Capítulo 6: Furia de Zeus.

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—¿Qué? —Adrienna quiso golpearse por su pregunta estúpida, pero ya no había vuelta atrás.

Nunca más.

Hades se alejó de su trono y se acercó unos cuantos pasos a su cuerpo inmóvil, tenía el brazo extendido, como si intentara consolarla, pero casi de inmediato lo bajó.

—Eréis mitad dios como te lo había dicho, pero la otra mitad... —Pareció perderse en los recuerdos, parpadeó varias veces y recordó que estaba hablando— La otra mitad es aún un misterio para mí, todo depende de... de si la semilla es fuerte.

—¿De si la semilla es fuerte? —preguntó con incredulidad— ¿Te has vuelto loco? Tú eres mi padre, y si dices que la otra mitad es... que no es mortal, significaría que...

—Que Maria no es tu verdadera madre.

Sintió como si aquello fuera un puñetazo en la cara. Su rostro se deformó en una expresión de asombro, hasta pasar a la de incredulidad y posteriormente al dolor.

Un dolor tan cegador que la desestabilizó por unos cuantos segundos que parecieron ser eternos. Su pecho se apretó y formó puños en sus manos.

«¡Qué está diciendo!» pensó aterrada.


—No, no... eso no puede... no es... estás mintiendo... no puede... no puedes, t-tú no puedes... —tartamudeó. Podía sentir una y mil punsadas en el pecho, martillando con fuerza y sin control. Era su corazón, el cual empezaba a latir demasiado rápido para su bien.

Si triste y maltrecho cuerpo quería sucumbir, pero no podía, hace mucho tiempo que no podía.

Sus piernas temblaron y supo que querían fallarle, pero no se permitió semejante debilidad. En esos momentos, debía ser fuerte. Muy fuerte.

«Es mentira». fue lo primero que pensó «No puede ser. Maria es mi mamá, Nico y Bianca son mis hermanos».

—Mientes —lo acusó mientras le daba la espalda. Sintió una furia segadora—. ¡Estás mintiendo! ¡Eres un maldito mentiroso!

Dió paso frenéticos, caminaba por toda la sala, simulando ser un león encerrado. Un montón de pensamientos la atacaron al mismo tiempo. ¿Era acaso posible lo que le estaba planteando? ¿Su vida había sido un completo engaño? ¿No era totalmente semidiosa? ¿Cómo era eso era posible?

—No lo hago —incluso Hades sabía que era mejor mantenerse alejado de su hija mayor, porque a esas alturas, había más de cinco metros de distancia entre ambos—. No te mentiría de esta manera. No así, hija.

Hija.

Hija.

Hija.

¡Era tan jodidamente hipócrita! ¡Tan asqueroso! ¡Blasfemo! Le acababa de confesar que toda su vida se basó en una completa mentira, que en realidad, no era completamente hermana de sus hermanos. Hermanos. No. Medios hermanos.

Quería odiarlo. Quería poder odiarlo y aborrecerlo. Deseaba con tantas fuerzas que el desapareciera y dejara de arruinar su vida. Lo deseaba con tanta fuerza, pero mientras más pasaba el tiempo, lo único que quería era encogerse en un rincón y dejar que la abrazara hasta que todas sus lágrimas se secaran.

Ya no sabía quien era. No sabía quien había sido todo ese tiempo.

Con cada segundo su respiración era más difícil. Necesitaba destruir algo, golpear a alguien.

—¿Por qué ahora? —preguntó con ira en su voz— ¿Por qué cuándo estaba tan bien? ¿Por qué no dijiste nada?

Hades suspiró e hizo aparecer una copa llena de Whisky.

—Zeus ya lo sabe —explicó con delicadeza—. Cuando el imbécil de Apolo le llegó con el chisme de que había roto el pacto que habíamos hecho, mi hermano se molestó e hizo un escándalo que alertó a los Olímpicos.

Hades bufó y bebió de un solo trago la bebida. Con otro chasquido el vaso volvió a llenarse.

Adrienna se sintió enferma. Los dioses sabían quien era. Sinceramente, jamás creyó que Apolo les diría; al menos, no tan rápido. Creyó que tendría tiempo para escapar del Inframundo y cambiarse de identidad. Unas cuantas semanas, por lo menos. Pero ahora veía que no.

