Capítulo 6: Puño de Zeus.
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Una vez, hace mucho tiempo, Adrienna pensó en lo que podría haber sucedido si en realidad hubiera muerto aquella noche de invierno; como su tan aclamada profecía le insistía en recordar.
Tal vez hubiera desaparecido al lado de aquel hermoso chico del que una vez estuvo enamorada, aunque a estas alturas todo aquello se veía lejano. No veía un mundo en el que no se hubiera convertido en la asesina número uno del Inframundo. Era casi imposible recordarse como lo era antes, pero a veces, cuando su mente se alejaba de todas esas cavilaciones e intentaba remontarse a lo que pudo ser… se topaba con la enorme pared que se le había colocado casi en las narices.
Se le obligó a vivir cuando no lo deseaba, se le ató a una vida que ya no le pertenecía y fue exiliada del propio mundo real. Su presencia entre los vivos era una burla a la existencia de su propio padre, pero aquello tampoco parecía importarle a pesar de que había desertado de su legado. Nunca deseó el poder, no el que ahora mismo ostentaba. Nunca amó a nadie con más intensidad que como lo hizo con Abel. Nunca tuvo la opción de elegir, ni llorar por sus muertos, y como todo lo demás que tuvo que vivir, fue forzada a seguir respirando para resolver asuntos que ni siquiera eran suyos…
No había forma de que nadie pudiera entender su situación. Los mortales se limitarían a decir que su vida era un regalo, una bendición de los dioses. Los mestizos mostrarían envidia al solo imaginar que su padre la amó tanto como para desear que existiera para siempre… y los inmortales, aquellos seres blasfemos que odiaban su sola existencia, remarcarían el enorme regalo que se le otorgó.
¿Pero qué hay del dolor?
¿Qué hay de la agonía que seguía consumiendola a cada segundo?
¿Por qué nadie lograba entender su reticencia a seguir con vida?
Era por ello que estando allí, observando que Percy Jackson acababa de descubrir que tenía un hermano (una completa burla, considerando que era un cíclope), no pudo evitar sonreír casi contenta. Finalmente, el día parecía sonreírle de nuevo. Ver la cara larga y amargada del hijo de Poseidón la ponía de muy buen humor. ¿Qué mejor forma de empezar el día que viendo su negativa con el hecho de que un sucio cíclope era su hermano?
Nada podía ir mejor.
—¡Adrienna!
Aunque tal vez podía mejorar aún más.
—Que —respondió mordazmente, acercándose al nuevo director de actividades, Tántalo.
La miró de reojo, casi pulverizandola con la mirada. Adrienna ni siquiera reparó en la chica musculosa que estaba a su lado, se limitó a cruzarse de brazos y bufar mientras miraba hacia Percy, quien estaba hablando con su amiga Chase; la misma que parecía casi enloquecida de amor por su amigo.
La cercanía de ambos le daba repugnancia.
—Supongo que debes saber sobre la carrera de carros —le dijo, no muy emocionado por su presencia.
—¿Qué carrera?
Tántalo apretó la mandíbula. Estaba claro que no toleraba su persona.
Le encantaba causar esas sensaciones en las personas. Era divertido desquiciarlos.
—La que mencioné ayer en la cena —rechinó los dientes— y como aparetemente no tienes equipo, ni cabaña, debes conseguir un equipo en el que formar parte.
En el campamento no había cabaña de Hades, por lo que hospedarse en la casa grande había parecido una buena opción en su momento. Ahora mismo, no tanto (considerando que estaba bajo el mando de Dionisio, y este parecía rehuir de sus obligaciones, relevandoselas al imbécil que tendía a comer mestizos como los del campamento).
—Ve al punto —lo urgió.
—Harás equipo con la cabaña cinco.
Alzó una ceja, mirando finalmente a la chica que estaba enfrente suyo.
—¿Ares? —lo meditó por un segundo. Los hijos del dios habían sido buenos aliados en el pasado, aunque no estaba muy segura de en que términos se encontraban ahora que había humillado al padre de los niños más bravucones del campamento, aunque por supuesto, ellos no tenían porque saberlo— Bien. ¿Eres la capitana?
La chica asintió, pero a pesar de que Adrienna llegó a pensar que la observaría con aires de superioridad, se sorprendió cuando notó la sonrisa ladina de la chica. Parecía complacida con el hecho de que estuviera en su equipo.
Se encogió de hombros, ignorando su mirada.
—Mañana al medio día —acordó Adrienna sin siquiera preguntárselo—, en el puño de Zeus.
Ni siquiera miró si aceptó o no, solo se marchó en un movimiento rápido sin siquiera preguntar.
—¡Allí estaré!
Hizo una mueca, presintiendo que aquella carrera no traería nada bueno.
(…)
—No usaré eso.
—¿Por qué no? —preguntó toscamente.
—Me hará ver como una hija de Áres.
—¿Y qué pasa con eso? —preguntó con una mueca— Nos vemos bien.
—No —declaró sin más—. Soy hija de Hades, no de Áres. Además, no estoy en buenos términos con tu padre; es más, no tengo ni idea de porque hice equipo con ustedes. Deberían odiarme.
Observó como Clarisse parecía meditar lo que dijo, pero mientras más pasaba el tiempo, más notaba que algo cambiaba en su mirada. Parecía irritada.
—Estamos molestos —aseguró con voz brusca—, pero no por ello negaré la fuerza de una mujer.
