Capítulo 3: Estúpido Apolo.

♠️♠️♠️

Setenta y seis años después.

Adrienna odiaba casi cualquier cosa que le pareciera fuera de lugar, y su pasado era una de las cosas que más detestaba.

Sobre todo cuando tenía que recordar el momento en que su madre murió y su padre la separó de sus hermanos, arrancándola de su única familia.

No tendría más de catorce años, pero a su padre no le importó y se la llevó al Inframundo con él, dejando a Bianca y Nico en el Casino Lotus, huérfanos, en el lugar del que no saldrían en mucho tiempo.

Muy a su pesar, fue entrenada explícitamente con la meta de cumplir misiones en nombre de su padre, y si no podía ser peor, solo había tenido permitido estar en el Campamento mestizo menos de dos meses, antes de ser arrancada, nuevamente, de los brazos de su mentor y la persona que había cumplido con el papel paternal que su padre había estado tratando de evitar por mucho tiempo. Posteriormente, su entrenamiento se desarrolló en el mundo de los muertos.

Cuando finalmente cumplió los dieciséis años, Hades pareció pensar que ya estaba preparada para el mundo, así que, arriesgándose a que Zeus la pulverizara, la lanzó al mundo de los mortales para cumplir su sentencia.

Adrienna no tuvo más remedio que sobrevivir entre los humanos, viviendo en casas abandonadas, alcantarillas, cementerios, iglesias abandonadas y todo tipo de lugares desagradables ante el ojo humano. Pronto, se volvió en uno de sus jinetes de la muerte. Uno que se proclamaba lo suficientemente capaz para devastar ciudades enteras.

Todo para que su padre estuviera orgulloso.

Todo eso para que actualmente, estuviera en una misión que Hades le había otorgado hace algunos meses. Había estado encubierta demasiado tiempo para averiguar la información que necesitaba sobre una organización de mafiosos que su padre consideró exterminar. El grupo había estado dando muchos problemas, y sinceramente, no parecía agradarle su método de trabajo.

-Están llamando la atención -Le había dicho Hades, sentado en su magnífico trono de esqueletos-. Necesito que acabes con todas esas alimañas mortales.

Estaba allí, arrodillada ante el señor del Inframundo, quien la miraba con ojos fríos.

-Como ordenéis, padre.

Después, solo se limitó a ponerse en pie y deslizarse por los pasillos oscuros del castillo de Hades.

Debía de cumplir con su trabajo, nuevamente.

Adrienna miró de reojo a los tipos de la mesa de al lado. Estaban tomando copas de alcohol y riendo entre ellos en medio de un Casino de los Ángeles, llevaban más de una hora sentados y parecía que no se irían en mucho tiempo.

Se levantó de su asiento y tomó un trago del vodka que había tenido en su mano desde hace más de veinte minutos. Se acercó a una mesa y puso algunas fichas en la mesa.

-Veinte mil al número siete -dijo, casi como una orden mientras sonreía al tipo que daba vuelta a la ruleta. Este mismo se la devolvió con ojos lujuriosos, mientras la miraba de arriba abajo y seguía tomando las apuestas.

Ciertamente, el dinero no era problema cuando se era hija del dios del Inframundo, y aunque en los años posteriores Hades había estado perdiendo riqueza por las absurdas muertes de los mortales, seguía ostentando una gran riqueza.

La ruleta empezó a girar mientras se colgaba del brazo de un apuesto muchacho que no parecía tener más de veinte y pocos años. Parecía ser del tipo de chicos que salían en las revistas con un bañador súper ajustado. Era moreno y de ojos ámbar, casi rojos.

La tomó de la cintura, sonrió con galantería y Adrienna le pestañeó con descaro mientras le regalaba una sonrisa coqueta. Debía parecer el tipo de chica que se dejaba caer en cualquier chico guapo con dinero, así que cuidó el hecho de verse lo suficientemente superficial.

Su actuación era perfecta. Siempre lo era.

Los hombres no tenían ni idea de lo astutas que podían ser las mujeres.

De manera disimulada, volteó hacia los tres mafiosos que estaban en la mesa de al lado. Seguían haciendo apuestas en su juego de cartas y Adrienna sabía que estaban haciendo trampa. Podía oler la nicotina y tabaco en el aire. Era repugnante.

