Capítulo 4: Furia.

♠️♠️♠️

Al principio, Jenna no le hizo mucho caso a los golpes en su puerta.

Estaba demasiado enzarsada en los labios ajenos como para reparar en otra cosa que no fuera el cuerpo de Alec. Lo tenía acorralado contra la pared, con sus manos viajando por su cuerpo cubierto por el fino vestido y su boca inexperta saboreando la suya.

Siguieron besándose por unos cuantos minutos, ambos sin hacer caso a los golpes apresurados.

-¡Jenna! ¡Abre la puerta!

A esas alturas, era inútil fingir que estaba dormida.

Se alejó de Alec con cierta irritación, gruñendo en el proceso. Alec intentó volver a unir sus labios, pero Jenna no se lo permitió. Le dió una seña de que guardara silencio y se alejó del Lightwood sin importarle sus quejas. El chico se dejó caer en su cama con la respiración agitada y su brazo cubriendo su rostro. Una sonrisa tonta estaba dibujada en su rostro esculpido por los dioses.

-¿Por qué tan tarde? -le preguntó cuando se hubo acomodado el vestido que se le había subido, y arreglado el cabello que estaba hecho un desastre.

Izzy no le hizo caso. Sus ojos estaban cansados, pero pudo ver la preocupación que reflejaban.

-Alguien te busca.

No supo que hacer por unos segundos. Se había quedado en blanco cuando dijo: alguien te busca.

¿De qué hablaba? Para cuando entendió lo que quería decir se enderezó en su lugar, estaba un tanto curiosa de lo que tenía que decirle.

-¿Quién me busca? -preguntó con cuidado.

Alec se había quedado quieto, y por la mirada que le echó, fue obvio que escuchó todo lo que su hermana estaba diciendo.

-No lo sé -negó la morena, encogiéndose de hombros como si en realidad no le importara. Estaba muy tensa-. Es un hombre que nunca había conocido, está con mis papás y Hodge en la biblioteca. Llegó hace una hora, pero pensé que aún estabas en tú cita y tuve que inventarle a mis padres que estabas enferma. No me creyeron ni una palabra, quieren que vayas ahora.

Jenna maldijo en silencio mientras se daba la vuelta sin molestarse en cerrar la puerta y corrió hacia su armario para buscar ropa adecuada. Cuando Izzy entró a la habitación se quedó con la boca abierta al ver a su hermano en la cama de su amiga. Alec ni siquiera reparó en su mirada inquisitiva, estaba muy entretenido mirando lo que Jenna estaba haciendo.

-¿Quién es? ¿Por qué te están buscando a éstas horas? -preguntó Alec, ahora más serio que minutos atrás cuando aún estaba rogando por su toque.

Jenna les echó una mirada a ambos hermanos mientras seguía buscando la ropa indicada.

-No lo sé.

-¿Entonces por qué pareces tan nerviosa? -preguntó la morena, con los brazos cruzados y los ojos entrecerrados. Había desconfianza en su mirada.

-Porque siempre sé que está pasando, y en éste momento no tengo idea.

-¿Estás diciendo que no conoces al hombre? -preguntó Izzy.

-Estoy diciendo que algo malo a pasado. Algo muy malo. Tal vez deba irme, no lo sé.

-¿Por qué debes irte? ¿Pasó algo en Idris que no hayas dicho? Jenna, tienes que decirnos si está pasando algo -Alec se acercó a ella tratando de tomarla de sus brazos, pero Jenna se apartó.

Tomó un conjunto de ropa y se fue al baño para cambiarse.

Los ojos de Alec expresaron dolor y se sintió culpable por hacerlo sentir así, pero no era momento de sentimentalismos. No sabía quién había ido a buscarla, pero cuando Izzy se lo dijo, una neblina invisible pareció diciparse de sus ojos. Había estado un tanto inquieta por sus sueños, sueños en donde un águila y un pegaso peleaban. Sueños donde se desgarraban la piel, la sangre cubría la arena y las plumas se iban con el viento.

