijo aún conmocionado—. ¿Por qué no lo haría?

—No importa. Solo vine para decirte que pares con ésto. Ya no me busques —Mintió Jenna sin importarle mucho si él podía verla, aprovecharía la situación para dejar las cosas en claro. Y cuando se dió la vuelta dispuesta a marcharse, se dió cuenta que no podía hacerlo hasta despertar. Aunque caminar lejos del Lightwood era mejor que permanecer en una misma habitación donde estaba un Alec que podía verla—. No necesito más problemas.

—¿Estás jugando? —preguntó Alec cuando la vió darse la vuelta. Su expresión mostraba el desconcierto que sintió desde que la escuchó hablar— ¿Por qué dices esto? Izzy está muy mal desde que te fuiste, Jace ya no es el mismo y Max no deja de llorar cuando pregunta por ti y nadie le dice nada. ¿Cómo puedes ser tan egoísta?

Jenna detuvo su paso y el corazón de Alec dió un salto.

—Lo egoísta es quedarme —masculló Jenna—. Lo egoísta es permitirme sentir algo que sé que no durará. Así que sí, soy egoísta, pero hasta yo tengo mi límite.

—¿Por qué no me dices que está pasando? ¡Explícame y tal vez lo entienda! —rogó con desesperación mientras se acercaba a Jenna, pero cuando se dió cuenta, ella ya estaba al otro lado de la habitación. Entonces se dió cuenta de algo que hasta hace algunos segundos había pasado por alto, la oscuridad parecía acumularse entre sus manos y se disipaba a su alrededor. Era como una neblina sustanciosa que la rodeaba.

— ¿Qué fue eso? ¿Cómo haces eso? —preguntó asombrado.

Jenna notó el tono cargado de miedo que utilizó al preguntar. Sus ojos se clavaron en el piso y temió mirarlo a los ojos, sabía que si lo hacía vería la verdad a través de ellos.

—Jenna —dijo un poco más tranquilo—. La única manera de saberlo es que lo digas. Dí la verdad, te prometo que trataré de entenderlo. Solo dame una oportunidad, déjame demostrar que puedo entender.

Jenna escuchó la desesperación en su voz, tal vez fue eso lo que la hizo abrir la boca después de haber entrado en un trance.

—Ya lo sabes —confesó—: lo has estado investigando. Puede que no haya mucha verdad en esos absurdos mitos que los mortales se empeñan en contar.., pero lo básico parece lo bastante correcto.

Alec sintió como todo el color se fue de su rostro. Había guardado una pequeña esperanza de que lo que había averiguado fuera mentira, pero parecía ser que no era así. Jenna era la prueba viviente de que todas esas leyendas eran reales, que todo lo que creía solo mitos para asustar a los niños Cazadores de Sombras.., eran reales.

—¿Eres una deidad?

Jenna le sonrió con cierto cansancio.

—Una mestiza.

—¿Una híbrida? —preguntó con incredulidad— ¿Eso es posible? Quiero decir, ¿los dioses bajan a.., conocer mundanos?

—Hacen más que eso —susurró mientras se apoyaba en un escritorio, dejó caer sus manos entre sus piernas y se abrazó a sí misma. Recordar su vida no era del todo agradable—. Caminan entre los mortales. En tu mundo los llaman divinidades, pero solo son dioses. Viven como personas como ustedes y los mestizos también somos llamados como en los mitos...

—Semidioses —susurró Alec con los ojos abiertos como platos, luego entrecerró los ojos— ¿Son subterráneos?

—No —Informó incómoda, la pregunta la hizo verlo ofendida—. Estuve averiguando en los libros de la biblioteca del Instituto —Se removió incómoda—. Somos considerados.., una raza extinta, extintos en su mayoría. Ante ustedes no somos más que un mito.

—¿Cómo es posible mantener toda una raza oculta de todos y todo? —preguntó con desconcierto— Es imposible, la clave lo sabría. Deben saberlo.

—Pero no lo hacen —dijo con severidad—. Tú preciosa clave es demasiado joven. Cuando se creó entre los tuyos, los míos ya habían tomado la decisión de ocultarse en el corazón de occidente. Desaparecimos por decisión propia, fue lo mejor y debe seguir así.

—¿Es que no lo ves? —preguntó Alec con incredulidad— ¿Cómo se supone que debo creerte? ¿Cómo sé que no estás inventando todo ésto para irte y dejarnos atrás? ¡Es absurdo!

Alec se dejó caer en la mesa, su espalda se encogió y Adrienna tuvo la necesidad de quitar el peso sobre sus hombros, pero se contuvo.

—¿Te parece poco que los haya atacado una furia? —preguntó Jenna con incredulidad— Y yo creía que era extraña.

—Pudo ser un cambia forma.

—No pueden pasar las salvaguardias.

—A menos que se les invoque desde dentro.

Jenna rió sin un ápice de gracia. Sus conjeturas eran un tanto acertadas, pero incluso ella sabía que era absurdo y más que fantasioso.