Dejó de prestar atención a lo que pasaba delante de sus ojos e intentó escuchar lo que decían el trío de hombres que hablaban. Tenían anillos de oro, relojes bastantes llamativos, y cuando puso más atención, vió que uno de ellos tenía dientes de oro. Todos ellos iban con camisetas de botones y ropa de vestir.

Parecían ser tipos que estaban forrados de billetes.

-¿Y cómo va el trabajo? Escuché que Mike les trajo nueva mercancía -preguntó un hombre con bigote gracioso.

Agudizó el oído sobrehumano para poder escuchar con mayor claridad.

-Como siempre. Esta semana descargamos 20 toneladas, fue un desglose de billetes-contestó un hombre calvo que seguía moviendo las cartas por arriba y debajo de la mesa.

Parecía ser que les estaba jugando sucio.

-Que suerte, pero debiste ver las preciosidades que Stuart llevó al salón principal, la subasta estuvo fenomenal.

Parecía ser que también secuestraban a mujeres, que tipos tan despreciables.

-¡A caído el siete! -Se distrajo de la anterior conversación cuando escuchó el grito del hombre con chaleco que manejaba la ruleta.

-¿Gané? -preguntó Adrienna, haciéndose la sorprendida (aunque no tuvo que disimularlo mucho).

Sonrió en grande y se separó del joven con el que se había acercado. Los vítores y las quejas no se hicieron esperar.

-Aquí tiene, señorita -dijo el hombre entregándome las fichas, debían de ser más de cincuenta mil dólares-. Puede pasar a cambiarlas a la cabina de al lado.

-Gracias, buen hombre -dijo con una media sonrisa fingida y se fue del lugar, sin antes guiñarle un ojo al muchacho que estaba dejando atrás.

Parecía ser una buena conquista de la noche. Con suerte se encontraría con él, una vez más.

Solo los dioses lo sabían.

Pasó aún lado de la mesa en la que estaban sus objetivos, y sin que nadie se diera cuenta, lanzó un pequeño chip al cuello de uno de los sujetos. Despredían un fuerte olor a perfume caro, y casi estornudó por el aroma intoxicante.

Que asco.

Siguió su camino a la cabina y una mujer bajita, morena y de cuerpo curvilíneo, tomó sus fichas. Rápidamente las fue cambiando por dinero real.

-Seteinta y cinco mil dólares, ¿gusta tomarlas en efectivo o quisiera administrarlas en cheque o banco?

-En banco estarán bien.

-Muy bien.

Le dió los datos que necesitaba y se apartó para que la gente pudiera cambiar sus fichas por dinero en efectivo.

Observó el panorama, las personas, poco a poco, se iban marchando. Unas felices, y otras llenas de desesperación después de haber perdido todo su dinero.

El olor a desesperación la llenó de gozo.

Parecía ser que pronto acabaría con la misión, así que suspirando, desató si peinado apretado y sacó un pequeño espejo de su bolso para retocar el labial tinto que resaltaba sus gruesos labios.

Pensó que aquello sería todo por el día, o así fue hasta que un chico rubio (extremadamente apuesto), se interpuso en mi camino.

-Vengo a cambiar estas fichas -dijo y dejó caer las fichas sin cuidado alguno, por lo cual algunas salieron rodando por el piso-. Ou, lo siento, preciosa.

Se arrodilló en el piso y empezó a tomar las fichas que se habían caído (por su estupidez) y la mujer empezó a ayudarlo. Unas cuantas fichas habían caído a los pies de Adrienna, así que cuando el hombre se enderezó hacia arriba, topándose con su mirada, sabía que aquello no podía ser nada bueno.

El hombre la analizó con la mirada y pareció contener la respiración. La pelinegra no pudo hacer nada más que apretar la mandíbula y hacer como que no le importaba su presencia. Volteó su cabeza hacia la derecha y se dedicó a observar las personas beber y apostar.

Era una vista repugnante y apreciada a la vez.

-¿Desea tomarlas en efectivo o quiere que...? -escuchó la voz de la flamante morena, pero el hombre pareció interrumpirla a la mitad de su pregunta.

-En banco, como siempre.

A juzgar por su tono, parecía haber ido al casino bastantes veces.

-Disculpe, señorita.

Una voz la hizo salir de su ensoñación y volteó hacia la persona que le estaba hablando.