No era tonta como para no saber que el águila era Zeus, y el pegaso era Poseidón, el señor del cielo y el señor de los mares. También estaba el hecho de lo extraño que había estado el clima los últimos meses, como si la naturaleza estuviera peleándose entre sí y la tragedia hubiera inundado a todo el país -se atrevía a decir todo el mundo-.

Algo estaba mal en el Olimpo, y si era así, los Olímpicos debían de estar al tanto, y por consiguiente también su padre. Las cosas habían estado extrañas desde el anterior solsticio de invierno, Hades parecía estar tenso por casi cualquier cosa.

Estaba más irritable, molesto y susceptible a cualquier comentario.

También había soñado sobre el yelmo de oscuridad de su padre, un robo, unos ojos como las llamas de una hoguera, una voz antigua que le susurraba sobre lo impertinentes que eran los dioses... Adrienna sabía que el yelmo de oscuridad estaba perdido desde hace algún tiempo, su mismo padre la había sobreexplotado todo el tiempo que estuvo con él, incitándola a encontrar su propiedad.

Pero no había rastro de él. No estaba por ningún lado, e incluso las furias, las torturadas de Hades, no pudieron encontrarlo. La búsqueda seguía en pié, su padre estaba de terrible humor y ella había estado hecha trizas de tanto trabajo. Ni siquiera supo cómo sobrevivió a tanto peso en sus hombros.

Culpó a su maldición.

No entendía en que estaba involucrado el señor de los cielos ante las sospechas de su padre, mucho menos el señor del mar. Ambos no podían tomar el signo de poder de ningún otro dios, no sin que otro héroe se los haya entregado.

«Tal vez alguno tiene un hijo mestizo», pensó mientras se ponía la falda.

«Así hubieran podido tomar el yelmo de oscuridad»

Pero, ¿qué niño haría eso? ¿Por qué haría tal cosa? Sabía que expandir el Reino de su padre era una terrible idea, el Inframundo estaba infestado de fantasmas y almas que mayormente se iban a los Campos de Asfódelos o los Campos de Castigo. Casi nadie se iba a Elíseos, y era muy triste.

Su padre era un dios rico, pero expandir los campos había reducido su mensualidad de manera alarmante. Por ello siempre estaba de mal humor.

Ningún dios estaba al tanto del robo, nadie más que las personas más confiables de su padre. Tánatos y Hécate habían estado al pendiente de la búsqueda, pero no parecía ser suficiente.

Para cuando Jenna salió del baño, ambos hermanos estaban con miradas sombrías. Ya no había diversión o alegría en sus facciones, de alguna forma sentían que la llegada de aquel hombre no era nada bueno.

-¿Ya nos dirás qué está pasando? -Ambos me siguieron por los pasillos mientras trataba de hacerme una coleta- ¿Estás escuchándome, Adrienna?

Ya no era Jenna. No para Alec.

-No puedo decirles nada. Ni siquiera sé quién es el hombre, pero...

-¿Pero qué? -Alec la tomó del brazo y la jaló hacía él. Chocó contra su pecho.

-Alec, espera -le dijo Izzy, tratando de que soltara a Jenna-. No la presiones.

Alec la miró furioso. Ya no quedaba rastro del chico sonrojado y excitado.

-¿No lo entiendes? Un hombre acaba de llegar al Instituto sin avisar con antelación. Un hombre que está buscando a Adrienna, ¿qué se supone que debo pensar?

-No me toques -siseó con enojo. Estaba siendo un idiota, pero sabía que se lo merecía, no les estaba diciendo nada-. Te estoy diciendo lo que sé.

-Estás mintiendo.

-No puedes saber que estoy mintiendo.

-Pero lo sé.

-No, no lo haces.

-¡Ya callénse!

