Capítulo 8: Sentencia.

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Adrienna no tuvo más remedio que abandonar a Jackson frente a la casa grande. Con suerte, lo encontrarían antes de que amaneciera.

Recorrió el campamento que había dejado atrás hace mucho tiempo. Se imaginó los momentos que pasó allí, las risas, los llantos, los gritos e incluso los amoríos que le sucedieron hace tanto tiempo atrás. Llegó al lago y se sentó en el muelle con la intención de pasar un rato agradable, realmente extrañaba el campamento.

Tomó el agua en sus manos e hizo un remolino con ella.

Jenna sonrió con cierta tristeza. Oh, cuanto extrañaba estar allí. Pisar esa tierra parecía incluso correcto, como si el campamento mestizo nunca hubiera dejado de ser su único hogar. El sentimiento de reconocimiento ni siquiera se comparaba con el que sentía en el Inframundo, mucho menos al Instituto. Era una sensación familiar, acogedora.


Adrienna estaba en casa.

Tal vez si hubiera ido años atrás, hubiera llorado de alegría e impotencia. Alegría de estar en el lugar que fue tan bien recibida hasta que fue reconocida, impotencia por el sentimiento de amargura que sentía cada vez que recordaba las circunstancias por las que tuvo que marcharse.

El rencor era el peor de los males, pero Jenna jamás había podido escapar de aquel sentimiento tan agridulce, tan jodidamente inevitable.

-Creí sentir tú presencia.

Su voz seguía igual que siempre, incluso se pudo notar cierta melancolía en ella. Se preguntó porque, ambos jamás fueron muy cercanos y tampoco se soportaron los primeros días que estuvo en el campamento.

Jenna lo miró de reojo. Seguía igual que la última vez que lo vió; con su pequeña estatura, un tanto más gordo, con rostro regordete, nariz roja, ojos azules inyectados en sangre vagamente acuosos y su inconfundible cabello rizado de color negro azabache. Llevaba una camiseta hawaiana y zapatillas de deportes de color púrpura.

Jenna sonrió de lado, a veces se preguntaba porque no cambiaba de aspecto a su antojo, tal vez tenía que ver con su maldición de quedarse en el campamento por haber perseguido a esa ninfa prohibida.

-Sigues igual que la última vez, señor D.

-He estado mejor -Se quejó el señor D. Ante la luz de la luna se veía como la locura se desquiciaba a su alrededor. Siempre le pareció que Dionisio era un dios muy poderoso que era capaz de hacer grandes cosas, pero que su vanidad lo contenía en un vaso de cristal- No puedo decir lo mismo de ti, te ves... exactamente igual.

-Lo sé -respondió con amargura, su tono de voz pareció llamar la atención del dios, quien la miró con interés mal oculto-. Ambos sabemos porque es así.

Hubo un silencio entre ambos.

-No es tan malo -Intentó consolar el dios-. Muchos querrían tú oportunidad, puedes...

-¿Oportunidad? -preguntó Jenna con incredulidad, no podía creer lo que estaba escuchando- ¿Ésto te parece una oportunidad? ¿A caso no lo vez? Estoy maldita. Soy esclava de lo que tanto detesto, de lo que estuve huyendo por años. No tengo opción, mucho menos opinión en cuanto a mi estado.

A ese punto de la conversación, Jenna ya se hallaba de pie mientras enfrentaba al dios, y aunque al señor D le hubiera gustado hacerle daño por su insolencia, él sabía que hacerle cualquier tipo de lesión podía perjudicarlo.

Solo Hades sabía hasta donde podía llegar la maldición que le lanzó, y solo Jenna sabía hasta donde podía llegar su poder.

Y ahí, parada ante la luz de la luna y el correr del río, Dionisio pudo notar un solo cambio en su aspecto; sus ojos que alguna vez habían estado llenos de vida y luz, ahora estaban apagados. Tan apagados como un hoyo sin fondo.

Dionisio sintió lo más parecido a la compasión, podía sentir la locura que estaba por consumirla, aquella agonía que se deslizaba por sus venas y roía sus huesos con tanto odio. Se dió cuenta que probablemente Adrienna había caído en un hoyo del que muy posiblemente, no podría salir, y solo pudo rezar para que no cometiera algo de lo que algún día podría arrepentirse.

-¿Qué sucedió? -Cambió de tema tratando de dejar el anterior tema atrás.


