Capítulo 5: Mentiras.
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Lo primero que pasó al llegar al Inframundo, fue que Caronte le regaló su mejor mueca y Adrienna estaba segura que había intentado sonreír.
-¿Está muy molesto? -preguntó con una mueca.
-A estado peor -contestó Caronte, con expresión indescifrable e intentando hacerla sentir mejor.
Suspiró y dejó que la llevara en su balsa por el río Estigio. Fue un paseo rápido y lleno de lamentos indistinguibles.
Sabía que Hadws estaría molesto, y que lo más seguro, es que le mandara a un paseo hacia los Campos de Asfodelos. Él sabía cuanto le desesperaba aquél lugar.
Rezó a cualquier dios para que Hades tuviera un poco de piedad, pero sabía que era inútil, él siempre había sido poco tolerante, implacable.
Sintió un sudor frío recorriendo su espalda. No hacía frío, pero parecía que en cualquier momento se desvanecería en el suelo de piedra e inmundicia humana.
Cuando desembarcaron en la orilla del Río, se despidió de Caronte con un a sentimiento. Adrienna trató de ignorar su mirada de lástima y compasión.
«Parecía plenamente consciente de que algo malo iba a suceder», pensó con el ceño fruncido, mientras lanzaba su mochila al piso, antes de tomarla nuevamente después de saltar de la barca.
Odiaba que le regalaran esa estúpida mirada. Desde la muerte de su madre, todo había cambiado al igual que su humor. Siempre estaba malhumorada y estresada. Nunca lograba conciliar el sueño con normalidad y no se sentía capaz de visitar el castillo que algunas vez habitó su madre...
Cada vez se parecía más y más a Hades. Tal vez por ello, Apolo se asustó tanto con la masacre que creó en el Casino Blot, tal vez por ello siempre fue señalada como hija de Hades, porque en su interior, era igual a él. De cualquier forma, el culpable de su fallo era de Apolo, aunque su padre no lo vería así. Los dioses solo sabían arruinar las cosas.
Gruñó cuando vió a Cerbero. No estaba de humor como para darle cariño, así que solo lo abrazó, le hizo unos cuantos mimos y siguió con su camino. Sus pies de sentían como plomo a cada paso que daba, los muertos la seguían con la mirada y unos cuantos apartaban la mirada cuando la veían pasar.
«Forjé mi propia reputación», pensó «¿pero a qué costo?»
Todos le temían. Todos la detestaban e intentaban ganar su favor para ser del agrado de su padre.
Lo que pocos sabían, era que sentía un profundo desagrado hacia todos. Un asco tan grande por su vida, una calamidad por cada cosa que hacía, llevándola a odiar todo lo que la rodeaba.
Al estar ante las puertas del castillo, no pudo evitar estremecerse. Se recriminó por ello. Jamás lograría acostumbrarme al lugar en el que su padre la había llevado por la fuerza, era demasiado tétrico como para considerarlo un hogar o refugio.
Su verdadero hogar era Italia, en la casa que su abuelo había construido para la abuela; en donde nació y pasó los mejores años de su vida. Muy a su pesar, aquella época había concluido hace mucho tiempo atrás, pero aún así, seguía doliendo como el primer día. Era una herida que solo había menguado su ardor, pero que seguía presente.
Se armó de valor e hizo una seña a los esqueletos. Estos se apartaron del camino y las puertas se abrieron de par en par. Caminó por pasillos y se deslizó como solo una persona que a vivido mucho tiempo allí, podría hacer. Los lugares eran tan conocidos que podría caminar con los ojos cerrados.
Cuando se ayó enfrente de las puertas que daban hacia la sala de los tronos, intentó convencerse a sí misma que no era tan malo. Ya la había regañado antes y no era ninguna novedad. No había nada que temer.
Las puertas se abrieron de par en par y aquello no pudo haberle aterrado más.