Izzy se puso entre ambos evitando que se sacaran los ojos. Le sorprendía lo fácil que podían cambiar de humor en unos cuantos minutos.

-Maryse nos espera -Jenna les echó una mirada más antes de seguir con su camino.

Supo que ambos la seguían por sus pasos rápidos y sus auras oscurecidas.

Cuando llegaron al estudio, Jenna pudo ver el aura pesado que rodeaba a los adultos. Jace estaba allí, recargado en un pilar y con los ojos brillosos, había cierta molestia en ellos. Maryse estaba de brazos cruzados, de pie aún lado de su escritorio, y su esposo estaba casi en la otra punta de la biblioteca mientras miraba con perspicacia a un hombre que se hallaba de espaldas. Reconocería esa espalda en casi cualquier lugar. Ambos Lightwood voltearon a verla cuando ella entró, Alec e Izzy se acercaron a la esquina en dónde estaba Jace. Había una tensión palpable que se podía cortar con una uña.

Jenna no apartó la mirada del hombre.

-Adrienna, querida -empezó Maryse. Su cuerpo estaba tenso, pero sus ojos seguían igual de tranquilos que siempre-. Éste hombre a venido a buscarte desde hace una hora, ¿puedes decirnos que significa su presencia en el Instituto?

No dijo nada. Seguía mirando al hombre como si fuera alguna especie de alienígena.

-Señorita Ravenfox, es un placer conocerla -dijo el hombre, tenía un extraño acento italiano. Le dió un escalofrío, su voz le dió un deja -. Llevo buscándola por mucho tiempo. ¿Podrían dejarme hablar con Miss Ravenfox a solas?

-Me temo que eso no será posible -dijo Robert, sus ojos clavados en el hombre-. Lamentamos ser tan malos anfitriones, pero Adrienna no puede hablar con cualquier desconocido.

-Oh, pero yo no soy un desconocido -dijo-. Soy un viejo amigo de su padre.

Maryse entrecerró los ojos.

-Usted no es un cazador de sombras, señor -arrastró las palabras. Tal vez de allí lo había sacado Jace-. ¿Qué es lo que hace aquí? Tampoco es un subterráneo. ¿Cómo a podido pasar las salvaguardias?

El hombre sonrió. Era una sonrisa escalofriante, ella conocía esa sonrisa, tan sádica que guardaba múltiples torturas.

-¿Por qué debería decirle, señora Lightwood?

-¿Cómo sabe mi apellido? -Todos estaban tensos, tan tensos que parecía que en cualquier momento le saltarían encima al desconocido- Es mi última advertencia, ¿quién es usted y qué hace aquí?

-Adrienna di Angelo debe volver conmigo -dijo el hombre, su sonrisa se volvía aún más inquietante con cada segundo que pasaba-. Es requerida.

-Adrienna no se llama así -dijo Robert. Se había puesto de pié y estaba al lado de su esposa, tal vez en modo de protección. Aunque no lo necesitaba-. Es una Ravenfox.

El hombre no dejó de sonreír y sintió las miradas de los más jóvenes en ella.

-La señorita Ravenfox...

-Adrienna di Angelo debe volver con su padre -dijo sin dejar su sonrisa, ésta empezó a deformarse hasta tomar una mueca grotesca.

Se sintió desfallecer.

«¿Por qué envió a Alecto? ¡Prometió mantenerla alejada!» pensó con frustración. Todo su mundo estaba derramándose con solo unas palabras.

Di Angelo.

Di Angelo.

Miss di Angelo.

Ella debe volver con su padre.

Jace sacó un cuchillo serafín antes de que cualquiera pudiera darse cuenta. Fue un centello, la hoja voló por los aires y no pudo detenerla.

-¡Jace, no!

Pero era tarde.

Hubo una exclamación colectiva. El cuchillo se clavó en su pecho, un tiro limpio, una cortada larga y de la que salía un líquido negro. No se convirtió en polvo como estaba acostumbrada a ver.

