Capítulo 24: Ares.
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Querido diario:
Es hora de hacerme cargo de todo lo que me aqueja.
Hoy soy libre. Libre para traer mi propio pensamiento y mi libre albedrío.
No más órdenes.
No más sumisión.
Ya no seré llamada «comandante» de las tropas de Hades; del mismo padre que me condenó a este suplicio eterno.
Seré borrada de los pergaminos sagrados y arrancada de mi título, ¿pero acaso importa? Ahora soy libre de otorgar mi sentencia. Soy el jinete del apocalipsis, el monstruo que acecha en la oscuridad y atormenta a los débiles de corazón. Siempre seré la invención innombrable que todo mestizo, mortal y dios temerá pronunciar; y nunca más temeré por mis acciones. Ya no.
Éste es el día en que verán quien soy realmente, porque los últimos años... jamás fui yo misma.
Y los haré pagar.
(...)
El aire que azotó su rostro se sintió más puro, menos caótico e inestable. Su mente se hallaba tan despierta, mucho más que desde hace años.
Se preguntó si de alguna forma, Hades había influido en ello. No lo dudaba. Probablemente había estado manipulando su mente para que se hallara baja mentalmente, y así jamás tomara la decisión de marcharse.
«Es un maldito», se dijo con molestia.
Lamentablemente era su padre.
Calló en tierra firme después de haber hecho un viaje sombra a la superficie. Ya no necesitaba usar los pasadizos para entrar al Reino de Hades. Su libertad había roto sus cadenas, aunque también había desatado todo el poder que llevaba dormido en su cuerpo desde hace mucho tiempo atrás.
«Está volviendo», pensó al sentirse mucho más fuerte. Su alma empezaba a repararse pedazo por pedazo. La depresión se había consumido en el devastador poder que la inundaba.
Miró sus manos, notando como una extraña llamarada color púrpura y negro rodeaba sus extremidades. Sus venas brillaban en el cielo nebuloso, opaco por su llegada al mundo mortal. Ese era su poder. El mismo que Hades intentó ocultar por más de cincuenta años con la esperanza de mantenerla a salvo y lejos de la mira de los dioses.
Pero ya no tenía porque ocultarse. Nunca más lo haría.
Abrió la boca, expulsando una gran cantidad de vaho. La temperatura había bajado en cantidades abismales y su piel se hallaba muchísimo más pálida de lo normal. Sus ojeras habían desaparecido y había un brillo muy oscuro en sus ojos.
Era la marca de su maldición. La muestra de cuán desafortunado puede llegar a ser cuando se es maldecido por un dios. Y no cualquiera, sino por el de la muerte.
Ahora su maldición se volvió a mostrar con más ahínco; su cabello había cambiado a un tono diferente, al igual que su tamaño. Tenía largas mechas púrpuras que caían por arriba de su trasero. El azul había abandonado su cabello oscuro para ser invadido por una calamidad de tonos extraños entre gris, negro, púrpura y rosado.
Miró sus uñas, dándose cuenta de que estaban teñidas de negro. No era esmalte, por supuesto que no. Era como si fuera parte de su piel, como si sangre seca se hubiera acumulado debajo de ellas, volviéndolas oscuras, como un par de garras.
Observó su reflejo en el agua del mar, notando como su melena se movía al compás del aire que azotaba con fuerza (tal vez por su presencia en el mundo mortal). Se sentía poderosa. Extraña y plenamente conciente de sus capacidades.
Era imparable. Lo confirmó aún más cuando Ares palideció ante su llegada. Su mirada estaba llena de pánico, tal vez fiereza llena de molestia.
—Tú... —murmuró con la mirada ensombrecida—. No puede ser.
—Yo —dijo Adrienna, un sonrisita diabólica adornaba sus pálidos labios—.: Debiste saber que esto llegaría a pasar. ¿O no, ladronzuelo?
Ares enrojeció hasta las orejas.
—¡Ladronzuelo! —exclamó furioso— ¡Soy el dios de la guerra, no un simple ladrón de cuarta! ¡Deberías tenerme más respeto!
—¿Respeto a un vil ladrón? —preguntó burlona— Jamás.
—¡Te haré pedazos por tu insolencia, cría estúpida!
—Inténtalo. Ya verás como terminarás —le sonrió arrogante, aterrizando al lado de él. No se había dado cuenta que estaba levitando hasta que sus botas tocaron la arena. Ni siquiera se tomó el momento para observar a Percy, quien la miraba con los ojos bien abiertos por el asombro—. Tu hermanito Apolo también tiene asuntos pendientes conmigo. Después me pasaré a su palacio.
Ares bufó divertido.
—No puedes —le dijo burlonamente, sus ojos llenos de veneno y resentimiento—. Tu condición te lo impide, ¡eres la comandante de Hades! ¡Una visita sin invitación estimularía la misma guerra y yo me daría un banquete con la sangre de los caídos!
—Pero verás, querido —dijo con una sonrisa afilada—. Ya no soy comandante. Renuncié.
La sonrisa de Ares flaqueó y se desvaneció en segundos.
—¿Qué has dicho? —preguntó atónito. No parecía poder creerlo— ¿Renunciar…?
Adrienna rió a carcajada suelta.
Percy se estremeció por tal sonido. Era armonioso, como el de una chica que se estaba divirtiendo mucho.
—Ahora soy libre —concluyó—. Y como soy tan especial, ni tú, ni tus amiguitos del Olimpo pueden hacerme daño.
—¡Pero que idiotez estás diciendo, pringada! —exclamó molesto— No eres más que un estorbo para los olímpicos. Hades debió deshacerse de ti en cuanto tuvo la oportunidad.
Se encogió de hombros, restándole importancia al asunto.
—¿Pero es que no lo recuerdas? —preguntó, parpadeando inocentemente— Soy de dos mundos completamente diferentes. Creí enterarme que hubo una reunión en el que hablaron sobre mi eliminación: Muy de los dioses, destruir lo que creen que es una amenaza para sus vidas perfectas —su rostro se deformó en una mueca de molestia—. Pero verás. Sé que ninguno de los dioses, incluído el mequetrefe de Zeus, pueden hacerme daño. No si no desean una nueva disputa con los Ángeles.
—¡Eres una...!
—¿Asombrosa, preciosa e inteligente mestiza? Sí, lo soy.
Fue allí, con los relámpagos iluminando el gris panorama, que desató una batalla que los mismos dioses presenciaron con temor.
Una guerra parecía estar más cerca de estallar…
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Pregunta del día:
¿Qué esperan que suceda después de esto? :0
Cincuenta votos y actualizo :D
Atte.
Nix Snow.
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