Tan imponente y severo como siempre, se hallaba Hades en su místico trono de esqueletos. Su aura de muerte la asfixió por unos segundos; había agarrado la costumbre de distinguir casi cualquier cosa mediante los aromas gracias a su vida bajo tierra. Con el tiempo, había aprendido a orientarse gracias a los aromas putridos y nauseabundos. Era una buena forma de no perderse, pero una muy asquerosa.
Suspiró y de manera automática se puso lo más derecha posible, como un soldado. Lanzó su mochila como si fuera la sala de su hogar y se acercó al trono, hizo una reverencia mientras miraba al piso y se colocó en su posición anterior, sin llegar a mirar al hombre de cabello oscuro. Los esqueletos la imitaron y se quedaron quietos en la entrada de la puerta. Estaban esperando órdenes de su señor.
-Retirense.
Los esqueletos salieron del salón cerrando las puertas detrás de sí. Miró los fríos ojos de su padre e intentó no hacer alguna expresión facial que delatara su miedo.
-Padre...
-Me has desobedecido -la interrumpió.
Apretó los dientes e intentó, nuevamente, mantener la calma.
-Lo lamento, no pude hacer nada...
-¿Lo lamentas? -preguntó irónicamente- Los asesinaste antes de la fecha acordada sin mi autorización, y encima, tuve que pulverizar cuatro espíritus para que los que tú asesinaste pudieran entrar sin ningun problema.
Hades la miraba con la mayor severidad posible que se podía infundir en un momento como aquel, pero aún así sabía que intentaba ser lo menos... severo.
-Las cosas no sucedieron de la forma que crees -replicó con frustración. Quería que le creyera, pero Hades siempre había sido una persona difícil y no le gustaba escuchar a las personas.
-Explícate. Ahora -exigió con expresión molesta.
-Todo iba como lo había planeado y está de más decir que el plan era excelente -expresó con gesto solemne, sin revelar nada sobre la identidad del dios del sol. Si se llegara a enterar que estuvo allí... la mandaría a lo profundo del tártaro con la titánide Nix, en donde ningún dios bravucón podría ponerle un solo dedo encima. Adrienna se estremeció de solo imaginarse una nueva vez allá abajo-. Al final, se atravesó un imprevisto y no pude continuar. Lo lamento mucho padre, no volverá a suceder.
Lo miró con tristeza y nuevamente dirigió su mirada al piso.
-No -dijo más serio de lo esperado, parecía lo bastante convencido como para decir una respuesta tan clara-. No volverá a suceder.
Instintivamente, relajó sus hombros y pudo respirar con tranquilidad unos segundos llenos de gloria.
-Ahora quiero que me expliques que sucedió con el inútil de Apolo -exigió con expresión fastidiada.
Se congeló en su sitio.
¿Cómo se había enterado?
Suspiró tratando de no verse tan agotada como en realidad se sentía. Con el tiempo, aprendió a guardar su cansancio para sí misma. Hades no tenía porque darse cuenta de su agotamiento que la acechaba en cada instancia del tiempo. Miró a los ojos de su padre, y supo, en lo profundo de su alma, que jamás podría ocultarle algo.
Le contó todo, desde las apuestas y el como conoció al dios de la medicina. El como entendió que aquello pudo haber sido una trampa, y al final explicó el como se desconcentró en medio de la misión y perdió de vista a su objetivo sin siquiera darse cuenta. No quiso especificar mucho en la forma en que asesinó a los humanos, pero notó la mirada llena de complacido que parecía recorrer cada centímetro de sus facciones.
Nunca lo diría en voz alta, pero Hades adoraba la idea de que su hija fuera igual de frenética y enloquecida que él. Estaba segura que en sus pensamientos, era la presencia exacta de la muerte. Algo que él adoraba.
Se sintió enferma con solo pensarlo.
Al terminar su relato, Hades pareció estar molesto e irritado, pero al mismo tiempo pensativo, aunque no por ella.
-Por tu indiscreción, tendré que hablar con mi hermano -Hades bufó fastidiado-. ¡Ése cabeza de alcornoque me dará la lata! Bien, ya no importa, puedes retirarte a tus aposentos. Estás llena de suciedad humana, deberías darte un baño para alejar los olores mortales. Hueles a decadencia.