-Jace, ¿qué has hecho? -dijo con horror.

La furia siseó y deformó su rostro en una mueca de molestia.

Todos se pusieron alertas cuando vieron que empezaba a cambiar de forma, su piel se puso del color del petróleo, unas alas de murciélago empezaron a salir de su espalda y unas enormes garras salieron de sus manos. Sus colmillos eran enormes, tan enormes como para causar pesadillas.

-¡Qué es eso! -gritó Izzy. Nunca se habían enfrentado a algo similar.

-Imposible -Maryse estaba impactada-. Los cambia formas no pueden entrar aquí. No pueden.

-Pues ha entrado -gruñó Jace en pose de batalla.

-¡No es un demonio, reverendo idiota! -gritó Jenna a Jace cuando éste sacó otro cuchillo serafín de su cinturón- ¡No es un demonio, no servirán de nada sus armas!

-¡Jace! -gritó Alec cuando la furia se lanzó hacía él.

Él fue más rápido, pero no pareció ayudarle en su situación.

Cuando estaban en el Instituto, ninguno tenía armas a la mano porque pensaban que estaban a salvo en su hogar. Maryse reaccionó pronto y tomó una espada de la colección de reliquias, le lanzó una a su esposo y ambos se lanzaron a la batalla. Jace estaba tratando de esquivar los tajos de la furia, pero siendo tan rápida, parecía una batalla difícil. Aún era demasiado joven como para poder luchar tan bien como ella, así que no pudo evitar llenarse de angustia.

-¡Ya detente! -gritó Adrienna, y la furia se quedó inmóvil- ¡Ni se te ocurra moverte!

-¿Qué acabas de hacer? -le gruñó Maryse- ¿Qué significa esto, Adrienna?

La culpa la azotó. Jace estaba en el piso con una enorme herida en el brazo, las garras de la furia estaban marcadas con coraje, había un enorme charco de sangre debajo de su cuerpo y Alec lo sostenía para que no se lastimara más.

-Lo siento mucho.

-¡Tus disculpas no cambiarán nada! ¡Un demonio acaba de atacar a mi hijo!

Traté de ignorar sus gritos, no le convenía alterarce y Maryse estaba en todo su derecho de gritarle. Estaba preocupada, molesta y aterrada por lo que acababa de presenciar.

-Maryse, debes tranquilizarte -le dijo su esposo tomándola del brazo.

Pareció funcionar.

Jenna se acercó al cuerpo de la furia, estaba inmóvil, como si se hubiera quedado congelada. Tenía tanta rabia acumulada en el pecho que sintió qué podría pulverizarla sin miramientos. La furia estaba casi arrodillada, así que tuvo que colocarse a su altura.

-Sabía que no debí aceptarte aquí. No debí aceptar tú custodia. ¡Eres un peligro!

-¿Jenna? -preguntó Izzy, sus ojos estaban abiertos como platos y estaba detrás de un sillón- No te acerques a ésa cosa.

-Adrienna, apartate -le indicó Robert, casi queriendo jalarla del lado de la furia.

-No me sucederá nada -los miré con tristeza, muy probablemente sería la última vez que los vería-. No puede hacerme daño.

«Los hijos de Hades no podemos ser felices», pensó con melancolía. Había sido bueno mientras duró.

Se arrodilló enfrente del monstruo, tratando de no desviar su mirada de la bestia. Sus orejas eran como las de un murciélago y sus ojos dorados y fríos le devolvieron la mirada.

-Alecto.

-Joven di Angelo -siseó el monstruo.

-¿Qué hace aquí? -Apoyó sus manos en su rodilla tratando de hallar un soporte.

-Hodge -Su corazón se apretó al escuchar su voz, pero no se permitió verlo. Debía de odiarla, debía aborrecerla por casi causar la muerte de su parabatai-. Jace está perdiendo mucha sangre, ¿puede ayudarlo?