La hija de Hades detestó sus palabras desinteresadas, como si lo que ella sintiera no fuera más que un efecto colateral que no tenía mayor relevancia.

Adrienna lo miró con una mirada cargada de indiferencia, ni siquiera se molestó en contestar su pregunta, estaba muy ocupada tratando de no estallar. Estaba muy cansada de hablar, estaba cansada de escuchar y ser comprensiva, incluso estaba cansada de respirar.

Solo quería que todo esa sensación de soledad y dolor se fuera.

-Dejé a un mestizo en el garaje de la casa grande -dijo Jenna ignorando su mirada llena de preguntas-. También traje a su protector, deberían tomar en cuenta que los sátiros jóvenes no sirven para estos trabajos -Lo regañó con el ceño fruncido.

-Como si me interesara -bufó el señor D cruzándose de brazos-. Como sea, ¿para qué veniste? No solo has venido a salvar a un simple mestizo y a su torpe protector.

Para su sorpresa, Adrienna le sonrió con diversión. La oscuridad pareció disiparse por el corto tiempo que duró su sonrisa. A pesar de los años, el señor D debía admitir que la hija de Hades no había perdido su toque.


-Oh, pero señor D, este mestizo sí que es importante -murmuró con malicia-. Así que si fuera usted, iría con mucho cuidado.

Dionisio no le creyó del todo, aunque a Jenna tampoco le importó si le creía o no. Pasara lo que pasara, Percy Jackson sería especial, podía sentirlo en cada poro de su piel.

-¿Y qué me dices de todo el escándalo que has estado causando en el Olimpo? -Le preguntó buscando explicaciones- Tú inmortalidad no ha dejado para nada contento a padre, mucho menos a Atenea. Están pisándote los talones.

-No hay nada que decir -dijo Adrienna-. Solo soy una chica que tuvo la suerte... -remarcó con sarcasmo-...de ser demasiado especial para su bien.

-¿Estás segura de eso?

Adrienna lo miró con un brillo oscuro en los ojos.

-Nunca me ha importado lo que creen o dejan de creer los dioses, deberías tenerlo bien en claro. Y si te soy sincera, si no te hubiera conocido desde antes, no me agradarías -bufó la pelinegra mientras algunas piedras con picos salían del piso. Fue un acto involuntario, pero dejó en claro cuán poderosa podía llegar a ser la hija de Hades sin siquiera quererlo-. Ustedes los dioses se creen tan jodidamente perfectos, creyéndose merecedores de elegir quien vive y quien muere.

»Si te soy sincera, hasta ahora no he hecho nada contra el Olimpo porque les tenga miedo; una vez hice una promesa y no pienso romperla por ninguna razón del mundo.

El señor D se burló con una sonrísilla escalofriante. Detestaba las amenazas.

-¿Y quién dice que puedes contra nosotros?

Para su asombro y desconcierto, la pelinegra dió un paso hacia él, lo miró fijamente a los ojos por unos cuantos segundos, como si buscara algo que necesitaba ver y le sonrió con cinismo. Fue una vista de lo más escalofriante contando que era hija del señor de los muertos.

-Sé que puedo -dijo Adrienna, he hizo una pausa-. Pero no lo haré, prefiero ver como se destruyen entre ustedes.

»Ustedes los dioses se odian tanto y se encargan de crear tanto rencor y envidia entre los suyos, que lo único que tendré que hacer es sentarme y esperar a que se acaben entre ustedes. ¿No te parece una vista al futuro de lo más interesante?

-Un tanto retorcido, si me lo preguntas -El señor D hizo un ademán restándole importancia-. Algo que muy probablemente no pasará, ni dejaremos que suceda.

-Pasará -declaró Jenna con seguridad-, y cuando los cimientos del Olimpo estén tan débiles como para resistir, cuando ustedes los dioses necesiten a personas como yo, fenómenos que no encajamos en ningún lugar, en ese momento gozaré de vuestra caída.

Y sin saberlo, mientras ambos hablaban, no notaron como una tercera presencia era testigo de este curioso e inusual intercambio.

(...)

Para cuando Percy despertó, lo único que quería hacer era agradecer y saber quien era la misteriosa chica que lo salvó en el bosque. Pero para cuando tuvo un momento a solas con Grover y pudo preguntarle al respecto, recibió la respuesta más inusual que hubiera esperado; al parecer, no había ninguna chica.

