Capítulo 7: Nefilim.

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Adrienna nunca había sido de las personas que pensaran mucho en su pasado. No le gustaba recordar el incidente que le había arrebatado a su dulce madre, ni el momento en que la separaron de sus hermanos, mucho menos cuando empezó a manifestar los poderes que ahora dudaba que solo hubieran sido heredados por su padre.

Porque, ¿cómo siendo una semidiosa hija de uno de los tres grandes, pudo también ser concebida por una cazadora de sombras? No lo sabía, pero esa revelación solo parecía acarrear muchos más problemas.

Le volvía más peligrosa.

En cualquier caso, Adrienna había confiado en su padre y se había aventurado en un mundo extraño y desconocido, porque si su padre no la protegía, ¿quién más lo haría? Absolutamente nadie sabía de ella a excepción de los dioses y probablemente los divinos Ángeles y el todo poderoso llamado "Dios" con mayúscula, quienes debían de estar buscándola para asesinarla.

Era un alma solitaria, y lo prefería así. Aunque a veces le pesaba serlo.

Suspiró con melancolía. Recordar el pasado siempre le dejaba cansada, así que decidió dejar aquel atisbo de debilidad a un lado. Debía de ser fuerte como su padre le había enseñado con tanto ahínco y perseverancia.

Llevaba más de un mes en una cabaña perdida en un bosque de Europa, Inglaterra. Había estado confinada y aprendía del mundo que se le fue ocultado desde su nacimiento.

En cuanto salió del Inframundo, Hades la había guiado hacia una mujer que tenía la orden de enseñarle sobre los Nefilim; una raza de cazadores de demonios y seres sobrenaturales. Desde el minuto uno, notó su mirada cargada de melancolía. Sus ojos siempre estaban tristes a pesar de lo fuerte que parecía.

Tessa Gray. Una mujer de cabello castaño, rostro juvenil y ojos increíblemente grises. Era hermosa, pero muy reservada. Nunca le dijo el como conoció a Hades, así que tuvo que conformarse con las lecciones que le daba para aparentar ser una cazadora de sombras.

—Debes ser meticulosa. No se sabe cuando un demonio atacará o en que momento estarás en peligro. Siempre debes de llevar un cuchillo serafín y tu estela debe ser tu compañera de lucha. Tu hermana de sangre.

Todos los días se encargaba de que aprendiera artes marciales rudimentarias, lecciones básicas de la historia de los cazadores de sombras, memorizaba los puntos más finos de la ley de los Nefilim, aprendía los idiomas demoníacos de mayor importancia y memorizaba los nombres de los ángeles.

Era muy buena con la lucha, tanto, que casi siempre lograba vencer a la castaña. Le gustaba leer la historia de los hijos de Raziel, la cual era lo bastante interesante y en cierta ocasión tuvo la oportunidad de leer sobre el levantamiento.

—La clave no permite que nadie hable del tema, pero logré llenar un libro con los datos más relevantes que propiciaron el levantamiento —dijo Tessa—. No fue fácil, pero conseguí información bastante aceptable.

—¿No es ilegal? —alzó una ceja hacia la mujer.

Tessa sonrió.

—No si no lo saben.

El libro hablaba de Valentine Morgenstern, quien formó un grupo llamado el Círculo en 1991 con el fin de derrocar a la Clave y destruir a la amenaza demoníaca. Incluyendo los subterráneos.

Los que pertenecieron a este Círculo, fueron obligados a confesar sus crímenes ante la Espada Alma y después se les impuso una runa que los obligaría a no decir nada sobre dicho tema: Prohibiendo a todo Nefilim hablar sobre aquel acontecimiento histórico que dejó tanta devastación a su paso.

Le pareció una causa bastante chocante, contando que los subterráneos no eran del todo demonios y eran mitad humanos. O como los hombres lobo, quienes solo sufrían de una enfermedad que los demonios habían traído a esta dimensión. La única excepción eran las hadas que eran mitad ángel y mitad demonio. En todos los libros que devoró con avidez, los retrataba como seres sumamente indolentes, sin hacer ningún caso a la pureza del cielo, ni a la oscuridad del infierno; se encargaban de seguir su propio y caprichoso pensamiento egoísta.

