Capítulo 6: Investigaciones.
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Para cuando Jenna le contó a su padre como es que Alecto la atacó y casi mata a uno de sus amigos, Hades entró en cólera.
Ordenó que fuera torturada por sus propias hermanas -lo que me hizo pensar que sería algo cruel, pero justo-, y me ordenó que fuera a asearme. Olía a muerto, así que no puse muchos peros a su oferta.
Cuando estuve en mi habitación, me aseguré de borrar y quitar todo el maquillaje corrido, me duché y cambié por la típica ropa que usaría en el Erebo y me límite a solo ponerme delineador después de haber desenredado y dejado suelto mi cabello para que se secara.
A veces se preguntaba cómo era posible que se mojara si siempre estaba ardiendo cuando estaba en el castillo de su padre.
Era algo qué jamás averiguaría.
Se colocó su collar en forma de bala y miró el anillo que su padre le había regalado desde que era niña. Siempre usaba muchos anillos, le gustaba la sensación de usar accesorios y mostrar lo divino que le quedaban, pero se aseguró de admirar uno en especial. Era en forma de calabera como el de su padre, estaba hecho a su medida y una terrible melancolía la asaltó.
Su padre se lo había regalado hace demasiado tiempo, tal vez Hades ni siquiera recordaba aquella reliquia, pero desde entonces nunca se lo había quitado.
También miró el anillo de la familia Ravenfox, Tessa se lo había entregado para hacer más creíble el hecho de fingir ser de una familia supuestamente extinta. Nunca había sentido que era correcto usarlo, ni siquiera creía que alguien lo hubiera notado con mayor detalle, pero llevarlo la hacía sentir como una farsante, así que se lo quitó y lo dejó en su tocador infestado por reliquias antiguas.
Sintió como un peso se iba de su hombros.
Un fantasma apareció en su habitación, hizo una reverencia y miró el piso con sumisión.
-Vuestro padre os busca, su Alteza.
Jenna hizo una mueca por el título.
-¿No ha dado mayor detalle?
-No, su eminencia.
-Ya veo -murmuró tratando de que su cabello no flameara tanto-. Puedes retirarte.
El fantasma grisáceo desapareció en una voluta de polvo.
Era momento de iniciar con los planes para recuperar el yelmo de oscuridad.
(...)
Jugó con su collar en forma de bala. Estaba en Nueva York, donde la pista de un supuesto hijo de Poseidón la había llevado a Manhattan y no estaba muy lejos del Campamento Mestizo que se hallaba en Long Island.
Sintió cierta melancolía, el campamento era un lugar especial para todo semidiós.
-Uno de vainilla, por favor -Pidió al heladero con rostro bondadoso-. Sin gomitas.
Le dió su pedido y pagó con el dinero en su bolsillo. Tenía suficiente dinero como para comprar la heladería completa.
Se encaminó por las calles atestadas de neoyorquinos y autos que llevaban tipos fumando éxtasis y hablando por sus teléfono. Era imposible no notar todo tipo de cosas que se veían oscuras o mezquinas. Dejó de ver todas las cosas comunes que la rodeaban y se centró en las auras mestizas.
Duró veinte minutos antes de poder localizar al niño que estaba buscando y no fue difícil darse cuenta que era alguien sumamente poderoso; del tipo de aura que solo algunos hijos de los tres grandes lograban tener unas cuantas veces a lo largo de los siglos. Era solo un niño, o eso pensó cuando vió sus rasgos aniñados.
Se preguntó si él había podido robar el yelmo de oscuridad de su padre y el rayo de Zeus -al final había averiguado que también habían robado el rayo maestro del señor de los cielos-, y le dió bastante gracia que Zeus hubiera tenido que pasar por algo tan vergonzoso. Por lo menos su padre había logrado ocultarlo.
Cuando el chico volteó, Adrienna lo miró con curiosidad. Era alto, de piel blanca y ojos marinos, su cabello era azabache y sintió como su aura azul se expandía por toda la cuadra. Hizo una mueca. Aquello era una clase de invitación para todo tipo de monstruos que habitaban la avenida.
Pero algo extraño pasó.
Mientras una bonita mujer de cabello castaño le decía algunas cosas, un tipo horrendo y con estómago de balón, salió y les dijo unas cuantas cosas. Él chico frunció el ceño con desagrado. Se gruñeron unas cuantas cosas que no le importaban y Adrienna notó un olor nauseabundo que la hizo estornudar.
Supo que no se debía a un monstruo cerca de su localización.
Sonrió con cierta diversión y sus lentes oscuros se deslizaron un poco por el puente de su nariz mientras seguía degustando su helado.
«Mortal lista», pensó.
El tipo desprendía un hedor tan nauseabundo que lograba disipar todo el olor divino del chico, era una sustancia que daba asco y espantaría a cualquier depredador.