Alzó una ceja, impresionada.
—¿Desde cuándo los hijos de Áres tienen la madurez para admitir la realidad?
Clarisse le regaló una sonrisa torcida.
—No me provoques, pringada.
Adrienna sonrió de lado, divertida por la actitud desinteresada de la chica.
—Y tú no me busques, toro bravo.
Clarisse pareció verdaderamente ofendida, pero después de meditarlo por unos cuantos segundos, se limitó a sonreír de forma afilada.
—Más te vale ser buena en la carrera —le dijo—. Si no, me encargaré de hacerte trizas.
—¿Crees poder contra mí, monstruito?
Clarisse bufó.
—He escuchado rumores sobre tu poder.
—¿Y qué tipo de blasfemias corren por el campamento? —preguntó verdaderamente interesada, pero ocultandolo— Debo agregar más cosas a la lista, empiezo a sentirme oxidada.
—¿Para qué quieres saber? —preguntó con el ceño fruncido, tomando una navaja de quien sabe donde y usándola para cortarse las uñas.
Se encogió de hombros, brincando a una roca alta y sentándose en el puño de Zeus. Pudo ver como el cielo empezaba a nublarse, era obvio que al dios del cielo no le hacía gracia su presencia en su preciada roca.
Desde que empezaron a hacer los carros para la carrera, las patrullas que cuidaban el campamento habían disminuido, así que no había ni un solo alma deambulando el puño por el simple hecho de que estaba muy alejado del resguardo de las cabañas. En esos momentos, era muy peligroso deambular lejos de la multitud. Habían monstruos acechando en las orillas del bosque norte, cientos de alimañas listas para devorar a cualquier semidios despistado.
No era buena idea alejarse mucho, pero obviamente y sin tener un apice de miedo, ahí estaban ambas semidiosas (¿Aún podía considerarse una mestiza?), muy cercanas de la muerte.
Después de todo, la oscuridad siempre formaría parte de ella, así que era inevitable permanecer cerca de algo tan presente en su vida diaria.
—Soy una chica vanidosa —admitió—. Me gusta que hablen de mí de vez en cuando.
Notó un atisbo de sonrisa en la chica Áres, pero tan rápido como llegó, se fue.
Clarisse la escudriñó con la mirada, era como si buscara algo que no encajara en su fachada de chica bravucona y carismática. Ladeó la cabeza, analizandola.
¿Los hijos de Áres analizan?
Sabía que no todos, pero Clarisse parecía ser la excepción en la rueda.
—Dicen que eres una bruja —No mentía del todo. Adrienna alzó ambas cejas, bastante impresionada con semejante deducción—. Los hijos de Hécate han dicho cosas muy curiosas; sienten magia saliendo de ti.
—Todos aquí tenemos magia —debatió con ella—. Desde que llevo con vida, he sabido que esta parte del mundo es mágica.
Clarisse bufó.
—No esa clase de magia —dijo tosca, el ceño profundamente fruncido—. Hay algo mal en ti. Lo sentimos, yo lo siento —se corrigió en lo último.
—¿Y qué piensas hacer al respecto? —replicó desafiante, cuadrando su pecho en una pose amenazante mientras tomaba la muy afilada daga que siempre llevaba en su bota.
Clarisse pudo notar como los ojos más azules que había visto en su vida, tomaban un tono peligroso. Maligno.
No cabía duda que Adrienna era una chica muy peligrosa.
«Venenosa», pensó Clarisse, al recordar como se deslizaba entre los campistas, asustandolos sin soltar una sola palabra e imponiendo su voluntad ante el resto. En cierta parte, ella parecía como un perro acechando su territorio. Una amenaza, pero al mismo tiempo un protector.
«Una guardiana», pensó Clarisse.
Lo había notado en el segundo en que notó que Tántalo pareció echarsele encima, pero ella lo había evitado.
Sin saberlo, ignorante como solo un joven podía ser, Clarisse había sido salvada de un destino demasiado cruel. Uno en el que implicaba ser devorada por un espíritu maligno; un monstruo.
Y sin aún sopesarlo, ese encuentro se convertiría en el inicio de una de las más grandes amistades.
Que los dioses corrieran, porque no había nada más peligroso que una mestiza brutal y una cuarmestiza asesina en una alianza por la supervivencia.
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¡No estoy muerta escorias! Sigo viva (medio) y decidí que quería actualizar esta historia cuando me acabé de leer un crossover que me dejó con ganas de más :/ (ya entiendo como se siente ser ustedes xD).
Decidí actualizar ahora para no hacerlos sufrir más :D
¿Qué tal estuvo el capítulo? Esta vez no salió Percy, pero en el próximo sí ;)
¿Saben por qué decidí ponerle cuarmestiza? Decidí que así fuera porque su sangre es una mezcla entre cuatro razas; ángeles, dioses, demonios y mortales (mundano, muggles xD). Y sí, por si aún no quedaba claro, Adrienna es una bruja reprimida :3
Ah, si tienen una mejor opción para llamar a Adrienna, háganmelo saber porque el que yo elegí, está bien ojete :v había estado pensando en Seminefilim, semidivina o semioscura (las últimas dos parecen ser las mejores opciones, pero realmente no sé que opinen al respecto. No soy buena poniéndole nombres a razas híbridas xD).
Sin nada más que decir, nos leemos pronto.
Atte.
Nix Snow.
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