Hades hizo una seña hacia su lado derecho y una mujer de cabello negro y piel gris se materializó a su lado.
El fantasma tomó la mochila que estaba en el piso, lista para seguir las órdenes de su amo.
-Prepara un baño para mi hija, esta noche la quiero impecable.
Alzó una ceja extrañada. ¿Qué harían esa noche? A juzgar por su expresión de haber chupado limón, no creía que fuera algo bueno.
Algo le decía que no sería algo que le alegraría, su padre y Adrienna solían ser muy parecidos en cuanto al humor de muerto. Los dos detestaban las sorpresas.
-Como ordenéis, su excelencia.
La mujer hizo una reverencia y se desvaneció en las sombras.
-Puedes retirarte -le dijo Hades mientras asentía en su dirección y tomaba una pose pensativa.
Si no lo conociera, juraría que estaba preocupado.
Hades era un hombre (ejem, dios) que no solía expresar lo que sentía. Era retraído, gruñón y exigente, pero jamás un mentiroso. Siempre supo que su padre era uno de los pocos dioses que hablaría con completa honestidad en los peores momentos. Era su mayor característica.
Pero así como era un dios que no sabía expresarse, también era voluble y solía divertirle el sufrimiento ajeno (típico de los dioses), y si bien podía estar tranquilo, cinco minutos después estaba estallando de furia y cólera extrema.
Adrienna solía decirse que había heredado lo peor de sus padres.
Hades era uno de los dioses más temperamentales y sádicos, y al igual que muchos de sus compinches, solía actuar antes de preguntar. Era una completa fichita, pero así lo amaba (con todo y su actitud de mierda por las mañanas).
Sin querer molestarlo más, se limitó a despedirse y hacer un viaje sombra hasta su habitación, la cual estaba en el ala Norte del castillo del Inframundo, muy cerca al de su padre.
Dejó caer sus pies en la alfombra de lana y rápidamente reconoció el espacio que había estado ocupando por años. Había un libro a medio leer en su escritorio que estaba hecha de madera de sauce con fantasmas y calaveras talladas, las pocas fotos que tenía de su familia, reposaban en los entantes que decoraban dos de sus paredes, y su extensa biblioteca estaba igual a como recordaba, llena de libros de relatos, mitos y leyendas, con versiones creppys de libros para niños, con pociones, hechizos antiguos y maldiciones que en algún punto de su vida decidió utilizar en contra de alguien.
El olor era a madera quemada, como si hubiera una enorme fogata en medio de su habitación (aunque no era así), al menos, no ahora.
Una cama del tamaño King reposaba al frente de un ventanal enorme que daba vista a la larga extensión de los campos de Castigo, Asfódelos y Elíseos. Podía escuchar los susurros de los fantasmas, susurrándole sus anécdotas, secretos, augurios y maldiciones antiguas. Era un borrón de voces y gritos que se encargó de ignorar uno por uno.
Caminó al ventanal, segura de lo que debía de hacer.
Sacó de su bolsillo trasero las hojas que había sacado de la chaqueta de uno de los tipos que mató. La sangre seca manchaba las orillas de un color escarlata apagado, como el color de la mierda y el lodo, pero aquello no era impedimento para lo que tenía planeado hacer.
-Εξαφανίζονται και καίγονται στις στάχτες της λήθης. -susurró con voz siseante, como una serpiente. Las hojas empezaron a tomar un color negrusco y llamas azules las rodearon hasta que se convirtieron en cenizas que se volvieron polvo antes de siquiera tocar el piso.
Sintió un alivio enorme cuando por fin se hicieron pedazos.
Cuando acabó de susurrar el conjuro, una ráfaga de viento llenó la habitación al completo, sacudiendo su cabello y haciéndola oler un aroma amargo, como la miel y la sal mezclados.
«Ya terminó», pensó con alivio «ya nadie lo sabe».