Que ilusa fue todo el tiempo.

Cada vez se decepcionaba más de sí misma.

—¿Eso qué tiene que ver con lo que me estás contando? —preguntó con la mandíbula apretada. Sus ojos picaban.

—Ya casi llego a eso —dijo con los labios en una línea recta—. Zeus ordenó que llevaran tu cabeza. Estaba dispuesto a mandar a sus hijos, pero cuando estaba dispuesto a mandar un mensajero... Algo lo paró.

Hades se tensó y se quedó con la mirada perdida en las puertas de caoba pulida.

—¿Quién lo paró? —preguntó impaciente, con expresión indescifrable— Dímelo, padre.

Hades se relajó un poco cuando escuchó que le dijo: "padre", eso solo podía significar que no estaba molesta con él. O al menos no tanto, así que aquello pareció quitarle un peso de encima.

Hades enfocó sus ojos negros en su hija, y supo que nada bueno se avecinaba.

—Se enteró que eres mitad diosa y mitad ángel —Hubo una pausa en la que ambos contuvieron el aliento—, y las mismas Moiras han decretado tu partida al mundo de las sombras.

Contuvo la respiración por lo que pareció una eternidad, pero finalmente, pudo dejar salir el aire que había contenido cuando sus pulmones exigieron oxígeno.

No sabía lo que era el mundo de las sombras, pero no sonaba nada bien.

—¿Eso significa qué...? ¿Qué yo...?

—Que ya no estás segura en el Inframundo, al menos no hasta que los humos de Zeus se bajen. Si él llega a verte..., no dudará en matarte.

Bufó molesta.

—¿Y qué se supone que debo de hacer? —preguntó dando vueltas en su sitio, nuevamente. Tomó los bordes de la silla que Hades había hecho aparecer para ella, y pudo sentir como la madera se empezaba a agrietar debajo de su toque caliente.

Sentía que estaba hirviendo de ira, aunque contrariamente, el piso empezó a agrietarse como si estuviera hecho de nieve. Unos cuantos copos de nieve cayeron en su cabello y cubrieron sus hombros.

Hades pareció sorprendido cuando vió la lluvia de helada escarcha.

Adrienna ignoró el hecho de que había hecho nevar dentro del castillo, su mirada estaba concentrada en las astillas que se habían clavado en sus manos, pero ni siquiera eso pareció importarle mucho.

Hades la miró con duda. ¿A caso ese era el poder que su hija había heredado? Porque si era así, no tenía idea de todo el poder que su cuerpo ocultaba.

—Debes ir con los de tu otra especie.

—¿Hablas de los...? —tragó saliva y susurró lo último— ¿...mitad Ángel?

—Debéis hacerlo. —exigió.

—Es fácil ordenarlo —replicó con el ceño fruncido, apuntándolo con sus brazos—. Ni siquiera sé en donde se encuentran, o como son. No sé nada de sus costumbres, ¿qué se supone que debo hacer?

—Aprenderáis. Conozco alguien que puede ayudarte.

No le gustó la mirada de reojo que le echó, sus ojos tenían cierta duda que le inquietaba.

(…)

Apolo estaba empezando a arrepentirse de haberle contado a su padre sobre la existencia sobre cierta chica de cabello negro que en verdad había logrado llamar su atención.

«No puede ser tan malo». Había pensado cuando llegó a la sala de tronos «Tal vez si le digo que me interesa, la deje vivir».

Bueno, no fue así. Cuando acabó de contarle su increíble asaña, en donde salvó la vida de la semidiosa y logró ganarse su corazón, Zeus explotó en cólera.

Una cólera que casi arrasa son el Olimpo.

No era lo que esperaba, pero por lo menos no había volado medio Olimpo en pedazos. Atenea solía ponerse muy pesada en cuanto a las reparaciones del castillo, y ya estaba harta de tener que reconstruir el sitio cada vez que su padre se llenaba de cólera.

—Esto es absurdo —Decía Atenea con el ceño fruncido mientras ordenaba a sus sirvientes que trajeran su poderosísimo setro—. Cuanta irresponsabilidad.

En cualqueir caso, Apolo no se metía en asuntos que no le concernían, así que ignoraba sus quejas. Aunque no quitaba lo molesto del tema.