En sus ratos libres leía sobre el primer Nefilim, Jonathan Cazador de Sombras. El hombre que con un brujo, logró invocar al Ángel Raziel y creó la copa mortal en la que se le dio de beber la sangre del ángel a los primeros cazadores de sombras.

Antes de dormir, ambas mujeres se sentaban ante la chimenea y hablaban sobre sus mundos. Aunque Adrienna se encargaba de no ahondar en los detalles.

Probablemente, aquella mujer era la única cazadora de sombras que sabía sobre la existencia de los dioses griegos, aunque superficialmente, por lo que se asombraba con cada cosa que le relataba.

—Entrenamos para formar parte de misiones que nuestros padres nos otorgan cuando llegamos a la edad adecuada, aunque normalmente lo hacemos para sobrevivir —le dijo con los ojos clavados en la chimenea—. Para nuestra desgracia, contamos con un olor sumamente apetitoso para los monstruos; por lo que siempre esperan hasta que crecemos lo suficiente para causar problemas, e intentan comernos.

»Es un trabajo de tiempo completo. Cada vez que se camina por las calles, siempre se debe estar atento.

Tessa la miró con ojos curiosos.

—¿Los buscan para probarse así mismos?

Se encogió de hombros.

—Algunos semidioses cuando son lo suficientemente mayores y tienen muchos años entrenando, deciden retarlos. Son juegos entre sí para ver quien es más fuerte y capaz de sobrevivir en el exterior. A veces dejan que se acerquen para hacer chistes casuales o para demostrar algo. Ya sabes, somos héroes, debemos actuar como héroes.

Tessa negó con la cabeza, tratando de entender.

—¿Estás diciéndome que arriesgan sus vidas solo para demostrarles su valía a sus padres? —preguntó con incredulidad— ¿Y lo tienen permitido?

—Por supuesto que sí —la miró extraño, como si no lograra entenderlo y le faltara una chispa que conformaba a su mundo—. Debes entender que funcionamos diferente, no nos molesta morir, no a la mayoría. Nos preparamos toda una vida para demostrar que somos capaces de soportar los peores de los males; para eso entrenamos.

—¿Así los crían? ¿Para pensar que deben demostrar algo?

—Muchos crecen con esa mentalidad —le confesó—. Pero otros. Los que logramos vivir más tiempo con nuestros padres mortales, creemos que es un castigo. Una sentencia divina departe de nuestros padres divinos. Intentamos sobrevivir y llegar a vivir más años de los esperados.

—¿Y los niños se resignan a morir así, tan rápido? —Parecía incluso molesta— ¿Los entrenan para sobrevivir sabiendo que igual morirán?

—Nadie sabe cuando puedes morir y no pueden darte un estimado de vida. Son riesgos que deben de correrse. Un juego de supervivencia.

Adrienna tenía una taza de chocolate caliente y lo bebía sin importarle cuán caliente estaba. Tessa la escuchaba con atención, había dejado su taza de lado y parecía querer saber más.

—Y si no tienen entrenamiento, o no están listos, ¿cómo logran escapar?

Se quedó mirando al fuego de la chimenea, pensando en una buena respuesta.

—No siempre escapan —dijo para después alejar la mirada del fuego—. No todos contamos con la misma suerte. Los dioses no suelen ayudarnos, la mayor parte de nuestras vidas están ausentes, y solo nos contactan porque necesitan que les hagamos algún favor. Aprendemos a defendernos porque no tenemos opción. Es eso o morir.

—¿No les importa lo qué sucede con sus hijos? —preguntó con expresión compungida.