El chico hizo la ceña de la garra contra el hombre y éste calló como el balón de fútbol que era, y sin que nadie se diera cuenta, Adrienna tomó una foto para su investigación.
Si la seña funcionó con ese hombre, es porque en verdad era una morsa desagradable. Pero estaba segura que esa seña era unasñ de las pruebas que necesitaba para saber si ese tal Percy Jackson era el ladrón del yelmo.
Y Adrienna no descansaría hasta averiguarlo.
Se acomodó los lentes y siguió con su camino por Manhattan. Se metió en un callejón y de allí hizo un viaje sombra a casa.
(...)
Soñar era un tanto desagradable.
Las noches de Adrienna se basaban en tener pesadillas, pesadillas tan horribles que harían temblar a cualquier dios experimentado. Aunque la costumbre había terminado por dejar una huella en ella, así que a veces solo le daba igual.
Esa noche no hubo pesadillas... Pero hubo algo aún más preocupante.
Todo estaba oscuro y fue un tanto difícil darse cuenta que estaba en la biblioteca de Nueva York, pero todas sus preocupaciones parecieron disciparse cuando sus ojos calleron en el Lightwood mayor. Su cabello negro caía sobre su frente, despeinado y rebelde, su tés morena se veía más pálida de lo normal en la tintinante vela que reposaba aún lado de él.
Se dió cuenta que tenía un libro en sus manos y sus preciosos ojos azules que normalmente brillaban con seriedad, ahora estaban opacados por el cansancio.
Cuando se acercó, pudo ver lo que tanto llamaba su atención del libro.
«Dioses paganos», leyó en la pasta del libro.
Sintió como su corazón palpitaba con muchísima fuerza. ¿Qué hace con ese libro?
-Alec.
La voz la hizo voltear y sus ojos calleron en una Izzy ojerosa con los ojos rojos e hinchados. Inmediatamente, Alex cerró el libro y miró a su hermana con cierta cautela.
-¿Qué haces aquí, Izzy? -preguntó Alec con el rostro tenso.
Izzy lo miró con atención.
-¿Estabas buscando otra vez?
Su corazón se aceleró.
-Para nada -dijo con sequedad-. Solo estaba leyendo un poco antes de ir a la cama.
-¿Ir a la cama? Son las dos de la mañana. Ambos sabemos que no has dormido lo que deberías, y también sé que estás tratando de encontrarla.
-Solo leía.
-No puedes mentirme -dijo Izzy con expresión de dolor-. No a mí. No cuando yo también sentí su pérdida y también me duele que ella...
-No lo digas -Alec se puso en pie con demasiada rapidez que en unos segundos estuvo al otro lado de la biblioteca con el libro en mano. Empezó a buscar entre las estanterías y Adrienna tuvo la necesidad de tranquilizarlo, pero sabía que él no podría verla-. Ella se fue. No hay nada que hablar.
-No le dimos otra opción.
-Decidió irse.
-¡Porque tenía miedo!
-Ya no importa -Alec negó.
-Sí lo hace, claro que lo hace. Yo estuve allí cuando se fue, fui testigo de lo que nadie más pudo ver. Y Alec, ella tenía miedo.
-¿Jenna con miedo? -preguntó con cierta ironía- Nunca había escuchado nada tan absurdo. Ella puede ser todo lo que quieras, pero jamás tuvo miedo.
-Me lo dijo -confesó-. Dijo que no quería que sufrieramos más por su culpa, Alec. Me dijo que lo lamentaba, pude escucharla llorar a través de la puerta.
Hubo una pausa de parte de ambos.
-Estaba asustada.
Alec la miró con los ojos brillosos y Adrienna se acercó a él. Intentó tocar su rostro con la llema de sus dedos, pero ni siquiera logró tocarlo cuando sus dedos atravesaron su mejilla. No era más que un mero espejismo.
-Mi dulce Alec -murmuré con tristeza.
Tuve la leve sospecha de que me escuchó cuando sus ojos calleron en los míos, pero no pude saberlo con exactitud porque el sueño se disolvió en el aire.
Desperté con la respiración agitada, el sudor frío hacía que la ropa se me adhiera en la piel como una peste sin remedio alguno. Y mientras la oscuridad de su habitación la recibió como una vieja amiga, se preguntó porque Alec estaba investigando sobre su mundo; dioses paganos.
No podía ser una simple coincidencia. Y se negaba a creer que sus amigos simplemente la olvidarían como si nunca hubiera formado parte de sus vidas.
Tal vez, y solo tal vez, ellos la buscarían.
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Pregunta del día:
¿Qué esperan del siguiente capítulo? Tal vez nuestra Jenna conozca a Percy :v
¡El primero en comentar le dedico el próximo capítulo!
Atte.
Nix Snow.
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