Se limitó a darse la vuelta y deshacerse de la ropa que tenía puesta para entrar al baño. La bañera estaba llena de agua clara e inmaculada y las bolutas de humo salían como vapor, pero no había rastro de la mujer que la preparó.
Intentó bañarse lo mejor que pudo, había estado fuera del Inframundo por mucho tiempo y lo más seguro es que la suciedad del mundo mortal se había impregnado en su piel como la porcelana.
Quiso buscar alguna cicatriz, alguna marca que le comprobara lo que había hecho por meses: La vez que se cortó con un vaso que quebró con sus puños apretados, la ocasión en que una arpía la rasguñó con sus garras, cuando un cíclope le encajó una lanza... Pero no había nada. Su piel estaba limpia y sin ninguna marca.
No tenía absolutamente nada.
Apretó los puños mientras miraba el agua con ojos perdidos. Nunca le quedaba nada.
«-¡Qué me hiciste! ¡Qué me haz hecho! ¡Qué haz hecho conmigo!
-Lo importante es que estás viva.
-Oh padre -le dijo con los ojos inundados en lágrimas, sus ojos perdidos en la nada-, ¿a caso no puedes ver la inmundicia debajo de esta máscara de dolor?»
El agua olía a cacao y sus manos pronto olieron a ello, dejándola con un trago en la garganta demasiado amargo.
Al salir, el agua goteó como una cascada, pero no le importaba dejar un desastre. De cualquier forma, no lo limpiaría. Se acercó al espejo mientras seguía completamente desnuda y se contempló con aire insolente.
«¿Lo ves?» pensó que decía su reflejo «¿ves lo bella que eres? Esa belleza era de él. Él murió por ti. Él sangró por ti. Él se desvaneció por ti, y tú ni siquiera pudiste morir a su lado, como un par de amantes. ¡No! ¡Él nos robó nuestro final!»
Al ya estar seca, tomó su cepilló y se jaló el cabello lo más fuerte que pudo, al final, lo dejó suelto para que se secara. Al verse nuevamente en el espejo, pudo ver como su cabello había tomado un matiz azul eléctrico. No había porque alarmarse, cuando estaba en el Inframundo solía teñirse de ese color, aunque a veces, muy pocas veces (cuando se cabreaba), también sucedía en el mundo mortal. No sucedía muchas veces, solo cuando en verdad estaba molesta.
Cuando salió de su habitación, se encargó de dejar la puerta cerrada con llave. No le agradaba la idea de que alguien más entrara, por esa misma razón solo los fantasmas que se encargaban de la limpieza tenían permiso de entrar, pero todo el mundo sabía que incluso así tenían ciertas restricciones.
Hizo un viaje sombra, desvaneciéndose en un parpadeo.
Cuando llegó al salón del trono, estaba solitario como jamás lo había visto. Los fantasmas que llegaban a dar sus quejas no estaban, los implacables mayordomos fantasmales que padre siempre solía tener a sus costados, tampoco se encontraban presentes, y ni siquiera tratando de manipular las sombras pudo ver a alguien oculto. Incluso las cincuenta antorchas que siempre solían estar encendidas, estaban apagadas.
La única antorcha que estaba encendida dejaba ver una llamarada violacea, y con ella solo pudo vislumbrar a Hades, impoluto y sombrío como jamás lo había visto en mucho tiempo. Estaba a un lado se su trono y parecía espero algo importante.
«Siempre está sentado en su trono», pensó tensa.
Su estómago se retorció en una sacudida peligrosa, la última vez que lo había visto así fue el día en que su madre había muerto, y ni siquiera aquella vez había estado tan serio.
Padre supo que estaba allí desde antes que siquiera dijera una palabra, las sombras lo envolvían y lo hacían ver más intimidante.
-Sentaos.
Estuvo apunto de decir que en la sala no había ningun asiento más que su trono y el de su madrastra, pero como era de esperar, en un chasquido de su parte hizo aparecer una finísima silla con incrustaciones de rubíes.
-¿Sabéis por qué estáis aquí? -preguntó cuando ya se hallaba sentanda.