—No lo creo. A veces no les importamos y se limitan a ignorarnos el equivalente a una vida —le dijo y se encogió de hombros aunque sabía que aquel hecho le afectaba más de lo que quisiera—. Han tenido tantos hijos a lo largo de los años que a veces creo que no les importa tener unos menos. Ellos siguen con sus vidas y nosotros construimos las nuestras, algunas veces funciona por un tiempo.

—Suena a una infancia complicada. Conozco a muchas personas que la tuvieron así de difícil, terminaron convirtiéndose en personas de bien. Puede ser tu caso —dijo con cierta ternura, pero Adrienna ya estaba harta de la lástima.

La miró fríamente y decidió que no valía la pena responder con ira.

—Puede ser —dijo con amargura.

Tessa dejó salir una sonrisa cansada. No había notado lo mayor que parecía ser cuando estaba relajada.

—Me recuerdas a un amigo que conocí hace algún tiempo

—¿Le gusta el sarcasmo?

—Un completo aficionado.

—Entonces nos llevaremos bien —aseguró, y aunque no quisiera, podía sentir el resentimiento en cada una de sus palabras—. O tal vez nos odiemos.

Los dioses no solían meterse mucho en la vida de sus hijos mitad divinos, aunque bueno, a veces habían excepciones. Como el caso de su vieja amiga Tatiana, una hija de Atenea que había sido guiada por su madre al campamento mestizo, donde dos años después ambas se conocerían.

Tatiana había muerto hace muchos tiempo atrás, pero a veces cuando se sentía sola y no podía hacer nada para disipar sus pensamientos, la recordaba con anhelo. Ella había sido su única amiga mortal, y la única.

—Estoy segura que le agradarás —sonaba a que algún día lo conocería. Solo se limitó a tomar del chocolate caliente, lamentándose de que el día anterior se hubiera acabado el café.

El café negro era su jodida adicción, y en las noches solitarias era el que siempre la acompañaba.

—Creo saber que las almas solitarias nos llevamos de maravilla. Me gusta la parte de repeler las vibras llamativas, odio esas cosas —murmuró entredientes y las comisuras de sus labios se alzaron con petulancia.

En todos los días que llevaba fuera del Inframundo, no había parado de pensar en su padre y en los secretos que siempre parecía estarle ocultando. A veces se encontraba a sí misma extrañando su anterior vida, había estado tanto tiempo en el Inframundo que sin querer se había vuelto su hogar.

Uno horrible, pero seguía siendo su hogar.

A veces recordaba las locas y estrafalarias misiones que Hades le otorgaba para no aburrirse, bufaba por las muchas cenas en las que siempre terminaba peleada con Perséfone y se hallaba queriendo volver a los momentos en que Hades intentaba ser un padre común y le cumplía caprichos que no necesitaba, pero que sí apreciaba.

Extrañaba a Hades tanto como extrañaba a su madre. Pero al mismo tiempo lo detestaba por ser un mentiroso.

«¿Es posible amar y odiar a una persona?» pensaba en las noches de insomnio.

Hades le había dado todo lo que estaba en sus manos, pero al mismo tiempo se abstuvo de darle otras que necesitaba con desesperación.

Esa misma noche, ambas no dijeron nada más. Se limitaron a apreciar la compañía de la otra y a recordar momentos que probablemente nunca volverían a suceder.

El siguiente día cuando despertó, recaudó todas sus fuerzas y se arrastró hasta el baño. Al verse al espejo, una chica de cabello negro y ojos violetas-azules le regresó la mirada iracunda. Sus ojos estaban llenos de lagañas y sus mejillas estaban pálidas por la abstención al sol.

Con rostro de astio, se bañó y vistió como llevaba haciendo desde hace un mes. La rutina no era difícil, solo se colocaba el equipamiento que consistía en ropa de cuero que se moldeaba a su cuerpo, mucho más ligera que la normal y trenzaba su cabello hasta que quedaba un laberinto de mechones oscuros.

Entre la penumbra que significaba su cuarto (que estaba cubierto por las cortinas color azul) se observó nuevamente al espejo que estaba al lado de las ventanas bloqueadas.