No era nadie más que el tipo de hace unos minutos, pero lo que la hizo fruncir el ceño, es que reconocía aquella luz cegadora que parecía cubrirlo. Hades le había advertido de esa luz, le explicó que en lugares como los que frecuentaba en sus misiones, podría encontrar a personas como él.

Los dioses tenían un aura característico y sabía que lo más sensato era alejarse y hacer como que no sabía que le estaba hablando a ella.

Ahora entendía el desagrado de Hades por el dios Apolo. Su aura cargada de positividad era asfixiante y de mal gusto. No soportaba su presencia.

Era asquerosamente cálida.

La vista de un dios, que fuera un olímpico ante sus ojos, le repugnaba. Recordar que gracias a ellos su madre había muerto y había tenido que ser criada en el Inframundo, le llenaba de cólera y amargura.

-¿Sí? -preguntó tensa.

Apolo la miró unos cuantos segundos, le sonrió y sintió que sus ojos se quemaban por tanta energía solar al ver sus brillantísimos dientes.

Hades, mátame. Entierrame en las profundidades del Hades.

-¿Qué hace una joven tan hermosa, en un lugar cómo este? -preguntó con tono coqueto.

Que coqueteo tan básico y pasado de moda.

Aún sin todo esas palabras que daban pena en vez de otra cosa, Adrienna sabía que jamás se enredaría con un olímpico. No era tan hipócrita y estúpida como para ensarsarme en una relación con un dios que podría descubrir quien era, y hacer que su papi la pulverizara.

-¿Y qué hace alguien tan irritante aquí, solo y abandonado? -respondió a su pregunta con otra, había extrema seriedad en su voz.

Pero por alguna extraña razón, aquello pareció atraer aún más al joven dios.

Como era de esperar, su lengua afilada no pudo evitar sacar comentarios asidos y con intención de herir a todo mundo. Pero aquello no pareció desmotivarlo, incluso pareció más entusiasmado que antes.

Se preguntaba si tenía algún problema consigo mismo como para soportar semejante ofensa de una "mortal" y seguir tan empeñado en meterla en su cama.

Se acercó al lugar en el que estaba apoyada y se plantó enfrente de Adrienna.

«Dioses, que quite esa mirada risueña de mí», pensó amargamente.

-Me pareces familiar -Entrecerró los ojos en su dirección-¿No eres de Brooklyn?

«¿A caso no le parecía curioso que fuera una mini copia de Hades?» se preguntó malhumorada.

-No, y puedo afirmar que no nos conocemos porque no me pareces para nada familiar -Se limitó a decir mientras veía a la mujer que cambiaba las fichas con impaciencia. Necesitaba el ticket para poder irse y salir fuera de la vista de aquel irritante dios.

Apenas lo había conocido, pero podía decir que no era de su agrado o afecto.

La luz y oscuridad no se llevan para nada bien.

-No -Le dijo mientras negaba y fruncía el ceño pensativo. Parecía curioso-. Creo que te pareces a...

Pero nunca llegó a terminar la frase, porque los mafiosos que había estado vigilando hace algunos minutos se habían puesto en pie y habían sacado sus armas mientras disparaban al techo.

-Merda -dijo con frustración, el dios le había distraído de su misión.

Quiso gritar y matar a alguien. Quiso que todas las personas desaparecieran y pudiera atacar todo lo que la rodeaba sin mayor reparo. Quería asesinar. Quería tener sangre en sus manos.

Deseaba matar.

Mientras las balas volaban, los mortales salían huyendo para no terminar con agujeros que no deberían, y Apolo intentaba cubrirlos de una posible muerte... Adrienna solo podía pensar en una sola cosa.

Estúpido Apolo.

Después se encargaría de él.

♠️♠️♠️

Te amo Apolo, pero hechaste a perder la misión. ¡Ella debía de encontrar la mercancía! Pero al parecer ya no será posible, Hades la regañará, ahre.

Espero que les haya gustado el capítulo, están muy cortos porque cuando inicie la segunda parte, saldrán los demás personajes del libro de Percy Jackson xD

Sin nada más que decir, ¡nos leemos pronto, desconocidos! ¡Voten y comenten! ¡Me ayuda a seguir publicando capítulos!

Atte.

Nix Snow.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top