Ni siquiera había notado al viejo Hodge, no había hablado ni una sola vez, pero aún así pareció ayudar a Jace.

-Vuestro padre a reclamado su presencia y quiere que vuelva a su hogar -dijo Alecto-. Y si no lo hace, me ha dado el permiso para llevarla por la fuerza.

Su sonrisa fue siniestra, pero hace mucho tiempo dejó de hacer efecto en ella.

-Ya veo -Sacó su daga de hierro Estigio y delineó la mandíbula de la furia. Pareció tensarse bajo la daga y gruñó de manera sobrenatural, un gruñido que retumbó en todo el Instituto-. ¿A dicho algo de que puedo hacerte daño?

Hubo un silencio.

-Adrienna... -dijo Alec.

-Es una pena, ¿no? Has lastimado a personas que en verdad aprecio, y también me has mentido descaradamente.

-Niñita engreída... -gruñó la furia.

-A mí, hija de tú señor feudal. Deberías aprender a hablarle con mayor respeto a tus superiores -repetí con veneno, arrastrando cada sílaba-. Es bastante irónico, la torturadora de mi padre, ¿siendo torturada...?

-Adrienna...

-Siempre he querido hacerte daño -le dije con odio, cortando un poco sus alas y haciendo que un rugido saliera de su pecho. Evité que la daga succionara su esencia, pero me deleité con su dolor-. Aún recuerdo cuando te divertías con mi sufrimiento, ¿recuerdas cuándo te pedía que pararas? Oh, claro que lo recuerdas. Era tú hobbie favorito, torturar a niñitas que no podían defenderse.

-¡Su padre me envió por usted! ¡Su padre quiere que vuelva con él! -gritó como última forma de salir de la situación. Ella no podía moverse, no cuando le había dado una orden directa y la obligaba a quedarse quieta.

-Deja de mentir, estúpida cosa. ¿Cuántos niños te has comido ésta semana? ¿Cuántos mestizos te has zangullido? ¡Niños que nunca hicieron nada malo y que su único pecado fue nacer como yo! -Sacó una daga distinta y empezó a cortarla con furia. Eran cortes que sabía que no la harían volver al Hades, solo la harían gritar de dolor- ¿Esos son tus gritos de dolor? Bien, creo que es momento de devolverte con padre, estoy segura que estará muy contento de que te castigara después de intentar matarme.

Alecto era un monstruo feroz, una bestia que asesinaba y torturaba sin miramientos. No le importaba cuánto sufrimiento causaba o a quién se comía.

Los recuerdos volvieron como cuchillasos en su pecho. Ésa niña débil y pequeña que no podía defenderse, esa niñita maltratada por los monstruos y los dioses. Detestaba recordar, detestaba que aquel monstruo le haya hecho tanto daño.

Odiaba que su maldición la hubiera hecho revivir el mismo castigo una y otra vez. Ser comida por un monstruo era algo desagradable, sobretodo cuando te devoraban por simple entretenimiento.

-¡Vuestro padre la castigará!

-Y a ti te cortará las alas cuando se entere que estás del lado de Zeus -Un relámpago iluminó el cielo. El señor de los cielos debía estar furioso al ver que no estaba muerta como lo había planeado. Adrienna sonrió con picardía-. ¿Creíste que no me daría cuenta, sucia escoria?

Alecto tembló, lo cual era difícil de saber siendo un monstruo.

-Hades me dirá que está muy orgulloso de mí, vieja arpía -dijo ella, y después le encajó su daga en el pecho. La furia gritó y empezó a desvanecerse en el aire.

-¡El señor Zeus os matará!

-Dile de mi parte que puede irse al tártaro.

Y después se desintegró en un montón de polvo dorado.

♠️♠️♠️

Pregunta del día:

¿Se lo esperaban?

Posdt: Se viene lo intenso bitchs. 😈

Atte.

Nix Snow.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top