Se veía medianamente aceptable. Como una legendaria guerrera en el juego favorito de su hermano Nico.

«Te ves como una cazadora de sombras», le dijo su subconsciente.

En cierta manera, no lograba reconocerse.

Estaba más delgada y sus curvas se veían más marcadas por el arduo entrenamiento al que Tessa la sometía, su rostro estaba pálido como siempre y la piel pálida seguía intacta, pero las ojeras ya no estaban tan pronunciadas como cuando vivía bajo tierra. Igual, su palidez era enfermiza. Sus labios estaban rojizos, lo que era sumamente extraño, el cabello se veía igual de negro pero más vivo, brillante.

Frunció el ceño tratando de encontrar algo que le recordara a su viejo cuerpo.

Los ojos era lo único que seguían iguales, estaban tan azules-violetas como siempre y los pómulos estaban tan marcados que a cualquier extraño le daría envidia.

Suponía que era algo de genética, vagamente recordaba a Nico y Bianca con pómulos altos y marcados. ¡Incluso sentía que había crecido unos cuantos centímetros! Pero era imposible. Ya no crecía. No desde hace mucho tiempo.

Con una mueca, se alejó del espejo y amarró las agujetas de sus botas. Su ropa era de lo más básico para un Nefilim. Un pantalón de cuero, una camiseta negra y una chaqueta con runas de protección dibujadas en ambos extremos. Las botas eran largas, de suela plana y no pasaban de la rodilla. Se colocó unos guantes que Tessa le había obsequiado, no cubrían sus pulgares y eran del mismo material que toda la ropa; tenían runas y el dibujo de una Garza, suponía que era el dibujo de su familia.

Bajó al segundo piso antes de que Tessa empezara a llamarla, algunas veces se ponía bastante pesada con la puntualidad.

Al bajar, la mujer de cabello castaño estaba de espaldas. Esa mañana había trenzado su larga melena y tarareaba una canción que desconocía (normalmente suele reconocer muchas canciones al ser tan jodidamente mayor) y olía a tocino... Suponía que estaba haciendo el desayuno porque su estómago rugió y estaba segura de que se escuchó hasta el establo.

—¡Buenos días! —exclamó Adrienna dejándose caer frente al único plato vacío que estaba en la mesa. Había despertado con un insolito buen humor que no muy seguido adquiría.

Ciertamente, la mesa color caoba era demasiado grande para ambas, de hecho, en sí, la casa era demasiado grande como para ser considerada una cabaña. Era de tres pisos y contaba con 16 habitaciones, 7 baños, una cocina equipada con su mesa de 6 sillas y un comedor del tamaño para dos familias completas, una sala con la chimenea que siempre estaba encendida y un televisor que ni loca se acercaba, (no demasiado) y sillones que combinaban con la pintura color azul marino.

Era bastante clásico y gótico, pero increíblemente cómoda y con las necesidades que cualquier adolescente quisiera cubrir.

Aun así, esa mañana notó diferente a Tessa. Estaba nerviosa. Movía sus manos de manera compulsiva, se rascaba los brazos y evitaba mirarla a los ojos.

Enchinó los ojos con suspicacia mientras comía una manzana verde.

—Buenos días, cariño.

Aunque no quiso, se tensó.

Allí había un problema, no estaba acostumbrada a que la llamaran con motes cariñosos, la última persona que le había llamado así, había sido su madre, y no le agradaba que nadie más le hablara de manera tan libre y sin problemas.

Se sentía fuera de lugar.

—¿Sucede algo? —preguntó la pelinegra al ver como sacaba el tocino y los servía.

—No, todo está en orden —respondió mientras les servía café.

Tomó un bollo de pan y le dio un gran mordisco, las migajas calleron a la mesa y las limpió con una servilleta.

—Oh.