Lo más extraño de todo es que todos en el campamento estaban convencidos de que él había sido quien había vencido al minotauro, y aunque se esforzó en aclararles que no fue así, nadie pareció creerle. Tal vez porque tenía pinta de estar hecho polvo, tal vez porque no conocía a la chica que lo salvó, o tal vez porque todos creían que esa noche solo habían sido Grover y él.

Pero aunque muchos se esforzaron en hacerle creer que no existía tal chica con las características que él daba, Percy estaba muy seguro de que algún día encontraría al misterioso personaje que lo salvó.

Solo esperaba que no le costara caro el averiguar quien fue la chica que lo salvó.

(...)

Jenna no dijo nada a su padre sobre el como salvó al chico que él tanto detestaba, pero éste aún no lo sabía.

Hizo todo lo posible para evitarlo por días, así que se encargó de no pasar por el Inframundo hasta que recibiera respuestas a sus preguntas. ¿Había hecho bien en salvarlo? ¿Él había robado el yelmo y el rayo? ¿Por qué sentía que debía mantenerlo con vida?

Sobornó a Caronte con dracmas de oro para saber que sucedía en el interior del Hades, al parecer, corría un rumor de que su padre mantenía como prisionera a una mujer, y Jenna se preguntó si era la madre de Jackson.

Intentó dormir en la casa que había comprado hace muchos años atrás, pero el temor la azotaba cada vez que intentaba dormir. ¿Esta vez con qué soñaría?

Su respuesta fue respondida cuando despertó en una biblioteca, pero ésta vez era desconocida. Jenna dió vueltas en su sitio tratando de identificar el lugar, pero le era imposible. Nunca había estado allí.

Cuando creyó que no podía ser más extraño, la puerta del lugar fue abierta con mucho cuidado y Jenna se acercó para ver quien intentaba entrar a tan altas horas de la noche. Su sorpresa fue grande cuando se topó con unos ojos azules y un hermoso cabello negro como la noche.

-Alec -susurró confundida.

¿Que hacía él en una biblioteca siendo tan tarde?

Su respuesta fue respondida cuando Alec pareció dejar de buscar algo entre las estanterías. Casi inmediatamente, el Lightwood se encaminó hacia las computadoras.

-¿Qué haces, Alec? -preguntó Jenna, pero sabía que él no podía escuchar.

Alec duró un rato prendiendo la computadora, pero finalmente averiguó como encenderla y automáticamente se metió a Chrome.

-¿Qué buscas? -preguntó al aire, pero no recibió respuesta.

Se puso a espaldas de Alec para ver que hacía, pero lo que vió no le gustó. Habían muchas páginas abiertas, tantas que incluso se sorprendió, ¿cuánto tiempo llevaba llendo a esa biblioteca?

Eran páginas que hablaban de un solo tema... dioses.

«Historia de Hades»

«Los tres grandes»

«Semidioses»

«Zeus, Poseidón y Hades»

«Hijos de Hades»

«Poderes de semidioses»

«Creación de la humanidad»

«Prometeo»

«Las furias»

«Monstruos griegos»

«La antigua Grecia»

«Guerra de Troya»

«Heracles»

«El dios del Inframundo»

«Perséfone y Hades»

Incluso había un par de PDF's que hablaban sobre los dioses griegos y sus mitos.

-Alec, no lo hagas -susurró Jenna, pero no la escuchó-. Deja de hacer ésto -Intentó tocarlo, pero su mano traspasó su cuerpo he hizo una rabieta por ello-. ¡Deja de buscarme!

Alec levantó la cabeza como un resorte y Jenna tuvo la sensación de que la escuchó. Fue una sensación de suspenso que la dejó muy asustada, se suponía que él no podía escucharla...

Intentó alejarse de él, pero para cuando ya iba unos metros alejada, su voz la detuvo.

-¿Jenna?

Y cuando volteó, Alec tenía sus ojos clavados en ella. Entre la oscuridad, la hija de Hades notó las lágrimas que se retenían en los ojos del Lightwood.

Y solo pudo decir dos palabras.

-Déjame ir.

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Pregunta del día:

¿Se lo esperaban? Hice este capítulo con mucho amor, pero por hoy no habrá más porque ya me duele la cabeza de tanto pensar.

Quién averigüe mi apellido le dedico el siguiente capítulo ;)

Pista: Fíjense en las nuevas portadas de mis fics :v

Atte.

Nix Snow.

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