—¿Insinúas que invoqué a un demonio con tal de poder llevar acabo mis planes súper malvados? ¿Qué embrujé al demonio para que no pudiera morir con un cuchillo serafín y atacara a Jace? ¿Qué más me salté? Ah sí, también entrené al demonio para que dijera que soy hija de Hades. Excelente plan —Se quejó Jenna con sarcasmo. Hizo movimientos extraños con las manos y un brillo púrpura se reflejó en ellos. El Lightwood no pareció darse cuenta.

Alec notó como es que parecía muy cansada y su imagen parecía disolverse en segundos.

—¿Por qué te ves así?

—Porque estoy dormida y soy parte de un sueño.

No supo si lo dijo de broma, pero no parecía que fuera así.

Alec se preguntó cuantas cosas podía llegar a desconocer de Adrienna, si es que así se llamaba.

—¿Cuál es tú nombre? El real.

Ella apartó la mirada y la clavó en la pared.

—Mi nombre es Adrienna —respondió con perspicacia, sus ojos atravesaron hasta lo más profundo del Lightwood y las piernas del pelinegro temblaron—, pero mi verdadero apellido es di Angelo —mintió a medias.

—Por eso tienes ese acento, ¿eres italiana?

Adrienna asintió con los brazos cruzados. Alec no lo había notado, pero ella estaba en pijama, una pijama de lo más... revelador.

Se aclaró la garganta tratando de alejar sus ojos de sus piernas. Eran demasiado blancas a sus ojos, como la misma leche.

—¿Qué cosa de tú historia es mentira? —preguntó— Quiero la verdad.

—No puedo decirlo.

—¿Por qué no? —Se enderezó con el ceño fruncido— ¿Qué tan malo puede ser? Tú anterior historia habla de como toda tu familia murió y te quedaste huérfana. No puede ser peor.

—He roto un montón de reglas al decirte todo ésto —gruñó Jenna, se sentía decepcionada de sí misma por dejar que le sacara tanta información—. Ahora olvídate de mí y de cualquier cosa que nos relacione. Ésta será la última vez que nos veremos.

Y sin dejarlo decir nada más, Jenna despertó de su sueño y casi se arranca las greñas al darse cuenta de lo que había hecho.

Fue débil.

(...)

—Quiero que le digas a Hades que estoy bien.

Caronte la miró con los ojos entrecerrados.

—¿Y lo estás?

Jenna le frunció el ceño.

—Por supuesto que sí.

—No lo pareces —expresó con sinceridad—. Pareces un cadáver y eso es decir mucho viniendo de mí.

—Lo sé —bufó fastidiada—. No es necesario que sepas que me pasa, solo dile a Hades que estoy bien y que sigo buscando, que después iré a verlo y que estoy muy ocupada.

—¿Crees que entenderá eso? Sabes que es alguien que detesta los recados de otros y realmente no quiero estar entre el fuego cruzado.

—No te hará nada —aseguró—. Solo debes decirle lo que te dije. Estoy demasiado ocupada con mis propios asuntos.

—Debes dormir —Le aconsejó mientras ambos caminaban hacia el río Estigia. Hasta allí llegaba ella, no pensaba hundirse en el Reino de su padre—. Te vez perturbada.

—Es porque lo estoy.

—Creo que puedo ayudarte con éso.

Le entregó una bolsa vieja y desgastada de cuero negro, estaba bordada en plata y llevaba una calavera bordada.

—¿Qué es? —preguntó extrañada.

Caronte la miró con sus ojos vacíos y sin cuencas.

—Sabes lo que es, y creo que ya te has terminado las que tenías, ¿no es así? —No tuvo oportunidad de replicar— Tú padre me pidió que te las entregara cuando acudieras a mí, lo único que te pide es que lo visites más seguido. La señora Perséfone hace tiempo partió con su madre y desea tener tú compañía.

—Se siente solo —respondió Jenna a la pregunta no formulada, estaba un poco más relajada—. Lo visitaré después, ahora no puedo.

Ató las semillas en su cinturón y deseó poder ver a su padre, pero sabía que no podría mentirle, al menos, no tan descaradamente. Tarde o temprano se enteraría de como había salvado al que probablemente era el más grande sospechoso de robar el yelmo de oscuridad.

—Gracias Caronte —agradeció con sinceridad—. Me aseguraré de que padre te suba el salario. Sé que prefieres algo mejor que esos trajes italianos.

—Siempre tan generosa, querida —suspiró Caronte, como si en realidad necesitara respirar—. Que los dioses estén de tu parte, joven di Angelo, porque nunca me gustaría estar en tu lugar y realmente siento lástima de quienes intenten meterse en tu camino.

—No quiero tus elogios —replicó sin llegar a ser mordaz—. No necesito ayuda, ni ahora...

—...ni nunca —Terminó por ella.

Lo miró por unos cuantos segundos, pensando en que tal vez era demasiado desconfiada y que a veces, solo a veces, necesitaba ayuda.

Automáticamente descartó la idea.

Ella era Adrienna di Angelo, la jodida hija de Hades que se ocultó del Olimpo y los dioses por más de siete décadas, la chica más hija de puta de todos los semidioses. Y ella se encargaría de dejarlo en claro.

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Pregunta del día:

¿Qué opinan sobre la historia? ¿Va por buen rumbo en su criterio?

Atte.

Nix Snow.

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