Sabía que le pasaba algo, pero decidió que lo mejor sería darle su espacio. No le gustaba entrometerse en asuntos ajenos, y ciertamente, no creía que fuera tan grave como para tener que investigar sobre el tema.

—Hoy saldremos a la ciudad, así que hoy no tendremos entrenamiento —Señaló con su espátula el atuendo que llevaba—. Déjate la ropa, nos pondremos un glamour.

Frunció el ceño y le sonrió de lado mientras se recargaba en la silla y quedaba inclinada hacia atrás.

—¿Mataremos algunos demonios shax para practicar o solo quieres salir de esta pequeña prisión? —preguntó con las cejas alzadas— No me molestaría, comienzo a enpolvarme.

Por poco vio como se formaba una sonrisa en sus labios, pero antes de que fuera así, Tessa tomó una cuchara y la lanzó directo a su cabeza. La esquivó por unos cuantos milímetros.

Se hubiera molestado si hubiera sido un mortal común, pero raramente no podía molestarse con Tessa.

—Agresiva.

—¡Oh, cállate! No es nada de lo que tu mente conspirativa está pensanso, solo creí que sería bueno que nos diera un poco de sol. Desde que llegaste te haz negado a salir, no te hará mal broncear esa piel translúcida —le dijo después de masticar un pedazo de lechuga. El nerviosismo se había ido y parecía tan normal como siempre.

—Mi piel es mi mayor encanto. ¿No has visto la tuya? Está toda llena de cicatrices y quemaduras. Yo prefiero tenerla libre y tersa. Ahora que vayamos a la ciudad deberías comprarte una crema humectante, te vendría bien —le recomendó.

La carcajada de Tessa invadió la cocina y sus ojos brillaron con vida. Se dió cuenta que su risa sonaba como un día de lluvia. Muy pocas veces la veía así, tan alegre, y como normalmente estaba melancólica era un alivio verla reír.

Su risa paró y seguieron comiendo mientras hablaban de banalidades y los entrenamientos. Los progresos eran abismales por sus muchos años de experiencia, el entrenamiento de los Nefilim se basaba en la agilidad y rapidez, algo bastante parecido a lo que aprendió con Quirón.

Siempre había sido demasiado rápida y ágil para su bien.

Tessa decía que su talento era excelente, totalmente natural, pero que necesitaba pulirlo para sacar todo el potencial que ocultaba debajo de todos esos comentarios sarcásticos y blasfemos. No podía contradecirla, solo había recibido un año de entrenamiento en el campamento y después todo se basó en pulverizar furias y los peores monstruos del tártaro.

Hades se tomó muy en serio lo de sobrevivir, pero no quiso que continuara aprendiendo en el mundo mortal.

«Demasiado poco para su queridísima hija», pensó con amargura.

—¿Estás lista? —preguntó cuando ya estaban por marcharse.

No había tomado la gran cosa, solo su espada de Hierro Estigio que se ocultaba como un collar en forma de piedra. Sus dagas, cuchillos serafines y la estela que Tessa le había prestado. Según ella, en poco tiempo podría hacer su primer runa. No estaba tan emocionada con la idea de tener que marcar mi cuerpo con runas, pero sabía que no tenía opción.

—Aguarda.

Hizo un viaje sombra a la habitación que se le había asignado, al dispararse entre las sombras calló rápidamente en el piso de madre pulida. Sus ojos captaron una cama matrimonial que tenía sábanas azul marino, un baúl caoba a los píes de la cama, un sillón y tocador negro.

Los días que estuvo aprendiendo de los hijos de Raziel, entendió que los Nefilim tienen cierta fascinación con el negro y las viudas. Lo utilizan para cualquier situación, equipamientos, ropas, armas y demás cosas debían de ser elaborados de un solo color; negro. Era el símbolo de la lucha.

Más sin embargo, cuando están de luto, usan el blanco como símbolo de duelo y se colocan runas rojas que significan el dolor y tristeza que están llevando. Algunos dibujan runas plateadas en objetos como símbolo de su tristeza, y no había podido evitar pensar que era una lástima que estas runas no causaran ningun efecto.