—¡Traedme a esa semidiosa! ¡No me importa cuantos monstruos tenga que enviar! ¡La quiero muerta! —exclamó Zeus, mientras un relámpago tronaba sobre sus cabezas y la luz iluminaba toda la sala.

—Padre, cuidado con lo que dicéis. La niña sigue siendo hija de vuestro hermano y mi tío —dijo su hermanita Artemisa—. No tiene caso pelear por una doncella que no está en nuestro poder. A lo que tengo entendido, se hospeda en la residencia de su padre Hades.

Aquello no hizo nada más que acrecentar la furia ciega de Zeus, porque sus ojos se achinaron y sus cejas se contrajeron como dos orugas. Apretaba tan fuerte los dientes que hasta Apolo temió por su vida.

—¡En el Inframundo! ¡Otra ofensa de la cual encargarme! —rugió el dios de los cielos, tan molesto como su expresión lo reflejaba.

Tomaba el rayo maestro con tanta fuerza que parecía que en cualquier momento desataría una tormenta eléctrica, y así fue, los truenos resonaron con fuerza y todos los Olímpicos pudieron escuchar la tormenta que se desató fuera de las paredes del Olimpo.

«Que mal por los mortales», pensó Apolo.

—Padre tiene razón, esta ofensa no se puede ignorar, hermana. La niña a estado viviendo en el Inframundo, no ha hecho nada más que romper las reglas que fueron impuestas —se hizo escuchar Atenea.

—Deberíamos pulverizarla, así el problema se destruye y la pringada podrá ir a los Campos de Elíseos con su papaito —se burló Ares.

Apolo se adelantó a hablar.

—No creo que sea necesario. La niña parece ser menor de dieciséis años, así que no será ningun problema por ahora —dijo orgulloso de su propio análisis.

—No lo creo, aquello solo deja ver que la amenaza está más cerca de lo que pensamos —contradijo una analítica Atenea.

Apolo sabía que ella solo quería llevarle la contraria, pero vió que muchos de los Olímpicos parecieron meditar sus palabras. Ella siempre era así, tratando de hacer aún lado a los demás dioses que no tenían sus mismos pensamientos.

Muchas veces, aquello lo llenaba de furia y lo hacía querer pulverizarla. Pero recordaba que ambos eran dioses del mismo rango y se obligaba a disipar los pensamientos homicidas.

De cierta manera, compartía el mismo instinto homicida que su doncella hija de Hades, quien parecía ser una fanática en el tema. La sola idea de compartir algo con ella, lo emocionaba.

Disipando esos pensamientos, Apolo frunció el ceño cuando escuchó que algunos de los dioses estaban de acuerdo con Atenea.

—Mientras no sea una amenaza, deberíamos dejarla tranquila —Apolo se encogió de hombros y siguió con su discurso—. Es una niñata que no sabe lo que hace, lo supe cuando en la persecución por su vida, la salvé.

Estaba orgulloso, había logrado reunir los datos necesarios para contradecir a Atenea, pero la risa de Artemisa lo hizo voltear en su dirección.

—¿Tú, salvando a una mortal? No nos hagas reír Apolo, todos sabemos que jamás haces nada sin recibir nada a cambio —dijo mientras se ponía en pie y se reunía enfrente de los doce tronos.

—¿Te has hablandado, chico? —preguntó Ares con expresión burlona.

Apolo sintió su rostro arder y quiso lanzar a Ares desde lo alto de su auto solar.

—No tenemos que discutir por un problema sin importancia —exclamó Poseidón, con aquella calma que siempre tenía, pero que muy fácilmente se podía transformar en furia—. Si Hades la tiene en su palacio, lo mejor será dejarla tranquila. No queremos desatar una guerra en la que muchos mortales podrían morir. Incluidos nuestros hijos.

—¿Quién a dicho sobre involucrar a nuestros hijos? —preguntó Zeus con expresión sombría— Hermes, ya sabes que hacer.

El dios de los mensajeros no dijo nada, solo hizo una seña y una ninfa salió corriendo en busca de la petición de su señor. Todos los dioses parecieron alertarse.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó Hera, incluso ella parecía alarmada en cuanto a las decisiones de su esposo.

Nadie quería una guerra. Excepto Ares, quien sonrió y sus ojos brillaron con fuego salvaje.

—Lo que debí de haber hecho desde hace mucho tiempo —exclamó Zeus con el ceño fruncido.

