Capítulo 4: Monstruos.

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Nadie ama más intenso que un villano.

Tal vez por eso es que sentía todo diferente al resto. Siempre observó a los demás, como convivían, como reían, como amaban... Nunca sintió que fuera igual a ellos, de ninguna forma posible, y era por ello que aunque sentía un enorme resentimiento contra el hijo de Poseidón, no le era posible sentir nada más que molestia hacía él. Era como observar un mosquito que no dejaba de zumbarle en el oído.

-¿T-tú? -tartamudeó.

-Yo -alzó una ceja mientras permanecía con sus manos en los bolsillos de su chaqueta.

Percy parecía haberse quedado sin palabras, la observaba con los ojos abiertos de par en par y las facciones (menos aniñadas que el verano anterior) ahora parecían más maduras, pero llenas de impresión. No parecía creer que estaba allí.

-¡Poni! -exclamó un cíclope... ¿Un cíclope?

Inmediatamente, Adrienna hizo aparecer su espada de hierro estigio y amenazó a la bestia con una rapidez inhumana.

-¡Espera! -exclamó Percy, acercándose apresuradamente. Había salido de su estupor- ¡Tyson es bueno! ¡Es un tipo bueno!

-¡Atrás! -exclamó Adrienna, pero ya ni siquiera parecía ella misma. Sus facciones se habían endurecido y su cabello pareció erizarse junto con su mirada que se había afilado.

Había una neblina que había aparecido por arte de magia. No parecía ella, y más por el aura asesina que la rodeaba.

-Adrienna -le dijo Quirón, con voz severa-, retrocede. Ya has escuchado a Percy, es inofensivo.

No hizo más que sisear en contra del centauro. ¿En verdad le estaba pidiendo dejar vivo a ese monstruo?

Como el mismo que asesinó a Roxanne.

Ira. Sentía el dolor y la ira en su sistema.

-¿Chica linda? -preguntó el monstruo mientras la miraba con su enorme ojo lleno de curiosidad, además de eso, no parecía notar que estaba por decapitarlo, ya que solo tocó la punta de su espada como si fuera un simple juguete.

«Uno que puede succionar su alma», pensó.

-No Tyson, es una chica mala -una enfurruñada Annabeth hizo su aparición, seguía sin agradarle del todo.

-¡No Tyson! ¡Solo está jugando! -Percy estaba muy nervioso por la situación- Ya puedes bajar el arma, Adrien. Puedes bajarla.

No le hizo el mínimo caso, en ese momento su mente estaba librando una batalla.

Asesino.

Asesino.

Asesino.

ASESINO.

TODOS ELLOS SON ASESINOS.

Intentó alejar esa molesta voz que no dejaba de atormentar su mente, y aunque logró contenerlo por esa vez, sabía que muy pronto volvería a salir.

Todo pareció relajarse en cuanto Quirón colocó su mano en su hombro, relajandola enormemente.

-No es el mismo, Adrienna -dijo Quirón.

No es el mismo.

No lo es.

Él no mató a Roxanne.

No fue él quien mató a tu cuñada.

Respiró profundo, tratando de estabilizar su mente. La neblina volvía a disiparse en su interior, sin dejar rastro de sí.

¿Siempre le pasaría eso? Cada vez que recordara el pasado, ¿intentaría matar a alguien? ¿Dañaría a todos los que intentaran acercarsele?

Respiró profundo una vez más, apartando la espada que casi le clavaba al bebé cíclope en el pómulo. ¿Qué hubiera pensado su madre si hubiera visto lo que estuvo por hacer? ¿Qué habrían pensando Nico y Bianca? Estarían horrorizados de en quien se había convertido con el pasar del tiempo.

Sentía que se ahogaba.

-No es él -murmuró recuperando el control-. Nunca más será él.

Y se dio la vuelta sin mirar atrás ni una sola vez. Necesitaba estar sola.

(...)

Esa noche, su hermana la visitó.

Al estar en sus sueños, pareció creer que era mucho más vulnerable, por lo que decidió atacar.

Primero le mostró a su madre, no la biológica (considerando que nunca la conoció) sino a Maria di Angelo, la angelical y bella mujer mortal que amó su padre.

-¡Tu culpa! ¡Fue tu culpa que muriera!

Sonrió sin alguna gracia. Le parecía repugnante que tomara la forma de su madre solo para intentar aterrarla.