Buscó por unos cuantos segundos entre los cajones del tocador hasta que sus dedos tocaron una tela, al jalarlo pudo ver una bolsita de cuero negro atada con una cuerda. La ató a su cinturón de armas e hizo otro viaje sombra al piso de abajo.

—Vámonos.

Tessa asintió y con su estela dibujo una runa de velocidad en su tobillo. Ardía un poco, como un cosquilleo. Cuando ambas la tuvieron, salieron corriendo hacia la ciudad y no tardaron en llegar en menos de 10 minutos.

—Vamos —Tessa miró a su alrededor, corroborando de que nadie las viera.

Se metieron en un callejón y Tessa le tomó del brazo para dibujarle un glamour, pero casi inmediatamente la soltó.

—Estás muy fría —y por accidente dejó caer su estela.

Su rostro estaba deformando en sorpresa y extrañeza.

Pensó si alguna vez la había tocado directamente, pero mientras más pensaba, menos recuerdos albergaba. Era cierto, Tessa nunca la había tocado. Nunca había sentido la frialdad de su cuerpo y la aspereza de su cuerpo tallado en porcelana.

Se removió incómoda y trató de mirar la fuente que estaba cerca del callejón.

—Soy hija de Hades, no debería sorprenderte —le dijo y se encogió de hombros. Esa era una de las razones por las que no le gustaba que la tocaran, siempre estaba fría como un cadáver.

—Lo siento. No debí reaccionar así —Parecía realmente arrepentida, pero decidió solo hacerse la desinteresada.

Mientras menos interés se le de, menos duele.

—No lo sabías. No es tu culpa.

Tessa tomó la estela que había dejado caer y empezó a dibujarle el glamour sin decir una palabra más.

Un agradable sentimiento nació en mi pecho.

—No te muevas.

—Odio estas cosas —murmuró con fastidio mientras le quemaba la piel—. Huele a gato muerto.

A veces no podía evitar sacar su lado malhumorado. Estar tanto tiempo con Hades le había hecho mal. Siempre estaba molesta o creía cosas que en sus tiempos de juventud jamás hubieran sido posibles en su cabeza.

Cuando salieron del oscuro y sucio callejón, vieron que las calles estaban un tanto solitarias. No era verano, por lo que no era época de turistas y solo habían algunos merodeando por los portales.

—Iremos a un lugar especial, sígueme y no te alejes mucho. No sabemos si habrá algún demonio merodeando por las calles.

La siguió hasta el final de la calle y pudo jurar que sintió un cambio ambiental. El lugar se sentía más pesado y el aroma sería asfixiante para un humano normal. Olía como a huevos podridos, azufre y calcetines sucios.

Era como volver al tártaro.

—Huele a que alguien se murió —arrugó la nariz, solía ser muy susceptible a los aromas.

—Perdón por eso. Le dije a Magnus que alejara a los mundanos de la calle, supongo que se lo tomó muy en serio —Se mostró apenada.

La miró de reojo mientras caminaban con pasos cautelosos. No habían mundanos a los alrededores y empezaba a sopesar lo peor.

—¿Quién es Magnus? —preguntó.

—El ser más glamuroso que tendrás el honor de conocer —contestó una voz masculina que desconocía.

Acercó su mano a su cinturón. No sabía quien era.

—Magnus, que bueno que te encontramos —la castaña pareció aliviada.

Adrienna sintió un trago amargo en su garganta.

—Mi querida Tessa, que alegría volver a verte. No te había visto desde el Halloween del noventa y siete —Un hombre salió de las sombras de un callejón y pudo jurar que nunca había visto a alguien tan glamuroso.

«¿Noventa y siete?» pensó sin pasarlo por alto. Sus ojos se achicaron, indecisa.