—Padre, debéis considerar lo que estáis apunto de hacer —pidió Artemisa, la duda brillaba en sus ojos color plata cuando vió a un mensajero entrar al salón de los tronos.

—¡Al fin un poco de acción! —exclamó Ares, relamiéndose los labios de manera grotesca.

—¿Estáis seguro? —preguntó Hefesto, quien hasta el momento no había dicho nada.

Afrodita bufó y miró con cierta molestia a Hefesto, pero después enfocó la mirada en el mensajero y su mirada se llenó de angustia.

—¿No es muy precipitado? —preguntó Afrodita y sus ojos tomaron un matiz rosado— Ella sería una excelente forma de entretenimiento. ¡Los dramas amorosos que podría causar!

Hasta este momento, Apolo se había mantenido callado, pero no pudo evitar poner la suficiente atención a las palabras de Afrodita. ¿Se referiría a la inminente relación qué Apolo y esa misteriosa chica estaban destinados a vivir?

El esperaba que sí, porque si no era así, estaba seguro que correría sangre. Después de todo, no era la primera vez que iba a la guerra por amor, y Apolo estaba seguro de que aquella chica era la mujer que pasaría su inmortalidad a su lado.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando el mensajero llegó y Apolo se puso rígido.

«No lo hará, no se atreverá», pensó Apolo, alarmado.

El mensajero entró a toda prisa.

«¿O sí?»

Un estallido en el salón hizo que todos los dioses se alertaran y el mensajero saliera huyendo junto con algunas ninfas temerosas, pero todos parecieron relajarse cuando vieron que solo eran las Moiras.

No era tan malo.

—No podéis matar a la semidiosa, señor Zeus —ordenó Cloto con gesto severo.

—¿Por qué no? —preguntó Zeus con frustación mientras se tomaba de los extremos de su trono y hacía ademán de tomar su rayo.

Cloto lo miró de forma dura y el señor del cielo no tuvo más remedio que quedarse quieto en su asiento. Todos sabían que Zeus les tenía cierto respeto a las diosas Cleto, Láquesis y Átropos. Mejor conocidas como las Moiras, las diosas del destino.

—Porque el destino de Adrienna di Angelo, ya está escrito —sentenció Cloto.

«¿Así se llama?» pensó Apolo con curiosidad «Perfecto para futuras canciones».

—Usted no puede asesinarla —insistió Láquesis y Afrodita se puso a aplaudir en su asiento.

Hefesto la miró con astio.

—Ni ahora, ni nunca —completó Átropos.

¿Nunca? Eso era demasiado tiempo. Ojalá todos los dioses tuvieran aquella inmunidad.

—¿Por qué Zeus no puede asesinar a esta semidiosa? —preguntó un curioso Dionisio, quien hasta el momento había estado ignorando la conversación y se había centrado en sus asuntos— ¿Qué tiene de especial esta niña?

Las Moiras lo miraron tan seriamente, que hasta el propio Apolo se compadeció de él.

Pero antes de que Dionisio pudiera decir algo, una visión llegó al dios de la profecías. Los flashes pasaron demasiado rápido, pero con tan solo hecharles un vistazo, supo que su plan de tomar a Adrienna como su señora, no sería posible.

—Porque Adrienna di Angelo no pertenece a este mundo, o al menos, no del todo —dijo Apolo con seriedad, una de la que muy pocas veces los dioses habían visto en él.

Un rugido de molestia se hizo paso por los pasillos del Olimpo, razonando en el mundo mortal y haciéndose escuchar hasta las profundidades del Inframundo, alertando a un preocupado Hades.

Zeus estaba furioso, pero el dios ahora sabía que aquello estaba fuera de sus dominios. Adrienna di Angelo no podía ser herida por nadie, ni siquiera en el mundo de los Ángeles. Y como alguna vez había dicho Hades, ella era especial y única.

Ella era letal.

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¡Esta mierda ya se prendió perras! ¿Qué les pareció el capítulo? ¿Muy aburrido? Déjenme sus opiniones en los comentarios.

Pregunta del día:

¿Cómo creen que llegó Adrienna con Maria?

Leeré todas sus teorías xD.

Sin nada más que decir, nos leemos pronto desconocidos. Voten y comenten, me ayuda a seguir actualizando.

Atte.

Nix Snow.

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