-¿Mi culpa? ¿No fuiste tú quién se metió con un dios?

La diosa disfrazada de su madre pareció sorprendida por su arrebato.

-¿Mi culpa?

-Sí -afirmó-. Sabías en donde te metías, pero igual no te importó porque lo amabas. ¿Y a dónde te llevó ese amor? Moriste de amor, madre. Un amor que terminó por consumirte y ni siquiera fue del todo recíproco.

-¡Cállate, niña insolente! ¡Debí ahogarte en cuanto tuve la oportunidad!

-Pero hermanita, tú nunca tuviste una sola oportunidad.

Y como si un hechizo se hubiera roto, la imagen de su madre desapareció como si fuera un espejo y en su lugar solo estaba una mujer de apariencia lúgubre. Mitad marchita, mitad frialdad.

Era Melínoe, la diosa de los fantasmas, nicromancia y las pesadillas.

Su hermana.

-Sabías que era yo -siseó furiosa. Sus ojos vacíos ni siquiera parecían mirarla, pero sabía que lo hacían.

-¿Cómo no reconocer mi sangre? -preguntó burlesca- Aunque bueno bueno, eso no está comprobado.

Melínoe se enfureció.

-¡Chica estúpida! -exclamó furiosa, haciendo aparecer un montón de pesadillas espeluznantes. Eran criaturas que nunca había visto, seres fuera de la misma física y la mortalidad. Sus presencias eran espeluznantes mientras chasqueaban sus patas peludas y sus pinzas de cangrejo- ¡Te destruiré!

-¿Y cómo planeas hacer eso? -preguntó mientras daba vueltas en su propio eje, señaló los monstruos que usaba para atormentar a los mortales- ¿Con estas bestias horrendas? Hermanita, te creía más lista.

-¡No eres más que una habladora! Padre ha otorgado el permiso de atormentar tus sueños, así que me encargaré de torturarte hasta que desees morir.

¿Morir?

-Querida -rió mientras se le acercaba en menos de un segundo; la diosa pareció sorprendida. Se suponía que no tenía poder en el Reino de las pesadillas-, ¿no recuerdas quién soy?

Hubo una pausa de completo silencio y los ojos de Adrienna se volvieron completamente negros.

-Soy una hija de Hades -declaró-. Desterrada o no, mi poder sobrepasa al tuyo en todo sentido. Tu poder en las pesadillas es una completa burla para mí, tu estúpida nicromancia con tus fantasmitas solo hace que mi ejército crezca más, ¿y me dices que desearé morir? Es más, déjame contarte un secreto a voces -se acercó a su oído para que solo ella pudiera escuchar-. Ya estoy muerta.

Con un chasquido, sus pesadillas desaparecieron entre arena negra, deteriorándose hasta no ser nada más que polvo.

-No vuelvas a provocarme.

-¿¡Cómo hiciste...!?

-Este sueño se terminó -y con otro chasquido, despertó.

Nunca creyó decirlo antes, pero Melínoe sería un grano en el culo.

Se levantó casi saltando de su litera. Aún era de noche, las sombras se acumulaban a su alrededor y la recibían casi con veneración. Nada que ver con el exterior, donde las sombras eran lideradas por Hades y ahora parecían repelerla desde que se peleó con su padre. Aún así, como Hades no era aceptado en el campamento y no tenía una cabaña para sus hijos, Dionisio (casi arregañadientas) la había dejado quedarse en la casa grande; en una habitación que había estado desocupada desde antes de la independencia de América.

Había estado llena de polvo y suciedad, pero con unos cuantos chasquidos parecía que estaba completamente remodelado. No era como su enorme habitación en el Inframundo, pero era acogedor.

Por un segundo... su mente se desvió a un año atrás... cuando dejó su antigua vida de cazadora de sombras.

«Parece que fue hace tanto tiempo».

Se sentía tan lejano, pero mientras recordaba, solo podía sentir una enorme punzada en su pecho. Los extrañaba. Al pequeño Maxwell con el que se sentaba a leer un largo rato en silencio. Isabelle con su enorme orgullo y tenacidad inquebrantable. Jace, con sus cortejos absurdos, orgullo y vanidad sin precedentes... incluso extrañaba a Maryse y Robert, al estúpido Hodge y su cuervo que le daba mala espina y Alec, con su indiferencia fingida y su enorme corazón que ocultaba para no salir herido.