El hombre podía ser considerado despampanante. Muy colorido y llamativo. Era del tipo de personas que no se pueden ignorar aunque lo intentes: Alto y delgado, pero no flaco, con los brazos ligeramente musculosos. Llevaba brillo alrededor de los ojos y lapiz labial. Tenía puesto un pantalón de cuero rojo y un cinturón brillante con hebillas. Su cabello era negro y estaba cubierto de una fina capa de purpurina que combinaba con su chaqueta bintague.

No hubiera sido tan extraño de no ser por sus brillantes ojos de gato. Eran verdes y dorados. Rasgados y asombrosos.

—Te presento a mi protegida, Adrienna di Angelo —Adrienna salió de su estupor hasta que Tessa mencionó su nombre—. El es Magnus Bane, el mejor brujo de Brooklyn. Es... un viejo amigo.

Sintió la vergüenza surcar sus mejillas, apartó la mirada y la enfocó en el Río Ouse.

—¿A quién tenemos aquí? —La voz era aterciopelada, era bastante obvio que la había cambiado al hablar hacia su persona.

Sonaba seductora, incluso magnética.

Cuando lo finalmente le vio a los ojos, él la observaba con sus enormes ojos de gato y juró que la miraba de manera más que amistosa.

—Ella no, Magnus —regañó la castaña—. Busca alguien más.

Magnus se limitó a rodar los ojos y ha sonreír felinamente.

—Sabes que el cabello negro y los ojos azules son mi combinación favorita —Parecía una justificación para el tal Magnus—. Supongo que te haré caso por esta vez, pero ni creas que te dejaré ir, primor.

Le guiñó el ojo y les hizo una seña para que empezaran a caminar por delante de él. Ambas no tuvieron más opción que avanzar hacia la oscuridad del callejón, pero incluso en las penumbras, Adrienna sintió como la seguía con la mirada.

Siguió con paso tranquilo, sin alterarse ni un poco. Hace tanto tiempo que nadie le coqueteaba con tanta obviedad que a veces olvidaba que había más que solo entrenar y cazar monstruos de la noche.

—No le hagas mucho caso a Magnus, suele ser muy excéntrico —le explicó la castaña, como si él no estuviera a unos cuantos metros detrás.

Ambas escucharon el sonido de indignación.

Le sonrió a Tessa de manera despreocupada. Realmente, no era la primera vez que le sucedía algo similar.

—No quiero sonar vanidosa, pero estoy acostumbrada.

Se encaminamos por el callejón que estaba lleno de gatos salvajes y basura maloliente. Al final del tramo, casi oculta, estaba una puerta de madera enmogrecida por el tiempo.

—Así que italiana —le susurró el brujo cuando Tessa se adelantó y abrió la puerta destartalada. Parecía que había captado su acento.

Frunció el ceño.

No le agradaba la idea de que invadieran su espacio personal, en lo absoluto. Y en cierta parte, la cercanía del hombre no le parecía del todo desagradable.

Lo miró con cara de pocos amigos.

—¿Un viajero? —preguntó con voz distante, cuando Magnus estaba apunto de responder, lo interrumpió como toda buena maleducada— Entonces, amigo, te agradecería si me dejaras tranquila a mí y mi espacio personal. En verdad te lo agradecería.

Magnus hizo un puchero.

—Me fascina cuando muestran resistencia.

—A mi me fascina cuando se mantienen alejados —Atacó con una sonrisa sarcástica— y me fascina aún más cuando están bajo tierra.

Entró por la puerta cuando Tessa ya había pasado y dejó al brujo con las palabras en la boca. Mientras caminaba entre la oscuridad, Adrienna pudo escuchar que el brujo susurró un imperceptible: «Magnífica».

En ese momento no lo sabía, pero algo importante estaba apunto de pasar, algo que probablemente le haría ver el mundo de manera distinta.

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Pregunta del día:
¿Cómo se imaginan a Nico di Angelo? Yo lo veo como el hermoso de Aidan Gallagher 😍

Nota: He hecho algunos cambios en el cast, por si quieren pasar a ver ;)

Atte.

Nix Snow.

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