Se alarmó un poco cuando escuchó como decía el: "sabéis" y "estáis". Solo hablaba con aquel acento antiguo cuando era algo muy serio, o porque el problema era tan gravísimo que olvidaba en que época estaba.
-¿Ha sucedido algo grave? ¿Zeus a exigido mi cabeza en una pica? -preguntó insegura, realmente esperaba que el dios del Olimpo pidiera algo así, después de todo, Hades jamás había sido mucho de su agrado- Puedes decirle de mi parte que moriré el día en que deje de fornicar con cualquier mujer que se le pase por adelante.
Solo Hades sabía cuanto odiaba a los Olímpicos.
«Arrogantes», pensaba con molestia «no piensan en el bienestar de sus hijos concebidos por mortales, no piensan en los humanos, solo en sí mismos».
Bajo la suave luz de la antorcha, se dejaban ver formas espectrales que se derramaban de manera siniestra en el rostro de Hades, pero incluso en la expresión sombría que cubría su rostro, pudo ver una suave sonrisa titilar entre sus labios.
-Siempre fuistéis lista, hija mía -dijo, e hizo una pausa-. Pero no es aquello por lo único que te he llamado.
En aquel punto de la conversación, sentía como sus músculos se tensaban.
¿Tan preocupante era el asunto qué hasta el dios de los muertos estaba inquieto?
-¿Qué es? -preguntó sin rodeos.
Hades suspiró y dejó su corona en el almoadón que era especialmente para aquello. Parecía diez años más viejo y sus ojos denotaban angustia, enfocó sus ojos en Adrienna y no la abandonaron en ningun momento.
La observó, seguro de que lo que estaba por decirle, terminaría de romperla.
-Temo deciros, que te he mentido -dijo tan directo como siempre, y frunció el ceño-. Desde que erais niña intenté alejaros de todo lo que conllevaba ser hija mía, pero he fallado.
Su corazón dio un salto.
-Soy consciente de que has fallado -se limitó a decir y se encogió de hombros poniéndose de pie con expresión firme. Era una guerrera-. Desde que era niña he visto a los muertos, padre, he estado desde que tengo memoria en el mundo de los griegos. No hay nada que no sepa ahora y no entiendo porque...
-No lo entendéis -replicó con fuerza, interrumpiendola-. Te he dicho que eréis una semidiosa, pero no es más que una verdad a medias. Ya no puedo seguir manteniendo este secreto, no ahora que Zeus ya lo sabe.
Se quedó muda, con los ojos clavados en el mayor.
¿Secreto? ¿Cuál secreto?
-Padre...
-Eréis más especial de lo que creéis. El poder de dos mundos corre por tus venas, y ahora, Zeus quiere pulverizarte por el crimen que cometí al haberte concebido.
Supe que su vida era mucho peor de lo que esperaba y aquel secreto que Hades estaba por rebelarle, era solo el comienzo de sus problemas.
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Wow, wow. Todo se está desmadrando. ¡Hades ya le está contando el secreto! Voy a morir de un ataque al corazón. Perdón por dejarlas con la duda, pero no quiero que el capítulo esté tan largo.
¡No puedo creer que esta historia esté teniendo tanto éxito! Muchas gracias por su apoyo, les agradezco con todo mi kokoro xD
¿Qué les pareció el capítulo? Quiero saber si es de su agrado o si hay algo confuso para corregirlo y que se vea mejor.
Pregunta seria, ¿cuál es su personaje favorito de la saga de Percy Jackson y los dioses sel Olimpo? El mío es Percy, por supuesto. Tengo un severo crush con el actor de la película, Logan Lerman. Aunque también adoro a Nico, él es un amor y me lo imagino como el hermoso de Aidan Gallagher 😍😍
Traducción:
Desaparece y arde en las cenizas del olvido. -Conjuro.
Bueno, sin nada más que decir, nos leemos pronto desconocidos. ¡Voten y comenten! Me ayuda a seguir publicando capítulos.
Atte.
Nix Snow.
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