¿Por cuánto tiempo se obligó a no pensar en ellos? ¿Desde cuándo no los veía o siquiera los visitaba por sueños? Se sentía tan estúpida por haberlos olvidado.

«No pueden culparme» se dijo «no he tenido tiempo ni para mí misma».

Era cierto. No había podido hacer absolutamente nada desde que había estado buscando el rayo, más que alimentarse (incorrectamente) y matarse de cansancio mientras la búsqueda de su inocencia estaba en curso.

Bufó, sabiendo que los dioses ni siquiera habían podido darle una disculpa después de haberla hecho pasar por todo ese infierno. ¡Fue fugitiva por meses por una estupidez! Vaya forma de desperdiciar la inmortalidad (que igual no pidió).

Decidiendo que no necesitaba pensar en más tonterías, tomó sus botas y su chaqueta. Necesitaba salir a respirar. ¿Qué importaba si las arpías estaban merodeando por allí, como si no hubiera salido muchas veces en el pasado. Una más no la mataría.

Hizo un viaje sombra a la playa, en donde se dejó caer y lanzó una manta al piso para no ensuciarse. Llevaba su último pijama limpio y tenía pereza de lavar el montón de ropa que tenía arrumbado por allí. No estaba de humor para ello.

Bufó al ver como los peces se alejaban de sus pies hundidos en el agua. La rehuían como cualquier criatura viviente (excepto el presidente Miau, el cual era un gato muy raro), no estaba sorprendida por sus negativas a acercarse.

Miró el cielo, buscando una respuesta a todos sus problemas. No resolvía uno y ya tenía el siguiente.

-¿Adrien?

Se quedó de piedra, solo había una sola persona en el mundo que la llamaba de aquella forma, y no eran las viejas arpías.

Apretó la mandíbula y no contestó.

-Y-yo, pensé que tal vez estarías aquí... ya que no estabas en la casa grande.

Frunció el ceño, ¿la había buscado a media noche? Que coherencia tenía aquello.

-Éste, yo solo, quería disculparme por lo que pasó la última vez...

No respondió nada y él comenzaba a desesperarse.

Sintió su presencia mucho más cerca.

-En verdad, en verdad lo siento mucho. Solo, me asusté. Creí que tú, no lo sé, que eras...

Entonces no se resistió en responder por él.

-¿Un demonio?

-¡No! Claro que no, solo yo no estaba preparado. No supe como... como...

No aguantó más y volteó en su dirección encontrándose con sus mejillas sonrojadas. Parecía muy avergonzando por la conversación que estaban manteniendo. Se topó con sus divinos ojos marinos que parecían más sombríos en la oscuridad.

«No es momento de esto» pensó observando su rostro rojizo «concentrate, idiota».

-No tienes que preocuparte -lo interrumpió-. No volverá a suceder.

Él pareció un poco desconcertado por su respuesta.

-No, no. Yo no decía eso. Yo estaba... no lo sé. Nervioso.

Frunció el ceño extrañada.

-¿Ner -empezó a decir sin saber que pensar- vioso?

-Mira, yo solo quería disculparme -cambió de tema sumamente rojizo-. Lo lamento. No debí responder como lo hice.

«No. No debiste».

-¿Y?

-Y lo siento mucho.

-Percy.

-¿S-sí?

-Cállate.

-Pe-ero...

Rodó los ojos, dándose la vuelta y continuando con lo suyo.

-No pasará de nuevo -le aseguró-. Ya tengo a alguien más.

Sintió el silencio que se formó después de aquello, casi podía escuchar el palpitar errático del chico. Era fuerte, muy ruidoso; como tambores sin ritmo fijo.

-Y-yo... está bien.

Y se fue.

Tal vez debió decirle algo diferente, perdonarlo y permitir que se acercara. Pero incluso para ella, ignorar su propio orgullo sería perderse a sí misma.

Y no podía correr el riesgo de perder nada más.

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MUAJAJAJAJAJA me encanta como está quedando esta historia. Quiero más agonía antes de que nuestra Adrienna pueda ser finalmente feliz, efimeramente... pero happy :D

¿Qué les pareció? Weyyyyy, me encanta Percy. Está súper mono. ¿Con quién debería quedarse nuestra prota?

Nos vemos en el siguiente capítulo, goodbye desconocidos.

¡Voten y comenten!

Atte.

Nix Snow.

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